El LSD también influye en funciones neurofisiológicas conectadas con la dopamina, una sustancia de tipo hormonal igualmente natural. La mayoría de los centros cerebrales que responden a la dopamina se activan con el LSD; otros se ven amortiguados.
Todavía no se conocen los mecanismos bioquímicos a través de los cuales el LSD desarrolla sus efectos psíquicos. Investigaciones sobre la interrelación entre el LSD y factores cerebrales como la serotonina y la dopamina son ejemplos de cómo el LSD puede servir de instrumento para estudiar los procesos bioquímicos que están en la base de las funciones psíquicas.
Cuando en la investigación farmacéutico-química se descubre una nueva sustancia activa, sea por aislamiento de una droga vegetal o de órganos animales, sea por síntesis, como en el caso del LSD, el químico, mediante modificaciones de su molécula, intenta crear nuevos compuestos que tengan un efecto similar y en lo posible mejor, u otras cualidades activas valiosas. Se habla entonces de la derivación química de este tipo de sustancia activa. En la abrumadora mayoría de las, digamos, veinte mil sustancias nuevas que se crean anualmente en los laboratorios de investigación farmacéutico-química de todo el mundo, se trata de tales productos derivados de relativamente pocos tipos de sustancias activas. El hallazgo de una sustancia realmente nueva en cuanto a estructura química y efecto farmacológico se refiere es un raro golpe de fortuna.
Poco después del descubrimiento de los efectos psíquicos del LSD me asignaron dos colaboradores, con los que pude llevar a cabo la derivación química del LSD y otras investigaciones en el terreno de los alcaloides del cornezuelo sobre una base más amplia. Con el Dr. Theodor Petrzilka continuamos los trabajos sobre la estructura química de los alcaloides del cornezuelo del tipo péptido, a los que pertenecían la ergotamina y los alcaloides del grupo de la ergotoxina. Junto con el Dr. Franz Troxler fabricamos un gran número de derivados químicos del LSD, e intentamos obtener una mayor comprensión de la estructura del ácido lisérgico —para el cual investigadores americanos habían ya propuesto una fórmula estructural. En 1949 logramos corregir esa fórmula e indicar la estructura válida de esta piedra fundamental de los alcaloides del cornezuelo y, por ende, del LSD.
Las investigaciones de los alcaloides péptidos del cornezuelo llevaron a las fórmulas estructurales completas de estas sustancias; las publicamos en 1951. Su corrección fue confirmada por la síntesis total de la ergotamina que pudo realizarse diez años después junto a dos colaboradores más jóvenes, los doctores Albert J. Frey y Hans Ott. Más tarde, esta síntesis fue evolucionando hasta transformarse en un procedimiento a escala industrial; el mérito de esta evolución le corresponde sobre todo al Dr. Paul A. Stadler. La preparación sintética de los alcaloides péptidos del cornezuelo usando ácido lisérgico, que se obtiene de soluciones de cultivos especiales de la seta del cornezuelo, tiene una gran importancia económica. Con este procedimiento pueden fabricarse las sustancias de partida para los medicamentos Hydergin y Dihydergot de manera racional.
Volvamos a las modificaciones químicas del LSD. Ninguno de los muchos derivados del ácido lisérgico emparentados con el LSD y preparados a partir de 1945 en colaboración con el Dr. Troxler era más activo como alucinógeno que el LSD. Ya los parientes más cercanos resultaban mucho menos activos en este respecto.
Hay cuatro posibilidades de ordenamiento especial de los átomos en la molécula de LSD. En el lenguaje profesional se las distingue con el prefijo
iso
y las letras
D-
y
L-
. Además del LSD, que debería designarse más precisamente como D-dietilamida del ácido lisérgico, preparé y autoensayé asimismo las otras tres formas espaciales del LSD: la D-dietilamida del ácido lisérgico (iso-LSD), la L-dietilamida del ácido lisérgico (L-LSD) y la L-isodietilamida del ácido lisérgico (L-iso-LSD). Hasta una dosis de 0,5 mg, es decir una cantidad veinte veces mayor que la dosis de LSD aún claramente activa, estos tres isómeros no presentaban efecto psíquico alguno.
