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Authors: Katherine Paterson

Un puente hacia Terabithia (3 page)

Cuando el cubo estuvo lleno le dio una palmadita a
Miss Bessie
para que se alejara. Puso la banqueta bajo su brazo izquierdo, llevando con cuidado el pesado cubo para que la leche no se derramara.

—Has terminado muy tarde de ordeñar, ¿no, hijo? —fue lo único que su padre le dijo directamente en toda la noche.

A la mañana siguiente casi no se levantó al oír la camioneta. Antes incluso de despertarse del todo ya se dio cuenta de lo cansado que estaba. Pero May Belle le sonreía, apoyándose en un codo.

—¿No vas a correr? —le preguntó.

—No —dijo, apartando las sábanas—. Voy a volar.

Como estaba más cansado de lo normal, tenía que esforzarse más todavía. Hizo como si Wayne Pettis estuviera allí, justamente delante de él, y no podía ceder ni un ápice. Sus pies golpeaban con fuerza el suelo irregular y sacudía los brazos enérgicamente. Le alcanzaría. «Cuidado, Wayne Pettis», dijo entre dientes. «Te voy a pillar. No podrás ganarme.»

—Si tienes tanto miedo de la vaca —dijo una voz—, ¿por qué no saltas la valla?

Se detuvo cuando ya estaba en el aire, como en una toma televisiva a cámara lenta, y se volvió, casi perdiendo el equilibrio, para mirar a su interrogador, que estaba sentado en la valla más próxima a la casa de los Perkins, con las piernas morenas y desnudas colgando. Quienquiera que fuese tenía el cabello castaño, muy corto, con puntas aquí y allá, y llevaba puesta una especie de camiseta azul con unos vaqueros desteñidos cortados por encima de las rodillas. Realmente, no se podía saber si era un chico o una chica.

—Hola —dijo él o ella, señalando con la cabeza la vieja casa de los Perkins—. Acabamos de instalarnos.

Jess se quedó quieto donde estaba, mirando fijamente.

Él o ella se deslizó para bajar de la valla y caminó hacia él.

—Creo que estaría bien que nos hiciéramos amigos —dijo—. No hay nadie más por aquí cerca.

Era una chica, decidió. Sin duda era una chica, pero no podría saber explicar por qué se sintió tan seguro de repente. Era más o menos de su misma estatura, aunque cuando la tuvo más cerca descubrió con satisfacción que no era tan alta.

—Me llamo Leslie Burke.

Para colmo tenía uno de esos estúpidos nombres que valen tanto para chicos como para chicas.

—¿Ocurre algo?

—¿Qué?

—Que si ocurre algo.

—Sí. No. —Señaló con el pulgar hacia su casa y luego se apartó el cabello de la frente—. Jess Aarons. (Qué lástima que la niña de May Belle no fuera del tamaño adecuado). Bueno, bueno. —Hizo un movimiento con la cabeza—. Hasta luego. —Volvió hacia su casa. Ya no podía correr más esa mañana. Mejor sería que ordeñara a
Miss Bessie
para quitarse aquello de encima.

—¡Oye! —Leslie estaba en pie, en mitad del campo de las vacas, la cabeza inclinada y las manos en las caderas—. ¿Adónde vas?

—Tengo trabajo —le gritó por encima del hombro. Cuando volvió más tarde con el cubo y la banqueta, la chica había desaparecido.

Capítulo 3
La chica más rápida de quinto

Jess no volvió a ver a Leslie Burke salvo desde lejos hasta el primer día de curso, el martes siguiente, cuando el señor Turner la trajo a la clase de quinto de la señora Myers en la Escuela Elemental de Lark Creek.

Iba vestida del mismo modo, con los desteñidos vaqueros cortados y la camiseta azul. La clase soltó un grito de sorpresa que sonó como el vapor que se escapa cuando se abre un radiador. Los otros estaban allí impecablemente vestidos con sus ropas de domingo. Hasta Jess tenía puestos sus únicos pantalones de pana y una camisa planchada.

