Los que abogan por un consumo no controlado, libre, de LSD y otros alucinógenos, fundamentan su postura en que este tipo de drogas no genera adicción, y en que con un consumo moderado hasta ahora no ha podido demostrarse que los alucinógenos hayan ocasionado perjuicios a la salud. Ambas afirmaciones son ciertas. Jamás ha podido observarse que ni siquiera con un consumo frecuente y prolongado de LSD se generara una verdadera manía, que se caracteriza porque al quitarse la sustancia aparecen perturbaciones psíquicas y a menudo también disfuncionamientos físicos graves. No se conocen aún daños orgánicos ni casos fatales como consecuencia directa de una intoxicación de LSD. Como se ha puntualizado en el capítulo «LSD en el ensayo con animales y en la investigación biológica», el LSD es, en efecto, una sustancia relativamente poco tóxica en comparación con su efectividad psíquica extremadamente elevada.
Pero el LSD, al igual que los demás alucinógenos, ofrece otro tipo de peligros. Mientras que en los estupefacientes que crean toxicomanía, en los opiáceos, las anfetaminas, etc., los perjuicios psíquicos y físicos aparecen sólo con su uso crónico, el LSD es peligroso en cada ensayo singular, pues pueden aparecer delirios graves. Estos incidentes pueden evitarse en gran medida con una preparación interna y externa adecuada de los experimentos, pero no excluirse con seguridad. Las crisis de LSD semejan ataques psicóticos con carácter maníaco o depresivo.
En un estado maníaco, hiperactivo, el sentimiento de omnipotencia o de invulnerabilidad puede acarrear accidentes graves. Así ha sucedido cuando un embriagado se colocaba en su delirio delante de un automóvil en marcha por creerse invulnerable, o saltaba por la ventana pensando que podía volar. El número de tales accidentes de LSD no es tan grande como podría creerse por las noticias infladas por los medios de comunicación sensacionalistas. De todos modos, deben servir de advertencias serias.
En cambio no debe de ser cierto un informe que circuló en 1966 por todo el mundo, sobre un crimen cometido presuntamente bajo la influencia de LSD. El asesino, un joven neoyorquino, había asesinado a su suegra, y al ser detenido inmediatamente después del homicidio declaró no saber nada de nada; desde hacía tres días se encontraría en un viaje de LSD. Pero aun con la dosis más elevada un delirio de LSD no dura más de doce horas, y la ingestión habitual lleva a la tolerancia, es decir que dosis ulteriores no son efectivas. Además, la embriaguez del LSD se caracteriza porque uno recuerda exactamente lo experimentado. Posiblemente el asesino esperaba que se le concedieran circunstancias atenuantes por enajenación mental.
El peligro de desencadenar una reacción psicótica es especialmente grande cuando se le suministra LSD a una persona sin su conocimiento. Eso lo mostró ya aquel incidente producido poco después del descubrimiento del LSD durante las primeras investigaciones de la nueva sustancia activa en la clínica psiquiátrica de la Universidad de Zurich. Un médico joven, al que sus colegas le habían puesto, en son de broma, un poco de LSD en el café, quería nadar en pleno invierno, a veinte grados bajo cero, en el lago de Zurich. Hubo que impedírselo por la fuerza. Hasta entonces no se tenía conciencia de la gravedad de semejantes bromas.
Una naturaleza distinta la presentan los peligros cuando el delirio desencadenado por el LSD no es de carácter maníaco, sino depresivo. En estos casos, las visiones aterradoras, el miedo mortal o el miedo a estar o volverse loco pueden llevar a peligrosos colapsos psíquicos y al suicidio. Aquí, el viaje de LSD se convierte en
horror trip
(viaje horroroso).
