También, si Hummin no se hubiera entrometido, él estaría de regreso en Helicón. Vigilado, desde luego, aunque caliente y cómodo. Ahora, eso era lo único que deseaba: calor y comodidad.
De momento, sólo podía esperar. Se agachó aun sabiendo que, por larga que fuera la noche, no se atrevería a dormir. Se descalzó y se frotó los helados pies. Rápidamente, volvió a ponerse los zapatos.
Sabía que tendría que repetir esa operación varias veces, así como restregarse manos y orejas durante toda la noche para activar la circulación. Pero lo más importante que necesitaba recordar era que no debía dormirse. Significaría su muerte.
Después de pensar con sumo cuidado en todo ello, los ojos se le cerraron y el sueño lo venció mientras la nieve iba cayendo sobre él, cubriéndolo.
Leggen, Jenarr. – … Su contribución a la meteorología, aunque considerable, palideció, ante lo que se conoce desde entonces como la Controversia Leggen. Que sus actos pusieron a Hari Seldon en peligro es indiscutible, pero persiste el argumento, y siempre ha estado presente, de si aquellos actos fueron provocados por circunstancias no intencionadas o formaban parte de una conspiración deliberada. Las pasiones ardieron en ambos lados, e incluso los más minuciosos estudios no han llegado a conclusiones definitivas. Sin embargo, las sospechas que se alzaron ayudaron a envenenar la carrera y la vida privada de Leggen en los años subsiguientes…
Enciclopedia Galáctica
La luz del día no había desaparecido del todo, cuando Dors Venabili fue en busca de Jenarr Leggen. Éste respondió a su angustiado saludo con un gesto y un gruñido.
–Bien -dijo con cierta impaciencia-. ¿Cómo anduvo?
Leggen, que estaba introduciendo datos en su computadora, repitió:
–¿Cómo anduvo quién?
–Mi estudiante de la biblioteca, Hari. El doctor Hari Seldon. Subió contigo. ¿Te sirvió de algo?
Leggen apartó las manos de las teclas de su computadora y giró en redondo.
–¿Ese sujeto de Helicón? No me sirvió de nada. No demostró el mejor interés. Permaneció mirando el panorama en un lugar donde no existe panorama que mirar. Un tipo raro en verdad. ¿Por qué te empeñaste en enviármelo?
–No fue idea mía. Él quería ir. No lo comprendo. Parecía muy interesado… ¿Dónde está ahora?
Leggen se encogió de hombros.
–¿Cómo quieres que yo lo sepa? Por alguna parte.
–¿Adónde fue después de bajar contigo? ¿Te lo dijo?
–No bajó con nosotros. Te repito que nada de aquello le interesaba.
–Entonces, ¿cuándo bajó?
–Lo ignoro. Yo no lo vigilaba; tenía muchísimo que hacer. Hace un par de días debió estallar un temporal de viento o caer algún chaparrón fuerte, algo inesperado. Nada de lo que registraron nuestros instrumentos ofrecía una explicación lógica de aquello o de por qué el sol que se esperaba hoy no apareció. Ahora, estoy tratando de encontrarle sentido y tú me estás molestando.
–¿Quieres decir que no le viste bajar?
–Mira. No pensaba en él. El muy idiota ni siquiera iba correctamente vestido y pude darme cuenta de que, al cabo de media hora, no resistiría el frío… Entonces, le hice ponerse uno de mis jerseys, aunque no iba a servirle de gran cosa para las piernas y los pies. Así que le dejé el ascensor abierto y le expliqué que éste lo llevaría abajo y luego subiría automáticamente. Todo era muy sencillo. Estoy seguro de que sintió frío y bajó; después, el ascensor volvió a subir y, más tarde, todos los demás descendimos juntos.
–Pero no sabes con exactitud en qué momento bajó.
–No, no lo sé. Ya te lo he dicho. Estaba ocupado. Desde luego, no se encontraba con nosotros cuando bajamos. La noche empezaba a caer y, además, amenazaba cellisca. Así que debió haber bajado.
–¿Lo vio alguien más?
–No lo sé. Tal vez Clowzia. Estuvo un momento con él. ¿Por qué no se lo preguntas a ella?
Dors encontró a Clowzia en su habitación. En aquel momento salía de tomar una ducha caliente.
–Hacía mucho frío allá arriba -comentó.
–¿Estuviste con Hari Seldon
Arriba
? – preguntó Dors
Clowzia levantó las cejas.
–Sí, un momento -contestó-. Quería darse un paseo y se interesaba por la vegetación de
Arriba
. Es un chico muy agudo, Dors. Todo parecía interesarle, así que le fui contando lo que pude hasta que Leggen me llamó. Estaba de un humor de mil diablos. El tiempo no se comportaba como él deseaba y…
–Entonces, ¿no viste a Hari bajar en el ascensor? – la interrumpió Dors.
–No le volví a ver después de que Leggen me llamara… Pero tiene que estar aquí abajo. No se encontraba arriba cuando nos fuimos.
–Lo he buscado por todas partes.
Clowzia pareció turbada.
