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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Preludio a la fundación (3 page)

Cleon se dejó caer en un sillón y dirigió una aviesa mirada a Seldon.

–¿Es todo lo que vosotros, los matemáticos, podéis hacer? ¿Insistir en las imposibilidades?

Seldon protestó con desesperada dulzura:

–Sois vos,
Sire
, quien insiste en lo imposible.

–Deja que te ponga a prueba, hombre. Supón que te pido que utilices tu matemática para decirme si algún día seré asesinado. ¿Qué me responderías?

–Mi sistema matemático no me daría una respuesta a una pregunta tan específica, incluso si la psicohistoria trabajara a pleno rendimiento. Toda la mecánica del
quantum
, en el mundo, no puede hacer que sea posible predecir el comportamiento de un electrón, sólo el comportamiento medio de muchos.

–Conoces tus matemáticas mejor que yo. Trata de hacer una conjetura estudiada basándote en ellas. ¿Me asesinarán algún día?

–Me tendéis una trampa,
Sire
-musitó Seldon-. O bien me decís la respuesta que esperáis, y yo os la daré, o bien concededme libertad para daros la respuesta que yo pienso sin que me castiguéis por ello.

–Di lo que quieras.

–¿Vuestra palabra de honor?

–¿La quieres por escrito? – rezongó Cleon, sarcástico.

–Vuestra palabra de honor, hablada, será suficiente -dijo Seldon con el corazón encogido porque estaba plenamente seguro de que no bastaría.

–Tienes mi palabra de honor.

–Entonces, puedo deciros que en el transcurso de los últimos cuatro siglos, casi la mitad de los emperadores fueron asesinados, de lo cual deduzco que las probabilidades de vuestro asesinato son, en términos generales, una entre dos.

–Cualquier tonto me hubiera dado esta respuesta -repuso Cleon, despectivamente-. No me hacía falta un matemático.

–Pero yo os he dicho varias veces que mi matemática es inútil para problemas prácticos.

–¿No puedes siquiera suponer que yo haya aprendido las lecciones que he recibido de mis desgraciados predecesores?

Seldon respiró hondo.

–No,
Sire
-se lanzó a fondo-. Toda la Historia nos demuestra que no aprendemos nada de las lecciones del pasado. Por ejemplo, vos habéis permitido que entrara aquí para una audiencia privada. ¿Y si se me ocurriera asesinaros…? Lo cual no es cierto
Sire
-se apresuró a añadir.

Cleon sonrió sin alegría.

–Hombre, tú no tienes en cuenta nuestra minuciosidad…, o avances tecnológicos. Hemos estudiado tu historial, tus antecedentes. Cuando llegaste, te estudiamos por
scanner
. Tu expresión y el timbre de voz fueron analizados. Conocíamos tu estado emocional con detalle; prácticamente sabíamos tus pensamientos. De haber habido la menor duda sobre tu capacidad de hacer el mal, no se te hubiera permitido acercarte a mí. En realidad, ya no estarías vivo.

Una oleada de náuseas envolvió a Seldon, pero observó:

–La gente de fuera ha encontrado siempre muy difícil llegar a los emperadores, incluso con tecnologías menos avanzadas. Sin embargo, cada asesinato ha sido un golpe palaciego. Aquellos que el Emperador tiene más cerca son los que mayor peligro entrañan para él. Contra ese peligro, el cuidadoso examen de los forasteros es irrelevante. En cuanto a vuestros propios funcionarios, vuestra propia Guardia, vuestros íntimos…, no podéis tratarlos como me tratáis a mí.

–También lo sé, y por lo menos tan bien como tú. La respuesta es que trato con justicia a aquellos que me rodean y no les doy motivos de resentimiento.

–Una solemne tont… -empezó Seldon, pero calló, confuso.

–Sigue -insistió Cleon, irritado-. Te he dado permiso para hablar con toda libertad. ¿En qué sentido soy tonto?

–Se me escapó la palabra,
Sire
. Quise decir «irrelevante». La forma de tratar a vuestros íntimos no cuenta. Debéis ser suspicaz; sería inhumano no serlo. Una palabra imprudente, como la que yo he empleado, un gesto descuidado, una expresión dudosa y tenéis que apartaros, con ojos vigilantes. Y cada foco de sospecha pone en marcha un círculo vicioso. Los íntimos percibirán la suspicacia y adoptarán un comportamiento distinto, por más que ellos traten de evitarlo. Vos lo notaréis y vuestra suspicacia aumentará y, al final, o el íntimo es ejecutado o vos asesinado. Se trata de un proceso que ha demostrado ser inevitable para los emperadores de los cuatro siglos pasados y no es sino un indicio de la dificultad, cada vez mayor, para resolver y conducir los asuntos del Imperio.

–Entonces, nada de lo que haga evitará mi asesinato.

–No,
Sire
, pero, por el contrario, podéis ser afortunado.

Los dedos de Cleon tamborilearon sobre el brazo del sillón.

–Me resultas inútil, hombre -dijo con dureza-, lo mismo que tu psicohistoria. Márchate.

