Cuando llegó el médico yo había superado el punto más alto de la crisis. Mi laborante le explicó mi autoensayo, pues yo mismo aún no estaba en condiciones de formular una oración coherente. Después de haber intentado señalarle mi estado físico presuntamente amenazado de muerte, el médico meneó desconcertado la cabeza, porque fuera de unas pupilas muy dilatadas no pudo comprobar síntomas anormales. El pulso, la presión sanguínea y la respiración eran normales. Por eso tampoco me suministró medicamentos, me llevó al dormitorio y se quedó observándome al lado de la cama. Lentamente volvía yo ahora de un mundo ingentemente extraño a mi realidad cotidiana familiar. El susto fue cediendo y dio paso a una sensación de felicidad y agradecimiento crecientes a medida que retornaban un sentir y pensar normales y creía la certeza de que había escapado definitivamente del peligro de la locura.
Ahora comencé a gozar poco a poco del inaudito juego de colores y formas que se prolongaba tras mis ojos cerrados. Me penetraban unas formaciones coloridas, fantásticas, que cambiaban como un calidoscopio, en círculos y espirales que se abrían y volvían a cerrarse, chisporroteando en fontanas de colores, reordenándose y entrecruzándose en un flujo incesante. Lo más extraño era que todas las percepciones acústicas, como el ruido de un picaporte o un automóvil que pasaba, se transformaban en sensaciones ópticas. Cada sonido generaba su correspondiente imagen en forma y color, una imagen viva y cambiante.
A la noche regresó mi esposa de Lucerna. Se le había comunicado por teléfono que yo había sufrido un misterioso colapso. Dejó a nuestros hijos con los abuelos. En el interín me había recuperado al punto de poder contarle lo sucedido.
Luego me dormí exhausto y desperté a la mañana siguiente reanimado y con la cabeza despejada, aunque físicamente aún un poco cansado. Me recorrió una sensación de bienestar y nueva vida. El desayuno tenía un sabor buenísimo, un verdadero goce.
Cuando más tarde salí al jardín, en el que ahora, después de una lluvia primaveral, brillaba el sol, todo centelleaba y refulgía en una luz viva. El mundo parecía recién creado. Todos mis sentidos vibraban en un estado de máxima sensibilidad que se mantuvo todo el día.
Este autoensayo mostró que el LSD-25 era una sustancia psicoactiva con propiedades extraordinarias. Que yo sepa, no se conocía aún ninguna sustancia que con una dosis tan baja provocara efectos psíquicos tan profundos y generara cambios tan dramáticos en la experiencia del mundo externo e interno y en la conciencia humana.
Me parecía asimismo muy importante el hecho de que pudiera recordar todos los detalles de lo vivenciado en el delirio del LSD. La única explicación posible era que, pese a la perturbación intensa de la imagen normal del mundo, la conciencia capaz de registrar no se anulaba ni siquiera en el punto culminante de la experiencia del LSD. Además, durante todo el tiempo del ensayo había sido consciente de estar en medio del experimento, sin que, sin embargo, hubiera podido espantar el mundo del LSD a partir del reconocimiento de mi situación y por más que esforzara mi voluntad. Lo vivía, en su realidad terrorífica, como totalmente real, aterradora, porque la imagen de la otra, la familiar realidad cotidiana, había sido plenamente conservada en la conciencia.
Lo que también me sorprendió fue la propiedad del LSD de provocar un estado de embriaguez tan abarcador e intenso sin dejar resaca. Al contrario: al día siguiente me sentí —como lo he descrito— en una excelente disposición física y psíquica.
Era consciente de que la nueva sustancia activa LSD, con semejantes propiedades, tenía que ser útil en farmacología, en neurología y sobre todo en psiquiatría, y despertar el interés de los especialistas. Pero lo que no podía imaginarme entonces era que la nueva sustancia se usaría fuera del campo de la medicina, como estupefaciente en la escena de las drogas. Como en mi primer autoensayo había vivido el LSD de manera terroríficamente demoníaca, no podía siquiera sospechar que esta sustancia hallaría una aplicación como estimulante, por así decirlo.
También reconocí sólo después de otros ensayos, llevados a cabo con dosis mucho menores y bajo otras condiciones, la significativa relación entre la embriaguez del LSD y la experiencia visionaria espontánea.
Al día siguiente escribí el ya mencionado informe al profesor Stoll sobre mis extraordinarias experiencias con la sustancia LSD-25; le envié una copia al director de la sección farmacológica, profesor Rothlin.
Como no cabía esperarlo de otro modo, mi informe causó primero una extrañeza incrédula. En seguida me telefonearon desde la dirección; el profesor Stoll preguntaba: «¿Está seguro de no haber cometido un error en la balanza? ¿Es realmente correcta la indicación de la dosis?». El profesor Rothlin formuló la misma pregunta. Pero yo estaba seguro, pues había pesado y dosificado con mis propias manos. Las dudas expresadas estaban justificadas en la medida en que hasta ese momento no se conocía ninguna sustancia que en fracciones de milésimas de gramo surtiera el más mínimo efecto psíquico. Parecía casi increíble una sustancia activa de tamaña potencia.