–No. No tiene por qué estar en algún lugar de aquí abajo -insistió Dors cada vez más angustiada-. ¿Y si sigue aún
Arriba
?
–Es imposible. No estaba allí. Desde luego, le buscamos antes de bajar. Leggen le había explicado cómo usar el ascensor. No iba vestido adecuadamente y el tiempo era espantoso. Leggen le advirtió que si tenía frío, no nos esperara. Y tenía frío. ¡Lo sé! Entonces, ¿qué otra cosa podía hacer sino bajar?
–Pero nadie lo vio… ¿Le ocurrió algo allá arriba?
–Nada. No mientras estuvo conmigo. Se hallaba perfectamente bien…, excepto que debía sentir frío, claro está.
–Puesto que nadie lo vio bajar, es probable que siga arriba. ¿No deberíamos ir en su busca? – preguntó Dors, ya inquieta de verdad.
–Ya te he dicho que eché una mirada antes de bajar -comentó Clowzia, nerviosa-. Había bastante luz aún y no se le veía por parte alguna.
–De todos modos, busquémosle.
–Pero yo no puedo llevarte arriba. Sólo soy una interna y no conozco la combinación para abrir la cúpula de
Arriba
. Tendrás que pedírselo al doctor Leggen.
Dors Venabili sabía que Leggen no subiría en ese momento de buen grado. Tendría que obligarle.
Primero volvió a comprobar en la biblioteca y las áreas de alimentación. Luego, llamó a la habitación de Seldon.
Finalmente, subió y golpeó la puerta con los nudillos. Al no obtener respuesta, buscó al encargado de planta para que la abriera. Allí no estaba. Interrogó a los que le habían conocido las semanas anteriores. Ninguno de ellos le había visto.
Bien, obligaría, pues, a Leggen a que la condujera
Arriba
. Pero ya era de noche. Él comenzaría a protestar violentamente y, ¿cuánto tiempo podía permitirse perder en discutir con él si Hari Seldon había quedado atrapado arriba, en una noche glacial durante la cual el agua se transformaba en nieve?
Se le ocurrió una idea y fue corriendo a la pequeña computadora de la Universidad, que estaba siempre al tanto del paradero de los estudiantes, profesores y personal de servicio.
Sus dedos volaron sobre las teclas y no tardó en encontrar lo que buscaba.
Había tres de ellos en otra parte del campus. Firmó para conseguir un pequeño deslizador que la trasladara a ese lugar y no tardó en encontrar el domicilio que buscaba. Seguro que uno de ellos estaría disponible…, o resultaría disponible…, o resultaría fácil de localizar.
La suerte la acompañó. En la primera puerta a la que llamó le contestaron con una luz de indagación. Marcó su número de identificación, que también incluía su departamento y filiación. La puerta se abrió y un hombre de mediana edad, algo grueso, se le quedó mirando. Debía de haber terminado de lavarse para cenar. Sus cabellos rubios estaban desordenados y no llevaba puesto nada de cintura para arriba.
–Lo siento -se excusó-. Me pilla en mal momento. ¿Qué puedo hacer por usted, doctora Venabili?
–Es usted Rogen Benastra -preguntó ella atropelladamente-, el jefe de sismología, ¿verdad?
–Sí.
–Se trata de una urgencia. Debo ver las fichas sismológicas de las últimas horas de
Arriba
.
Benastra se la quedó mirando.
–¿Por qué? Allí no ha ocurrido nada. Yo lo sabría. El sismólogo nos informaría.
–No estoy hablando del impacto de ningún meteorito.
–Ni yo tampoco. No necesitamos un sismógrafo para ello. Estoy refiriéndome a arenillas, pequeñas fracturas. Hoy no ha ocurrido nada de eso.
–Tampoco se trata de eso. Por favor. Lléveme a donde se encuentra el sismógrafo y léamelo. ¡Es cuestión de vida o muerte!
–Tengo una cita para cenar.
–¡Le he dicho vida o muerte, y lo digo en serio!
–No veo… -empezó Benastra, pero calló ante la mirada de Dors. Se secó el rostro, dejó un pequeño mensaje y se puso una camisa.
Fueron medio corriendo (impulsados por una Dors sin piedad) al pequeño Edificio de Sismología. Dors, que no entendía nada, preguntó:
–¿Hacia abajo? ¿Por qué descendemos?
–Vamos a ir por debajo de los niveles habitados. Claro. El sismógrafo debe estar fijado a la roca, lejos del clamor y la vibración de los niveles de la ciudad.
–Pero, ¿cómo puede indicar lo que ocurre en
Arriba
desde aquí?
–El sismógrafo está conectado por cable a unos transductores de presión colocados en el espesor de la cúpula. El impacto de un grano de arena mandará cruzar la pantalla al indicador. Podemos detectar el efecto aplastante de un vendaval contra la cúpula, podemos…
–Sí, sí -exclamó Dors, impaciente. No había acudido a él para que le diera una conferencia sobre las virtudes y el refinamiento de los instrumentos-. ¿Puede detectar pisadas humanas?
–¿Pisadas humanas?
Arriba
no es probable -respondió, y parecía desconcertado.
