Y luego los supervivientes regresan a casa entre risas, eufóricos y lamentando las muertes de sus compañeros. Se quitan la armadura y limpian las armas, y quizá uno de ellos se corta en el dedo pulgar con el protector del brazo o se frota los ojos con una mano que ha estado demasiado cerca de un zombie empapado en sus fluidos. Entonces las partículas del virus vivo se introducen en su torrente sanguíneo y se desencadena el proceso de amplificación. En un humano adulto de tamaño corriente la conversión es total en menos de una hora, y entonces todo vuelve a empezar, sin avisar, sin posibilidad de aplazamiento. La pregunta «¿Johnny, eres tú?» pasó de un cliché de las películas de terror a una realidad en un maldito abrir y cerrar de ojos cuando la gente empezó a enfrentarse a los infectados cuerpo a cuerpo.
Lo peor que me ha pasado fue cuando un zombie se las ingenió para escupirme un chorro de sangre en el rostro. Si no hubiera llevado puestas las gafas protectoras encima de las de sol ahora estaría muerta. Shaun ha estado más cerca de la muerte que yo, pero ya he dejado de insistirle para que me cuente qué ocurrió. Realmente no quiero saberlo.
La armadura y los pantalones estaban limpios; me los quité y los dejé caer sobre la sábana de plástico extendida en el suelo y sometí al mismo examen a la sudadera y a los pantalones térmicos antes de quitármelos y añadirlos al montón de ropa. Una rápida exploración de los brazos y las piernas no reveló la presencia inesperada de fluidos o restos de sangre. Ya sabía que no tenía heridas; había superado dos análisis de sangre tras abandonar el territorio zombie. Si hubiera sufrido un simple rasguño, la amplificación viral en mi organismo habría empezado antes de que llegáramos a Watsonville. Los calcetines, el sujetador y las bragas se sumaron al resto de ropa amontonada en el suelo. No habían estado expuestos al aire, pero eso no importaba; venían de una zona de peligro biológico y había que esterilizarlos. Mucha gente aboga por que la esterilización se lleve a cabo en el exterior de la vivienda, pero les callan a gritos de los que quieren mantenerlo como está, pues la esterilización in situ en territorio infectado, o incluso la «lluvia química en el jardín de casa», no elimina el riesgo de recontaminación antes de alcanzar una zona segura. De momento, las facciones enfrentadas han sido capaces de dejar el debate en un punto muerto y hemos podido continuar realizando nuestras revisiones personales en una relativa paz. Salí de la sábana de plástico y la plegué envolviendo la ropa que acababa de quitarme; levanté el fardo, cargué con él por la habitación y abrí la puerta de mi dormitorio lo imprescindible para arrojar el bulto al interior de la cesta. La ropa pasaría por un lavado con lejía para uso industrial que garantizaba el exterminio de cualquier agente vírico presente en el tejido y que la dejaría lista para volver a ser utilizada a la mañana siguiente.
Incluso el fugaz destello de luz blanca que se coló por la rendija de la puerta bastó para que me ardieran los ojos. Me los froté con el dorso de la mano mientras enfilaba hacia el baño. La puerta de Shaun seguía cerrada.
—¡Entro ya en la ducha! —grité.
Recibí un golpetazo en la pared como respuesta.
Shaun y yo compartimos un baño propio en el que hay instalado un sistema de ducha hermético de última generación; una exigencia más del seguro de hogar. Como nuestro trabajo nos obliga a abandonar continuamente las zonas «seguras», estamos obligados a demostrar que estamos correctamente esterilizados, lo que significa que se lleva un registro informático de nuestras esterilizaciones. En un principio, en el espacio que ocupa el cuarto de baño estaban los armarios empotrados de nuestras respectivas habitaciones. Personalmente considero éste un uso mucho más provechoso del espacio. Las luces del baño cambiaron a ultravioleta al abrirse mi puerta; me adentré y apreté la mano contra la placa de la ducha.
—Georgia Carolyn Mason —dije.
—Accediendo al registro de lugares visitados —respondió la voz de la ducha.
Con la ducha no bromeamos como lo hacemos con el sistema de la casa. La seguridad de la casa se mantiene al mínimo posible, pero la ducha es una exigencia del gobierno para los periodistas, y podríamos tener serios problemas si los registros no cuadran. Lo que ganaría en seis años como periodista independiente no me llegaría para pagar la multa que acarrearía falsear un riesgo de contaminación.
La puerta de la ducha se desbloqueó.
—Ha estado expuesta a una zona de riesgo biológico de nivel 4. Por favor, acceda al cubículo para proceder a la descontaminación y la esterilización.