Una sustancia muy cercana al LSD, la monoetilamida del ácido lisérgico (LAE-23), en el que el resto de dietilamida del LSD uno de los grupos etilo está sustituido por un átomo de hidrógeno, resultó ser diez veces menos psicoactiva que el LSD. También es cualitativamente distinto el efecto alucinógeno de esta sustancia: se caracteriza por un componente narcótico. Este efecto es aún más pronunciado en la amida del ácido lisérgico (LA-111), en el que ambos grupos etilo del LSD están sustituidos por átomos de hidrógeno. Estos efectos de LA-111 y la LAE-32, que comprobé en autoensayos, fueron confirmados más tarde en exámenes clínicos.
La amida del ácido lisérgico, que habíamos sintetizado artificialmente para estas investigaciones, la reencontramos quince años después como sustancia activa natural presente en el
ololiuqui
, la droga mágica mejicana. En una sección posterior trataré más extensamente este descubrimiento sorprendente.
Los resultados de la derivación química del LSD fueron valiosos para la investigación farmacológica al hallarse derivados que eran apenas o nada alucinógenos, y que en cambio presentaban intensificados otros efectos del LSD. Uno de ellos es un efecto bloqueador de la neurohormona serotonina, que señalábamos al discutir las propiedades farmacológicas del LSD. Como la serotonina cumple un papel en los procesos alérgico-inflamatorios y también en el origen de la migraña, una sustancia específicamente bloqueadora de la serotonina era muy importante para la investigación médica. Por eso buscamos sistemáticamente los derivados del LSD no alucinógenos pero con la mayor eficacia posible como inhibidores de la serotonina. La primera sustancia activa de esa índole que hallamos fue el bromo-LSD, que se ha difundido en la investigación médico-biológica con la designación de BOL-148. A continuación y en el marco de nuestras investigaciones sobre antagonistas de la serotonina, el Dr. Troxler creó unos compuestos aún más fuertes y específicos. El más eficaz ingresó en el mercado de medicamentos con el nombre de marca de «Deseril» (en el ámbito angloparlante con el de «Sansert») para el tratamiento a intervalos de la migraña.
La primera investigación sistemática del LSD en el ser humano fue realizada por el Dr. med. Werner A. Stoll, un hijo del profesor Arthur Stoll, en la clínica psiquiátrica de la universidad de Zurich y publicada en 1947 en el
Schweizer Archiv für Neurologie und Psychiatrie
(Archivo Suizo de Neurología y Psiquiatría) bajo el título de «La dietilamida del ácido lisérgico, un
phantasticum
del grupo del cornezuelo de centeno».
La prueba se realizó tanto con personas sanas cuanto con esquizofrénicas. Las dosis eran mucho menores que en mi autoensayo con 0,25 mg de tartrato de LSD; se emplearon sólo 0,02-0,13 mg. Los sentimientos durante la embriaguez de LSD fueron aquí predominantemente eufóricos, mientras que en mí, a consecuencia de la sobredosis, se habían caracterizado por graves síntomas secundarios y temor al desenlace incierto.
En esta publicación fundamental ya se describían científicamente todos los síntomas de la embriaguez lisérgica y se caracterizaba la nueva sustancia activa como un
phantasticum
. La cuestión de la acción terapéutica del LSD quedaba en suspenso. Se destacaba, en cambio, la elevadísima eficacia del LSD, que se mueve en dimensiones como las que se suponen para unas sustancias —traza que están presentes en el organismo y son las causantes de determinadas enfermedades mentales. Dada la enorme eficacia del LSD, esta primera publicación ya tomaba en consideración, asimismo, la posibilidad de aplicarlo como instrumento de investigación psiquiátrica.
En su publicación, W. A. Stoll dio también una amplia descripción de su propia experiencia con LSD. Como se trata de la primera publicación del autoensayo de un psiquiatra, y muestra muchos rasgos característicos de la embriaguez del LSD, conviene reproducirla aquí, un poco abreviada. Le agradezco a su autor el permitir la reproducción de su informe.
