–No, nada. En absoluto.
Dors miró a Seldon y éste frunció el ceño. Le pareció que Dors trataba de confirmar su historia y buscar una versión independiente. ¿Acaso pensaba ella que él había imaginado la nave rastreadora? Le hubiera gustado objetar vivamente, pero ella había alzado la mano para que callara, como tratando de evitar esa posibilidad. Cedió y, en parte, fue debido a que, en realidad, deseaba dormir. Confió en que Leggen no tardara en marcharse.
–¿Estás seguro? – insistió Dors-. ¿No hubo intrusiones del exterior?
–No, claro que no. Oh…
–¿Sí?
–Hubo un
mini-jet
.
–¿Te pareció peculiar?
–No, desde luego que no.
–¿Por qué no?
–Esto se está pareciendo mucho a un interrogatorio, doctora Venabili. Y no me gusta.
–Lo comprendo, doctor Leggen, pero todas estas preguntas tienen que ver con la desastrosa aventura del doctor Seldon. Tal vez todo este asunto sea mucho más complicado de lo que habíamos pensado.
–¿En qué sentido? – preguntó él, y su voz tuvo un tono distinto-. ¿Nuevas cuestiones que requerirán nuevas excusas? En tal caso, puede que crea necesario marcharme.
–No antes de que me expliques por qué no te parece raro un
mini-jet
de vigilancia.
–Porque, mi querida amiga, varias estaciones meteorológicas de Trantor poseen
mini-jets
para el estudio directo de las nubes en la atmósfera. Lo que ocurre es que nuestra estación no tiene ninguno.
–¿Por qué no? Podría resultaros útil.
–Por supuesto. Pero ni competimos con nadie, ni mantenemos secretos. Nosotros informamos de nuestros descubrimientos; ellos informan de los suyos. Por lo tanto, es de sentido común trabajar en especialidades y campos diferentes. Sería idiota duplicar los esfuerzos. El dinero y la energía humana que gastaríamos en
mini-jets
puede ser aplicada en refractómetros mesónicos, en tanto que otros lo gastan en lo primero y ahorran en lo segundo. Después de todo, puede que haya competitividad y mala intención entre los sectores, pero la ciencia es una cosa, la única cosa, que nos mantiene unidos. Me figuro que lo sabes -añadió con ironía.
–Desde luego que lo sé; mas es una curiosa coincidencia que alguien mande un
mini-jet
a tu estación justo el mismo día en que tú vas a trabajar en ella, ¿no crees?
–En absoluto. Anunciamos que ese día, precisamente, íbamos a medir, y alguna otra estación debió pensar, con toda sensatez, que aprovecharían la ocasión para tomar medidas nefelométricas simultáneas (nubes, ya sabes). Los resultados, si son tomados en conjunto, suelen resultar mejores y ser más útiles que tomados por separado.
De pronto, Seldon preguntó con voz incierta:
–Entonces, ¿sólo tomaban medidas? – Y volvió a bostezar.
–Sí -contestó Leggen-. ¿Qué otra cosa podían estar haciendo?
Dors parpadeó, como solía hacer cuando trataba de pensar con rapidez.
–Hasta aquí, todo concuerda. ¿A qué estación pertenecía este
mini-jet
?
–No esperarás que pueda decírtelo.
–Pensaba que cada
mini-jet
meteorológico llevaría el distintivo de su estación de procedencia.
–Claro, pero no me fijé, ¿sabes? Yo tenía un trabajo que hacer y dejé que ellos hicieran el suyo. Cuando manden su informe, sabré de dónde procedía.
–¿Y si no informan?
–Entonces, tendré que suponer que sus aparatos no funcionaron. Suele ocurrir. – Tenía el puño cerrado y crispado-. ¿Hemos terminado ya?
–Espera un momento. ¿De dónde supones que podía haber venido el
mini-jet
?
–De cualquier estación que los use. Con un día de antelación, y se les avisa con mucho más tiempo, cualquiera de esas naves puede llegar hasta nosotros desde cualquier punto del planeta.