—Será un placer —respondí, y entré. La puerta se cerró a mi espalda y oí cómo se sellaba herméticamente con un sonoro silbido.
Un chorro de un compuesto de antiséptico y de lejía salió por la boca de un caño situada en la parte inferior de la pared y sentí el escozor del líquido helado pulverizado por todo mi cuerpo. Contuve la respiración, cerré los ojos y conté los segundos que restaban. La ley sólo permite que se te rocíe con lejía durante medio minuto a menos que hayas estado en una zona de nivel 2, cuando pueden tenerte en remojo hasta estar seguros de que estás limpio de todos los agentes virales. Todo el mundo sabe que esa ducha no sirve de nada pasados los primeros treinta segundos, pero eso no impide que la gente tenga miedo.
Una visita a una zona de nivel 1 implica que las autoridades no están obligadas a hacer otra cosa que dispararte.
La lluvia de lejía cesó, y llegó el turno del caño superior, del que empezó a caer agua lo suficientemente caliente como para escaldarle a uno vivo. Me encogí, pero levanté la cara hacia el chorro y alargué la mano para coger el jabón.
—Limpia —dije cuando me aclaré el champú del pelo. Lo llevo corto por una variedad de motivos; la mayor parte de ellos relacionados con hacer más difícil que me puedan agarrar; sin embargo que así se acorte el tiempo de la ducha también es una motivación de peso. Si me lo dejara crecer tendría que empezar a usar acondicionador y toda una serie de productos químicos para reparar el daño que le causaría la ducha diaria con lejía. Mi única concesión a la vanidad es teñírmelo una o dos veces al mes para recuperar el color original que la naturaleza le concedió. De rubia estoy horrible.
—Completado —dijo la ducha. El agua se cortó y en su lugar recibí chorros de aire por los cuatro costados. Esto es lo mejor de nuestra ducha; en cuestión de segundos sólo el pelo estaba ligeramente húmedo. La puerta se abrió, salí del cubículo y cogí el bote de loción corporal.
La lejía y la piel humana no hacen muy buenas migas. El remedio: loción corporal ácida, normalmente formulada con el extracto de algún tipo de cítrico para mitigar el deterioro que produce la lejía. Los nadadores profesionales ya las utilizaban en los tiempos anteriores al Levantamiento y hoy en día lo hace todo el mundo. También aporta una especie de rastro estandarizado que permite identificar a la gente que se ha esterilizado recientemente. Mi loción era la menos perfumada que podía conseguir, y aun así despedía un leve e irritante aroma a limón, como de producto para fregar suelos.
Me apliqué la loción por todo el cuerpo y me retiré de nuevo a mi habitación.
—¡Shaun! ¡Toda tuya! —grité, cerrando mi puerta justo cuando él abría la suya y la luz blanca de su dormitorio se desparramaba por el cuarto de baño. Es algo que ocurre con frecuencia; nuestra coordinación es extraordinaria.
Cogí la bata de detrás de la puerta y me la eché encima de camino al escritorio principal. El monitor detectó mi presencia, se encendió y en la pantalla apareció el menú por defecto. Nuestro sistema central siempre está conectado. A él llega todo el correo electrónico del grupo, clasificado según el autor del artículo y la categoría: para mí son las noticias, la acción para Shaun y la ficción para Buffy, a quien le llegan los mensajes directamente. El sistema central reparte todo el correo a los buzones correspondientes. Yo además me quedo con toda la porquería relacionada con la labor administrativa que el memo de mi hermano y el bicho raro de Buffy son incapaces de llevar. Técnicamente somos un colectivo, pero a la hora de la verdad yo tengo que encargarme de todo.
Salvo los días que tengo el buzón de entrada lleno de mensajes, hasta el punto de que por la noche tengo pesadillas con ellos, no me molesta cargar con la responsabilidad. Es agradable saber que las facturas de nuestras licencias están pagadas, que las relaciones con la red que nos aglutina y que nos acredita son buenas, y que nadie nos ha demandado por difamación. Conseguimos unos índices de audiencia estables, y Shaun y Buffy se cuelan en el grupo de los diez más leídos de la zona de la Bahía de San Francisco por lo menos dos veces al mes, mientras que yo me mantengo siempre entre los puestos decimotercero y decimoséptimo, lo que no está nada mal para alguien que se dedica exclusivamente a la información. Podría mejorar mis números si incluyera material multimedia y presentara las noticias desnuda, pero a diferencia de otras personas, todavía sigo en esto por la información pura y dura.
