Read Preludio a la fundación Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Preludio a la fundación (8 page)

–¿Y no puede hacerme daño?

–A veces ataca la flora intestinal y, de vez en cuando, un pobre extranjero se ve afligido por la diarrea, pero suelen ser casos muy aislados, y uno también se habitúa. Pero bueno, bebe tu batido, lo más probable será que no te guste. Contiene un antidiarreico que debería mantenerte a salvo, incluso, si estás predispuesto a sufrir ese mal.

–No me hables de eso, Hummin -se quejó Seldon-. Uno puede sentirse mal por sugestión.

–Acaba tu batido y déjate de sugestiones.

Terminaron el resto de la comida en silencio y pronto volvieron a estar en camino.

13

De nuevo, circulaban a gran velocidad por el túnel. Seldon decidió plantear la pregunta que le obsesionaba desde hacía una hora o más.

–¿Por qué dices que el Imperio Galáctico se está muriendo?

Hummin se volvió a mirarle.

–Como periodista -contestó-, tengo estadísticas que me han llovido de todas partes y que ya me salen hasta por las orejas. Pero me está permitido publicar muy poco. La población de Trantor disminuye. Veinticinco años atrás era de casi cuarenta y cinco mil millones.

»Esta disminución se debe, en parte, a que ya no hay tantos nacimientos. Si bien es cierto que la natalidad en Trantor nunca fue muy alta. Si miras a tu alrededor mientras viajas por Trantor, no verás muchos niños, a pesar de su enorme población. Y cada vez hay menos. Después está la emigración. La gente se va de Trantor en mayor número que los que llegan.

–Considerando su gran población -dijo Seldon- no me sorprende.

–Pero, de todos modos, no es corriente y no había ocurrido antes. También, los negocios están estancados en toda la Galaxia. La gente cree que todo está bien y que las dificultades de los siglos pasados han terminado porque no hay insurrecciones y las cosas parecen tranquilas. No obstante, también las luchas políticas, los alzamientos y el desasosiego son indicios de cierta vitalidad. Pero ahora se está produciendo un cansancio general. Todo aparece tranquilo, y no ocurre así porque la gente esté satisfecha y viva con prosperidad, sino porque se siente cansada y se ha rendido.

–Bueno, eso no lo sé -dudó Seldon.

–Yo sí. Y el fenómeno
antigrav
del que hemos hablado antes es otro caso que viene a cuento. Tenemos pocos ascensores gravíticos en funcionamiento, pero no se construyen más. Es un riesgo poco rentable y parece que no hay interés en hacerlo provechoso. La velocidad de avances tecnológicos va disminuyendo a lo largo de los siglos y ahora ya se arrastra. En algunos casos, ha parado del todo. ¿No te has fijado en ello? Después de todo, tú eres un matemático.

–No puedo decir que me haya interesado por ese asunto.

–Nadie lo hace. Es algo aceptado. Los científicos, en estos días, suelen afirmar que las cosas son imposibles, poco prácticas, inútiles. Cualquier especulación resulta condenada al instante. Tú, por ejemplo…, ¿qué piensas de la psicohistoria? Que es interesante en teoría pero inútil en la práctica. ¿Estoy en lo cierto?

–Sí y no. – Seldon parecía molesto-. Es inútil desde cualquier punto de vista práctico, pero no lo creo así porque mi sentido aventurero haya decaído, te lo aseguro. En realidad, es inútil.

–Ésa es, por lo menos, tu impresión -observó Hummin con cierto sarcasmo-, dada la atmósfera de decadencia en que el Imperio entero vive.

–Esta atmósfera de decadencia es tú impresión -protestó Seldon, furioso-. ¿No puede ocurrir que estés equivocado?

Hummin pareció sorprendido y pensativo por un instante; luego dijo:

–Sí, podría estar equivocado -concedió-. Hablo guiándome sólo por mi intuición, por deducciones. Lo que necesito es una técnica operante de psicohistoria.