El propio profesor Rothlin y dos de sus colaboradores fueron los primeros que repitieron mi autoensayo, aunque sólo con un tercio de la dosis que yo había empleado. Pero aún así los efectos fueron sumamente impresionantes y fantásticos. Todas las dudas respecto de mi informe quedaron disipadas.
Tras el descubrimiento de sus insólitos efectos psíquicos, la sustancia LSD-25, que cinco años antes, después de unas primeras pruebas en experimentos animales, había sido excluida de una investigación ulterior, fue reincluida en la serie de preparados medicinales experimentales. La mayoría de los ensayos fundamentales con animales los realizó, en la sección farmacológica de Sandoz, dirigida por Rothlin, el Dr. Aurelio Cerletti, a quien debe considerarse el pionero de la investigación farmacológica del LSD.
Antes de que pueda experimentarse una nueva sustancia activa en ensayos clínicos sistemáticos aplicados al hombre, hay que averiguar, mediante pruebas farmacológicas, datos detallados sobre sus efectos principales y secundarios, su absorción en el organismo, su excreción y, sobre todo, su tolerancia, respectivamente su toxicidad, en la experimentación animal.
Aquí sólo se comentarán los hallazgos más importantes y comprensibles también para el lego en medicina obtenidos en los experimentos animales. Excedería con mucho el marco de este libro mencionar todos los resultados de los muchos centenares de investigaciones farmacológicas que se realizaron en todo el mundo a continuación de los trabajos sobre el LSD de los Laboratorios Sandoz.
Los experimentos animales no informan mucho acerca de las modificaciones psíquicas ocasionadas por el LSD, porque éstas casi no se pueden comprobar en los animales inferiores y en modo restringido en los más evolucionados. El LSD desplegaba sus efectos sobre todo en el dominio de las funciones psíquicas y espirituales superiores y en las más altas de todas. Así es comprensible que puedan esperarse reacciones específicas al LSD en animales superiores. No pueden comprobarse cambios psíquicos sutiles en el animal, pues, aunque se hayan producido, el animal no puede expresarlos. Sólo pueden reconocerse perturbaciones psíquicas relativamente masivas, que se expresan en una conducta distinta del animal de experimentación. Para ello hacen falta dosis que también en animales superiores, como gatos, perros y monos, son muy superiores a la dosis del LSD activa en el hombre.
Mientras que en el ratón sólo pueden comprobarse perturbaciones en la motilidad y cambios en la conducta de lamido, en el gato, además de síntomas vegetativos, como pelos erizados y la presencia de alucinaciones. Los animales miran fijamente y atemorizados, y contrariamente al proverbio [alemán] de que «el gato nunca deja de cazar ratones», no sólo deja de hacerlo sino que hasta les teme. También en perros sometidos al LSD es de suponer que se producen alucinaciones. Muy sensible es la reacción de una comunidad de chimpancés en una jaula cuando un miembro de la familia toma LSD. Aunque en el propio animal no puedan comprobarse cambios, toda la jaula se alborota, porque el chimpancé con LSD aparentemente deja de cumplir con precisión las leyes del muy sutil orden jerárquico familiar. Entre las especies animales extravagantes en las que se probó el LSD citemos únicamente los peces de colores y las arañas. En los peces de acuario se observan extrañas posiciones de natación, y en las arañas se pueden comprobar cambios provocados por el LSD en la construcción de la telaraña. Con dosis óptimas muy bajas las telarañas se construyen aún más regulares y exactas que las normales; pero con dosis más altas, las arañas tejen mal y rudimentariamente.
La toxicidad del LSD se averiguó con distintas especies animales. Una medida para la toxicidad de una sustancia es la LD50, esto es, la dosis letal media, es decir, la dosis a la que muere el 50.% de los animales tratados. En general varía mucho según la especie animal, y así también ocurre con LSD. Para el ratón la LD50 es de 50-60 mg/kg i.v., es decir, 50-60 milésimas de gramo por cada kilogramo de peso del animal, al inyectar la solución de LSD en una vena. En la rata la LD50 desciende a 16,5 mg/kg y en el conejo a 0,3 mg/kg. Un elefante al que se le dieron 0,297g de LSD murió después de pocos minutos. Suponiendo que este animal pesaba 5.000 kg, la dosis mortal resulta ser de 0,06 miligramos por kilogramo de peso. Como se trata de un caso particular, este valor no es comparable, pero puede concluirse que el mayor animal terrestre es relativamente muy sensible al LSD, pues la dosis letal para el elefante debe de ser mil veces menor que la del ratón. La mayoría de los animales con dosis letales de LSD muere de parálisis respiratoria.
