»Él negó con la cabeza mientras proseguía hablando.
»—No, yo no creo que el Único Posible sea nada más que bien para el hombre. El mal es carencia y el Único Posible es plenitud. El mal es privación de algo que debería venir dado. Por ejemplo, la enfermedad es falta de salud, el hambre falta de alimento. En definitiva: el mal que hay en los hombres es la falta del amor que deben a sus semejantes. ¿No piensas que hay algo de razón en esto?
»Me quedé callado, cavilando sobre sus palabras y entendí que aquello era así. Él siguió:
»—El mal es no poder amar, es vacío, insuficiencia, es lo contrario al Único Posible, y en sí mismo no tiene poder; por tanto, no es otro distinto a Dios sino su carencia, su falta. La maldad es como una enfermedad moral.
»—¿Por qué el Único lo permite?
»—No lo sabemos. Quizás es parte del plan divino, quizás es resultado de las acciones de los hombres. Me gustaría saber por qué el Único Posible permite el mal y la muerte… pero no lo sé. —La expresión de Brendan se llenó de esperanza mientras finalizaba diciendo—: Sin embargo, yo confío en Él.
»Brendan calló y yo no me atreví a interrumpir sus pensamientos. Al decir que confiaba en el Único Posible, se transformó y su cara mostró un aspecto de eternidad, como si aquel Único Posible en el que Brendan creía hubiese entrado dentro de él.
»En la escuela de la isla de Man había otros maestros. Mi mente regresa a aquel tiempo y aún puede ver otros druidas caminando hacia el bosque con sus frentes tonsuradas para recibir mejor el brillo del sol; hombres muy sabios, sacerdotes, juristas, bardos que cantaban melodías antiguas bajo los robles del bosque sagrado.
»De entre todos aquellos sabios además de Brendan sobresalía el maestro Lostar. A los más jóvenes, entre los que se contaba mi hermano Lubbo, les atraía su arte y sus conocimientos. Lostar practicaba el arte de la adivinación, le gustaba la magia, augurar el futuro en las entrañas de los animales y el vuelo de los pájaros. Era capaz de predecir el porvenir a través de las cifras y los números según la ciencia de Pitágoras.
»Brendan me previno contra Lostar. Lostar era ambicioso y buscaba el poder; había pertenecido a la orden de los sacrificadores y se decía que seguía realizando sacrificios que, en aquel tiempo, habían sido prohibidos. Lubbo se sentía fascinado por el derramamiento de sangre en el que el maestro Lostar era experto. A menudo, Lubbo y algunos otros indisciplinados como él se perdían en el bosque, siguiendo al sacrificador que les introducía en las prácticas ancestrales del holocausto.
»Una noche, Lubbo llegó muy tarde a la casa de piedra donde morábamos, todos dormían menos yo, que esperaba su regreso. Los rayos de la luna penetraban a través de una ventana abierta que dejaba pasar los aromas del campo. Pude ver la faz de mi hermano bajo la luz del astro nocturno. Su cara mostraba signos de extravío y había tomado algún tipo de estimulante. Sus manos temblaban, estaban manchadas de sangre y en su mirada no había alma. Fingí que dormía, asustado, pero al día siguiente hablé con él. El rostro de Lubbo denotaba que algo había ocurrido en la noche. Con las pupilas dilatadas, su semblante mostraba una expresión dura, su pulso seguía siendo tembloroso; pensé que todavía había en él restos de los alucinógenos de la noche anterior.
»—¿Dónde estuviste anoche?
»Lubbo me miró agresivo, con cara de iluminado.
»—¿Acaso te importa? ¿Acaso eres mi guardián?
»—No soy tu guardián, pero soy tu hermano y me indicaron que cuidase de ti.
»—El viejo, ¿no? Pues olvida ese encargo.