Causó especial sensación el caso de aquel Dr. Olson, a quien, a principios de los años cincuenta, en el marco de experimentos con drogas en el ejército de los Estados Unidos, se le había suministrado LSD sin que él lo supiera, y que luego se suicidó saltando por la ventana. En aquel entonces a su familia le resultó inexplicable cómo este hombre tranquilo y equilibrado había podido cometer semejante acción. Sólo quince años más tarde, cuando se publicaron las cartas secretas sobre aquellos experimentos, la familia se enteró de las verdaderas circunstancias. El entonces presidente de los Estados Unidos, Gerald Ford, le expresó públicamente las condolencias de la nación.
Las condiciones para un curso positivo de un experimento con LSD, en el que la probabilidad de un descarrilamiento psicótico sea reducida, se hallan por un lado en el individuo, y por otro lado en el marco externo del experimento. En el uso lingüístico inglés los factores internos, personales, se denominan
set
, y las circunstancias externas,
setting
.
La belleza de un cuarto o de un lugar al aire libre se vivencian con especial profundidad con la sensibilización que provoca el LSD, y contribuyen determinantemente al desenlace del experimento. Asimismo forman parte del
setting
las personas presentes, su aspecto, sus rasgos de carácter. Igualmente significativo es el medio acústico. Unos ruidos en sí inocuos pueden convertirse en una tortura, y viceversa una bella música en una experiencia dichosa. En experimentos de LSD en un entorno desagradable o ruidoso es muy grande el peligro de un curso negativo de la experiencia, con posibilidad de crisis psicóticas. El mundo actual, con sus máquinas y aparatos, ofrece todo tipo de escenarios y ruidos que con una sensibilidad aumentada pueden muy bien generar el pánico.
Tan o más importante que el marco externo es el estado anímico del sujeto, su disposición en ese momento, su actitud ante la experiencia de las drogas y sus expectativas concomitantes. También pueden entrar en acción dichas o miedos inconscientes. El LSD tiende a intensificar el estado psíquico en que uno se encuentra. Un sentimiento de alegría puede crecer hasta la dicha suprema, una depresión puede ahondarse hasta la desesperación. Por consiguiente, el LSD es el recurso menos idóneo para ayudar a superar una fase depresiva. Tomar LSD en una situación perturbada, infeliz o incluso en un estado de angustia es peligroso, y crece la probabilidad de que el experimento termine con un colapso psíquico.
Hay que desaconsejar por completo los experimentos de LSD con personas que tengan una estructura de personalidad inestable y tendente a reacciones psicóticas. Aquí un shock de LSD puede generar un perjuicio anímico duradero, al desencadenar una psicosis latente.
Debemos considerar también como inestable, en el sentido de no madurada, la vida anímica de personas muy jóvenes. En todos los casos, el shock de una corriente de sensaciones tan fuerte como la generada por el LSD hace peligrar el psico-organismo sensible y todavía en su fase de desarrollo. Incluso en el caso de una aplicación médica de LSD en el marco de tratamientos psicoanalíticos o psicoterapéuticos en jóvenes menores de dieciocho años, los círculos profesionales han expresado sus prevenciones, a mi juicio, justificadas. Entre los jóvenes suele faltar aún esa relación estable y firme con la realidad, necesaria para integrar la vivencia dramática de nuevas dimensiones de la realidad racionalmente en la imagen del mundo. En vez de llevar a una ampliación y profundización de la conciencia de realidad, aquella experiencia contribuirá más bien a una inseguridad y una sensación de estar perdido en los adolescentes. La frescura de las percepciones sensoriales y la capacidad aún irrestricta de vivenciar cosas nuevas motivan que en la juventud las experiencias visionarias espontáneas sean mucho más frecuentes que en la edad madura, de modo que también por este motivo debería impedirse el empleo de estimulantes psíquicos entre los jóvenes.
Aun en personas adultas y sanas y siguiéndose todas las medidas preparatorias y protectivas discutidas, un experimento con LSD puede malograrse y desencadenar reacciones psicóticas. Por eso debe recomendarse fervientemente una supervisión médica incluso en los experimentos no médicos. Ello incluye el chequeo previo. El médico no necesita estar presente durante la experiencia, pero debería contarse con la posibilidad de una rápida asistencia médica.
