—¿Hum? —Robert entrecerró los ojos. La visión de Lydia había sido bioorgánicamente aumentada durante su entrenamiento en el ejército. Sintió envidia—. No me sorprendería. Por una u otra razón, Fiben siempre va lleno de vendajes, aunque le horroriza. Él afirma que se debe a una innata torpeza y a que eso es lo que el universo le depara, pero siempre he sospechado que tiene una atracción especial por los problemas. Nunca he conocido a ningún chimp que llegara a tales extremos sólo para tener una historia que contar.
Al cabo de un minuto pudo distinguir las facciones de su amigo. Gritó y lo saludó con la mano. Fiben sonrió y respondió al saludo, aunque tenía el brazo inmovilizado en un cabestrillo. Junto a él, montada en una pálida yegua había una chima que Robert no conocía.
Llegó un mensajero procedente de las cuevas y los saludó.
—Sers, el mayor ordena que usted y el teniente Bolger bajen lo antes posible.
—Dile por favor al mayor Prathachulthorn que vamos en seguida —asintió Robert.
Mientras los caballos recorrían la última curva, Lydia deslizó su mano en la suya y Robert sintió una repentina oleada de regocijo y culpabilidad a la vez. Le dio un apretón y trató de no mostrar la ambivalencia de sus sentimientos.
¡Fiben está vivo!
, pensó.
Tengo que comunicárselo a Athaclena. Seguro que se emocionará.
El mayor Prathachulthorn tenía la costumbre de tirarse de una u otra oreja. Mientras escuchaba los informes de sus subordinados, se movía en la silla y de vez en cuando murmuraba ante su ordenador, adquiriendo algún detalle urgente para su información. En ciertas ocasiones parecía distraído, pero si su interlocutor dejaba de hablar o incluso si bajaba el tono de voz, el mayor chasqueaba los dedos con impaciencia. Al parecer, Prathachulthorn tenía una mente rápida y era capaz de atender varios asuntos a la vez. Sin embargo, esta conducta resultaba un poco desconcertante para algunos chimps, que tendían a ponerse nerviosos y sufrir afasias. Y eso, a su vez, no mejoraba la opinión que Prathachulthorn tenía de los irregulares que habían estado al mando de Robert y Athaclena.
Pero en el caso de Fiben, esto no suponía ningún problema. Mientras continuaran dándole zumo de naranja, él seguiría contando su historia. Hasta Prathachulthorn, que a menudo interrumpía los informes con frecuentes preguntas y que era implacable con los detalles, permaneció en silencio mientras Fiben narraba la historia de la desastrosa insurrección del valle, su posterior captura, las entrevistas y pruebas que había sufrido a manos de los ayudantes del Suzerano de la Idoneidad y las teorías de la doctora Gailet Jones.
De vez en cuando, Robert miraba a la chima que Fiben había llevado consigo desde Puerto Helenia. Sylvie estaba sentada rígidamente entre Benjamín y Elsie, con una expresión serena. A veces se dirigían a ella para verificar o aclarar algo, y ella respondía en voz baja. Por lo demás, sus ojos no se apartaban de Fiben.
Éste describió detalladamente la situación política entre los
gubru
tal como él la veía. Cuando llegó la noche de la fuga, explicó que el Suzerano de Costes y Prevención les había tendido una trampa, y terminó el relato de este modo:
—Así que decidimos, Sylvie y yo, que era mejor salir de Puerto Helenia por una ruta que no fuese marina —se encogió de hombros—. Pasamos por una abertura de la valla y por fin llegamos a un puesto rebelde. En consecuencia aquí estamos.
¡Eso es!
, pensó Robert con ironía. Fiben había dejado de lado cualquier referencia a sus heridas y a la forma precisa en que había escapado. Sin duda lo haría constar con todo detalle en el informe por escrito que entregaría al mayor, pero los demás tendrían que sacárselo sobornándolo.
Robert vio que Fiben lo miraba y le guiñaba el ojo.
Supongo que es una historia para contar mientras te bebes cinco cervezas
, pensó Robert.
—Has dicho que viste la derivación hiperespacial —Prathachulthorn se dirigió a Fiben—. ¿Sabes dónde está situada exactamente?
—He sido entrenado como explorador, mayor. Sé dónde se halla. Mi informe por escrito incluirá un mapa y un esbozo de la instalación.
—Si no hubiera tenido ya otras noticias de ese asunto —reconoció Prathachulthorn—, nunca hubiera creído esta historia. Pero, dada las circunstancias, no me queda más remedio que hacerlo. ¿Y has dicho que es una instalación muy costosa, incluso para los
gubru
?
—Sí, señor. Ésa es la conclusión a la que llegamos Gailet y yo. Los humanos sólo han podido celebrar una única ceremonia de Elevación para cada una de sus razas pupilas en todos los años transcurridos desde el Contacto, y ambas tuvieron que desarrollarse en Tymbrimi. Es por eso que otros pupilos como los
kwackoo
pueden humillarnos impunemente.