Las dosis pequeñas que llevan a los animales a la muerte pueden crear la impresión de que el LSD es una sustancia muy venenosa. Pero si se compara la dosis mortal para los animales con la dosis activa en el hombre, que es de 0,003 a 0,001 miligramos por kilogramo de peso, resulta una excelente tolerancia para el LSD. Sólo una sobredosis 300-600 veces mayor de LSD, comparada con la dosis letal para el conejo, o unas 50.000-100.000 veces mayor que la dosis tóxica para el ratón, tendrían consecuencias mortales en el hombre. Estas comparaciones de tolerancia, sin embargo, hay que entenderlas sólo en sentido dimensional, pues la amplitud terapéutica —así se designa la diferencia entre la dosis activa y la mortal— debería determinarse en una misma especie. Pero este proceder aquí no es posible, porque no se conoce la dosis de LSD que es mortal para el hombre. Por lo que sé, aún no se han conocidos muertes como consecuencia directa de un envenenamiento por LSD. Sí se han presentado numerosos casos de incidentes con desenlace mortal a continuación de ingestiones de LSD, pero se trataba de desgracias, también de suicidios, que deben atribuirse al estado de turbación producido por la embriaguez del LSD. La peligrosidad del LSD no reside en su toxicidad, sino en la imposibilidad de prever sus efectos psíquicos.
Hace algunos años se publicaron en la bibliografía científica y también en la prensa general unos informes según los cuales el LSD habría provocado daño a los cromosomas, es decir, en la sustancia que determina los caracteres hereditarios. Pero estos hallazgos se habían establecido únicamente en casos individuales. Amplias investigaciones posteriores con un número grande, estadísticamente significativo de casos demostraron, empero, que no existe una relación entre las anomalías cromosomáticas y la medicación con LSD. Lo mismo vale para los informes sobre malformaciones fetales, presuntamente generadas por LSD. Es posible, en cambio, que en la experimentación animal unas dosis excesivas de LSD, que están muy por encima de las que se aplican al ser humano, generen malformaciones de los fetos. Pero esto se corresponde con condiciones en las que también provocan tales daños las sustancias activas inocuas.
El examen de informes sobre malformaciones en el hombre ha evidenciado que tampoco aquí existe una relación entre el consumo de LSD y tales perjuicios. Si esa relación entre el consumo y efectos perniciosos existiera, tendría que haberse manifestado hace tiempo, puesto que han ingerido LSD ya varios millones de personas.
El LSD se resorbe fácil y completamente en el tubo digestivo. Por tanto, salvo fines especiales, no es necesario inyectar el LSD. Con LSD marcado radioactivamente se pudo comprobar en experimentos con ratones que, salvo un resto pequeño, el LSD administrado por vía endovenosa desaparece muy pronto del torrente circulatorio, para distribuirse en todo el organismo. Sorprendentemente la concentración más baja se encuentra en el cerebro. Aquí se concentra en determinados centros del cerebro intermedio, que tiene un papel en la regulación de la vida afectiva. Estos hallazgos dan indicios sobre la localización de determinadas funciones psíquicas en el cerebro.
La concentración de LSD en los diversos órganos alcanza sus máximos unos diez a quince minutos después de la inyección; luego decae rápidamente. Una excepción la constituye el intestino delgado, en el que la concentración alcanza su máximo a las dos horas. La eliminación del LSD se produce en su mayor parte, en un 80 %, por el hígado y la bilis a través del intestino. El producto excretado contiene un 1 % al 10 % de LSD inalterado; el resto está compuesto por diversos productos de transformación.
Dado que los efectos psíquicos del LSD siguen cuando ya no se puede verificar su presencia en el organismo, debe suponerse que ya no actúa como tal, sino que pone en movimiento determinados mecanismos bioquímicos, neurofisiológicos y psíquicos que llevan al estado de embriaguez, y que luego continúan sin sustancia activa.
El LSD estimula centros del sistema nervioso simpático en el cerebro intermedio, lo cual conduce a la dilatación de pupilas, al incremento de la temperatura corporal y el aumento del nivel de glucemia. Ya se mencionó el efecto contractor del útero de LSD.
Una propiedad farmacológica particularmente interesante del LSD, descubierta por J. H. Gaddum en Inglaterra, es su efecto bloqueador de la serotonina. La serotonina es una sustancia activa natural que aparece en diversos órganos del organismo de animales de sangre caliente. Está concentrada en el cerebro intermedio y tiene un papel importante en la transmisión de estímulos en ciertos nervios y con ello en la bioquímica de las funciones psíquicas. Durante un tiempo se atribuyeron los efectos psíquicos del LSD a la perturbación de las funciones naturales de la serotonina. Pero pronto se mostró que también ciertos derivados del LSD, unos compuestos en los que la estructura química del LSD está apenas modificada, y que no presentan propiedades alucinógenas, impiden los efectos de la serotonina tanto o más que el LSD puro. Por lo tanto, el efecto bloqueador de la serotonina por parte del LSD no basta para explicar sus propiedades alucinógenas.