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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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—¿Bastará con el almuerzo? —preguntó una voz en un tono de broma. Los tres nos volvimos hacia ella y nos encontramos de cara con un hombre alto, de una belleza genérica, con el cabello castaño e incipientes canas; lo lleva cuidadosamente corto aunque se dejaba el flequillo lo suficientemente largo para que le cayera sobre la frente, dándole un aire juvenil. Tenía la piel bronceada y relativamente tersa, y unos ojos azulísimos. Iba vestido con unos pantalones sport de color habano y una camisa blanca, remangada hasta los codos.

—Senador Ryman —dije, y le tendí la mano—. Soy Georgia Mason. Estos son mis socios, Shaun Mason…

—¡Qué hay! —exclamó Shaun.

—… y Georgette Meissonier.

—Puede llamarme Buffy.

—Por supuesto —repuso el senador, estrechándome la mano y sacudiéndola. La apretaba con firmeza, fuerte pero sin excederse, y los dientes que dejó al descubierto cuando sonrió estaban bien colocados y eran de una blancura resplandeciente—. Es un placer conoceros. He estado siguiendo con interés vuestra preparación previa a la campaña. —Me soltó la mano.

—Teníamos mucho que conseguir y no demasiado tiempo para hacerlo —dije.

«Mucho que conseguir» se quedaba corto. Siete blogueros benjamines ya se habían puesto en contacto con nosotros antes de que acabáramos de cenar con nuestros padres, todos ellos preguntándonos si estábamos planeando una escisión. Una vez que la gente se había enterado de las dimensiones de la historia que había caído en nuestras manos, que nos pusiéramos a trabajar por nuestra cuenta no podía ser una sorpresa para nadie, así que no tratamos de que lo fuera. Los de Defensores del Puente lamentaron nuestra marcha, aunque les gustó nuestra oferta de indemnización: nosotros nos quedábamos con los derechos de todas las historias de la campaña electoral para nuestra nueva página, y a cambio les permitíamos seguir publicando dos series de poemas de Buffy, que ya estaban en curso; les cedíamos los derechos de estreno de cualquier nuevo capítulo que Shaun hiciera de la serie sobre la exploración de las ruinas de Yreka, y les garantizábamos dos artículos de opinión míos al mes durante un año. De ese modo, ellos conseguirían una buena proporción de clics de la gente que nos siguiera durante la campaña, y nosotros conseguiríamos lo mismo con los lectores de los Defensores del Puente que llegaban hasta nosotros a través del material que compartiríamos en su página. Mi amigo Mahir llevaba tiempo buscando nuevos retos, y recibió con alegría mi propuesta de ayudarme como moderador del apartado de información general de nuestra página.

Encontrar un servidor para nuestra nueva página había sido una tarea inquietantemente sencilla. Uno de los mayores admiradores de Buffy tiene una pequeña empresa de provisión de servicios para la red, y se mostró encantado de ubicarnos y ponernos online a cambio de una cuota mínima y de una suscripción vitalicia a nuestro contenido exclusivo, cuando lo tuviéramos. Menos de veinte minutos después de hablar con él por teléfono ya teníamos una URL, espacio para almacenar nuestros archivos y nuestro primer suscriptor. A los blogueros benjamines que se pusieron en contacto con nosotros la primera noche, se unieron rápidamente otro par de docenas, y eso nos permitió elegir, y buscar a gente que cumpliera más requisitos que estar «disponible». Acabamos con doce betas de apoyo, cuatro por cada una de las categorías principales, que se pusieron a producir contenido antes incluso de que la página se hubiera lanzado oficialmente en la red. Ni en mis mejores sueños habría sido tan sencillo conseguir todo lo que quería… Pero así había sido.