»Uno de los motivos principales ha sido la obstrucción política llevada a cabo por clanes antagonistas como los
gubru y
los
soro
, que han logrado demorar las peticiones de reconocimiento de estatus promovidas por la Tierra. Pero otro motivo es que, según los criterios galácticos, somos terriblemente pobres.
Resultaba obvio que Fiben había estado estudiando. Robert comprendió que gran parte de aquello tenía que haberlo aprendido de esa Gailet Jones. Con su intensificado sentido de empatía, Robert captaba en Fiben leves estremecimientos cada vez que se mencionaba el nombre de la chima.
Robert miró a Sylvie.
Hum, parece que a Fiben se le ha complicado un poco la vida.
Eso, desde luego, le recordó su propia situación. No
sólo a Fiben
, pensó. Toda su vida había deseado aprender a ser más sensible para comprender mejor los sentimientos de los demás y los suyos propios. Y ahora que tenía ese don, lo odiaba.
—¡Por Darwin, Goodall y Armonía! —Prathachulthorn golpeó la mesa—. Señor Bolger, nos ha traído información en el momento más oportuno —y, dirigiéndose a Robert y Lydia, añadió—: ¿saben lo que significa esto, caballeros?
—Hum —empezó Robert.
—Un objetivo, señor —respondió Lydia sucintamente.
—¡Exacto! Un objetivo. Esto se adecúa perfectamente al mensaje que acabamos de recibir del Concejo. Si podemos destruir esa derivación antes de que lleguen los dignatarios del Instituto de Elevación, podremos golpear a los
gubru
donde más les duele: en sus bolsillos.
—Pero… —empezó a objetar Robert.
—Ya ha oído lo que nos acaba de referir nuestro espía —dijo Prathachulthorn—. Los
gubru
están causando daño en el espacio y están extendiendo demasiado sus líneas. Además, sus líderes aquí, en Garth, están enfrentados entre sí. Esto podría ser la gota que colmara el vaso. Caramba, podríamos planearlo de algún modo para que todos los miembros del Triunvirato se hallaran en el mismo sitio en el mismo momento.
—¿No le parece que deberíamos pensarlo mejor, señor? —interrumpió Robert—. Quiero decir, que además está lo de la oferta que el Suzerano de la Probidad…
—Idoneidad —corrigió Fiben.
—Idoneidad, sí. ¿Qué hay de esa oferta que les ha hecho a Fiben y a la doctora Jones?
—Está claro que es una trampa —respondió con énfasis Prathachulthorn—. Reflexione, Oneagle.
—Lo hago, señor. Soy tan experto como Fiben en estos asuntos y, por supuesto, mucho menos que la doctora Jones. Y le concedo que pueda ser una trampa. Pero, en la superficie al menos, parece un terrible asunto para la Tierra. Un asunto que no creo que podamos tolerar sin intentar informar de ello al Concejo.
—No hay tiempo —dijo Prathachulthorn sacudiendo la cabeza—. Tengo órdenes de actuar según mi criterio y, en lo posible, hacerlo antes de que lleguen los dignatarios galácticos.
—Entonces, como mínimo, podríamos consultar con Athaclena —la desesperación de Robert iba en aumento—. Es hija de un diplomático y tal vez pueda ver implicaciones que a nosotros nos pasan inadvertidas.
La expresión cejijunta de Prathachulthorn hablaba por sí sola.
—Si hay tiempo, me sentiré encantado de solicitar la opinión de la joven
tymbrimi
, por supuesto —pero estaba claro que por el solo hecho de sugerir aquella idea Robert aparecía como un idiota a los ojos del mayor.
—Ahora mismo —Prathachulthorn golpeó la mesa—, lo mejor que podríamos hacer es convocar una reunión de oficiales para discutir las posibles tácticas a emplear en contra de esa instalación —se volvió para dirigirse a los chimps—. Esto es todo por ahora, Fiben. Muchas gracias por tu valiente y oportuna acción. Y lo mismo va para usted, señorita —le dijo a Sylvie—. Espero ver pronto sus informes por escrito.
Elsie y Benjamín se pusieron de pie y mantuvieron abierta la puerta. Como oficiales honorarios, estaban excluidos de la reunión de Prathachulthorn. Fiben se levantó y se movió despacio, ayudado por Sylvie.
—Señor —se apresuró a decirle Robert en voz baja al mayor—, estoy seguro de que se le ha pasado por alto, pero Fiben es oficial de las Fuerzas de Defensa Coloniales. Tal vez no estaría bien visto que se le excluyera de la reunión, hum, políticamente, quiero decir.
Prathachulthorn parpadeó. Su expresión apenas mostró cambio, pero Robert advirtió de inmediato que había vuelto a perder puntos ante sus ojos.
—Sí, desde luego —dijo sin inmutarse—. Comuníquele por favor al teniente Bolger que será bienvenido a la reunión, si no está demasiado cansado.
Y dicho esto se inclinó sobre su ordenador y empezó á solicitarle datos. Robert sentía los ojos de Lydia clavados en él.