Las psicosis agudas de LSD pueden interrumpirse rápida y seguramente y controlarse mediante la inyección de cloropromazina u otro tranquilizante de este tipo.
La presencia de una persona de confianza, que pueda pedir auxilio médico en caso de necesidad, es una medida de seguridad incluso por motivos psicológicos. Pese a que la embriaguez de LSD se caracteriza en general por una inmersión en el mundo interior propio, de todos modos suele surgir, sobre todo en fases depresivas, una profunda necesidad de contacto humano.
Hay otro tipo de peligros en el consumo no medicinal de LSD. Nos referimos al hecho de que la mayor parte del LSD que se consume en la escena de las drogas es de origen desconocido. Los preparados de LSD del mercado negro son de poca confianza, tanto en lo que se refiere a la calidad cuanto en su dosificación. Pocas veces contienen la cantidad declarada: en general tienen menos LSD, a veces nada, pero en ocasiones demasiado, y es frecuente que se vendan como LSD otras drogas o incluso materias tóxicas. Así lo pudimos comprobar en nuestro laboratorio al analizar un gran número de pruebas de LSD provenientes del mercado negro. Coinciden con las experiencias de las oficinas estatales de control.
La inseguridad de las indicaciones en el mercado negro de drogas puede llevar a sobredosis peligrosas.
A menudo han sido sobredosis la causa probada de experimentos malogrados, en los que se llegó a graves colapsos psíquicos y físicos. Pero jamás se han confirmado las noticias sobre presuntas intoxicaciones mortales con LSD. Los exámenes rigurosos de estos casos siempre han confirmado que las causas eran otras.
Un ejemplo de cuan peligroso puede ser el LSD del mercado negro es el caso siguiente. En 1970, la Brigada de Investigación Criminal de la ciudad de Basilea nos pidió que analizáramos un polvo de una droga que presuntamente era LSD. Provenía de un joven que había ingresado en el hospital con pronóstico reservado. Su amigo, quien también había ingerido este preparado, había muerto por los efectos del mismo. El resultado del análisis fue que el polvo no contenía LSD, sino estricnina, un alcaloide muy venenoso.
El motivo por el que los preparados de LSD del mercado negro en general contienen menos LSD que la cantidad indicada, y a menudo carecen de LSD, se debe —cuando no se trata de una falsificación intencional— a la facilidad con que esta sustancia se descompone. El LSD es muy alterable al aire y muy fotosensitivo. El oxígeno del aire lo destruye por oxidación; la incidencia de luz lo convierte en una sustancia no activa. Ya la síntesis exige tenerlo en cuenta; tanto más, la fabricación de preparados estables y almacenables. La afirmación de que el LSD sea fácil de fabricar, y de que todo estudiante de química en un laboratorio medianamente bien equipado esté en condiciones de sintetizarlo, es falsa. Por cierto, se han publicado instrucciones para la síntesis accesibles a cualquiera. Sobre la base de estas instrucciones detalladas, cualquier químico puede realizar la síntesis, con tal de disponer de ácido lisérgico puro, que antes se conseguía libremente en el mercado, pero que hoy día está sometido a las mismas normas legales que el LSD. Pero para aislar el LSD de una solución de reacción de forma pura, cristalizada, y fabricar preparados estables, se necesitan —a causa de la mencionada descomponibilidad de esta sustancia— instalaciones especiales y una experiencia que no es fácil de adquirirse.
