–Nunca he visto las estadísticas… -empezó Seldon.
–Te doy mi palabra. Es importante que los funcionarios imperiales tengan una base común, un sentimiento especial por el Imperio. Y no todos pueden ser nativos de Trantor, o los de los mundos exteriores se impacientarían. Por esta razón, Trantor debe atraer millones de forasteros para educarse aquí. No importa de dónde procedan, o cuál sea su acento o su cultura, siempre y cuando adquieran la pátina de Trantor y se identifiquen con el ambiente educativo trantoriano. Esto es lo que mantiene unido al Imperio. Los de los Mundos Exteriores se muestran menos impacientes también cuando una proporción notable de los administradores que representan al Gobierno Imperial son de los suyos por nacimiento y crianza.
Seldon volvió a sentirse turbado. Aquello era algo en lo que nunca había pensado, ni por lo más remoto. Se preguntó si alguien podía ser un gran matemático, si lo único que conocía eran las matemáticas.
–¿Es esto del dominio público? – observó.
–Supongo que no -contestó Dors después de pensarlo-. Hay tanto que aprender que los estudiosos se aferran a su especialidad como a un escudo para evitar tener que aprender más sobre cualquier otra cosa. Tratan de no ahogarse.
–Sin embargo, tú sí lo sabes.
–Pero es que eso entra en mi especialidad. Soy una historiadora que trata del nacimiento del Trantor Real y esta técnica administrativa fue uno de los medios de que Trantor se sirvió para extender su influencia, y, así, lograr la transición del Trantor Real al Trantor Imperial.
Seldon, como si hablara consigo mismo, musitó:
–Qué dañino es el exceso de especialización. Recorta el conocimiento en millones de puntos y lo deja desangrarse.
–¿Y qué podemos hacer? – Dors se encogió de hombros-. Mira, si Trantor atrae forasteros a sus universidades, tiene que darles algo a cambio de desarraigarles de sus mundos y llevarles a otro extraño, con una estructura increíblemente artificial y modos de vida diferentes. Llevo dos años aquí y todavía no me he acostumbrado. Puede que nunca me acostumbre. Pero, desde luego, no pienso ser administradora, así que no me esfuerzo en sentirme trantoriana.
»Y lo que Trantor ofrece a cambio no sólo es la promesa de un puesto de gran
status
, considerable poder y dinero, por supuesto, sino también libertad. Mientras los estudiantes reciben su educación, son libres para denunciar al Gobierno, manifestarse pacíficamente y descubrir sus propias teorías y puntos de vista. Disfrutan con eso y pueden venir aquí para poder experimentar la sensación de libertad.
–Imagino -observó Seldon- que también sirve para aliviar las tensiones. Se desprenden de sus resentimientos, disfrutan de la satisfacción afectada de un joven revolucionario y cuando les llega el momento de ocupar su puesto en la jerarquía imperial, están listos para aceptar prometiendo conformidad y obediencia.
Dors asintió.
–Puede que tengas razón. En todo caso, el Gobierno, por todas esas razones, mantiene, con exquisito cuidado, la libertad en las universidades. No se trata de ser indulgente…, sólo inteligente.
–Y si no piensas en ser administradora, Dors, ¿qué vas a ser?
–Historiadora. Enseñaré, utilizaré mis propios libro-películas para la programación.
–Pero, poco
status
, ¿verdad?
–Y poco dinero también, Hari, que es más importante. Respecto del
status
, es el tipo de estira y afloja que deseo evitar. He visto a mucha gente muy bien situada, pero todavía no he visto a nadie feliz. El
status
no se mantiene quieto, hay que luchar a cada momento para impedir que se hunda. Incluso los emperadores acaban mal la mayor parte de las veces. Algún día, puede que regrese a Cinna y sea profesora.
–Y tú educación trantoriana te dará el
status
.
Dors se echó a reír.
–Puede que sí, aunque, ¿a quién le importará en Cinna? Es un mundo aburrido, y siempre podré conseguir una subvención para venir aquí o ir allá a fin de llevar a cabo algo de investigación histórica. Ésta es la ventaja de mi especialidad.
–Por el contrario, un matemático -dijo Seldon con un deje de amargura por algo que hasta entonces no le había preocupado- se supone que debe sentarse ante su computadora y pensar. Y hablando de computadoras… -Vaciló. El desayuno había terminado y tuvo la impresión de que ella tendría mil cosas que atender. Mas no parecía tener mucha prisa por marcharse.
–¿Sí? Hablando de computadoras, ¿qué?
–¿Crees que conseguirías permiso para utilizar la biblioteca de Historia?
Ahora ella fue quien vaciló.
–Creo que podrá arreglarse. Si trabajas en programación matemática se te considerará, probablemente, como un casi miembro de la facultad, y yo puedo solicitar que se te conceda permiso. Sólo…
–Sólo…, ¿qué?
