–En realidad -comentó una nueva voz-, pienso que ninguna de las dos alternativas es aceptable, y que deberíamos buscar una tercera.
Fue Dors la primera en identificar al recién llegado, quizá porque era ella quien lo había estado esperando.
–¡Hummin! – exclamó-. ¡Gracias a Dios que nos has encontrado! Me puse en contacto contigo tan pronto me di cuenta de que no iba a poder evitar que Hari… -alzó las manos en un amplio gesto- llegara a esto.
La sonrisa de Hummin era tan breve que no llegó a alterar su natural gravedad. Se notaba un sutil cansancio en él.
–Querida mía, estaba ocupado en otras cosas. No siempre puedo acudir al instante. Al llegar, he tenido, como vosotros dos, que buscarme una
kirtle
y una banda, por no hablar del cubrecabeza, y venir rápidamente. De haber estado antes aquí, hubiera podido evitar todo esto; a pesar de todo, creo que he llegado a tiempo.
Amo del Sol Catorce se había recobrado ya de lo que pareció haber sido una dolorosa impresión.
–¿Cómo has llegado hasta aquí, miembro de tribu Hummin? – preguntó en una voz que carecía de su habitual y profunda severidad.
–No ha sido fácil, Gran Anciano, pero como la tribal Venabili gusta decir, soy una persona muy persuasiva. Alguno de los ciudadanos recordaron quién soy, lo que he hecho por Mycogen en el pasado y que sigo siendo un Hermano honorario. ¿Lo habías olvidado, Amo del Sol Catorce?
–No lo he olvidado -respondió el Anciano-, mas incluso la mejor memoria no puede sobreponerse a ciertos actos. ¡Un hombre y una mujer tribales aquí! ¡No hay mayor crimen! Todo lo que has hecho no pesa lo bastante para equilibrar este acto. Mi gente no es desagradecida. Te lo pagaremos de algún otro modo. Pero estos dos deben morir o ser entregados al Emperador.
–También yo me encuentro aquí -observó plácidamente Hummin-. ¿No es igualmente un crimen?
–Por ti -concedió Amo del Sol Catorce-, por ti, personalmente, como Hermano honorario, puedo… pasarlo por alto…, una vez. Pero no a estos dos.
–¿ Acaso esperas una recompensa del Emperador? ¿Algún favor? ¿Quizás una concesión? ¿Ya te has puesto en contacto con él o con su Jefe de Estado Mayor, Eto Demerzel?
–Esto no es un tema a discutir.
–Que en sí ya es una confesión. Venga, no voy a preguntarte qué te ha prometido el Emperador, pero no puede ser gran cosa. En estos días de degeneración, no tiene mucho que dar. Deja que yo te haga una oferta. ¿Te han dicho estos dos que son eruditos?
–Me lo han dicho.
–Y lo son. No te han mentido. La mujer es historiadora y el hombre matemático. Juntos tratan de combinar sus talentos para hacer una matemática de la Historia; la combinación resultante se llama «psicohistoria».
–No sé nada de esa psicohistoria -protestó Amo del Sol Catorce-, ni me interesa saberlo. Así como tampoco me interesa ninguna otra faceta de vuestros conocimientos tribales.
–Sin embargo -cortó Hummin-, te sugiero que me escuches.
Hummin tardó quince minutos, en una concisa explicación, en describir la posibilidad de organizar las leyes naturales de la sociedad (algo que siempre mencionaba con audibles puntos de exclamación en su tono de voz) a fin de hacer posible anticipar el futuro con un grado sustancial de probabilidad. Cuando hubo terminado, Amo del Sol Catorce, que le había escuchado sin inmutarse, dejó caer:
–Una especulación altamente improbable, diría yo.