Tras el Final de los Tiempos estuvo online seis días después de que recibiéramos la noticia de que habíamos sido seleccionados para acompañar al senador Ryman durante la campaña, con mi nombre en la cabecera como jefa de redacción, el de Buffy como diseñadora gráfica y experta técnica, y el de Shaun como responsable de la contratación y el marketing. Tanto si nos hundíamos como si despegábamos hacia el estrellato, ya no había vuelta atrás. Cuando uno se convierte en alfa, ya nunca puede volver a ser un beta; en el mundo del blog impera el territorialismo, y el resto de betas se lo comerían a uno vivo si lo intentara.

Llevaba dos semanas durmiendo menos de cuatro horas por noche. El sueño es un lujo reservado para la gente que planifica su futuro en torno a un vale de comida que igual sólo resulta ser una manzana podrida. Sólo me quedaba esperar que todos los trapos sucios que encontráramos durante la campaña bastaran para mantenernos. De lo contrario, nuestras carreras serían breves, tristes y no demasiado interesantes.

—Aun así parece que lo lleváis bien —dijo el Senador Ryman. Su acento de Wisconsin era más marcado de lo que parecía en los informativos; o bien no se había dado cuenta de que estábamos grabándole o pensaba que no tenía sentido andar fingiendo con la gente con la que iba a convivir durante el siguiente año—. Si me acompañáis, Emily está preparando una comida deliciosa, y está deseosa de conoceros.

—¿Le acompañará su esposa durante toda la campaña? —pregunté. El senador ya enfilaba hacia una puerta cercana, y yo había salido tras él, haciendo un gesto a los demás para que nos siguieran. Ya conocíamos la respuesta: Emily Ryman permanecería en el rancho familiar en Parrish, Wisconsin, buena parte del año, cuidando de los niños, mientras su marido iba y venía por el país; pero quería grabarla salida de su boca. Los mejores archivos de audio son los que uno graba personalmente.

—Mmm… No conseguiría que me acompañara durante toda la campaña ni aunque intentara arrastrarla con un tractor —respondió el senador, y abrió la puerta—. Limpiaos los pies, chicos. No tiene sentido volver a haceros pasar por uno de esos condenados controles de sangre… si habéis llegado tan lejos sin estar limpios, significa que ya estamos todos muertos. No nos compliquemos la vida. —Ya había cruzado la puerta—. ¡Emily! ¡Los blogueros están aquí!

—Me gusta —me susurró Shaun, mirándome de reojo.

Yo asentí con la cabeza. Acabábamos de conocerlo, y seguramente era un maestro en las artes del politiqueo, pero a mí también empezaba a gustarme. Tenía algo que parecía decir: «Sé la inutilidad de estos circos políticos. Veamos cuánto tardan en darse cuenta de sólo estoy siguiéndoles el juego, ¿vale?». Y eso merecía mi respeto.

Tal vez nos tomaba por una pandilla de mocosos y estaba jugando con nosotros. Pero si era así, en algún momento metería la pata y lo dejaríamos en evidencia, y eso sería genial para nuestra cuota de mercado.

El interior de la vivienda estaba decorado con un inconfundible aire del sudoeste; era todo diáfano, de colores lisos y dibujos geométricos. El arte del sudoeste ha evolucionado durante los últimos veinte años. Antes del Levantamiento, en cualquiera de esos hogares llenos de macetas de cactus y alfombras del estilo de los nativos norteamericanos, se habría encontrado un par de coyotes disecados y posiblemente el cráneo reluciente de un buey, con cuernos y todo. Lo he visto en fotos, y eran unos objetos realmente morbosos. Hoy en día, las representaciones de cualquier animal que supere los veinte kilos suelen incomodar a la gente, así que los coyotes y los bueyes ya no están de moda, a no ser que te topes con un nihilista obstinado o con un chaval jugando a las «criaturas de la noche». Sólo los cuadros de desiertos se mantienen en boga. Un enorme ventanal ocupaba la mitad de la pared, lo que indicaba que la casa se había construido antes del Levantamiento. Ya nadie construye ventanas así. Son una invitación al ataque.

