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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Tentación (31 page)

—¡No! —exclamo sin darme cuenta de que bromea.

—Dios… ¿alguna vez te relajas un poco? —Se echa a reír, descruza los brazos y se deja caer sobre el puf con estampado de leopardo, convertida en un remolino de cuero y encaje. Se alisa el vestido por delante y apoya la cabeza en la mano—. Podría ayudarle con lo de ser actor… está claro que tiene dificultades para conseguir los mejores papeles.

—¿Y durante cuánto tiempo? —La miro con expresión seria—. Créeme, Ever, incluso la gente de Hollywood se daría cuenta de que siempre tiene el aspecto de un chico de dieciocho años.

—Eso no le hizo ningún mal a Dick Clark.

La miro con recelo. No tengo ni idea de quién es ese.

—¿El adolescente más viejo de América? ¿El del programa de Noche Vieja?

Me encojo de hombros. No me suena de nada.

—Da igual, déjalo. —Se echa a reír y sacude la cabeza—. De cualquier forma, tengo la teoría de que hay muchos más como nosotros de los que creemos. Actores, supermodelos… En serio, ¿cómo explicas que algunos de ellos no cambien nunca?

—Suerte, buenos genes, cirugía plástica, y kilos y kilos de Photoshop. —Suelto una carcajada—. Así lo explico.

—Bueno, entre tú y yo: Roman no es muy generoso con los detalles. Se calla un montón de cosas.

¿No me digas?

—Una vez, cuando le pregunté cuántos como nosotros había por ahí y cómo se convirtió en inmortal, me dio la espalda y murmuró que eso era algo que solo él sabía y que el resto del mundo tendría que descubrir. Y por más que lo presiono, no suelta prenda. Repite lo mismo una y otra vez, hasta que me cabreo y lo dejo estar.

—¿Eso es lo que dice? —Intento ocultar sin demasiado éxito el tono alarmado de mi voz—. ¿Dice que eso es algo que solo él sabe y que el resto del mundo tendrá que descubrir? —No me gusta nada el matiz amenazador del comentario.

Haven me mira e intenta dar marcha atrás cuando ve mi expresión y escucha el tono de mi voz. Cuando intuye que ha hablado demasiado. Cuando recuerda que su lealtad ya no está conmigo, sino con Roman.

—Quizá dijo que yo tendría que descubrirlo, no sé. ¿No hay un refrán que dice algo parecido? —Alza uno de los hombros y empieza a enredar los dedos en el encaje de la manga—. Bueno, dejémoslo. Será mejor que no hablemos de Roman, porque como yo lo quiero y tú lo odias, para poder ser amigas tendremos que dejar el tema a un lado, ¿vale? Quedamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo.

Temas de conversación «no-Roman»… ¡Genial! Pero aunque eso es lo que pienso, lo que digo es del todo diferente.

—¿Lo quieres?

Haven me mira durante un buen rato antes de agachar la cabeza y responder.

—Sí. Lo quiero de verdad.

—¿Y el sentimiento es… recíproco? —inquiero.

Dudo mucho que Roman sea capaz de querer a nadie, sobre todo porque, según lo que he podido ver, nadie le ha enseñado a hacerlo, nadie le ha ofrecido un amor auténtico y duradero. Y resulta bastante difícil dar algo que uno nunca ha recibido. Ni siquiera lo que sentía por Drina era amor. No era verdadero amor, sino más bien una obsesión por algo que estaba fuera de su alcance, un objeto brillante que deseaba pero que jamás podía tocar.

Y es eso mismo lo que Roman quiere que Damen y yo experimentemos. Pero no lo conseguirá. Con o sin el antídoto, esa es una batalla que no conseguirá ganar. Lo que Damen y yo compartimos es mucho más profundo que eso.