A las 8.00 horas ingerí 60 (0,06 miligramos) de LSD. Unos 20 minutos más tarde se presentaron los primeros síntomas: pesadez en los miembros, suaves indicios atáxicos. Comenzó una fase subjetivamente muy desagradable de malestar generalizado, paralela a la hipotensión objetivamente medida…
Luego se presentó cierta euforia, que sin embargo me parecía menor que en un ensayo anterior. Aumentó la ataxia; caminé con largos pasos «navegando» por la habitación. Me sentí un poco mejor, pero preferí acostarme.
Después de dejar la habitación a oscuras (experimento de oscuridad), se presentó —en medida creciente— una experiencia desconocida de inimaginable intensidad. Se caracterizaba por una increíble variedad de alucinaciones ópticas, que surgían y desaparecían muy rápidamente, para dar paso a formaciones nuevas. Era un alzarse, circular, burbujear, chisporrotear, llover, cruzarse y entrelazarse en un torrente incesante.
El movimiento parecía fluir hacia mí predominantemente desde el centro o la esquina inferior izquierda de la imagen. Cuando se dibujaba una forma en el centro, simultáneamente el resto del campo visual estaba lleno de un sinnúmero de esas imágenes. Todas eran coloridas; predominaban el rojo brillante, el amarillo y el verde.
Nunca lograba detenerme en una imagen. Cuando el director del ensayo remarcaba mi vasta fantasía, la riqueza de mis indicaciones, no podía menos que sonreírme compasivamente. Sabía que podía fijar sólo una fracción de las imágenes, y mucho menos darles un nombre. Tenía que obligarme a describir. La caza de colores y formas, para los que conceptos como fuegos artificiales o calidoscopio eran pobres y nunca suficientes, despertó en mí la creciente necesidad de profundizar en este mundo extraño y fascinante; la superabundancia me llevaba a dejar actuar esta riqueza inimaginable sobre mí sin más ni más.
Al principio las alucinaciones eran del todo elementales: rayos, haces de rayos, lluvia, aros, torbellinos, moños,
sprays
, nubes, etc., etc. Luego aparecieron también imágenes más organizadas: arcos, series de arcos, mares de techos, paisajes desérticos, terrazas, fuegos con llamas, cielos estrellados de una belleza insospechada. Entre estas formaciones organizadas reaparecían también las elementales que habían prevalecido al comienzo. En particular recuerdo las siguientes imágenes:—Una fila de elevados arcos góticos, un coro inmenso, sin que se vieran las partes de abajo.
—Un paisaje de rascacielos, como se lo conoce de la entrada al puerto de Nueva York; torres apiladas una detrás de otra y una al lado de otra, con innumerables series de ventanas. Nuevamente faltaba la base.
—Un sistema de mástiles y cuerdas, que me recordaba una reproducción de pinturas (el interior de una tienda de circo) vista el día anterior.
—Un cielo de atardecer con un azul increíblemente suave sobre los techos oscuros de una ciudad española. Sentí una extraña expectativa, estaba contento y notablemente dispuesto a las aventuras. De pronto las estrellas resplandecieron, se acumularon y se convirtieron en una densa lluvia de estrellas y chispas que fluía hacia mí. La ciudad y el cielo habían desaparecido.
—Estaba en un jardín; a través de una reja oscura veía caer refulgentes luces rojas, amarillas y verdes. Era una experiencia indescriptiblemente gozosa.
Lo esencial era que todas las imágenes estaban construidas por incalculables repeticiones de los mismos elementos: muchas chispas, muchos círculos, muchos arcos, muchas ventanas, muchos fuegos, etc. Nunca vi algo solo, sino siempre lo mismo infinitas veces repetido.
