Cuenta la verdad tal como la ves y deja que la gente decida si creerte o no. Ése es el periodismo responsable. Eso es jugar limpio. ¿Es que vuestros padres no os enseñaron nada?
Georgia Mason
Darwin tenía razón, la muerte no juega limpio.
Stacy Mason
Para poder explicar lo que siento por el senador Peter Ryman antes he de aclarar que soy una persona desconfiada por naturaleza: la experiencia me ha enseñado que lo que parece demasiado bueno para ser verdad en general lo es. Así pues, con el cinismo que me caracteriza, afirmo lo siguiente:
Peter Ryman, el chico de oro de la vida política de Wisconsin, es demasiado bueno para ser verdad.
Como republicano de toda la vida, en una época en la que la mitad de su partido cree que los muertos vivientes son un castigo de Dios, y nosotros, pobres pecadores, debemos hacer «penitencia» para poder alcanzar el Reino de los Cielos, no le resultaría difícil ser un hombre más amargado. Sin embargo no lo parece. Es una persona con la afabilidad, la cordialidad, la inteligencia y la sinceridad necesarias para convencer a esta reportera, aun a las tres de la madrugada, con el convoy detenido por tercera vez en medio de Kentucky por problemas técnicos y cuando el lenguaje se ha ido cargando de mala leche. En vez de despotricar, el senador Ryman recomienda tolerancia. En vez de predicar la «guerra contra los muertos vivientes», recomienda mejorar nuestro sistema de defensa y las condiciones de vida de las zonas todavía habitadas.
En resumen, el senador Ryman es un político que entiende que los muertos están muertos, que los vivos están vivos y que debemos preocuparnos de ambos por igual.
Damas y caballeros, a menos que este hombre esconda un montón de trapos sucios bajo la alfombra, en estos momentos tengo la firme convicción de que sería un excelente presidente de Estados Unidos de América, y lo veo capacitado para empezar a reparar el daño social, económico y político causado por los acontecimientos de las últimas tres décadas. Por supuesto, eso no significa que vaya a ganar las elecciones. Pero me permito soñar.
Extraído de
Las imágenes pueden herir tu sensibilidad
,
blog de Georgia Mason,
5 de febrero de 2040
P
ara la visita del senador Ryman se había acondicionado el centro cívico con filas y filas de sillas plegables y pantallas de vídeo, colocadas estratégicamente para que su imagen llegara al fondo de la enorme sala. Por cada cinco filas de asientos se había instalado un juego de altavoces, para garantizar que sus palabras sonaran claras como el agua en los oídos de la veintena de valientes que habían tenido el arrojo de acudir a escucharle. El público se había concentrado en las cuatro primeras filas, mientras que el séquito del candidato, los de seguridad y, por supuesto, nosotros tres, permanecíamos en el fondo del auditorio; entre el personal del senador y los periodistas, doblábamos en número a los votantes de a pie presentes.
No era la primera vez que ocurría algo así. Ya habíamos presenciado la misma escena en las dos docenas de estados y en la cuarentena de localidades que habíamos visitado durante las seis semanas que hacía que habíamos abandonado California. La gente ya no acude a «estrechar la mano» como antes, ni siquiera en unas elecciones primarias para decidir los candidatos que se presentarán a las elecciones presidenciales. Pesa demasiado el temor al contagio y a que el bicho raro que parece hablar para el cuello de su camisa pueda estar enfermo; siempre existe la posibilidad de que en cualquier momento sufra una amplificación viral masiva y pegue un bocado a alguno de los presentes. Las únicas personas con las que uno puede sentirse seguro es con las que conoce lo suficientemente bien para detectar los cambios de humor que el virus provoca durante la replicación. Como son pocos los que tienen tantas amistades íntimas para llenar un auditorio, la mayoría de la gente no acude a los mítines.
Eso no significa que pasen desapercibidos. A juzgar por los índices, la campaña ha mantenido unos datos de audiencia que no se alcanzaban desde el enfrentamiento entre Cruise y Gore en 2018. La gente está deseosa de saber qué va a ocurrir. Hay mucho en juego en estas elecciones; incluidas, por cierto, nuestras carreras.
Shaun siempre me ha dicho que me tomo las cosas demasiado en serio. Desde el inicio de la campaña lleva repitiéndome que me han extirpado el sentido del humor para hacer más sitio a mi neurosis obsesiva. Cualquier otra persona que me hubiera dicho eso, habría recibido a cambio una bofetada, pero viniendo de Shaun, he de admitir que tiene una parte de razón. Aun así, si delegara la responsabilidad en él, viviríamos con nuestros padres fingiendo que no nos importaba la falta de intimidad hasta el día que muriéramos. Alguien debe mantener los pies en el suelo, y casi siempre ese alguien he sido yo.