El LSD sólo es conservable indefinidamente en ampollas del todo exentas de oxígeno y protegidas de la luz. Este tipo de ampollas, que contienen 0,1 miligramos de LSD en forma de tartrato en un centímetro cúbico de solución acuosa, es producida por la empresa Sandoz para la investigación biológica y la aplicación medicinal. El LSD en comprimidos preparados con las correspondientes sustancias de repleción que lo protegen contra la oxidación tiene una estabilidad, aunque no indefinida, sí más duradera. En cambio los preparados de LSD que suelen ofrecerse en el mercado negro —por ejemplo, el LSD diseminado en cuadradillos de azúcar o en papel secante— se descomponen en el curso de semanas o de pocos meses.
En una sustancia tan activa, la dosificación correcta tiene máxima importancia. Aquí tiene especial vigencia el lema de Paracelso, de que es la dosis la que determina que una sustancia sea un remedio o un veneno. Pero en los preparados del mercado negro, cuyo contenido de sustancia activa no está asegurado de ninguna manera, esa dosificación acertada es imposible de lograr. Por lo tanto, uno de los mayores peligros de los ensayos no medicinales de LSD reside en la aplicación de tales preparados de proveniencia desconocida.
La difusión del consumo ilegal de LSD en los Estados Unidos cobró un especial vigor a consecuencia de las actividades del Dr. Timothy Leary, conocido mundialmente como el «apóstol de las drogas». En 1960, durante unas vacaciones en Méjico, Leary había probado las legendarias «setas sagradas» que le había comprado a un curandero. En la embriaguez de las setas llegó a un estado de éxtasis místico, al que designó como la experiencia religiosa más profunda de su vida. A partir de aquel momento el Dr. Leary, que era aún profesor adjunto de psicología en la famosa Universidad de Harvard en Cambridge (EE.UU.), se dedicó por completo a la investigación del efecto y de las posibilidades de aplicación de las drogas psicodélicas. Junto con su colega el Dr. Richard Alpert comenzó a llevar a cabo en la universidad diversos proyectos de estudio en los que empleó LSD y psilocybina, la sustancia activa de las «setas sagradas» mejicanas que nosotros entretanto habíamos aislado.
Con una metodología científica se examinaron allí la reintegración social de presidiarios, la generación de experiencias religioso-místicas de teólogos y sacerdotes, y el fomento de la creatividad de artistas y escritores mediante LSD y psilocybina. En estas investigaciones participaron también de vez en cuando personalidades como Aldous Huxley, Arhtur Koestler y Allen Ginsberg. Se concedió especial importancia a la cuestión de en qué medida la preparación anímica y las expectativas del analizado, además del marco externo del experimento, pueden influir sobre el rumbo y el carácter del estado de embriaguez psicodélica.
En enero de 1963, Leary me envió un informe exhaustivo sobre estos estudios, en los que transmitía con palabras de entusiasmo los resultados positivos obtenidos y expresaba su creencia en la utilidad y las prometedoras posibilidades de estas sustancias activas. A la vez, la empresa Sandoz recibió un pedido de envío de 100 g de LSD-25 y de 25 kg de psilocybina, firmado por la Universidad de Harvard, Department of Social Relations, Dr. Timothy Leary. La demanda de cantidades tan enormes (que corresponden a un millón de dosis de LSD y a 2,5 millones de dosis de psilocybina) se justificaba con la planeada extensión de las investigaciones a estudios de los tejidos, órganos y animales. Hicimos depender el envío de esas sustancias de la presentación de una licencia de importación de parte de las autoridades sanitarias de los Estados Unidos. A vuelta de correo obtuvimos el pedido de envío por las mencionadas cantidades de LSD y psilocybina junto con un cheque de diez mil dólares de primer pago… pero sin la licencia de importación demandada. Este pedido Leary ya no lo firmaba como integrante de la Universidad de Harvard, sino como presidente de una organización nueva fundada por él mismo, la IFIF (International Federation for Internal Freedom). Cuando además nuestra consulta con el decano correspondiente de la Universidad de Harvard dio por resultado que las autoridades universitarias no autorizaban la prosecución de los proyectos de investigación de Leary y Alpert, anulamos nuestra oferta y retornamos los diez mil dólares.