Seldon se encogió de hombros y no picó el anzuelo.

–No poseo esa técnica para poder dártela -dijo-. Pero vamos a suponer que tienes razón. Supongamos que el Imperio está cayendo y que, en un momento dado, se detendrá y se deshará. La especie humana seguirá existiendo.

–¿En qué condiciones, hombre? Durante casi doce mil años, Trantor, bajo gobernantes fuertes, ha mantenido el paso. Ha habido interrupciones: alzamientos, guerras civiles localizadas, abundantes tragedias…, pero, en general, y en grandes áreas, se ha mantenido la paz. ¿Por qué
Helicón
es tan pro-Imperio? Me estoy refiriendo a tu mundo. Pues debido a que es pequeño y sería devorado por sus vecinos si el Imperio no lo mantuviese seguro.

–¿Estás prediciendo guerra y anarquía universales si el Imperio cae?

–Por supuesto. El Emperador no me gusta, ni las instituciones imperiales, pero no tengo sustituto para ellos. No sé qué otra cosa puede mantener la paz y no estoy dispuesto a ceder hasta que no lo descubra y lo tenga a mano.

–Hablas como si controlaras la galaxia. Tú no estás dispuesto a ceder. Tú debes tener algo más en la mano. ¿Quién eres tú para hablar así?

–Hablo en términos generales, en sentido figurado. No me preocupa Chetter Hummin personalmente. Podría decirse que el Imperio durará lo que yo; incluso quizás aparezcan indicios de mejora durante mi tiempo. Las decadencias no siguen un camino recto. Tal vez pasen mil años antes del estallido final y puedes imaginar que para entonces estaré muerto y, desde luego, no dejaré descendencia. Respecto de las mujeres, no hay más que contactos casuales y no tengo hijos ni pienso tenerlos. No he dado rehenes a la fortuna… Me he ocupado de ti después de tu conferencia, Seldon. Tú tampoco tienes hijos.

–Tengo padres y dos hermanos, pero ningún hijo… -Sonrió débilmente-. En un momento dado, me sentí muy ligado a una mujer, pero a ella le pareció que me interesaban más mis matemáticas.

–¿Y era así?

–A mí no me daba esa sensación, a ella sí. O sea, que me dejó.

–¿Y has estado solo desde entonces?

–Sí, todavía me acuerdo demasiado del dolor que sentí.

–Bien pues, parece que ambos pudiéramos esperar a que todo pase y dejar que sean otros, después de nosotros, los que sufran. Antes, estaba dispuesto a aceptar, pero ya no. Porque ahora tengo un instrumento; ahora mando yo.

–¿Qué instrumento? – preguntó Seldon, aunque intuía la respuesta.

–¡Tú!

Y como Seldon había intuido lo que Hummin diría, no perdió tiempo en sorprenderse o enfadarse. Se limitó a sacudir la cabeza.

–Estás equivocado -declaró-, soy un instrumento inútil.

–¿Por qué?

Seldon suspiró.

–¿Cuántas veces debo repetírtelo? La psicohistoria no funciona como un estudio práctico. La dificultad es fundamental. Todo el espacio y tiempo del Universo no bastarían para resolver los problemas planteados.

–¿Estás seguro?

–Por desgracia, sí.

–No es cuestión de que resuelvas por entero el futuro del Imperio Galáctico, ¿sabes? No necesitas trazar en detalle el funcionamiento de todos los seres humanos o incluso de todos los mundos. Hay, sencillamente, ciertas preguntas que debes responder. ¿Se estrellará el Imperio Galáctico? De ser así, ¿cuándo? ¿Cuál será, después, la condición de la Humanidad? ¿Puede hacerse algo para evitar la caída o para mejorar las condiciones después de ella? Éstas son preguntas relativamente simples, en mi opinión.

Seldon sacudió la cabeza y sonrió con expresión triste.

–La historia de la matemática está llena de preguntas simples que han provocado las respuestas más complicadas…, o ninguna.