—¿Cómo van nuestros números? —pregunté a Buffy, lanzándole una mirada de refilón.
Ella no levantó la mirada del texto que iba desplazándose velozmente por la pantalla de su móvil. La página de datos avanzaba tan rápido que yo no tenía la menor posibilidad de seguirla, pero era evidente que Buffy estaba sacando algo en claro, porque asentía con la cabeza.
—En el índice de vídeos hemos logrado un sesenta por ciento de la audiencia local, y hemos alcanzado un pico del seis por ciento en la red. El único candidato que está logrando un índice mayor es la congresista Wagman, y aun así está quedándose atrás en las nuevas encuestas.
—Y sabemos por qué está consiguiendo mayor audiencia ¿verdad, niños? —dijo Shaun arrastrando las palabras, sin dejar de revisar los eslabones de su camisa de cota de malla favorita con unos pequeños alicates en la mano.
Resoplé. En el círculo de blogueros corre el rumor de que Kirsten
Melones
Wagman se realizó una importante operación de aumento de pecho antes de meterse en política, convencida de que hoy en día, en una población cuya vida gira en torno a la red, una buena imagen es más importante que parecer capaz de hacer trabajar tus dos neuronas. Funcionó durante un tiempo (consiguió un escaño en el Congreso, en parte porque a la gente le gustaba mirarla), pero no va a llevarla demasiado lejos en la carrera hacia la presidencia. Sobre todo ahora que se enfrenta a un puñado de tipos que entienden los problemas del país.
El senador no parecía percatarse de que la sala estaba prácticamente vacía ni de la cara de miedo del puñado de asistentes. Seguramente, la mayoría eran políticos locales, que acudían para demostrar que su comunidad era un lugar seguro, pues varios tenían la pinta de ir a reventar si alguien se les acercaba sigilosamente y les soltabas un «¡uh!». La mayoría, no todos. Había una anciana menuda, que no debía de tener menos de setenta años, sentada en el centro justo de la primera fila. Tenía el bolso finamente sobre el regazo y apretaba los labios mientras observaba al senador Ryman exponer su programa. No parecía en absoluto nerviosa. Es más, si un puñado de zombies se atreviera a irrumpir en el centro, probablemente ella les regañaría, los empujaría hasta la puerta y les pediría que aguardaran fuera su turno.
El senador estaba quedándose sin cuerda. No hay muchas maneras de explicar un programa electoral, da igual la práctica que se tenga en enfocar un mismo tema desde dieciséis puntos de vista distintos. Me ajusté las gafas de sol, me acomodé en la silla y esperé a que empezara la verdadera diversión: el momento de las preguntas de los asistentes. La mayoría de las cuestiones que plantea la gente están relacionadas de algún modo con los infectados. Son preguntas del tipo: «¿Qué piensa hacer con los zombies que los otros tipos no hayan intentado ya?» Las respuestas, y sinceramente, también las preguntas, pueden llegar a ser realmente entretenidas.
La mayoría de las preguntas llegan por correo electrónico, procedentes del público que sigue la intervención desde casa, y las lee la voz educada y ligeramente anodina del asistente personal digital del senador, programado para hablar con la voz de una mujer culta de edad y raza indeterminadas. El senador Ryman la llama Beth por algún motivo que nadie ha conseguido sonsacarle. Yo sigo intentándolo. Las mejores preguntas son las que formulan los asistentes al acto. La mayoría están aterrados por llevar fuera de casa más de media hora, y no hay nada que suelte la lengua como el miedo. Si por mí fuera, sólo aceptaría las preguntas de la gente que hubiera acabado de pasar por una casa encantada bien diseñada.
—… y ahora me gustaría responder a las preguntas del público, tanto del que sigue mi intervención gracias a los medios tecnológicos que me proporcionan mis estupendos técnicos —el senador Ryman rió entre dientes, dando a entender su absoluta ignorancia de los detalles insignificantes como el funcionamiento de los emisiones de vídeo—, como de las buenas gentes de Eakly, Oklahoma, que han tenido la gentileza de acogernos esta noche.
—Vamos, señora, no me decepcione —farfullé para mis adentros. Como cabía esperar, la anciana de la primera fila había levantado la mano antes casi de que el senador acabara de hablar, y su brazo sobresalía de las cabezas de los asistentes con una tensión y en un ángulo casi militares. Me dejé caer contra el respaldo de la silla y sonreí—. Bingo.
—¿Eh? —Buffy levantó la mirada de su reloj.
—De la sala —dije, señalando a la anciana.
—Ah —exclamó Buffy, de pronto interesada por algo distinto de los datos de audiencia, y se incorporó en su silla. Buffy reconoce algo potencialmente bueno para los índices de audiencia en cuanto lo ve.
