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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Inglaterra (20 page)

Por aquella época, el emperador bizantino contrataba mercenarios para su guardia de corps. Estos provenían de las tribus suecas (varegos) que habían invadido Rusia v ahora formaban allí una clase dominante. Haroldo Hardrada se incorporó a esta "guardia varega y pronto se convirtió en su jefe. Fue empleado por los bizantinos en diversas partes del Mediterráneo, con éxito considerable, y hasta se supone que hizo un viaje a Jerusalén.

Pero Haroldo Hardrada, más tarde, también tuvo problemas en Constantinopla, presumiblemente por el interés que despertaba en el corazón de las mujeres. Según algunos relatos, la misma emperatriz se sintió atraída por él.

Abandonó Constantinopla con la premura habitual, volvió sobre sus pasos por Rusia, se casó esta vez con la hija de Yaroslav y se la llevó a Noruega. Había acumulado considerables riquezas en el curso de sus aventuras y, una vez que llegó a Noruega, no halló dificultades para hacerse reconocer como rey.

Pero había adquirido el hábito de la aventura y cuando Tostig se dirigió a él con la propuesta de invadir juntos Inglaterra, Haroldo Hardrada no pudo resistir Tenía ya más de cincuenta años, pero su goce con las batallas seguía siendo fuerte.

En septiembre de 1066, las fuerzas noruegas remontaron el Humber y avanzaron por Northumbria. Haroldo, que esperaba ansiosamente a Guillermo en el sur dejó la defensa del norte a Morcar, pero esta defensa resultó ser inadecuada. Haroldo Hardrada y Tostig obtuvieron la victoria y marcharon sobre York.

Haroldo estaba en un terrible dilema. La invasión de Guillermo se retrasaba de semana a semana y de mes a mes, y el aburrido ejército de Haroldo se estaba disgregando. Los barcos sajones, agotados de realizar inútiles tareas marinas, fueron llevados a puerto, y algunos de ellos se perdieron en el proceso. Ahora Haroldo recibía las noticias de las victorias vikingas en el norte.

Tenía que avanzar hacia el norte para hacer frente a la nueva amenaza, dar cuenta de ella y volver lo más rápidamente posible para seguir esperando a Guillermo. Reunió su ejército y se abalanzó hacia el Norte, con tal rapidez y habilidad, que estuvo sobre los invasores antes de que éstos se percatasen de lo que estaba ocurriendo. Los ejércitos se encontraron en Stamford Bridge, a trece kilómetros al este de York, el 25 de septiembre de 1066.

Haroldo, desesperadamente ansioso de no arruinar a su ejército antes de enfrentarse con Guillermo, ofreció a Tostig devolverle Northumbria, con la esperanza de separarlo de Haroldo Hardrada y, de este modo, obligar al noruego a elegir entre la retirada y una derrota segura. Pero Tostig no tuvo valor para traicionar al aliado que había llevado consigo y, por tanto, quiso saber qué territorio inglés se le cedería a Noruega.

Se cuenta que Haroldo dio una tajante respuesta: «Siete pies de tierra inglesa para una tumba; o un poco más, ya que Hardrada es tan alto.»

Haroldo era un hombre de palabra. Separó a una parte del ejército para que ayudase a recoger la cosecha, pero los que quedaron lucharon inspiradamente y los invasores fueron totalmente aplastados. Haroldo Hardrada fue muerto y sus treinta años de aventuras a todo lo largo y lo ancho del continente terminaron en siete pies (o un foco más) de tierra inglesa. Pero se permitió a su hijo retornar a Noruega, donde reinó con el nombre de Olaf III. También Tostig fue muerto, y el norte quedó asegurado.

Fue el mejor momento de Haroldo, pero ya no le quedaban muchos más.

La batalla de Hastings

Persistió la increíble buena suerte de Guillermo.

Durante todo agosto, había estado esperando vientos que le permitiesen partir a toda velocidad del sur para llevar su flota hacia el Norte, a través del canal. Si la flota normanda hubiese llegado en agosto, Haroldo habría estado listo para hacerle frente, la habría derrotado, muy probablemente, y luego se habría marchado tranquilamente hacia el Norte para ocuparse de Tostig y Hardrada.

Si hubiesen continuado los vientos adversos durante el otoño, o siquiera un solo mes más, las fuerzas reunidas por Guillermo tal vez se hubiesen dispersado durante el invierno, y volver a reunirlas en la primavera quizá le hubiese sido imposible.

Pero todo ocurrió como si los vientos hubiesen cumplido órdenes de Guillermo. Llegaron del Sur ni demasiado pronto ni demasiado tarde, sino justo a tiempo. Empezaron justo a tiempo para llevar a Guillermo a la costa meridional de Inglaterra el 28 de septiembre de 1066, tres días después de la batalla de Stamford Bridge, cuando en esa costa no había ningún ejército organizado.

La expedición normanda -un tercio de la cual solamente eran normandos, pues los restantes eran mercenarios- desembarcó sin oposición en Sussex, cerca de la ciudad costera de Hastings. Haroldo, su ejército y su flota estaban a trescientos kilómetros de distancia.