Shaun, Buffy y yo tenemos nuestros propios blogs independientes y firmamos las entradas con nuestros nombres; por eso mismo yo recibo tanto correo. Sin embargo, los blogs se publican en el colectivo Los Defensores del Puente, que es el segundo agregador de noticias más importante del norte de California. Conseguimos lectores y aumentamos la proporción de clics en nuestros blogs gracias a que aparecemos en su página inicial. A cambio, ellos sacan una tajada de nuestros ingresos a través del mercado secundario y de la comercialización de productos de promoción. Llevamos un tiempo intentando establecernos por nuestra cuenta, pasar de ser unos blogueros beta en un mundo alfa a ser pequeños alfas con un dominio propio que defender. Pero no es fácil. Se necesita una noticia o un reportaje lo suficientemente atractivo y exclusivo para garantizar que arrastrarás contigo a todos tus lectores, y nuestros números no se han mantenido en la cumbre con la consistencia necesaria para atraer el interés de los patrocinadores.
Mi buzón acabó de cargarse y fui seleccionando los mensajes con una celeridad fruto mitad de la práctica y mitad del deseo de bajar a cenar. Correo basura; una crítica del último poema del ciclo de Buffy,
Descomposición del alma humana: I a XII
; uno que nos amenazaba con demandarnos si manteníamos colgada la foto del tío infectado y tambaleante de no sé quién… La misma mierda de siempre. Busqué el ratón con la intención de minimizar la ventana del programa y levantarme, cuando un mensaje en la parte inferior de la pantalla atrajo mi atención.
«RESPONDER CON URGENCIA, POR FAVOR. HA SIDO SELECCIONADO»
Lo habría desechado como correo basura de buenas a primeras de no ser por la palabra «Urgencia». Tras el Levantamiento, la gente dejó de soltar a diestro y siniestro esa palabra como si se tratara de confeti. En cierta manera, la posibilidad de pasar por alto un correo electrónico informándote de que los zombies se acababan de comer a tu madre restaba importancia a las ofertas para alargarte el pene. Intrigada, hice clic en el mensaje.
Cuando cinco minutos después, cuando Shaun abrió la puerta de mi habitación y entró como Pedro por su casa, yo seguía con la mirada clavada en la pantalla. Shaun vino acompañado por un foco de luz blanca que me abrasó los ojos, pero yo apenas si me estremecí.
—George, dice mamá que como no bajes te… ¿George? —Su voz adquirió un tono de verdadera preocupación cuando reparó en mi aspecto, sin las gafas de sol y todavía sin vestir—. ¿Va todo bien? Buffy está bien, ¿verdad?
Sin decir palabra, señalé la pantalla. Él se acercó, se detuvo a mi espalda y leyó en silencio por encima de mi hombro. Pasaron cinco minutos más hasta que hablara.
—Georgia, ¿es lo que creo que es? —dijo en un tono apagado y precavido.
—Ajá.
—¿De verdad…? ¿No es una broma?
—El sello de la agencia federal. La carta certificada debería llegar por la mañana. —Me volví a él, con una sonrisa tan amplia en los labios que temí que se me desgarrara algún músculo—. Hemos sido los seleccionados. ¡Nos han seleccionado a nosotros! ¡A nosotros!
—¡Vamos a cubrir la campaña presidencial!
Mi profesión tiene una deuda impagable con el doctor Alexander Kellis, inventor de la llamada (de manera inapropiada) «gripe Kellis», y con Amanda Amberlee, el primer sujeto infectado con éxito con el filovirus modificado que los investigadores bautizaron con el nombre de Marburg Amberlee. Antes de ellos, los blogs eran algo que la gente creía exclusivo de adolescentes aburridos que contaban lo deprimidos que estaban. Algunos tipos los utilizaban para comentar temas políticos y de información general, pero el medio se veía, en general, como un espacio reservado para conspiradores chalados y personas con unas opiniones demasiado virulentas para los medios de la corriente dominante. La blogosfera no suponía una amenaza para los medios de comunicación tradicionales, ni siquiera cuando se hizo un hueco real en el escenario mundial. Nos veían como unos «raritos». Entonces aparecieron los zombies y todo cambió.
Los medios de comunicación «reales» estaban constreñidos por normativas y regulaciones, mientras que los blogueros no tenían otra cortapisa que su velocidad de tecleo. Fuimos los primeros en informar que una persona que había sido declarada muerta estaba levantándose y dándose una comilona con los cuerpos de sus parientes. Fuimos quienes se levantaron y dijeron «sí, hay zombies, y sí, están matando a gente», mientras por el resto del mundo seguía difundiéndose el rumor del sorprendente acto de ecoterrorismo que había liberado a la atmósfera una «cura para el resfriado común» apenas experimentada. Nosotros dábamos consejos de autodefensa cuando los demás a duras penas empezaban a admitir que podía haber un problema.