–Es posible, Gran Anciano, pero el Emperador no lo piensa así. Y al decir Emperador, que de por sí es un personaje amable, me refiero a Demerzel, sobre cuyas ambiciones no es preciso instruirte. A ambos les gustaría apoderarse de estos dos eruditos, causa por la que les traje aquí, para ponerles a salvo. No me imaginaba que harías el trabajo de Demerzel, entregando los eruditos al Emperador.
–Han cometido un crimen que…
–Sí, lo sabemos, Gran Anciano, pero sólo es un crimen porque tú prefieres llamarlo así. No han hecho el menor daño.
–Lo han hecho a nuestras creencias, a nuestro más profundo…
–Pues imagina el daño que se hará si la psicohistoria cae en manos de Demerzel. Sí, te concedo que tal vez nada salga de ello, pero supón, por un momento, que algo aparece y que el Gobierno Imperial hace uso de ello…, puedo decir lo que va a ocurrir…, puede tomar medidas gracias a ese preconocimiento que nadie más poseería…, puede tomar medidas, a decir verdad, enfocadas a encontrar una alternativa de futuro más de acuerdo con los gustos imperiales.
–¿Y bien?
–¿Te cabe la duda, Gran Anciano, de que el otro futuro más de acuerdo con los gustos imperiales sería uno de mayor y más fuerte centralización? Desde hace siglos, como bien sabes, el Imperio ha ido sufriendo una continuada descentralización. Muchos mundos, ahora, sólo guardan las formas respecto del Emperador y virtualmente se gobiernan solos. Incluso aquí, en Trantor, hay descentralización. Mycogen, por citar un ejemplo, está en gran parte libre de injerencia imperial. Tú gobiernas como Gran Anciano y no hay a tu lado ningún funcionario imperial que inspeccione tus actos y decisiones. ¿Cuánto crees que te va a durar con hombres como Demerzel adaptando al futuro a su conveniencia?
–Sigue siendo una mera especulación -insistió Amo del Sol-, pero reconozco que es muy turbadora.
–Por el contrario, si estos eruditos pueden completar su tarea, un improbable si, como tú dirías, pero un si… Entonces ten la seguridad de que se acordarán de que les ha tratado con clemencia cuando pudiste no hacerlo. Y no sería inconcebible que aprendan a arreglar un futuro, por ejemplo, que permitiera a Mycogen tener su propio mundo, un mundo que podría ser terraformado a imagen y semejanza del Mundo Perdido. E incluso si ellos dos olvidan tu bondad, yo estaré para recordárselo.
–Bien…
–Vamos -dijo Hummin-, no es difícil decidir lo que pasa por Demerzel. Y aunque la posibilidad de la psicohistoria sea pequeña (si no fuera sincero contigo, no lo admitiría) no es cero; y si trae el restablecimiento del Mundo Perdido, ¿qué más puedes desear? ¿Qué no serías capaz de arriesgar para una mínima posibilidad? Vamos…, te lo prometo, y mis promesas no se hacen a la ligera. Libera y estos dos y elige la mínima probabilidad de conseguir tu sueño, antes que quedarte sin nada.
Después de un silencio, Amo del Sol Catorce suspiró.
–No sé cómo lo haces, miembro de tribu Hummin, pero en todas las ocasiones en que nos vemos, me convences de que haga algo que, realmente, no quiero hacer.
–¿Te he aconsejado mal alguna vez, Gran Anciano?
–¿Me has ofrecido alguna vez la más mínima oportunidad?
–¿Y tan inmensa posible recompensa? Una equilibra la otra.
–Tienes razón -asintió Amo del Sol-. Llévate a estos dos, sácalos de Mycogen y no permitas que vuelva a verles nunca más, a menos que llegue el día en que… Pero, seguro que yo no lo veré.
–Quizá no, Gran Anciano. Pero tu pueblo lleva casi veinte mil años esperando, paciente. ¿Te importaría, pues, esperar, quizás, otros doscientos?
–Yo no querría esperar ni un instante, pero mi pueblo esperará todo lo que deba… -y se puso en pie-. Despejaré el camino. ¡Cógelos y márchate!