—¿Sinceramente? —Me mira a los ojos—. No lo sé, la verdad, pero si tuviera que apostar diría que no, que no me quiere en absoluto. Sé que guarda sus sentimientos bajo llave y que por lo general finge no tener ninguno… Pero a veces… a veces, cuando le da lo que yo llamo el «rollo chungo», se encierra en su habitación y no ve ni habla con nadie en muchas horas… Y bueno, la verdad es que no tengo ni idea de lo que hace allí. Y aunque intento respetarlo, aunque intento dejarle su espacio, debo admitir que siento mucha curiosidad. Supongo que si seguimos juntos el tiempo suficiente, al final aprenderá a confiar en mí, me dejará entrar y… —se encoge de hombros— cambiará todo.

Me asombra ver lo tranquila que está. Parece muchísimo más segura de sí misma que antes.

Clava la vista en uno de los desgarros estratégicos de los leggins que lleva por debajo del vestido y mete los dedos en uno de los agujeros.

—¿Sabes, Ever? En todas las relaciones siempre hay alguien que quiere más, ¿no te parece? La última vez, con Josh, le tocó a él. Me quería mucho más que yo a él. ¿Sabías que cuando rompimos me compuso una canción para intentar recuperarme? —Arquea una ceja y sacude la cabeza—. La verdad es que era bastante buena, y me sentí muy halagada… Pero ya era demasiado tarde. Ya estaba coladita por Roman… y en esta relación está claro que soy yo la que quiere más. Él sale conmigo y lo pasamos bien; no es que haya otra chica de por medio ni nada de eso… bueno, ninguna aparte de ti, claro… —Me mira con los párpados entornados, de una forma que me intimida un poco, pero se echa a reír de repente y hace un gesto despreocupado con la mano—. Pero la cuestión es que sin importar lo que uno piensa, sin importar cómo se vea desde fuera, los sentimientos nunca son los mismos. La cosa no funciona así. Siempre hay un perseguido y un perseguidor, un ratón y un gato. Siempre es así. De modo que dime, Ever, ¿quién quiere más en tu relación?, ¿Damen o tú?

La pregunta me pilla desprevenida, aunque era bastante obvio que llegaría. No obstante, cuando veo que me mira con la cabeza ladeada, retorciéndose un mechón de pelo con los dedos mientras aguarda mi respuesta, acabo por murmurar un montón de idioteces cuya conclusión final es la siguiente:

—Bueno… no lo sé. En realidad nunca me he parado a pensarlo. Lo que quiero decir es que nunca me he fijado, así que…

—¿De verdad? —Se tumba de espaldas y clava la vista en el techo lleno de pegatinas de estrellas, que sé por experiencia que brillan en la oscuridad—. Bueno, pues yo sí me he fijado —asegura sin apartar los ojos de la constelación de lo alto—. Y, por si quieres saberlo, es Damen, no tú. Es Damen quien quiere más en tu relación. Haría cualquier cosa por ti. Tú solo te dejas llevar.

Capítulo treinta y dos

D
esearía poder decir que las palabras de Haven no me preocuparon. Que fui capaz no solo de refutarlas, sino también de exponer un argumento tan convincente que ella no tardó en cambiar de opinión. Pero lo cierto es que no hice ni dije nada. Me limité a encogerme de hombros y a fingir que todo aquello era una bobada mientras ella programaba una serie de canciones en el iPod que yo nunca había escuchado antes de grupos que ni siquiera sabía que existían. Hojeamos unas cuantas revistas juntas, como solíamos hacer a menudo en los viejos tiempos. Pero solo en apariencia. Por dentro, las dos sabíamos perfectamente que las cosas no eran ni de lejos parecidas.

Después de marcharme, cuando ya estaba en casa de Damen, las palabras de Haven no dejaban de repetirse en mi cabeza. Me preguntaba una y otra vez quién quería más. Y, para ser sincera, hoy me ocurre lo mismo. No he dejado de preguntármelo mientras desayunaba con Sabine, mientras colocaba las estanterías y hacía caja en la tienda. ¿Quién quiere más?, ¿él o yo? A pesar de las tres citas que «Avalon» tenía en su agenda, incluyendo la que estoy a punto de concluir, la cuestión resuena sin cesar en mi cabeza.