–¿Y no hay nada que hacer? Puedo ver cómo se derrumba el Imperio pero carezco de pruebas. Todas mis conclusiones son subjetivas y me resulta imposible demostrar que no estoy equivocado. Porque el aspecto es descorazonador al máximo, la gente prefiere no creer en mi conclusión subjetiva y no hará nada para evitar la caída o siquiera para conseguir que resulte menos dura. Tú podrías demostrar la próxima caída o, si quieres, refutarla.

–Eso es, exactamente, lo que no puedo hacer. Me es imposible encontrarte una prueba donde no las hay. No puedo hacer práctico un sistema matemático, cuando no lo es, como encontrar dos números pares que sumados den un resultado impar, por más vital y desesperadamente que tú, o toda la Galaxia, necesitéis ese número impar.

–Bien, entonces, también tú formas parte de la decadencia. Estás dispuesto a aceptar el fracaso -observó Hummin.

–¿Qué otra opción tengo?

–¿Ni siquiera puedes intentarlo? Por inútil que te parezca el esfuerzo, ¿tienes algo mejor que hacer con tu vida? ¿Persigues, quizás, una meta más digna? ¿Tienes un motivo hacia un extremo máximo que te justifique a tus propios ojos?

Seldon parpadeó rápidamente.

–Millones de mundos. Miles de millones de culturas. Cuatrillones de personas. Decillones de interrelaciones… ¿Y quieres que yo lo reduzca todo con sólo ordenarlo?

–No. Lo único que deseo es que lo intentes. Por amor a esos millones de mundos, miles de millones de culturas y cuatrillones de personas. No por el Emperador. No por Demerzel. Por la Humanidad.

–Fracasaré -murmuró Seldon.

–Pero no estaremos peor que ahora. ¿Querrás intentarlo?

Y contra su voluntad, sin saber por qué, Seldon se oyó decir:

–Lo intentaré.

De esa forma, el camino de su vida quedó trazado.

14

El trayecto tocó a su fin y el aerotaxi se metió en un área mayor que aquella donde habían comido. (Seldon recordaba aún el sabor del bocadillo y torció el gesto).

Hummin fue a devolver el taxi y regresó guardando su tarjeta de crédito en un pequeño bolsillo interior de su camisa.

–Aquí estás a salvo por completo de cualquier intento directo y descarado -le aseguró-. Éste es el Sector de Streeling.

–¿Streeling?

–Debe ser el nombre del primero que urbanizó esta área para habitarla, supongo. La mayoría de los Sectores son nombrados en memoria de uno u otro personaje, lo que explica que muchos de los nombres sean feos y algunos resulten difíciles de pronunciar. De todos modos, si intentaras que los habitantes de este Sector cambiaran el nombre de Streeling por otro como Sweetsmell o algo parecido, provocarían una revuelta.

–Por supuesto -asintió Seldon que, de pronto, olfateó el aire con insistencia-. ¡Qué mal huele aquí!

–Casi todo Trantor huele mal, pero acabarás acostumbrándote.

–Me alegro de que nos encontremos ya aquí -dijo Seldon-. No porque me guste esto, sino porque empezaba a cansarme de estar sentado en el taxi. Viajar por Trantor debe ser horroroso. En
Helicón
, podemos ir de un lugar a otro por aire, en menos tiempo del que nos ha llevado recorrer menos de dos mil kilómetros para venir aquí.

–También tenemos reactores.

–Pero, entonces, por qué…

–Yo podía arreglar un trayecto en aerotaxi dentro de un cierto anonimato. Hubiera sido más difícil en un jet. Y dejando de lado lo seguro que es esto, estaría más tranquilo si Demerzel no supiera con exactitud dónde te encuentras… En realidad, no hemos acabado aún. Vamos a tomar un expreso para la etapa final.

Seldon conocía el vehículo.

–Es uno de esos monorraíles abiertos que circulan sobre un campo electromagnético, ¿verdad?