Se cuenta una anécdota sobre el desembarco que recuerda a otra similar atribuida a Julio César, cuando éste condujo una expedición a África. Cuando el duque Guillermo bajó de su barco -fue el último hombre de la expedición que tocó suelo inglés-, se tambaleó y cayó. Se hizo un silencio mortal en el ejército ante ese augurio de mala fortuna, pero el duque se puso en pie, levantó los brazos con un puñado de tierra inglesa en cada mano y gritó: «¡Me he adueñado de Inglaterra! »

Pero Guillermo fue cauteloso. No se internó tierra adentro. No quería ser sorprendido por un vigoroso ataque de Haroldo, como les habla ocurrido a los noruegos. En cambio, se fortificó en la costa, cerca de sus barcos, para el caso de que tuviera que retirarse, y esperó.

Las noticias del desembarco de Guillermo le llegaron a Haroldo el 2 de octubre. Se abalanzó hacia el Sur como un loco.

Hubiese convenido a Haroldo esperar un poco; dejar descansar a su ejército y reagruparlo; reunir más hombres, reclutar campesinos. Guillermo esperaría durante un tiempo.

Pero no lo hizo. Furioso de que el destino lo hubiese alejado del sur en el momento inoportuno y quizá demasiado regocijado por la fulgurante marcha en la que habla aplastado a los noruegos, sólo pudo pensar en una segunda marcha fulgurante. Pasó por Londres, haciendo apenas una pausa para que su ejército cobrase aliento, y llegó a la costa meridional el 13 de octubre, once días después de conocer las noticias de la invasión.

Los dos ejércitos se enfrentaron, pero ¡qué diferencia había entre uno y otro! El de Guillermo había tenido quince días de reposo (con excepción de un breve saqueo a modo de diversión) y durante los cuales planear la batalla y levantar fortificaciones. El ejército sajón, en cambio, había hecho una angustiosa marcha hacia el Norte, había librado una desesperada batalla y luego había hecho otra angustiosa marcha hacia el Sur.

Sajones y normandos se enfrentaron en una ciudad llamada Senlac (y desde entonces llamada «Battle» [Batalla]) La espina dorsal del ejército normando consistía en mil quinientos caballeros montados, una fuerza enorme para la época, pero que no era tan abrumadora como llegaría a serlo en décadas futuras. Los caballeros aún llevaban armaduras ligeras; la armadura pesada que pronto cubriría a caballeros y corceles todavía pertenecía al futuro. Los caballeros recibían vigoroso apoyo de arqueros con pequeñas ballestas. (Aún no había aparecido el mortal arco largo que caracterizaría la táctica de batalla inglesa algunos siglos más tarde.)

Los sajones, por su parte, manejaban diestramente el hecha de batalla, y los normandos que se acercaban a una distancia menor que el alcance de una flecha eran hendidos por la revoloteante y mortal hoja de hacha.

Haroldo tenía siete mil hombres y superaba en número a los normandos, pero esto tenía poca importancia porque al menos la mitad del ejército sajón estaba formado por campesinos inexpertos que habían sido llevados allí. Nuevamente, le hubiera convenido esperar. Estaba en su terreno. De haber tenido paciencia, podía haber reunido un gran número de hombres, incluidos los del ejército regular que aún no habían sido reunidos. Podía haberse fortificado en una posición defensiva segura y esperado a que Guillermo atacase. Este se habría visto obligado a hacerlo tarde o temprano, pues de lo contrario su ejército se disgregaría, y no era fácil recibir refuerzos a través del Canal.

Si Haroldo hubiese esperado y hubiera dejado descansar a sus hombres, seguramente habría ganado.

Pero de todos los golpes de suerte que Guillermo había tenido hasta entonces, ahora le llegó el mayor de todos. Haroldo tomó la decisión de un loco. Con su ejército a medio reunir y medio exhausto, Haroldo decidió atacar.

Al recibir la noticia, Guillermo se apresuró a avanzar para forzar la batalla antes de que Haroldo tuviera un acceso de sensatez y diese marcha atrás. Tomó por sorpresa a los sajones, quienes lograron apresuradamente formar una línea defensiva en un lugar que no era ideal para tal fin.

Aún así, si los sajones hubiesen resistido firme y tenazmente, la batalla al menos habría sido prolongada, y la posición de Guillermo era tal, que una batalla prolongada y sangrienta habría equivalido a una derrota y se hubiera visto obligado a marcharse.

Guillermo sondeó la fuerza del enemigo. Envió su caballería y fue rechazado. Apeló a sus arqueros y fueron contrarrestados por hondas y lanzas.

Por ende, Guillermo decidió utilizar la ya demostrada falta de juicio de los sajones. Ordenó a sus hombres que se volvieran v se retirasen rápidamente, y los sajones, con prematuros gritos triunfales, se lanzaron en su persecución. Guillermo mantuvo ordenadamente su retirada; sus soldados no fueron presa del pánico porque sabían lo que estaban haciendo. La maniobra fue cuidadosamente planeada.