Por fin volvían a estar en un túnel. Hummin y Seldon ya habían viajado por uno cuando se trasladaron del Sector Imperial a la Universidad de Streeling. Ahora, se encontraban en otro túnel, yendo de Mycogen a…, Seldon no sabía dónde. No se atrevió a preguntar. El rostro de Hummin parecía tallado en granito y no parecía desear conversación.
Hummin estaba sentado delante, con nadie a su derecha. Seldon y Dors compartían el asiento trasero.
Seldon esbozó una sonrisa y miró a Dors que parecía malhumorada.
–Me encanta llevar ropas normales, ¿y a ti?
–Nunca más llevaré o miraré nada que se parezca a una
kirtle
-declaró Dors con sinceridad-. Y jamás, en ninguna circunstancia, me pondré un cubrecabeza. La verdad es que me sentiré incómoda siempre que vea a un hombre calvo, aunque sea calvo de por sí.
Y fue la propia Dors quien, finalmente, formuló la pregunta que Seldon no se había atrevido a hacer:
–Chetter -exclamó con petulancia-, ¿por qué no nos quieres decir dónde vamos?
Hummin se ladeó y miró a Dors y Seldon con gravedad:
–A un lugar donde os resulte difícil meteros en apuros…, aunque no estoy seguro de que exista tal lugar.
Dors se sintió apabullada.
–En realidad, Chetter, ha sido culpa mía. En Streeling, dejé que Seldon subiera a Arriba sin acompañarle. En Mycogen le acompañé, pero no debí haberle dejado entrar en el
Sacratorium
.
–Estaba decidido a entrar. No fue en absoluto culpa de Dors.
Hummin no hizo el menor esfuerzo por sumarse a la censura.
–Deduzco que querías ver el robot -dijo-. ¿Había alguna razón, para ello? ¿Puedes explicármelo?
Seldon sintió que se ruborizaba.
–Estaba equivocado a este respecto, Hummin. No vi lo que esperaba. De haber conocido el contenido del «nido», no me hubiera molestado en ir. Llámalo un completo chasco.
–Pero, bueno, Seldon, ¿qué era lo que esperabas ver? Por favor, dímelo. Tómate el tiempo que necesites. El trayecto será largo y estoy dispuesto a escucharte.
–El caso es, Hummin, que tenía la idea de que había habido robots, humanoides, de larga vida; que uno de ellos, por lo menos, podía seguir vivo y encontrarse en el «nido». Y sí que lo había, pero era metálico, estaba muerto, y era sólo un símbolo. De haber sabido…
–Lo sé. Si todos conociéramos todos los datos, las preguntas no serían necesarias, ni la investigación de cualquier tipo. ¿Dónde conseguiste la información sobre los robots humanoides? Dado que ningún mycogenio lo hubiera discutido contigo, sólo se me ocurre una fuente. El
Libro
mycogenio…, un poderoso libro-impreso en antiguo aurorano y galáctico moderno. ¿Estoy en lo cierto?
–Sí.
–¿Cómo conseguiste un ejemplar?
–Es algo embarazoso -murmuró Seldon tras una corta pausa.
–No me turbo con facilidad, Seldon.
Éste se lo explicó, y Hummin permitió que una breve sonrisa iluminara su rostro.
–¿No se te ocurrió pensar que podía tratarse de una comedia? – observó Hummin-. Ninguna Hermana haría semejante cosa…, excepto si le había sido ordenado, y con mucha presión.
Seldon frunció el ceño.
–No está tan claro -respondió con cierta aspereza-. De vez en cuando, hay gente pervertida. Para ti es fácil sonreír. Ni Dors ni yo poseíamos la información que tú tienes. Si no querías que yo cayera en las trampas, podías haberme advertido de las existentes.
–De acuerdo. Retiro mi observación. En todo caso, estoy seguro de que ya no tienes el
Libro
.
–No. Amo del Sol Catorce me lo quitó.