–¿De dónde es más probable que lo haga?
–Resulta difícil decirlo. ¿Hestelonia, Wye, Ziggoreth, Damiano del Norte…? Desde cualquiera de estas cuatro estaciones, pero podría pertenecer a alguna de las cuarenta y tantas restantes.
–Una pregunta más, sólo una más. Cuando anunciaste que tu grupo estaría
Arriba
, ¿mencionaste, por casualidad, que un matemático, el doctor Seldon, os acompañaría?
Una expresión de profunda y sincera sorpresa cruzó por el rostro de Leggen, una expresión que, al momento, se volvió despectiva:
–¿Y por qué iba yo a mencionar nombres? ¿A quién podían interesar?
–Está bien -concluyó Dors-. La verdad del caso es pues que el doctor Seldon vio el
mini-jet
y le desconcertó, no sé bien por qué, y su memoria está algo confusa aún. Más o menos, huyó del
mini-jet
, se perdió y no intentó regresar, o no se atrevió, hasta que se hizo de noche, y no supo orientarse a oscuras. No se te puede censurar por ello, así que olvidémoslo por ambas partes. ¿De acuerdo?
–De acuerdo. ¡Adiós! – Dio media vuelta y se marchó.
Cuando Leggen se hubo ido, Dors se levantó, quitó las zapatillas a Seldon con cuidado, lo colocó bien en la cama y lo tapó. Estaba profundamente dormido, desde luego.
Entonces, se sentó y empezó a meditar. ¿Cuánto de lo que Leggen había dicho era cierto, y qué era posible que ocultase bajo sus palabras? Lo ignoraba.
Mycogen. – … Un sector del antiguo Trantor… Sepultado en el pasado de sus propias leyendas. Mycogen causó poco impacto en el planeta. Auto-satisfecho y autoseparado hasta cierto punto…
Enciclopedia Galáctica
Cuando Seldon despertó, se encontró con un nuevo rostro que le observaba solemnemente. Por un momento, entornó los ojos.
–¿Hummin? – preguntó.
Éste le sonrió vagamente.
–Así que me recuerdas.
–Sólo fue durante un día, hace cosa de dos meses, pero te recuerdo. No te detuvieron, pues, ni te molestaron.
–Como puedes ver, aquí estoy, sano y salvo, pero no ha sido demasiado fácil llegar hasta aquí. – Y miró a Dors que estaba algo apartada.
–Me alegra verte -dijo Seldon-. Por cierto, ¿te importa…? – Y señaló con el dedo hacia el cuarto de baño.
–Tómate el tiempo que necesites -accedió Hummin-. Desayuna.
Hummin no lo acompañó en el desayuno. Ni Dors tampoco. Ni hablaron. Hummin revisaba un libro-película en actitud absorta. Dors se contemplaba las uñas con aire crítico para, después, sacar una microcomputadora y empezar a tomar notas con una estilográfica.
Seldon los contemplaba, pensativo, sin intentar el inicio de una conversación. El silencio podía estar causado por alguna reserva trantoriana habitual en la habitación de un enfermo. Estaba seguro de encontrarse perfectamente bien, pero ellos, quizá, no se daban cuenta.
Cuando hubo tragado el último bocado y la última gota de leche (a la que era obvio que se había acostumbrado porque ya no encontraba ningún sabor raro) Hummin se dirigió a él.
–¿Cómo te encuentras, Seldon?
–Perfectamente bien, Hummin. Lo bastante como para levantarme y empezar a hacer cosas.
–Me alegra oírlo. Dors Venabili tuvo mucha culpa al permitir que ocurriera todo esto.
–No, yo insistí en ir a
Arriba
-declaró Seldon.
–Te creo, pero debió acompañarte a toda costa.
–Le dije que no quería que lo hiciera.
–No es cierto, Hari -protestó Dors-. No me defiendas con mentiras.