Seguro que se desespera ante mi falta de tacto
, pensó al tiempo que se dirigía a toda prisa hacia la puerta y tomaba a Fiben por el brazo en el preciso instante en que éste se disponía a salir.
—Parece que ha vuelto otra vez el tiempo de los adultos —Fiben sonreía y hablaba con su amigo, señalando con la cabeza en dirección a Prathachulthorn.
—Peor que eso, viejo chimp. Acabo de conseguir que te nombren adulto honorario.
Si las miradas matasen…
, pensó Robert al ver la amarga expresión de su amigo.
Y tú que creías que retrataba del tiempo del molinero ¿no?
Habían comentado muchas veces el posible origen histórico de aquella expresión.
Fiben pellizcó el hombro de Sylvie y volvió a entrar, cojeando, en la habitación. Ella lo miró unos instantes y luego se volvió y siguió a Elsie por el pasillo.
Benjamín, sin embargo, se quedó un instante. Había visto una señal de Robert para que no se marchara. El muchacho deslizó un pequeño disco en la mano del chimp. No se atrevía a decir nada en voz alta, pero con la mano izquierda hizo un sencillo gesto.
—Para ella —le dijo en el lenguaje de las manos.
Benjamín asintió y se apresuró a marcharse.
Cuando Robert volvió a la mesa, Prathachulthorn y Lydia estaban ya enfrascados en los secretos de la planificación de la batalla. El mayor se dirigió a Robert.
—Me temo que no tendremos tiempo de usar el desarrollo bacteriológico, por ingeniosa que fuese su idea…
Las palabras le pasaron inadvertidas. Robert estaba sentado pensando que acababa de cometer su primera felonía. Al registrar secretamente la reunión, incluido el extenso informe de Fiben, había violado el procedimiento.
Al darle el disco a Benjamín había roto el protocolo. Y al ordenar al chimp que entregase la grabación a un alienígena, había, en cierto modo, cometido una traición.
Un inmenso neochimpancé caminaba arrastrando los pies, en el interior de una cámara subterránea, con las manos esposadas y unidas al extremo de una sólida cadena. Permanecía alejado de sus guardianes, unos chimps que llevaban el uniforme de los invasores y que tiraban del otro extremo de la cadena, pero de vez en cuando lanzaba miradas desafiantes a los técnicos alienígenas que vigilaban desde unas plataformas elevadas.
Su rostro nunca había estado libre de marcas pero ahora estaba cubierto de heridas rosáceas, aún abiertas, que la ausencia de pelo en algunas zonas dejaba a la vista. Las heridas estaban sanando pero sus cicatrices nunca serían hermosas.
—Vamos, rebelde —le dijo uno de los chimps centinelas dándole un empujón—. El pájaro quiere hacerte algunas preguntas.
Mientras lo conducían a una zona elevada, cerca del centro de la inmensa cámara, Max ignoraba tanto como podía al margi. Allí esperaban algunos
kwackoo
, de pie sobre una plataforma instrumental.
Max miró a los ojos al que parecía ser el jefe y se inclinó ante él levemente, pero lo suficiente para que el pajaroide le devolviera la cortesía. Junto a los
kwackoo
se hallaban otros tres traidores. Dos eran unos chimps bien vestidos que habían obtenido grandes beneficios suministrando material de construcción y obreros a los
gubru
; se rumoreaba que algunos de los negocios se habían hecho a expensas de sus socios humanos desaparecidos. Otras historias decían que los hombres internados en Cilmar y en las demás islas habían aprobado aquellas transacciones y que su connivencia había sido directa. Max no sabía qué versión prefería creer. El tercer chimp de la plataforma era el comandante de la fuerza auxiliar de los margis, el alto y presuntuoso Puño de Hierro.
Max también conocía el protocolo adecuado para saludar a los traidores. Sonrió, mostrando sus grandes caninos, y escupió a sus pies. Con un grito, los margis tiraron de la cadena y lo hicieron trastabillar. Levantaron sus porras, pero un agudo grito del líder
kwackoo
los detuvo antes de que pudieran descargar los golpes. Luego retrocedieron, haciéndole una reverencia.
—¿Estáis seguros, sabéis con certeza, que este individuo es el que hemos estado buscando? —preguntó a Puño de Hierro el oficial pajaroide.
El chimp asintió.
—Lo encontramos cerca del lugar donde capturamos a Gailet Jones y Fiben Bolger. Había sido visto en su compañía antes de la rebelión y se sabe que durante muchos años fue sirviente de la familia de ella. He preparado un informe que demuestra que su contacto con esos individuos lo hace adecuado para que lo estudiemos con atención.
—Has sido muy hábil —le dijo el
kwackoo
a Puño de Hierro—. Debes ser premiado, recompensado, con un rango superior. Aunque uno de los candidatos del Suzerano de la Idoneidad se haya escapado de nuestra red. Ahora estamos en una buena posición paga elegir, seleccionar un sustituto. Te tendré informado.