Me sentí identificado con todos los románticos y fantaseadores, pensé en E.T.A. Hoffman, vi al Malstrom de Poe, pese a que en su momento esa descripción me había parecido exagerada. A menudo parecía hallarme en las cimas de la vivencia artística, me abandonaba al goce de los colores del altar de Isenheim y sentía lo dichoso y sublime de una visión artística. También debo de haber hablado repetidas veces de arte moderno; pensaba en cuadros abstractos que de pronto parecía comprender. Luego, las impresiones eran extremadamente cursis, tanto por sus formas cuanto por su combinación de colores. Me vinieron a la mente las decoraciones más baratas y horribles de lámparas y cojines de sofá. El ritmo de pensamientos se aceleró. Pero no me parecía tan veloz que el director del ensayo no pudiera seguirme. A partir del puro intelecto por cierto sabía que lo estaba apurando. Al principio se me ocurrían rápidamente denominaciones adecuadas. Con la creciente aceleración del movimiento se fue haciendo imposible terminar de pensar una idea. Muchas oraciones las debo de haber comenzado solamente…
En general fracasaba el intento de concentrarme en determinadas imágenes. Incluso se presentaban cuadros en cierto sentido contradictorios: en vez de una iglesia, rascacielos; en vez de una cadena montañosa, un vasto desierto.
Creo haber calculado bien el tiempo transcurrido. No fui muy crítico al respecto, puesto que esta cuestión no me interesaba en lo más mínimo.
El estado de ánimo era de una euforia consciente. Gozaba con la situación, estaba contento y participaba muy activamente en lo que me sucedía. De a ratos abría los ojos. La tenue luz roja resultaba mucho más misteriosa que de costumbre. El director del ensayo, que escribía sin cesar, me parecía muy lejano. A menudo tenía sensaciones físicas peculiares. Creía, por ejemplo, que mis manos descansaban sobre algún cuerpo; pero no estaba seguro de que fuera el mío.
Terminado este primer ensayo de oscuridad comencé a caminar por el cuarto. Mi andar era vacilante y volví a sentirme peor. Tenía frío y le agradecí al director que me envolviera en una manta. Me sentía abandonado, no afeitado y sin lavar. El cuarto parecía ajeno y lejano. Luego me senté en la silla del laboratorio, y pensaba continuamente que estaba sentado como un pájaro en una estaca.
El director del ensayo recalcó mi mal aspecto. Parecía extrañamente delicado. Yo mismo tenía manos pequeñas y sutiles. Cuando me las lavé, ello ocurrió lejos de mí, en algún sitio abajo a la derecha. Era dudoso que fueran las mías, pero ello carecía de importancia.
En el paisaje que me era bien conocido parecía haber cambiado una cantidad de cosas. Al lado de lo alucinado pude ver al principio también lo real. Luego eso ya no fue posible, aunque seguía sabiendo que la realidad era distinta…
Un cuartel y el garage situado delante a la izquierda de pronto se convirtió en un paisaje de ruinas derribadas a cañonazos. Vi escombros de paredes y vigas salientes, sin duda desencadenados por el recuerdo de las acciones de guerra habidas en esta zona.
En el campo regular, extenso, veía sin cesar unas figuras que traté de dibujar, sin poder superar los primeros trazos burdos. Era una ornamentación inmensamente rica, en flujo continuo. Sentí recordar todo tipo de culturas extrañas, vi motivos mejicanos, hindúes. Entre un enrejado de maderitas y enredaderas aparecían pequeñas muecas, ídolos, máscaras, entre los que curiosamente de pronto se mezclaban «Manöggel» (hombrecillos de cuentos) infantiles. El ritmo era ahora menor que durante el ensayo de oscuridad.