—Vaya… eso ha sido… —La mujer me mira con los ojos llenos de asombro—. Ha sido absolutamente extraordinario. —Sacude la cabeza y coge el bolso. Su rostro muestra una expresión en la que se mezclan la excitación, las dudas y el deseo de creer… La expresión habitual después de las sesiones.

Asiento y sonrío con amabilidad mientras recojo las cartas del tarot y las extiendo sobre la mesa para el bien del espectáculo, ya que el gesto no tiene otra finalidad. Resulta más fácil tener ciertos apoyos o herramientas; las cosas resultan más distantes y desapegadas de esa forma. La mayoría de la gente se asusta bastante ante la idea de que alguien sea capaz de colarse en su cabeza y escuchar todos sus pensamientos más secretos, y mucho más cuando se enteran que un breve contacto basta para revelar una larga y compleja historia de sucesos.

—Es solo que… que eres mucho más joven de lo que me esperaba. ¿Desde cuándo haces esto? —pregunta al tiempo que se cuelga el bolso del hombro y me estudia con la mirada.

—Los poderes psíquicos son un don —respondo, a pesar de que Jude me pidió con claridad que no dijera eso, ya que podría desalentar a potenciales alumnos para sus clases de Desarrollo Psíquico. No obstante, el curso parece haberse reducido a las clases con Honor, así que no creo que el comentario haga mucho daño—. No tienen límite de edad —añado mientras la animo mentalmente a dejar de mirarme con la boca abierta y a seguir su camino. Tengo planes, sitios a los que ir. Tengo la tarde planeada al minuto, y si se demora mucho más, echará al traste mi agenda. Sin embargo, al ver que empieza a aparecer cierto matiz de escepticismo en su mirada, añado—: Esa es la razón de que los niños se lo tomen con tanta naturalidad. Ellos estan abiertos a todas las posibilidades. Es solo más tarde, al ver que la sociedad desprecia este tipo de cosas, cuando el deseo de ser aceptados hace que se cierren en banda a este tipo de cosas. ¿Y usted? ¿No tenía un amigo imaginario cuando era niña? —Sé que lo tuvo porque lo vi en cuanto la toqué.

—¡Tommy! —exclama. Se cubre la boca con la mano, asombrada de que yo sepa eso y sorprendida por haberlo admitido en voz alta.

Esbozo una sonrisa.

—Era muy real para usted, ¿verdad? La ayudó a superar épocas muy difíciles.

La mujer me mira con los ojos abiertos como platos y sacude la cabeza.

—Sí —me dice—. Él… Bueno, yo tenía pesadillas. —Alza los hombros y mira a su alrededor, como si la avergonzara confesar esas cosas—. Cuando mis padres se divorciaron… bueno, el ambiente estaba muy tenso económica y emocionalmente hablando, y fue entonces cuando apareció Tommy… Me prometió que me ayudaría a superarlo, que mantendría a todos los monstruos a raya… y lo hizo. Creo que dejé de verlo más o menos cuando cumplí…

—Diez años. —Me levanto de la silla, una indicación visual de que la sesión ha terminado y de que ella debería hacer lo mismo—. Si le digo la verdad, era usted algo mayor que la mayoría, pero como vio que ya no lo necesitaba, él… se marchó. —Hago un gesto afirmativo con la cabeza, abro la puerta y le señalo el pasillo para que pueda salir, pasar por caja y pagar.

Sin embargo, la mujer en lugar de dirigirse a la caja, se da la vuelta y me dice:

—Tienes que conocer a una amiga mía. En serio. Va a alucinar. No cree en estas cosas; de hecho, se ha burlado de mí por venir aquí. Pero hemos quedado para cenar más tarde, una doble cita a ciegas, y bueno… —Consulta su reloj y hace una mueca—. En realidad ya deberían estar aquí.

—Me encantaría conocerla. —Sonrío como si fuera verdad—. Pero tengo que marcharme y…

—¡Ay, ya han llegado! ¡Perfecto!