»Hice caso omiso a sus palabras pero callé un momento. Él me dio la espalda e hizo ademán de irse, pero yo le retuve poniéndole la mano sobre el hombro, él se paró pero retiró bruscamente mi mano. Procuré continuar con calma:
»—Lubbo, me preocupa que estés en la compañía de Lostar y su grupo. Practican supersticiones enfermizas.
»—Esas son palabras del hipócrita de Brendan, un hombre anticuado, así nos ha ido a los celtas, guiados por ese estilo de hombres. Lostar no cree en el Único, cree en las fuerzas de la naturaleza y sabe dominarlas.
»Sus palabras eran firmes e hirientes como dagas, odiaba sentirse acusado, en sus ojos había algo extraño.
»—Pronto las cosas cambiarán —dijo casi susurrando—, y los hombres como Brendan serán liquidados.
»Me sobresalté.
»—¿A qué te refieres?
»Lubbo rió, y después quizá para asustarme me dijo:
»—Querido Alvio —me espetó con voz de superioridad—, no sabes lo que te pierdes. El placer de estrangular a una víctima joven. Escuchar cómo balbucea pidiendo compasión.
»Si no hubiera estado aún bajo el efecto de los alucinógenos Lubbo no habría hablado de sus actividades nocturnas.
»—¡Qué estás diciendo! ¡Estáis locos!
»Lubbo sonrió con una mueca torcida.
»—¿Qué crees que hacemos en los bosques? Conseguir que el individuo sufra. Ver sufrir es placentero, sí, es muy agradable… Y matar… En eso hay un placer superior a cualquier otro. Estoy lisiado y las mujeres no me aman.
»Intenté que recapacitase haciéndole pensar en algo amable de su pasado para que reaccionase.
»—Romila te amó.
»Lubbo, entonces, se enfureció, de sus ojos salieron resplandores rojizos. Nunca debí haber mencionado aquello; entonces vociferó ofuscado y amenazador:
»—Tú… ¿tú qué sabes? Romila me compadecía. Yo no quiero compasión. No la necesito. Llegaré a ser grande. El más poderoso de los druidas. Oí lo que el viejo y tú hablabais de la copa y Lostar me ha hecho conocer su significado. Poseeré la copa sagrada de los druidas y todos temerán el poder de Lubbo. Seré yo, y no tú, inmundo, necio, el que conseguirá la copa sagrada. Con ella me curaré, seré un hombre completo, no un lisiado como ahora. Con ella conseguiré el poder.
»Entendí entonces el porqué de su venida a las tierras de Man, la envidia se había apoderado de su corazón, la envidia y aquel sentimiento de inferioridad que le dominaba desde niño. Buscaba como lo único importante en su vida, con frenesí y obcecación, la copa de los druidas. Lubbo había escuchado todo lo que mi padre me había revelado y desde aquel momento buscaba la copa.
»—¡Ah! Hermano, ése no es el camino —le advertí—. A la sabiduría no se llega por el odio.
»—Y ¿tú qué sabes? Domino la naturaleza de las cosas; volvemos a los ritos antiguos. Así que déjame en paz, yo también tengo una ciencia, una ciencia ancestral y superior a cualquier otra; la ciencia negra que me une con el maligno.
»Lubbo se irguió y me miró amenazante, de él surgía un poder tenebroso, sentí miedo. Después Lubbo se fue cojeando hacia el bosque con la espalda erguida. Me pareció ver una nube oscura, con forma de ave carroñera, elevándose del bosque sagrado. Con horror, recordé que en los últimos tiempos había desaparecido algún niño, se decía en el poblado que se había perdido en el bosque. Nunca se encontró el cadáver.