–No querría herir tus sentimientos, pero eres un matemático y dices que no sabes nada de historia. ¿Serás capaz de hacer uso de una biblioteca de Historia?
Seldon sonrió.
–Supongo que se utilizan computadoras muy parecidas a las que hay en la biblioteca de Matemáticas.
–En efecto, pero la programación para cada especialidad tiene sus peculiaridades. Desconoces los libro-películas de referencia, los métodos rápidos de selección y rechazo. Puedes ser capaz de encontrar un intervalo hiperbólico a oscuras…
–¿Te refieres a un hiperbólico integral? – interrumpió Seldon a media voz.
Dors lo ignoró.
–Pero tal vez no sepas cómo encontrar los términos del Tratado de Poldark en menos de día y medio.
–Supongo que puedo aprender.
–Si…, si… -parecía turbada-. Si quieres, puedo hacerte una sugerencia. Doy una clase semanal, una hora diaria, sin puntuación, sobre el empleo de la biblioteca. Es para los no graduados. ¿Considerarías lesivo para tu dignidad asistir a dicha clase…, con los no graduados, quiero decir? Empieza dentro de tres semanas.
–Podrías darme clases particulares. – Seldon se sorprendió del tono sugerente que observó en su propia voz. A ella no se le escapó.
–Claro que podría, pero creo que te irá mejor una clase colectiva. Utilizaremos la biblioteca, ¿comprendes?, y al final de la semana se te pedirá que localices información sobre determinados temas de interés histórico. Competirás con los otros estudiantes continuamente y eso te ayudará a aprender. Las clases particulares serían menos eficientes, te lo aseguro. No obstante, comprendo la dificultad de competir con los jóvenes estudiantes. Si no lo haces tan bien como ellos puedes sentirte humillado. Deberás recordar que ellos han estudiado Historia elemental y tú tal vez no.
–No. Nada de «tal vez». Pero no temo a la competencia y no me importará ninguna humillación que pueda presentarse…, si consigo aprender los trucos del juego de la referencia histórica.
Resultaba claro para Seldon que la joven empezaba a gustarle y que le encantaba la posibilidad de ser enseñado por ella. También se daba cuenta de que había llegado, mentalmente, a un punto crucial.
Había prometido a Hummin intentar sacar una psicohistoria práctica, pero ésa había sido una promesa de la mente y no de los sentidos. Ahora, estaba decidido a agarrar la psicohistoria por el cuello, si fuera preciso, a fin de hacerla práctica. Tal decisión era debida, quizás, a la influencia de Dors Venabili.
¿O acaso Hummin había contado con ello? Hummin, decidió Seldon, podía ser una persona formidable en verdad.
Cleon I había terminado la cena que, por desgracia, había sido una formal ceremonia estatal. Esto significaba que debía dedicar su tiempo a varios funcionarios, a ninguno de los cuales conocía ni le interesaba, hablándoles con frases previstas para darle un impulso a cada uno y, así, activar su lealtad hacia la Corona. También significaba que la cena le había llegado tibia y enfriado aun más antes de que pudiera empezar a comerla.
Tendría que encontrar algún medio de evitar algo así. Comer antes, tal vez, solo o con dos o tres íntimos con quienes podría sentirse relajado y asistir luego al banquete oficial en el que le sirvieran, simplemente, una pera importada. Le encantaban las peras. Sin embargo, de hacer eso ofendería a los invitados que tomarían la negativa del Emperador a comer como un insulto premeditado.
Su esposa, desde luego, era una nulidad a ese respecto porque su presencia no haría sino exacerbar su infelicidad. Se había casado con ella por ser miembro de una poderosa familia disidente, de la que cabía esperar que enterrara la disidencia como resultado de la unión, aunque Cleon esperaba con devoción que ella, por lo menos, no lo hiciera. Estaba perfectamente satisfecho de permitir que viviera su propia vida en sus habitaciones excepto por los necesarios esfuerzos para conseguir un heredero, porque, a decir verdad, no le gustaba nada. Y ahora que el heredero ya había llegado, podía ignorarla por completo.
Masticó una de las nueces de un puñado que había cogido al levantarse de la mesa.
–¡Demerzel! – llamó.
–¿
Sire
?
Demerzel aparecía siempre en el mismo instante en que Cleon lo llamaba. O bien se pasaba la vida rondando al alcance de su voz, o pegado a la puerta, o se acercaba porque su instinto servicial le alertaba de que oiría su llamada a los pocos segundos; el caso era que aparecía y esto, pensó Cleon, era lo importante. Desde luego, había ocasiones en que Demerzel tenía que viajar para resolver algún asunto imperial. Cleon odiaba, siempre, dichas ausencias. Lo dejaban inquieto.
–¿Qué pasó con aquel matemático? Se me ha olvidado el nombre.
Demerzel, que sabía de sobras a qué hombre se refería el Emperador, pero que quizá quería saber cuánto recordaba éste, contestó:
–¿En qué matemático estáis pensando,
Sire
?