Aquella reacción no pareció molestarla. Se quedó allí delante de todos, diciendo con los ojos: «Bueno, aquí estoy yo» en respuesta a las atónitas miradas, mientras la señora Myers correteaba por el aula buscando un sitio para un pupitre más. El aula era pequeña, estaba en un semisótano y sus cinco filas de seis pupitres cada una la llenaban por completo.

—Treinta y uno —mascullaba una y otra vez la señora Myers por encima de su doble papada—. Treinta y uno. Ninguno tiene más de veintinueve. —Por fin decidió colocar el pupitre contra la pared lateral, cerca de la puerta de delante—. Sólo por el momento, eh, Leslie. Es lo mejor que podemos hacer por ahora. Ya somos demasiados en esta aula. —Lanzó una significativa mirada al señor Turner, que salía en ese momento.

Leslie esperó en silencio hasta que el chico de séptimo que había sido enviado a traer el nuevo pupitre lo hubiera colocado con fuerza contra el radiador y debajo de la primera ventana. Después se dio la vuelta para seguir mirando a los chicos de la clase.

De repente, treinta pares de ojos se concentraron en las raspaduras de las tapas de los pupitres. Jess resiguió con el índice el corazón grabado con su par de siglas dentro, BR SK, intentando averiguar de quién había heredado el pupitre. Probablemente de Sally Koch. A las chicas les gustaban más esas tonterías de corazones que a los chicos. Además, BR debía de ser Billy Rudd, y se sabía que Billy miraba con ojos tiernos a Myrna Hauser la pasada primavera. También cabía la posibilidad de que esas siglas llevaran más tiempo allí, y en ese caso...

—Jesse Aarons, Bobby Greggs. Distribuid los libros de matemáticas, por favor. —Al pronunciar esas palabras, la señora Myers les obsequió con su famosa sonrisa del primer día de curso. Los de los últimos cursos decían que nadie había visto sonreír a la señora Myers salvo el primero y el último día de curso.

Jess se levantó y fue hacia adelante. Cuando pasó al lado del pupitre de Leslie ésta le sonrió y movió sus dedos en una especie de saludo. Le contestó con un movimiento de la cabeza. Sentía cierta lástima por ella. Debe de ser muy embarazoso estar sentada a la vista de todos con un vestido tan raro en el primer día de curso. Y para colmo no conocer a nadie.

Fue dejando caer un libro en cada pupitre, como le había mandado la señora Myers. Gary Fulcher le agarró del brazo al pasar.

—¿Vas a correr hoy?

Jess contestó afirmativamente con la cabeza. Gary le dirigió una presuntuosa sonrisa. «Cree que me puede, el muy estúpido.» Al pensarlo, algo dio un brinco en su interior. Fulcher podía creer que iba a ser el mejor porque ahora Peters estaba en sexto, pero él, Jess, pensaba dar al viejo Fulcher una
pequeñísssssima
sorpresa al mediodía. Era como si se hubiera tragado un saltamontes. Se sentía impaciente.

La señora Myers entregaba los libros como si fuera la presidenta de Estados Unidos, prolongando el procedimiento de la distribución con firmas y ceremonias sin sentido. A Jess se le ocurrió que quería retrasar el comienzo de las clases normales todo el tiempo que le fuera posible. Cuando terminó de distribuir los libros, Jess sacó a hurtadillas una hoja de cuaderno y se puso a dibujar. Le atraía la idea de hacer un libro entero con dibujos. Debía elegir un protagonista y hacer un cuento con él. Garabateó la figura de varios animales e intentó pensar en un título. Un buen título sería la mejor manera de empezar.
¿El hipo hechizado?
Sonaba bien.
¿Herby, el hipo hechizado?
Todavía mejor.
El caso del cocodrilo delincuente.
No estaba mal.

—¿Qué pintas? —Gary Fulcher se inclinaba sobre su pupitre.

Jess tapó la hoja con los brazos.