La cocina estaba delimitada por varias barras altas más que por paredes, y el revestimiento de los suelos se extendía por el salón-comedor de una manera casi orgánica. Cuando entramos, encontramos al senador Ryman junto a la encimera de madera maciza en el centro de la cocina, rodeando por la cintura a una mujer vestida con vaqueros y una camisa de cuadros de franela, con la melena castaña recogida detrás en una coleta juvenil que le partía de la coronilla. El senador estaba susurrándole algo en el oído, y ese gesto le hacía parecer diez años más joven que cuando lo habíamos conocido unos instantes antes.

Intercambié una mirada con Shaun, preguntándonos por la conveniencia de retirarnos y permitirles disfrutar de ese momento de intimidad. Mi instinto de periodista me decía: «quédate». Y por supuesto no iba a apagar las cámaras. Sin embargo, mi sentido de la ética me decía que las personas merecen la oportunidad de relajarse antes de acometer una empresa tan formidable como una campaña electoral.

Por suerte, Buffy nos rescató del dilema lanzándose como un bólido hacia la cocina, olisqueando el aire con deleite.

—¿Qué hay para comer? —preguntó—. ¡Guau, me muero de hambre! Huele a gambas y a llampuga… ¿He acertado? ¿Puedo ayudar en algo?

El senador Ryman se separó de su esposa y ambos se miraron con gesto divertido. Luego se volvió sonriente a Buffy.

—Me parece que ya está todo controlado. Además, Emily marca demasiado su territorio para compartir su cocina con otra mujer. Aunque sea una cocina prestada.

—¡Calla! —protestó Emily, hincándole una cuchara de madera en las costillas. El senador se estremeció haciendo teatro, y ella rompió a reír. Tenía una risa luminosa, que encajaba perfectamente con la cocina sencilla, práctica y elegante—. Ahora dejadme intentar adivinar quién es quién. Sé que hay dos George y un Shaun… Eso no es justo, ¿no? —Hizo un mohín exagerado, que no la hacía parecer en absoluto la esposa de un senador—. Tres nombres de chico para dos chicas y un chico. Eso me deja en desventaja.

—No tuvimos tiempo de elegir nuestros nombres, señora —respondí con media sonrisa. Shaun y yo ni siquiera sabemos los nombres que nos pusieron cuando nacimos. Acabamos en un orfanato durante el Levantamiento, y cuando los Mason nos adoptaron en los registros aparecíamos como «Niño Nadie».

—Bueno, pero uno de vosotros sí que ha elegido su nombre —repuso—. Uno de los George también se llama Buffy, y si mi memoria no me falla, por lo que recuerdo de cultura popular debería ser la rubia—. Se volvió con una mano tendida hacia Buffy—. Georgette Meissonier, ¿correcto?

—Totalmente —respondió Buffy, estrechándole la mano—. Puede llamarme Buffy. Todo el mundo lo hace.

—Encantada de conocerte, Buffy —repuso Emily, y le soltó la mano. Luego se volvió a nosotros—. Eso os deja como los Mason. Shaun y Georgia, ¿verdad?

—Ha acertado —dijo Shaun, y le hizo un saludo militar. De alguna manera, mi hermano logró hacer ese gesto sin dar la impresión de estar burlándose. Nunca he entendido cómo lo consigue.

Yo me adelanté ofreciéndole la mano.

—A mí puede llamarme George, o Georgia, como le resulte más sencillo, señora Ryman.

—Llamadme Emily —respondió. Tenía la mano fría, y la mirada que dirigió a mis gafas de sol mostraba compresión—. ¿Hay demasiada luz para ti? Las bombillas no son intensas, pero puedo cerrar un poco más la persiana si quieres.

—No, gracias —respondí, enarcando las cejas mientras le examinaba detenidamente el rostro. Tenía los ojos oscuros, como me había parecido en un primer momento, pero lo que había tomado por un iris castaño oscuro resultaron ser las pupilas, tan dilatadas que estrechaban el marrón fangoso de sus iris y los convertía en un delgado anillo alrededor de ellas—. ¿No lo notaría usted si las luces fueran un problema?