Cleon agitó la mano con impaciencia.
–El adivino. Aquel que vino a verme.
–¿El que mandamos a buscar?
–Bueno, el que fueron a buscar. Pero que vino a verme. Creo recordar que ibas a ocuparte del asunto. ¿Lo has hecho?
Demerzel se aclaró la garganta.
–
Sire
, lo he intentado.
–¡Ah! Eso significa que has fracasado, ¿no? – En cierto modo, aquello agradó a Cleon. Demerzel era el único de sus ministros a quien no le importaba el fracaso. Los demás jamás lo admitían y como el fracaso era cosa corriente, resultaba difícil de corregir. Quizá Demerzel podía permitirse el lujo de ser más sincero porque fallaba muy pocas veces. Si no fuera por Demerzel, pensó Cleon con tristeza, jamás hubiera conocido lo que era la honradez. Tal vez ningún Emperador llegó a conocerla nunca y quizás ésa era una de las razones de que el Imperio…
Apartó estos pensamientos de su mente y, molesto por el silencio del otro y deseando una admisión, dado que mentalmente había admirado la sinceridad de Demerzel, preguntó, tajante:
–Bueno, has fracasado, ¿no es cierto?
Demerzel no se inmutó.
–
Sire
, he fracasado, en parte. Pensé que tenerle aquí, en Trantor, donde las cosas están…, difíciles…, podía acarrearnos problemas. Resulta más fácil mantenerle convenientemente situado en su planeta natal. Había decidido regresar a su planeta al día siguiente, pero como siempre pueden surgir complicaciones, es decir, que decidiera permanecer en Trantor, arreglé que dos jóvenes matones le metieran en su nave aquel mismo día.
–¿Conoces a matones, Demerzel? – Cleon parecía divertido.
–Es importante,
Sire
, poder contactar con todo tipo de personas, porque cada uno tiene su propia variedad de actuación…, los matones como los demás. Sin embargo, resulta que no lo consiguieron.
–¿Y cómo ocurrió?
–Curiosamente, Seldon fue capaz de deshacerse de ellos.
–¿Sabía el matemático pelear?
–Eso parece. Las matemáticas y las artes marciales no son antagónicas necesariamente. Descubrí, demasiado tarde, que su mundo, Helicón, es notable por sus… artes marciales, no por las matemáticas. El hecho de no haberme enterado antes fue un fallo tremendo,
Sire
, y sólo puedo pediros perdón por ello.
–Entonces, me figuro que el matemático se volvió a su tierra al día siguiente, tal y como tenía previsto.
–Por desgracia, el asunto salió mal. Impresionado por el incidente, decidió no regresar a Helicón, y se quedó en Trantor. Pudo haber sido aconsejado por un hombre que presenció la lucha. Ésta fue otra complicación inesperada.
El emperador Cleon frunció el ceño.
–Entonces, nuestro matemático…, ¿cómo se llama?
–Seldon,
Sire
. Hari Seldon.
–Entonces, ese Hari Seldon se encuentra fuera de nuestro alcance.
–En cierto sentido,
Sire
, sí. Hemos seguido sus movimientos y ahora se halla en la Universidad de Streeling. Mientras siga allí, es intocable.
El emperador enrojeció ligeramente.
–Me molesta la palabra «intocable». No debería existir parte alguna del Imperio a la que mi mano no pudiera llegar. Pero aquí, en mi propio mundo, me dices que alguien puede ser intocable. ¡Intolerable!
–Vuestra mano puede llegar a la Universidad,
Sire
. Podéis enviar al Ejército y sacar al tal Seldon de allí en cualquier momento. No obstante, hacerlo así es…, poco deseable.
–¿Por qué no dices que es «poco práctico», Demerzel? Te pareces al matemático cuando me hablaba de sus predicciones. Es posible, mas no práctico. Yo soy un Emperador que lo encuentra todo posible, pero muy poco práctico. Recuerda, Demerzel, si alcanzar a Seldon no es práctico, alcanzarte a ti, lo es por completo.
–Eto Demerzel pasó por alto el comentario. El «hombre detrás del trono» conocía la importancia que tenía para el Emperador; ya había oído con anterioridad esas amenazas. Esperó en silencio mientras el Emperador miraba ceñudo y tamborileaba sobre el brazo de su sillón.
–Bueno, veamos, ¿de qué nos sirve ese matemático si está en la Universidad de Streeling? – preguntó Cleon al fin.
–Tal vez sea posible,
Sire
, sacar partido de la adversidad. En la Universidad, puede decidirse a trabajar en su psicohistoria.
–¿Aunque insista en su idea de que no es práctica?
–Puede estar en un error y descubrirlo allí. Y si es así, podríamos encontrar algún medio de sacarle de la Universidad. Incluso en tales circunstancias, es posible que se uniera voluntariamente a nosotros.