Suspiro y bajo la vista al suelo. Desearía poder utilizar los poderes de manifestación para que la gente pagara y desapareciera… o al menos esta señora.

Tengo la impresión de que mis planes van a retrasarse aún más, pero no me doy cuenta de cuánto hasta que veo que la señora se lleva las manos a la boca y grita:

—¡Sabine! ¡Ven aquí! ¡Quiero presentarte a alguien!

Me quedo helada. Congelada, petrificada y paralizada. Tan fría como el iceberg que hundió el Titanic.

Y sin que pueda evitarlo, sin que pueda hacer nada para impedirlo, Sabine empieza a avanzar hacia mí. Al principio no me reconoce, y no porque lleve puesta la peluca negra, porque no la llevo (la descarté hace mucho, cuando decidí que hacía que Avalon pareciera un bicho raro), sino porque soy la última persona a quien espera encontrarse. De hecho, aún parpadea cuando se sitúa delante de mí con Muñoz a su lado, quien, por cierto, parece tan aterrado como yo.

—¿Ever? —Sabine me mira como si acabara de despertarse de un sueño muy profundo—. ¿Qué…? —Sacude la cabeza para despejarse un poco y empieza otra vez—. ¿Qué demonios haces aquí? No lo entiendo.

—¿Ever? —Su amiga nos mira con los ojos entornados, recelosa—. Pero… pero creí que habías dicho que te llamabas Avalon…

Respiro hondo y asiento con la cabeza, porque sé que todo está perdido. Mi vida de secretos y mentiras ha acabado en esto.

—Y me llamo Avalon —replico, evitando la mirada de Sabine—. Pero también Ever. Todo depende.

—¡¿De qué depende?! —chilla mi dienta, que parece sentirse de lo más ofendida. Su aura empieza a flamear de repente, lo que indica que duda no solo de mí, sino también de todo lo que le he contado durante la última hora. Da igual lo precisas que hayan sido mis predicciones—. Pero ¿quién narices eres tú? —inquiere. Me mira como si se planteara denunciarme; aún no se ha decidido, pero cree que alguien debería hacerlo, sin duda.

Sin embargo, Sabine sigue con lo suyo.

—Ever es mi sobrina —señala con su voz pausada y tranquila de abogada—. Y, al parecer, tiene muchas cosas que explicar.

Y justo cuando estoy a punto de hacerlo… bueno, en realidad «explicar» no es la palabra más adecuada, ya que en realidad no voy a darle las respuestas que busca… Aun así, cuando estoy a punto de decir algo para calmar los ánimos y acabar con esto, aparece Jude y dice:

—¿La sesión ha ido bien?

Miro a la dienta, a la amiga de Sabine, porque sé que gracias a la meditación purificadora de Ava mi energía está tan limpia y tan incrementada que he hecho una de las mejores predicciones de mi vida… Y aun así no he logrado predecir esto. No obstante, también veo que ella no quiere pagar ahora que me toma por la sobrina delincuente de su amiga, la chica que se hace llamar Avalon, la Médium de las Sombras. Así que no le doy la oportunidad de abrir la boca.

—No te preocupes, déjame esto a mí —le digo a Jude. Él nos mira a todos con recelo, pero asiento con firmeza y añado—: En serio. No te preocupes. Yo me encargaré de todo.

Y aunque eso parece tranquilizar a la dienta y mantener a raya a Jude, no ocurre lo mismo con Sabine. Su aura se ha convertido en un torbellino, y sus ojos me miran con dureza.

—¿Ever? ¿No tienes nada que decir en tu favor?

Respiro hondo y me enfrento a su mirada. Sí, tengo muchas cosas que decir, pero no aquí ni ahora. ¡Tengo que estar en otro lugar!

Y justo cuando pienso decirlo en voz alta, aunque de un modo más amable para no cabrearla más de lo que ya lo está, Muñoz acude en mi ayuda y suelta:

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