—Sí… La señora de la primera fila. —El senador Ryman señaló a la mujer, cuyo rostro de labios tensos enseguida llenó la mitad de los monitores de la sala. Buffy apretó dos botones de su móvil para manejar el zoom de sus cámaras. El equipo técnico del senador es bueno, incluso Buffy lo admite; entienden de ángulos de cámara, de montaje y saben cuándo meter un inserto. Es probable que gracias a Chuck Won, que es el encargado de planificar y diseñar todo, sea uno de los mejores equipos en su campo. Sin embargo, Buffy es mejor.
La anciana en cuestión bajó el brazo y clavó su mirada severa en el senador.
—¿Cuál es su postura respecto al Arrebatamiento? —preguntó con el hilito de voz entrecortada que yo había esperado. El sistema de sonido la proyectó con la claridad de una campana, y reprodujo cada una de las inflexiones que denotaban de una manera implacable dureza y reproche.
El senador Ryman pestañeó perplejo. Era la primera vez que veía que una pregunta lo pillaba totalmente por sorpresa. Sin embargo recuperó la compostura con una prontitud admirable.
—¿Disculpe?
—El Arrebatamiento. El acontecimiento según el cual los fieles ascenderán al Cielo mientras que los infieles y los pecadores serán abandonados para que sufran el Infierno en la Tierra. —Entornó los ojos—. ¿Cuál es su postura respecto a este bendito acontecimiento al que estamos predestinados?
—Ah. —El senador no apartó la mirada de la anciana; su gesto pensativo fue desterrando su expresión inicial de confusión. Oí un leve tintineo y me volví a la izquierda; Shaun había bajado su cota de malla y contemplaba la escena con un interés evidente. Buffy observaba atentamente su móvil, pulsando frenéticamente botones que modificaban el ángulo de las cámaras. No es posible editar o pausar una emisión en directo, pero sí se pueden configurar para que recuerden el mejor material con el que trabajar después. Y éste era el tipo de material que sólo se obtiene de la vida real. ¿Bajaría la cabeza el senador Ryman y contentaría a los chalados ultrarreligiosos que estaban haciéndose con el poder de su partido en los últimos años? ¿Se arriesgaría a perder a todo el espectro de votantes religiosos? Sólo el senador lo sabía. Y nosotros lo sabríamos dentro de unos instantes.
El senador Ryman salió de detrás del atril sin desviar la mirada de la anciana, se acercó al borde del estrado y se sentó con los codos apoyados en las rodillas. Parecía un colegial a punto de confesarse, no un hombre compitiendo por el liderazgo del país más poderoso del planeta. Era una postura muy bien pensada, y aplaudí para mis adentros su audacia, aunque también empecé a darle vueltas a la idea de un artículo sobre la teatralidad en la política moderna.
—¿Cómo se llama, señora?
—Suzanne Greely —respondió la mujer, frunciendo los labios—. No me ha respondido, jovencito.
—Bueno, señora Greely, eso se debe a que estaba pensando —repuso, y paseó la mirada por el reducido grupo de público con una amplia sonrisa—. Me enseñaron que es de mala educación contestar la pregunta de una dama sin meditar antes la respuesta. Igual que apoyar los codos en la mesa durante la comida. —Una oleada de risas recorrió el público. La señora Greeley se mantuvo al margen. El senador se volvió a ella y continuó—: ¿Quiere saber mi postura respecto al Arrebatamiento, señora Greeley? Bueno, en primer lugar he de decir que realmente no tengo «posturas» respecto a los acontecimientos religiosos. Dios hará su voluntad, y no es mi cometido ni mi intención juzgarlo. Si decide elevar a los fieles al Cielo, lo hará, y dudo que ni todos los políticos del mundo afirmando a coro «no creo que pueda hacerlo» se lo impida.
»Al mismo tiempo, dudo mucho que lo haga, señora Greeley, porque Dios, al menos el Dios en el que yo creo, y después de toda una vida de metodista siento que lo conozco tan bien como cualquier hombre que no consagra su vida a la Iglesia, no tira las cosas buenas. Dios recicla como nadie. Tenemos un buen planeta; con sus complicaciones, sí: el exceso de población, la contaminación, el calentamiento global, la programación televisiva de los martes —más risas—, y, por supuesto, a los infectados. Tenemos un montón de problemas en la Tierra, y podría parecer una idea maravillosa que se produjera el Arrebatamiento ahora… ¿Por qué esperar? Mudémonos al Cielo y dejemos atrás los sufrimientos y las tribulaciones de nuestra existencia terrenal. Hagámoslo ahora que no estamos tan mal y evitémonos lo peor.