Con estas palabras, el Emperador miró hacia otra parte y, de pronto, pareció mucho más viejo de treinta y nueve años.

–Os he dicho que mi matemática no os serviría,
Sire
. Mis más profundas excusas.

Seldon trató de inclinarse pero a una señal que no percibió, dos guardias entraron y se lo llevaron. Oyó la voz de Cleon, desde la cámara real, diciendo:

–Devolved a este hombre al lugar del que lo habéis traído.

4

Eto Demerzel, apareció y miró al Emperador con la debida deferencia.


Sire
, casi os habéis enfadado -dijo.

Cleon levantó la vista y, con visible esfuerzo, consiguió sonreír.

–En efecto, eso hice. Ese hombre me ha decepcionado mucho.

–No obstante, no había prometido más de lo que ofreció.

–No ofreció nada.

–Ni prometió nada,
Sire
.

–Me ha resultado decepcionante.

–Más que decepcionante, quizá -comentó Demerzel-. El hombre es un cañón suelto,
Sire
.

–¿Un qué suelto, Demerzel? Estás siempre lleno de extrañas expresiones. ¿Qué es un cañón?

–Se trata de una expresión que oí en mi juventud -explicó Demerzel con aire grave-. El Imperio,
Sire
, está lleno de extrañas expresiones y algunas de ellas son desconocidas en Trantor, lo mismo que las de aquí resultan desconocidas en otros lugares.

–¿Has venido para enseñarme que el Imperio es vasto? ¿Qué significa decir que el hombre es un cañón suelto?

–Sólo que puede hacer mucho daño sin siquiera proponérselo. No conoce su propia fuerza. O importancia.

–¿Es esto lo que has deducido, Demerzel?

–Sí,
Sire
. Es un provinciano. No conoce ni Trantor ni sus costumbres. Nunca había estado en nuestro planeta y no sabe comportarse como un hombre educado, como un cortesano. No obstante, se enfrentó a vos.

–¿Y por qué no? Le di permiso para hablar. Me dejé de protocolos. Lo traté como a un igual.

–No del todo,
Sire
. No lleváis dentro la capacidad de tratar a los otros como iguales. Tenéis el hábito del mando. E incluso si tratarais de tranquilizar a una persona, pocos lo comprenderían. La mayoría se quedaría sin voz o, peor, se mostraría servil y aduladora. Este hombre os plantó cara.

–Bien, puedes admirarle, Demerzel, pero a mí no me gusta. – Cleon parecía pensativo y descontento-. ¿Te fijaste en que no hizo el menor esfuerzo para explicarme sus matemáticas? Era como si supiera que yo no iba a entender ni una palabra…

–Así hubiera sido,
Sire
. No sois un matemático, ni un científico, ni un artista. Hay muchos campos del conocimiento en los que otros saben más que vos. Su obligación es utilizar esos conocimientos para serviros. Vos sois el Emperador, y esto vale todas sus especialidades juntas.

–¿Es así? No me importaría quedar como un ignorante ante un anciano que ha ido acumulando conocimientos a lo largo de muchos años. Pero este hombre, Seldon, es de mi edad, ¿cómo puede saber tanto?

–No ha tenido que aprender el hábito de mandar, el arte de tomar una decisión que afectará las vidas de otros.

–A veces, Demerzel, me pregunto si te estás riendo de mí.

–¡
Sire
! -exclamó Demerzel con reproche.

–Pero no importa. Volvamos a tu cañón suelto. ¿Por qué lo consideras peligroso? A mí me ha parecido un provinciano ingenuo.

–Lo es. Pero tiene su planteamiento matemático.

–Él dice que no resulta útil.

–Vos pensasteis que podía serlo. También yo lo pensé, después de que vos me lo explicaseis. Otros pensarán lo mismo. El matemático puede que también llegue a la misma conclusión ahora que se le ha hecho fijarse en ello. Y quién sabe, todavía puede encontrar el medio de utilizarlo. Si lo consigue, entonces, la predicción del futuro, por vaga que sea, lo sitúa en una posición de gran poder. Incluso aunque no desee el poder para sí, una especie de rechazo que siempre me parece improbable, puede ser utilizado por otros.

–Yo traté de utilizarle. Y no se dejó.

–Porque no había pensado en ello. Puede que ahora lo haga. Y si no le interesaba ser utilizado por vos, ¿no podría ser persuadido, digamos…, por el alcalde de Wye?

–¿Y qué razones tendría para ayudar a Wye y no a nosotros?

–Como él dijo, es difícil predecir las emociones y comportamiento individuales.

Cleon pareció enfadado y se sentó a pensar.

–¿Crees que puede desarrollar esa psicohistoria suya al extremo de que llegue a ser realmente útil? Él asegura que no puede.

–Quizá, con el tiempo, decida que estaba equivocado al negar tal posibilidad.

–Entonces, supongo que debí haberle retenido -dijo Cleon.