Emily esbozó una sonrisa irónica.

—Mis ojos ya no son tan sensibles como antes. Fui uno de los primeros casos, y antes de que averiguaran qué estaba ocurriendo, sufrí daños en el nervio. Ya me avisarás si la luz te molesta.

Asentí con la cabeza.

—Lo haré.

—Genial. Poneos cómodos. La comida estará lista en unos minutos. El menú consiste en tacos de pescado con salsa de mango y mimosas sin alcohol. —Levantó un dedo en dirección al senador y añadió en tono de broma—: No quiero oírle una queja, caballero. No vamos a emborrachar a estos simpáticos periodistas antes de empezar siquiera.

—No se preocupe, señora. Algunos toleramos bien el alcohol —dijo Shaun.

—Y otros no —apunté yo con sequedad. Buffy no pesa ni cuarenta y cinco kilos. La única vez que salimos a beber con ella se encaramó a una mesa y recitó la mitad de los diálogos de
La noche de los muertos vivientes
antes de que Shaun y yo consiguiéramos bajarla—. Gracias, señora… Emily.

—Ya os acostumbraréis —dijo con una sonrisa de comprensión—. Ahora id a sentaros mientras yo acabo. Peter, eso también va para ti.

—Está bien, querida —respondió el senador. Le dio un beso en la mejilla y fue hacia la mesa del comedor.

Nosotros tres lo seguimos obedientemente en una fila ligeramente desordenada. Puedo enfrentarme a senadores y a reyes por el derecho a conocer la verdad, pero no tengo ningunas ganas de llevar la contraria a una mujer en su propia cocina.

Observar dónde se sentó cada uno ocupó alrededor de la mesa resultó interesante en sentido puramente sociológico. Shaun se colocó de espaldas a la pared, lo que le proporcionaba un campo de visión más amplio de la estancia. Puede parecer idiota, pero en cierta manera es el más cauto de todos nosotros. No se puede ser un irwin sin aprender determinadas cosas sobre la conveniencia de tener varias vías de escape despejadas. Si alguna vez se produce otro ataque en masa de zombies, él estará preparado. Y grabando.

Buffy se sentó en la silla más cercana a la luz, donde las cámaras acopladas a la bisutería conseguirían imágenes de mejor calidad. Sus portátiles funcionan según los principios definidos durante el
boom
de las conexiones inalámbricas anterior al Levantamiento: transmiten los datos a un servidor ininterrumpidamente y luego ella puede recuperarlos y editarlos con calma. Una vez intenté hacer un recuento mental de los transmisores que debía de llevar encima, pero acabé dándome por vencida y prefiriendo dedicar mi tempo a algo más productivo como, por ejemplo, responder al correo de los admiradores de Shaun. Mi hermano recibe más propuestas de matrimonio en una semana de las que le gusta, y deja que yo me encargue de ellas.

El senador se sentó en la silla más cercana a la cocina y a su mujer, con lo que me dejó el sitio con más sombra de la mesa. Quedaba claro que era un hombre de familia y alguien que entendía que la consideración era una virtud. Un gesto bonito.

—¿Siempre ofrece comida casera a sus nuevos empleados? —le pregunté, sentándome.

—Sólo a los polemistas —respondió en un tono desenfadado y firme—. No voy a andarme con rodeos. He leído vuestros reportajes, vuestros artículos de opinión, todo, antes de dar el visto bueno a vuestra solicitud. Sé que sois unos chicos listos y que no perdonáis las tonterías. —Levantó un dedo y añadió—: Eso no significa que vayáis a tener acceso a todos los aspectos de mi vida, porque hay información que no voy a dar a conocer a ningún periodista. La mayor parte tiene que ver con mi vida familiar, pero aun así, hay zonas vetadas.

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