»Oí a las gentes de la casa levantándose para la faena del día, y a la madre de la familia dándole de comer a un hijo que se negaba; corté leña y realicé las tareas que me correspondían en el hogar, después corrí hacia la casa de las sanaciones. No estaba Brendan y fui a buscarle, le encontré junto a un acantilado, callado, mirando al mar cubierto por una neblina en la lejanía. Me vio llegar como si saliera de un sueño. Me escuchó atentamente, dejándome hablar y permitiendo que me desahogase. No se sorprendió de mi relato. Desde tiempo atrás, Brendan sospechaba que algunos de los druidas recurrían a poderes malignos para aumentar su poder. Me pidió que vigilase a mi hermano: era necesario que encontrásemos datos fehacientes del horror que se difundía en las islas, para poder llevarlos al consejo. Cuando le hablé de la copa, miró mi colgante ámbar muy interesado y me dijo:
»—Así que esa copa existe.
»—Eso dice mi padre.
»—Amrós es uno de los pocos druidas en los que hoy en día se puede confiar. Las leyendas hablaban de esta copa, siempre se afirmó que la robaron los celtas galos y que estaba en el sur. Se dijo que tras la conquista de las Galias había estado en manos de Julio César, después corrieron rumores de que los romanos la habían llevado hacia el oriente y después fue a Roma; pero desde hace más de cien años se perdió no hay noticia y nadie sabe cómo encontrarla. La piedra que portas es un dato fidedigno de que la copa existe y que es real. Ahora entiendo la amistad entre Lostar y tu hermano Lubbo. A Lostar le ha interesado Lubbo porque posiblemente le ha hablado de la copa sagrada. Nunca hubiera metido en su grupo a alguien tan joven e inexperto como Lubbo. Alguien que se ha ido de la lengua con quien no debía.
»—¿Tú crees que Lubbo habrá hablado con Lostar de la piedra ámbar que me dio mi padre?
»Brendan afirmó con la cabeza y después me advirtió:
»—Ten mucho cuidado, Alvio. Irán a por ti, tienes el amuleto y sabes demasiado.
»Lubbo desapareció durante dos días; en la noche del segundo día la luna alcanzó su apogeo. Era plenilunio. Lubbo regresó y fingió entrar a dormir en la casa. No me habló y yo no me atreví a decirle nada. Cuando los rayos de la luna penetraron por la ventana, Lubbo se levantó y salió de la casa. La luna jugaba a formar sombras con las casas del poblado y las copas de los árboles. Le seguí de lejos. Acudió a la cabaña de Lostar y de allí salió con otros jóvenes vestidos con unas indumentarias blancas y una pequeña hoz dorada y afilada en la mano. Se introdujeron en el bosque, buscaban muérdago entre los árboles para cortarlo según el antiguo ritual. No me extrañé. Avancé tras ellos, oculto bajo un manto de tela parda de sagún, caminaba despacio viendo a lo lejos refulgir sus blancas túnicas bajo los rayos de la luna.
»Me costó seguir a los druidas cuando se adentraron en lo profundo del bosque, parecían desvanecerse en la oscuridad; pero al fin, en la espesura la luz de la luna se introdujo entre los árboles que se separaron en un claro. Pude avanzar más deprisa. El claro, perdido en la floresta, y bañado por la luz del plenilunio, estaba rodeado por robles de los que pendían restos de aquelarres pasados: calaveras, un gato muerto y huesos. En el centro, los druidas habían encendido una gran hoguera y allí, los convocados, al llegar, iban arrojando ramas de muérdago.
»Cuando todos hubieron llegado, se dispusieron en torno al fuego. Un encapuchado repartía con un cazo de cobre un bebedizo. Durante un tiempo cantaron una música rítmica con la que muchos entraban en trance. Después se hizo el silencio. Entonces, apareció Lostar. Sobre su hombro se posaba un búho y portaba en la mano una lanza. Lostar se había tapado un ojo para acentuar su parecido con el dios Lug, el sanguinario.