Los sajones, en cambio, desbordantes de júbilo, avanzaron precipitadamente, cada uno por su lado, y cuando los normandos se volvieron de golpe para combatir nuevamente, se hallaron frente a una horda desordenada que fue fácilmente hecha pedazos.

Dos veces ocurrió esto, y los sajones fueron diezmados. Todo lo que podían hacer ahora era salvar lo que pudiesen, retirarse ordenadamente y hallar algún lugar donde restañar sus heridas, reunir refuerzos e intentar una segunda batalla.

Pero ni siquiera eso pudieron hacer. Los hermanos de Haroldo fueron muertos y, cuando el sol se estaba poniendo, una flecha entre muchas voló hacia los sajones y dio a Haroldo en un ojo, matándolo de inmediato. Habla sido rey durante diez meses.

Los sajones estaban ahora sin jefes. El único hombre resuelto y valeroso, aunque careciese de juicio ese día, había desaparecido, y el día terminó con una victoria total de los normandos.

Esa única batalla hizo oscilar el péndulo. Lo que los sajones habían ganado en un siglo de guerras contra los britanos, lo que habían salvado en un siglo y medio de luchas contra los daneses, lo perdieron ahora ante los normandos en una sola batalla de una mañana y una tarde únicas en la que fue destruido lo mejor de la nobleza sajona.

Esa única batalla decidió que Inglaterra iba a ser gobernada por los normandos, que iba a estar unida, por los intereses normandos, al continente, que una nueva civilización surgiría en la isla, con la fusión final de normandos y sajones para dar origen a los ingleses de hoy, y que de la fusión saldría una forma de gobierno diferente de toda otra, que tendría sus debilidades y sus puntos fuertes y que, con la de una nación hija, dominaría el mundo en los siglos XIX y XX.

Si la batalla de Hastings hubiese sido ganada por Haroldo, ¿cuánto de esto habría ocurrido? ¿Qué habría sucedido que no sucedió porque Guillermo obtuvo la victoria? No podemos saberlo, pero, considerando la excepcional historia de Inglaterra después de la batalla de Hastings, es indudable que la batalla no podía haber terminado de otro modo sin alterar drásticamente la historia del mundo. Esta es la razón por la cual la batalla de Hastings bien puede ser incluida en cualquier lista de las batallas decisivas del mundo.

Antes de la batalla de Hastings, Inglaterra habla sido invadida una y otra vez. Había llegado el pueblo del vaso campaniforme, luego los celtas y después los romanos. Les siguieron los anglos, sajones y jutos, después de ellos los daneses y finalmente los normandos. He mencionado seis conquistas de Inglaterra en este libro; los normandos fueron los que llegaron en sexto lugar, y los últimos.

En los nueve siglos posteriores a Hastings, ningún ejército ha logrado invadir Inglaterra, y raramente alguno logró hacer un intento respetable. En nuestro siglo, se ha presenciado la amenaza más reciente, y su fracaso, en 1940.

El largo período de seguridad y ausencia de guerras (excepto ocasionales guerras civiles) puede atribuirse, al menos en parte, al gobierno fuerte y eficiente que dieron a la isla sus soberanos normandos. Y sea cual fuere la causa, su larga estabilidad dio a Inglaterra la oportunidad para desarrollar su forma única de gobierno.

El último de los sajones

Al día siguiente de Hastings, claro está, la importancia de la batalla no era evidente. Guillermo sólo dominaba una parte de la costa, e Inglaterra aún era Inglaterra, según todas las apariencias.

El witenagemot (o lo que quedaba de él) se reunió en Londres y eligió rey a Edgar Atheling. Una vez más, la última, un descendiente de la casa real de Wessex, un nieto de Edmundo el Valiente y descendiente de Alfredo, se sentaba en el trono inglés.

Pero fue un gesto vacío. Edgar era aún un muchacho, sin ninguna aptitud para la realeza. Peor aún, los señores sajones sobrevivientes, aun frente a la catástrofe total, no lograban unirse, sino que juzgaban sus rivalidades más importantes que la resistencia unificada contra los normandos. Guillermo podía marchar al Norte con toda impunidad, pues ninguno de los señores pendencieros y desorganizados podía presentar un ejército contra él.

Cuando el duque Guillermo apareció ante Londres, Edgar Atheling cedió inmediatamente. Las grandes figuras de la Iglesia, incluso Stigand, el arzobispo de Canterbury; no se sentían muy alentados a la resistencia, pues Guillermo llevaba consigo la aprobación pontificia de su causa. Los earls septentrionales de Mercia y Northumbria no estaban ansiosos de combatir por el Sur, prefiriendo retraerse para conservar su fuerza de combate y usarla para mantener sus tierras intactas.

Por eso Londres, finalmente, no resistió. Guillermo envió un contingente a fin de construir una fortaleza que albergase a una guarnición normanda, y éste fue el núcleo de lo que sería la Torre de Londres. Hecho esto, Guillermo entró en la ciudad y el día de la Navidad de 1066 fue coronado como Guillermo I, rey de Inglaterra. Su trayectoria llegó a su culminación, en parte por su propia y muy real capacidad y en parte por una sorprendente combinación de sucesos afortunados en el curso de ese año tan extraordinario.

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