La euforia se había perdido; me deprimí, lo cual se mostró especialmente en un segundo ensayo de oscuridad. Mientras que en el primer ensayo de oscuridad las alucinaciones se habían sucedido con la mayor velocidad en colores claros y luminosos, ahora predominaban el azul, el violeta, el verde oscuro. El movimiento de las figuras mayores era más lento, más suave, más tranquilo, si bien sus contornos estaban formados por una llovizna de «puntos elementales» que giraban y fluían a gran velocidad. Mientras que en el primer ensayo de oscuridad el movimiento a menudo se dirigía hacia mí, ahora a menudo se alejaba de mí, hacia el centro del cuadro, donde se dibujaba una abertura succionadora. Veía grutas con paredes fantásticamente derrubiadas y cuevas de estalactitas y estalagmitas, y me acordé del libro infantil «En el reino maravilloso del rey de la montaña». Se combaban tranquilos sistemas de arcos. A la derecha apareció una serie de techos de cobertizos y pensé en una cabalgata vespertina durante el servicio militar. Se trataba significativamente de un cabalgar a casa. Allí no había nada de gana de partir ni de sed de aventuras. Me sentía protegido, envuelto en maternidad, estaba tranquilo. Las alucinaciones ya no eran excitantes, sino suaves y amansadoras. Un poco más tarde tuve la sensación de poseer yo mismo fuerza maternal; sentía cariño, deseos de ayudar y hablaba de manera muy sentimental y cursi sobre la ética médica. Así lo reconocí y pude dejar de hacerlo.
Pero el estado de ánimo depresivo continuó. Repetidas veces intenté ver cuadros claros y alegres. Era imposible; surgían únicamente formaciones oscuras, azules y verdes. Quería imaginarme fuegos lucientes como en el primer ensayo de oscuridad. Y vi fuegos: pero eran holocaustos en la almena de un castillo nocturno en una pradera otoñal. Una vez logré divisar un grupo luminoso de chispas que se elevaba; pero a media altura se convirtió en un grupo de pavones oscuros que pasaba tranquilamente. Durante el ensayo estuve muy impresionado de que mi estado de ánimo guardara una interrelación tan estrecha e inquebrantable con el tipo de alucinaciones.
Durante el segundo ensayo de oscuridad observé que los ruidos casuales y luego también los emitidos adrede por el director del ensayo producían modificaciones sincrónicas de las impresiones ópticas (sinestesias). Asimismo, una presión ejercida sobre el globo ocular provocaba cambios en la visión.
Hacia fines del segundo ensayo de oscuridad me fijé en fantasías sexuales, que estaban, sin embargo, ausentes por completo. No podía sentir deseo sexual alguno. Quise imaginarme una mujer; sólo apareció una escultura abstracta moderno-primitiva, que no producía ningún efecto erótico y cuyas formas fueron asumidas y reemplazadas inmediatamente por círculos y lazos movedizos.
Tras concluir el segundo ensayo de oscuridad me sentí obnubilado y con malestar físico. Transpiraba, estaba cansado. Gracias a Dios, no necesitaba ir hasta la cantina para comer. La laborante que nos trajo la comida me pareció pequeña y lejana, dotada de la misma y extraña delicadeza que el director del ensayo…
Hacia las 15 horas me sentí mejor, de modo que el director pudo continuar con sus tareas. Con dificultades, comencé a estar en condiciones de redactar yo mismo el protocolo. Estaba sentado a la mesa, quería leer, pero no podía concentrarme. Me sentía como un personaje de cuadros surrealistas, cuyos miembros no están unidos al cuerpo, sino que están sólo pintados a su lado…
Estaba deprimido, y por interés pensé en la posibilidad de mi suicidio. Con algún susto comprobé que tales pensamientos me resultaban extrañamente familiares. Me parecía peculiarmente comprensible que un individuo depresivo se suicide…
En el camino a casa y a la noche volví a estar eufórico y pleno de los acontecimientos de la mañana. Sin saberlo, lo experimentado me había causado una impresión indeleble. Me parecía que un período completo de mi vida se había concentrado en unas pocas horas. Me seducía repetir el intento.
Al día siguiente mi pensar y actuar fue incitante, me costaba un gran esfuerzo concentrarme, todo me daba igual… Este estado voluble, levemente ensoñado, continuó por la tarde. Tenía dificultades para informar más o menos ordenadamente acerca de una tarea simple. Crecía un cansancio general y la sensación de que volvía a situarme en la realidad.
Al segundo día después del ensayo mi naturaleza era indecisa… Depresión suave pero clara durante toda la semana, cuya relación con el LSD, desde luego, era sólo mediata.