—Nada.

—Oh, venga. Déjame ver.

Jess movió negativamente la cabeza.

Gary intentó levantar la mano de Jess de la hoja.


El caso del cocodrilo delincuente.
Trae acá, Jess —susurró Gary con voz ronca—. No lo voy a estropear. —Tiraba del pulgar de Jess.

Jess cubrió la hoja con los brazos y hundió el talón de su playera en la punta del pie de Gary Fulcher.


¡Ayyy!

—¡Chicos! —El rostro de la señora Myers había perdido su encantadora sonrisa.

—Me ha pisado.

—Siéntate, Gary.

—Pero él...

—¡Siéntate! Jesse Aarons, si se te ocurre abrir la boca una vez más te pasarás el recreo aquí dentro copiando el diccionario.

La cara de Jess le ardía. Deslizó la hoja debajo de la tapa del pupitre e inclinó la cabeza. Un año entero de cosas por el estilo. Ocho años más así. No sabía si podría resistirlo.

Los niños tomaban el almuerzo sentados a sus pupitres. El condado llevaba veinte años prometiendo instalar un comedor en Lark Creek, pero daba la impresión de que nunca había dinero suficiente. Jess se anduvo con tanto cuidado para que no le quitaran el recreo que hasta masticó su bocadillo de salchichón con los labios apretados y los ojos fijos en el corazón con las iniciales. A su alrededor, los chicos cuchicheaban. No se debía hablar durante el almuerzo, pero era el primer día y hasta la Myers Boca de Monstruo echaba menos llamas el primer día.

—Ella come leche agria. —Dos asientos por delante de él estaba Mary Lou Peoples, que intentaba ser la segunda chica más presumida de la clase.

—Es yogur, estúpida. ¿No ves nunca la tele? —dijo Wanda Kay Moore, la más presumida, que se sentaba justamente delante de Jess.

—Qué porquería.

Cielos, ¿por qué no podían dejar en paz a la gente? ¿Y por qué demonios no podía comer Leslie Burke lo que le diera la gana?

Se olvidó de sus buenos propósitos de no hacer ruido al comer y comenzó a sorber la leche.

Wanda Moore se volvió, poniendo cara de melindrosa.

—Jesse Aarons. Haces un ruido repugnante.

La miró con cara de pocos amigos y volvió a hacer ruido.

—Eres repulsivo.

Rrrrrring.
El timbre del recreo. Dando alaridos, los chicos se empujaban unos a otros tratando de colocarse en primera posición delante de la puerta.

—Todos los niños volverán a sentarse en sus pupitres.

—Oh, Dios.

—Que las niñas se pongan en fila para salir al recreo. Las niñas primero.

Los chicos se removían en sus asientos como mariposas para salir de sus capullos. ¿No les dejarían salir nunca?

—Está bien, ahora vosotros... —No le dieron tiempo para que cambiara de opinión. Ya estaban en la mitad del campo antes de que pudiera terminar la frase.

Los dos primeros comenzaron a marcar la tierra con sus zapatos para dibujar la meta. Las pasadas lluvias habían formado surcos que, con la sequía del final del verano, se habían endurecido, así que las playeras no hacían mella en la tierra y tuvieron que trazar la meta con un palo.

Los chicos de quinto, pavoneándose por su nueva posición, mandaban a los de cuarto a hacer esto o aquello, mientras los chicos más pequeños intentaban mezclarse sin que se les notara mucho.

—Oíd, tíos, ¿cuántos vais a correr? —preguntó Gary Fulcher.

—Yo, yo, yo —gritaron todos.

—Sois demasiados. Fuera los de primero, los de segundo y también los de tercero, excepto quizá los primos Butcher y Timmy Vaugn. Los demás sólo vais a molestar.

Hubo caras largas, pero los pequeños se alejaron obedientes.

—Bien. Quedan veintiséis, veintisiete... Estaos quietos... Veintiocho. Son veintiocho, ¿no es cierto, Gregg? —preguntó Gary Fulcher a su sombra, Gregg Williams.