–No,
Sire
. Vuestro instinto ha sido correcto al dejarle marchar. La cárcel, por disfrazada que esté, causaría resentimiento y desesperación en él, lo que no le ayudaría ni a seguir desarrollando sus ideas ni a predisponerle a ayudarnos. Mejor dejar que se marchara, como ha hecho, aunque manteniéndole para siempre bajo una discreta vigilancia. De este modo, podremos estar al tanto para evitar que algún enemigo vuestro se sirva de él,
Sire
, y cuando llegue el momento en que su ciencia haya alcanzado pleno desarrollo, tiremos de la cuerda y lo atraigamos hacia aquí. Entonces, podríamos ser…, más persuasivos.

–Pero, y si se apodera de él uno de mis enemigos o, quizás, un enemigo del Imperio, porque, después de todo, el Imperio soy yo; o si, por propia decisión, desea servir al enemigo…, hay que tener esto en cuenta, ¿sabes?

–Y está bien que así sea. Yo me ocuparé de que no ocurra nada de eso, pero si, pese a todo, ocurre, sería preferible que no lo tuviera nadie a que esté en manos de quien no nos convenga.

Cleon parecía incómodo.

–Lo dejo todo en tus manos, Demerzel, mas desearía que no te precipitaras. Después de todo, puede que sólo sea el proveedor de una ciencia teórica que ni sirve ni puede servir en el futuro.

–Es posible,
Sire
, aunque sería más seguro suponer que el hombre es…, o podría llegar a ser…, importante. Sólo perderemos algo de tiempo, y nada más, si descubrimos que nos hemos preocupado por una nulidad. En cambio, podemos perder una Galaxia si descubrimos que hemos ignorado a alguien de suma importancia.

–Está bien -concedió Cleon-. Y confío en que no tendré que saber los detalles…, si éstos resultaran desagradables.

–Confiemos en que no será éste el caso -comentó Demerzel.

5

Seldon había tenido el final del día, la noche y parte de la mañana siguiente para recuperarse de su entrevista con el Emperador. Por lo menos, el cambio de calidad de la luz en los caminos, corredores mecánicos, plazas y parques del Sector Imperial de Trantor, hacían que se creyera que habían transcurrido un atardecer, una noche y una mañana.

Se hallaba sentado en un pequeño parque, en un asiento de plástico, pequeño, que se adaptaba limpiamente a su cuerpo y se sentía cómodo. A juzgar por la luz, debía ser media mañana y el aire resultaba lo bastante fresco para parecer real sin que poseyera la menor sensación cortante.

¿Sería así todo el tiempo? Pensó en el día desapacible que hacía fuera cuando fue a ver al Emperador. Y el recuerdo de todos los días grises, fríos o calurosos, lluviosos o nevados, de Helicón, su hogar, le hizo preguntarse si uno podía echarlos en falta. ¿Acaso era posible estar sentado en un parque de Trantor, con un tiempo ideal día tras día, al punto que parecía como si uno se encontrara rodeado de nada…, y llegar a añorar un huracán o un frío cortante o una humedad insoportable?

Quizá: Pero no el primer día, ni el segundo, ni el séptimo. Seldon disponía de ese día, y se marcharía al siguiente. Estaba dispuesto a disfrutarlo mientras pudiera. Después de todo, tal vez nunca más volviera a Trantor.

Sin embargo, continuaba sintiéndose incómodo por haber hablado con tanta libertad e independencia a un hombre que podía, si quisiera, ordenar su encarcelamiento o ejecución… o, como mínimo, la muerte económica y social que era la pérdida de posición y estatus.

Antes de acostarse, Seldon había buscado a Cleon I en el apartado enciclopédico de la computadora de su habitación del hotel. El Emperador era altamente encomiado, como sin duda lo habían sido todos los emperadores a lo largo de sus vidas, sin tener en cuenta sus actos. A Seldon, aunque lo había dejado de lado, le interesó el hecho de que Cleon hubiese nacido en palacio sin haber salido nunca de sus límites. Jamás había estado en el propio Trantor, ni en ninguna parte de aquel mundo multicupulado. Quizás era un problema de seguridad, pero significaba que el Emperador se hallaba prisionero, quisiera o no admitirlo. Podía ser la cárcel más lujosa de la Galaxia, mas no por ello dejaba de ser una cárcel.

Aunque el Emperador le había parecido un hombre de modales tranquilos, sin el menor indicio de que fuera un autócrata sanguinario como lo habían sido muchos de sus predecesores, no era saludable haber llamado su atención. Seldon agradeció el pensamiento de que al día siguiente saldría para Helicón, aun cuando se encontraría con el invierno (y muy crudo) al llegar a casa.

Levantó la mirada para contemplar la brillante luz difusa. A pesar de que allí no podía llover nunca, la atmósfera no resultaba seca. No lejos de él, una fuente cantaba; las plantas, verdes, era probable que no conociesen la sequía. A veces, las matas se agitaban como si algún animalito se escondiera entre ellas. También oyó el zumbido de las abejas.

En realidad, aunque se hablaba de Trantor en toda la Galaxia como de un mundo artificial de metal y cerámica, la pequeña parcela en que él se hallaba era rústica, desde luego.

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