–Sí.

–En
Helicón
no los tenemos. En realidad, tampoco los necesitamos. Viajé en un expreso el primer día que estuve en Trantor. Me llevó del aeropuerto al hotel. Fue una novedad para mí, aunque si tuviera que utilizarlo todo el tiempo, me imagino que el ruido y la gente me resultarían abrumadores.

Hummin pareció divertido.

–¿Te perdiste? – preguntó.

–No, las indicaciones estaban muy claras. El problema estribaba en la entrada y la salida, pero me ayudaron. Todo el mundo sabía que era extranjero por mis ropas, ahora me doy cuenta. No obstante, parecían ansiosos por ayudarme; me imagino que debía resultarles divertido ver cómo vacilaba y me tambaleaba.

–Pero ahora, como experto en expresos, ni vacilarás ni te tambalearás -dijo Hummin con tono amable aunque se le notaba un ligero temblor en las comisuras de sus labios-. Venga, vamos.

Anduvieron tranquilamente por la calle, que aparecía iluminada como uno podía esperar que estuviera en un día nublado, y la luz subía y bajaba como si el sol se asomara de vez en cuando por entre las nubes. Con aire maquinal, Seldon levantó la vista para asegurarse de si éste era el caso, pero el «cielo», arriba, estaba vacío y luminoso. Hummin se dio cuenta de su gesto.

–Estas variaciones de luz parecen agradar a la psique humana -comentó-. Hay días en que la calle parece inundada de sol y otros en que está más oscura que ahora.

–Pero, ¿no llueve, ni nieva?

–Ni hay escarcha, ni pedrisco. Ni un alto grado de humedad, ni frío glacial. Trantor, incluso ahora, Seldon, tiene sus ventajas.

Había bastante gente andando en ambas direcciones y una considerable cantidad de jóvenes y también algunos niños en compañía de adultos, pese a lo que Hummin había hablado sobre la natalidad. Todos parecían razonablemente prósperos y honrados. Ambos sexos estaban representados por igual y sus ropas eran claramente más discretas de lo que había visto en el Sector Imperial. Su propio traje, elegido por Hummin, encajaba allí a la perfección. Muy pocos llevaban puesto el sombrero y Seldon, agradecido, se quitó el suyo y lo dejó colgando a un lado.

No había abismos profundos separando los dos lados del camino y, como Hummin le había advertido en el Sector Imperial, caminaban a ras de suelo. Tampoco se veían vehículos y Seldon se lo hizo notar a Hummin.

–Hay abundancia de ellos en el Sector Imperial porque se trata de vehículos oficiales -respondió Hummin-. En otras partes, los vehículos particulares son escasos y los que hay utilizan túneles reservados para ellos. En realidad, su uso no es necesario porque disponemos de expresos y, para distancias cortas, de corredores mecánicos. Para distancias más cercanas tenemos calles y podemos utilizar las piernas.

Seldon oía ocasionales suspiros contenidos y crujidos y, a cierta distancia, distinguió el incesante paso de los expresos.

–Allí está -dijo, señalando.

–Sí, lo sé, pero vayamos a una estación de acceso. Allí hay más coches y es más fácil subirse.

Una vez se encontraron bien instalados en un coche del expreso, Seldon se volvió hacia Hummin.

–Lo que me asombra es lo silenciosos que son los expresos -comentó-. Me doy cuenta de que están propulsados por un campo electromagnético, e incluso así, me parecen silenciosos. – Y prestó atención a algún que otro gemido metálico cuando el coche en que viajaban topaba contra sus vecinos.

Other books

A Moment in Time by Deb Stover
1,000 Indian Recipes by Neelam Batra
Charming Grace by Deborah Smith
A Million Shades of Gray by Cynthia Kadohata
Rain of the Ghosts by Greg Weisman
The Art of Domination by Ella Dominguez
Love Always by Ann Beattie
Seven Sunsets by Morgan Jane Mitchell


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024