»Cuando él apareció, el resto de los hombres gritaron enfebrecidos y comenzó el ritual. A un gesto de Lostar todos callaron, a través del bosque oscuro surgió una forma blanca y grande que avanzaba. Se trataba de un caballo de color blanco, sin una mancha, un animal hermoso y noble, muy joven pero de tamaño considerable. Relinchaba asustado y varios de los druidas lo sostenían con unas cuerdas largas de cuero. Lostar se acercó al animal, que levantó los cuartos delanteros. De un único tajo introdujo una lanza hasta el corazón del bruto. Manó sangre roja y en gran cantidad que un secuaz recogió en un recipiente de cobre. Después Lostar procedió a descuartizarlo, hería una y otra vez con saña los restos del bruto. Cuando acabó, tomó el cuenco con la sangre y la mezcló con frutos del tejo y otras hierbas posiblemente alucinógenas. A continuación, bebió el bebedizo con fruición y pasó a los demás la pócima, todos bebieron, entrando en trance. En aquel momento me fijé en la cara de mi hermano Lubbo transformada por el placer, con ojos que mostraban desvarío. Yo no podía moverme del horror que sentía al ver todo aquello. Lostar ofrecía la carne aún caliente de la víctima al búho que sobrevolaba para tomarla en el aire. Después, comenzó una danza frenética y salvaje al ritmo del tambor y de la flauta.
»Alguien se acercó a Lostar murmurando algo al oído, entonces el jefe de los sectarios elevó los ojos al cielo, sonó un cuerno de caza, su voz se alzó sobre todos los demás ruidos, diciendo:
»—Coged al renegado.
»Unas manos me asieron por detrás y dos encapuchados me condujeron hacia el centro del claro. Al pasar cerca de mi hermano, le supliqué compasión. Él rió en un arrebato de locura. Me empujaron al lugar lleno de restos de sangre de las víctimas anteriores, dos de aquellos hombres me sujetaron, cerca del fuego. Era mi fin, sólo veía la cara de mi hermano riendo, y noté en sus ojos todo el odio que me había profesado durante años. Los druidas me descubrieron el torso, en mi pecho colgaba brillando bajo la luna el colgante ámbar. Lostar tomó la gruesa cadena, la arrancó de mi cuello y se la puso, a continuación levantó su hoz de oro en dirección a la luna. Lostar reía delirante de saña, el colgante ámbar se balanceaba sobre su túnica nívea. Le acercaron el cuchillo de los sacrificios y entonces se lo cedió a mi hermano; los otros hombres me sujetaron para que fuera la ofrenda del sacrificio. Cuando Lubbo se acercó a mí, pude ver su cara excitada por un extraño placer, el placer de ver sufrir a una víctima viva, a lo que se sumaba el odio contra el rival y el hermano.
»La luna se abrió paso entre las nubes, e iluminó el claro; el pájaro de Lostar volaba sobre mí, en aquel momento pensé que mi vida había acabado cuando oí un silbido en el aire y vi el búho de Lostar caer al suelo herido por una flecha. Lubbo miró a Lostar, sin entender lo que ocurría, y bajó el brazo sin clavarme la daga.
»Entonces avanzaron hacia el claro del bosque un gran grupo de gente, era Brendan con los habitantes del poblado. Comenzó una lucha feroz entre los participantes en el aquelarre y los hombres de la aldea. Se pusieron en orden de batalla con sus respectivos jefes, Brendan con los hombres de paz, y Lostar con los nigromantes, frente a frente. Los del poblado gritaban y chillaban como águilas que han encontrado su presa, mientras que los del claro esperaban en silencio, respirando odio, con la sensación de haber sido descubiertos en algo que consideraban oculto.
»En aquel momento, Lubbo empuñó de nuevo el cuchillo de los sacrificios y se lanzó contra Lostar; en un principio pensé que quería defenderme, después comprendí que su propósito era otro, quería el colgante ámbar. Mi hermano y Lostar rodaron por el suelo, Lubbo mató al que había sido su maestro. Nadie se dio cuenta, en aquel momento la pelea se endurecía.