Seldon insistió, enfadado.
–Pero no te olvides de que fue Dors quien subió en mi busca venciendo toda clase de resistencia y que, esto es indudable, me salvó la vida. Y no estoy disfrazando la verdad. ¿Has añadido esto a tu evaluación, Hummin?
Dors volvió a interrumpirle, claramente disgustada.
–Por favor, Hari. Chetter Hummin tiene toda la razón al pensar que debí haber impedido que subieras a
Arriba
o haber ido contigo. Respecto a mis actos subsiguientes, ya me ha felicitado.
–Sin embargo -observó Hummin-, todo ha pasado y podemos olvidarlo. Hablemos ahora de lo que ocurrió
Arriba
, Seldon.
Éste miró a su alrededor.
–¿No es arriesgado hacerlo? – preguntó con cautela.
Hummin se permitió una leve sonrisa.
–Dors ha encerrado esta habitación en un Campo de Distorsión. Tengo la casi seguridad de que ningún agente imperial en la Universidad, si lo hubiera, es lo bastante experto para penetrarlo. Eres un tipo suspicaz, Seldon.
–No por naturaleza. Escuchándote en el parque, y después… Además, eres muy persuasivo, Hummin. Antes de que terminaras, yo estaba dispuesto a pensar que había un Eto Demerzel acechando en las sombras.
–A veces creo que puede estar -dijo Hummin gravemente.
–Si así fuera, yo no lo reconocería. ¿Qué aspecto tiene?
–Eso importa poco. No le verías a menos que él quisiera que le vieras y, para entonces, todo habría terminado, supongo…, que es lo que debemos evitar. Hablemos ahora del
mini-jet
que viste.
–Como te he dicho, Hummin, me has metido el miedo de Demerzel en el cuerpo. Tan pronto como vi el
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, supuse que venía a por mí, que había cometido una imprudencia y salido fuera del área protectora de la Universidad de Streeling al ir a
Arriba
; que había sido atraído allí con la intención específica de que me detuvieran sin ninguna dificultad.
–Leggen, por el contrario… -interrumpió Dors.
–¿Estuvo aquí anoche? – preguntó Seldon vivamente.
–Sí, ¿no te acuerdas?
–De un modo muy vago. Me encontraba muerto de cansancio. No es más que una mancha en mi memoria.
–Bueno, cuando Leggen estuvo aquí anoche dijo que el
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era una nave meteorológica procedente de otra estación. Perfectamente normal. Perfectamente inocua.
–¿Cómo? No puedo creerlo.
–La cuestión, ahora, es: ¿por qué no lo crees? ¿Había algo en el
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que te hizo pensar que fuera peligroso? Algo específico, quiero decir, y no sólo una sospecha insistente que yo te hubiera metido en la cabeza.
Seldon reflexionó, mordiéndose el labio inferior.
–Sus movimientos. Daba la sensación de que metía el morro por debajo de las capas de nubes buscando algo; luego, aparecía por otro punto del mismo modo, después en otro y así sucesivamente. Parecía buscar algo, metódicamente, por
Arriba
, sección por Sección, volviendo siempre a donde yo estaba.
–Quizá personalizabas demasiado, Seldon. Pudiste tratar al
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como si fuera un extraño animal que fuera en tu busca -observó Hummin-. Desde luego, no lo era. Sólo se trataba de un
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y si se trataba de una nave meteorológica, sus movimientos eran perfectamente normales…, e inofensivos.
–A mí no me lo pareció así -porfió Seldon.
–Te creo, pero la verdad es que no sabemos nada. Tu convicción de que estabas en peligro es una mera suposición. La decisión de Leggen de que era una nave meteorológica es una suposición también.
–No puedo creer que actuara inocentemente -insistió Seldon, obstinado.
–Bueno -concedió Hummin-, supongamos que aceptamos lo peor: la nave estaba buscándote. ¿Cómo podía saber, quienquiera que fuera en ella a buscarte, que te hallabas allí para ser encontrado?