–¿Cuánto leíste?
–Sólo una parte. No tuve tiempo. Es un libro enorme y debo confesarte, Hummin, que es muy aburrido.
–Sí, lo sé porque creo que he leído algo más que tú. No sólo resulta aburrido, sino que no puedes fiarte de él. Es parcial, es el punto de vista oficial de la historia de Mycogen, más empeñado en presentar dicho punto de vista que en razonar de manera objetiva. Es, incluso, deliberadamente oscuro sobre ciertos puntos; de modo que los extraños, suponiendo que pudieran leerlo, no supieran en realidad lo que están leyendo. Por ejemplo, ¿qué fue lo que creíste leer sobre los robots que te interesó?
–Ya te lo he dicho. Habla de robots humaniformes, robots que no podían distinguirse de los seres humanos en su aspecto externo.
–¿Y cuántos de ellos existirían? – preguntó Hummin.
–No lo dice… Por lo menos, no encontré ningún párrafo en el que se den cifras. Pudo haber sólo unos cuantos, pero a uno de ellos, el libro lo menciona como «
Renegado
». Parece tener un significado desagradable aunque no pude descubrir cuál era.
–No me hablaste de nada de esto -interrumpió Dors-. Si lo hubieras hecho, te habría podido decir que no es un nombre, sino otra palabra arcaica cuyo significado, más o menos, es el de «traidor» en galáctico. La palabra más antigua lleva consigo un aura de miedo. En cierto modo, un traidor se refugia en su traición, pero un renegado se jacta de ella.
–Dejaré la sutileza del lenguaje arcaico para ti, Dors -dijo Hummin-; en cualquier caso, si el
Renegado
existió y era un robot humaniforme, resulta claro que si se comportó como un traidor y un enemigo, no sería mencionado ni venerado en el «Nido» de los Ancianos.
–No conocía el significado de la palabra «renegado» -repuso Seldon-, mas, como he dicho, tuve la impresión de que se trataba de un enemigo. Pensé que pudo haber sido derrotado y conservado como un recuerdo del triunfo mycogenio.
–¿Había alguna indicación en el
Libro
de que el
Renegado
hubiese sido derrotado?
–No, pero pudo habérseme pasado esa parte…
–No es fácil. Cualquier victoria mycogenia hubiera sido inequívocamente mencionada y comentada una y otra vez.
–Había algo más que dijese sobre el
Renegado
-aventuró Seldon, titubeando-, mas no estoy del todo seguro de haberlo comprendido.
–Como te he dicho -comentó Hummin-, a veces es deliberadamente oscuro.
–Sin embargo, parecía dar a entender que el
Renegado
era capaz de modificar o intervenir en las emociones humanas…, influir en ellas.
–Cualquier político puede hacerlo -declaró Hummin con un encogimiento de hombros-. Se le llama carisma…, cuando funciona.
–Bueno, yo quería creer -suspiró Seldon-. Nada más. Hubiera dado cualquier cosa por encontrar un antiguo robot humaniforme, todavía activo, al que pudiera interrogar.
–¿Con qué fin? – preguntó Hummin.
–Para aprender los detalles de la primitiva sociedad galáctica cuando aún consistía en un puñado de mundos. La psicohistoria podría deducirse con mayor facilidad de una Galaxia pequeña.
–¿Y tienes la seguridad de poder admitir lo que oyeras? Después de muchos millares de años, ¿estarías dispuesto a confiar en los primeros recuerdos de un robot?, ¿a tener en cuenta toda la distorsión que hubiera en ellos?
–Hummin tiene razón -intervino Dors inesperadamente-. Sería como los datos computarizados de que te hablé, Hari. Poco a poco, esos recuerdos del robot se irían esfumando, se perderían, borrarían, serían distorsionados. Sólo se puede retroceder hasta un punto, y cuanto más lejos llegues, la información se vuelve menos fiable por más que te esfuerces.