—Exacto, veintiocho.

—Vale. Ahora, primero las pruebas eliminatorias, como siempre. Divídelos en grupos de cuatro. Después correrá el primer grupo, luego el segundo.

—Ya sabemos, ya sabemos.

Todos estaban impacientes con Gary, que se esforzaba como loco por ser el Wayne Pettis de quinto.

Estaba deseando correr, pero no le molestó en absoluto poder comprobar si los otros habían progresado desde la primavera pasada. Fulcher, por supuesto, estaba en el primer grupo, ya que lo había organizado todo. Jess sonrió a espaldas de Fulcher y metió las manos en los bolsillos de sus pantalones de pana, deslizando el índice por un agujero.

Gary ganó con facilidad la primera carrera y todavía le quedó tiempo suficiente para mangonear la organización de la segunda. Algunos de los pequeños se alejaron para ir a jugar al Rey de la Montaña en la cuesta que había entre el campo de abajo y el de arriba. De reojo vio que alguien bajaba desde el campo de arriba. Le dio la espalda y fingió concentrarse en las estridentes órdenes de Fulcher.

—Hola. —Leslie Burke estaba a su lado.

Se alejó un poco.

—Hummm.

—¿No vas a correr?

—Más tarde. —Quizá si no la miraba volvería al campo de arriba, que era donde debía estar.

Gary dijo a Earle Watson que diera la señal para empezar. Jess les miró. No había nadie muy rápido en aquel grupo. Clavó la vista en los faldones de las camisas y las espaldas inclinadas.

En la meta comenzó una discusión entre Jimmy Mitchell y Clyde Deal. Todos fueron corriendo para ver. Jess sabía que Leslie Burke estaba a su lado, pero procuraba no mirar en su dirección.

—Clyde —Gary Fulcher declaró—: Fue Clyde.

—Fue un empate, Fulcher —protestó un chico de cuarto—. Yo estaba allí.

Jimmy Mitchell no quería ceder.

—He ganado, Fulcher. No lo podías ver desde dónde estabas.

—Fue Deal. —Gary ignoró las protestas—. Estamos perdiendo el tiempo. Tercer grupo. En fila. Ahora mismo.

Jimmy cerró los puños.

—No es justo, Fulcher.

Gary le dio la espalda y fue hacia la línea de partida.

—Déjales que corran los dos en las finales. ¿Qué más da? —dijo Jess en voz alta.

Gary se detuvo y se volvió para mirarle cara a cara. Fulcher lanzó una mirada feroz a Jess y luego a Leslie Burke.

—También —dijo con su empalagosa voz, llena de sarcasmo—, también querrás dejar correr a alguna chica.

La cara de Jess ardía.

—Claro —dijo audazmente—. ¿Por qué no? —Se volvió con lenta deliberación hacia Leslie—. ¿Quieres correr? —preguntó.

—Claro. —Ella sonrió—. ¿Por qué no?

—¿No tienes miedo de dejar correr a una chica, Fulcher?

Por un momento creyó que Fulcher iba a pegarle y se puso tenso. No podía dejar que Fulcher pensara que tenía miedo por un puñetazo en la boca. Pero en vez de eso, Gary comenzó a trotar y a dar órdenes al tercer grupo para que se alinearan.

—Puedes correr en el cuarto grupo, Leslie. —Lo dijo con voz lo bastante alta como para que Fulcher lo oyera y después puso su atención en los corredores. «Ves», se dijo a sí mismo, «puedes enfrentarte con un rastrero como Fulcher. Con toda facilidad.»

Bobby Miller venció en su grupo sin problemas. Era el mejor de cuarto curso, casi tan rápido como Fulcher. «Pero no tan bueno como yo», pensó Jess. Empezaba a animarse. Ningún compañero de su grupo iba a poder con él. De todos modos, sería mejor correr bien para dar a Fulcher un buen susto.

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