–Claro que es probable. Esta tarde había un grupo de meteorólogos
Arriba
.
–Oh, bien, pero los pasos casi no se notarían.
–Se notarían si usted se fijara bien en ellos y eso es lo que quiero que haga.
La firme nota de autoridad en la voz de Dors pudo haber molestado a Benastra, pero, si ocurrió así, no dijo nada. Apretó un botón, y la pantalla de la computadora despertó.
En el extremo derecho del centro podía observarse un rápido punto de luz del que salía una línea horizontal que llegaba hasta el límite izquierdo de la pantalla. Había un ligero temblor en ella, una serie de pequeños sobresaltos al azar, que se movían, con firmeza, hacia la izquierda. Su efecto sobre Dors era casi hipnótico.
–Hay la máxima tranquilidad que puede haber -comentó Benastra-. Cualquier cosa que vea es el resultado, por arriba, del cambio de presión del aire, de gotas de lluvia quizás, el zumbido distante de motores.
Arriba
no hay nada fuera de lo normal.
–Está bien, ¿y hace unas horas? Compruebe lo marcado a las quince de hoy, por ejemplo. Seguro que debe de haber algún dato.
Benastra dio las correspondientes instrucciones a la computadora y el caos más absoluto se hizo en la pantalla durante unos segundos. Luego, todo movimiento cesó, y la línea horizontal volvió a aparecer.
–La sensibilizaré al máximo -murmuró Benastra. Ahora se notaban sacudidas pronunciadas que, mientras desaparecían a trompicones hacia la izquierda, cambiaron marcadamente de forma.
–¿Qué es eso? – preguntó Dors-. Explíquemelo.
–Como me ha dicho que hubo gente arriba, Venabili, yo diría que son pasos…, el desplazamiento de un peso, el impacto de unos zapatos. No sé lo que yo hubiera supuesto de no haber sabido lo de la gente que ha subido hoy. Es lo que solemos llamar una vibración benigna, no asociada con algo que sabemos que es peligroso.
–¿Puede decirme cuántas personas había?
–Desde luego, no a primera vista. Verá, lo que obtenemos aquí es el resultado de todos los impactos.
–Ha dicho: «no a primera vista». ¿Puede analizarse el resultado en componentes por medio de la computadora?
–Lo dudo. Éstos son efectos mínimos y hay que contar con el ruido inevitable. Los resultados no serían fiables.
–Bien. Adelante, hasta que las indicaciones de pasos cesen. ¿Puede usted forzar el «avance», por decirlo de alguna manera?
–Si lo hago, el tipo de avance de que me habla resultará un borrón que pasará a formar una línea recta con una ligera sombra por encima y por debajo. Lo que puedo hacer es avanzar hacia delante por etapas de quince minutos y estudiar los resultados rápidamente, antes de que desaparezcan.
–Bien. ¡Hágalo!
Ambos contemplaron la pantalla.
–Ya no hay nada, ahora. ¿Lo ve? – comentó Benastra.
Volvía a aparecer una línea con sólo pequeños sobresaltos de ruido.
–¿Cuándo cesaron los pasos?
–Hace dos horas. Quizás un poco más.
–Y cuando cesaron, ¿había menos que antes?
Benastra pareció vagamente molesto.
–No podría decírselo. No creo que el más minucioso análisis pudiera decidirlo con certeza.
Dors apretó los labios; luego, insistió:
–¿Está probando con un transductor…, es así como le ha llamado, cerca de la estación meteorológica?
–Sí, porque ahí es donde están los instrumentos y donde supongo estarían los meteorólogos. – Y como si le resultara increíble-. ¿Quiere que intente por los alrededores? ¿De uno en uno?
–No. Siga donde está. Pero manténgase avanzando de quince en quince minutos. Alguien puede haberse rezagado y tratado de regresar junto a los instrumentos.
Benastra sacudió la cabeza y masculló algo entre dientes. La pantalla volvió a cambiar.
–¿Y eso qué es? – exclamó Dors, señalando con el dedo.
–No lo sé. Ruido.
–No. Es un movimiento periódico. ¿No podrían ser los pasos de una sola persona?
–Sí, pero también podrían ser un montón de cosas más.
–Está acercándose al ritmo de pasos humanos, ¿no es verdad? – Y pasado un instante, ordenó-: Adelántelo un poco.
Lo hizo, y cuando la pantalla se normalizó, Dors preguntó:
–¿No están aumentando esas irregularidades?
–Es posible. Podemos medirlas.
–No tenemos que hacerlo. Ya ve que lo están haciendo. Los pasos se van acercando al transductor. Vuelva a adelantar. Vea cuándo cesan.
–Han cesado hace veinte o veinticinco minutos -comentó Benastra poco después, y añadió, cauteloso-: Sea lo que sea.
–Pasos -aseguró Dors, firme en su convicción-. Hay un hombre ahí arriba y mientras usted y yo hemos estado jugando aquí, él se ha derrumbado, va a congelarse y morirá. ¡Por favor, no me diga «Sea lo que sea»! Llame a meteorología y consígame a Jenarr Leggen. Ya le he dicho que era cuestión de vida o muerte. ¡Llame!