Dors intervino.
–Pregunté al doctor Leggen si en su informe previo al trabajo meteorológico, había incluido la información de que Hari iría con el grupo. No tenía por qué hacerlo, en circunstancias ordinarias y negó haberlo hecho; además, pareció muy sorprendido ante mi pregunta. Yo lo creí.
–Pues no lo hagas con tanta facilidad -dijo Hummin, pensativo-. ¿Acaso no lo negaría, de ser cierto? Ahora, pregúntate por qué permitió, en primer lugar, que Seldon los acompañara. Sabemos que protestó al principio, pero que acabó cediendo, y sin demasiada dificultad. Y eso, para mí, desentona con el estilo de Leggen.
–Parece más plausible que preparara la cosa -comentó Dors-. Quizá permitió la compañía de Hari a fin de ponerle en situación de ser aprehendido. Pudo haber recibido órdenes al efecto. Podemos añadir, además, que animó a la joven interna, Clowzia, a entretener a Hari y apartarle del grupo, dejándole aislado. Esto justificaría la falta de preocupación de Leggen por la ausencia de Hari cuando llegara la hora de marcharse. Insistiría en que Hari bajó antes, algo que él había preparado ya, puesto que le explicó cómo bajar solo. También justificaría su desgana de subir en su busca, dado que no querría perder tiempo en tratar de encontrar a alguien que él sabía muy bien que no iba a estar allí.
Hummin, que había escuchado atentamente, observó:
–Planteas muy bien el caso en contra suya, pero tampoco lo aceptaremos. Después de todo, al final te acompañó.
–Porque habíamos detectado pasos. El jefe de Sismología puede dar fe de ello.
–Bien, ¿demostró Leggen sorpresa y asombro cuando encontrasteis a Seldon? Quiero decir, por encima del hecho de hallar a alguien expuesto a un peligro extremo por la propia negligencia de Leggen, ¿obró como si Seldon no hubiera debido estar allí? ¿Se comportó como si se preguntara: cómo es que no se lo han llevado?
Dors pensó cuidadosamente, y contestó:
–Se mostró impresionadísimo al ver a Hari tendido allí, sin embargo, no sabría decirle si en sus sentimientos había algo más que horror por la situación.
–No, me figuro que no.
Seldon, que había estado mirando a uno y a otro al hablarse y que escuchaba atentamente, intervino.
–No creo que fuera Leggen -dijo
Hummin dirigió su atención hacia él.
–¿Por qué piensas eso?
–Porque, como bien has dicho, era obvio que no quería mi compañía. Me costó un día de insistencia el conseguirlo y creo que accedió sólo porque tenía la impresión de que yo era un matemático inteligente que podría ayudarle en su teoría meteorológica. Yo estaba deseoso de subir, y si le hubiera ordenado que procurara llevarme a
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, no habría habido necesidad de hacerlo tan de mala gana.
–Es razonable suponer que te querría sólo por tus matemáticas. ¿Discutió de matemáticas contigo? ¿Trató de explicarte su teoría?
–No, no lo hizo. Dijo algo sobre una discusión posterior. El problema estribó en que estaba dedicado por entero a sus instrumentos. Me enteré de que esperaba que hubiera sol, mas éste no apareció y eso le hizo pensar que sus instrumentos podían haberle fallado, pero, al parecer, funcionaban perfectamente lo que le produjo una fuerte frustración. Creo que esto fue algo tan inesperado que amargó su humor y le hizo olvidarse de mí. En cuanto a Clowzia, la joven que se ocupó de mí durante unos minutos, por más que lo pienso, no creo que me alejara de la escena deliberadamente. La iniciativa fue mía. Sentía curiosidad por la vegetación de
Arriba
y fui yo quien la apartó a ella, y no al contrario. Leggen, en lugar de animarla a que me alejara, la llamó mientras yo estaba aún con ella, y cuando me alejé, lo hice solo.