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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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Hasta el filete más hecho del mundo podría conservar un miligramo de carne contaminada en su interior, y eso es suficiente. Mi hermano pelea con infectados, suelta discursos encaramado al techo de coches abandonados en zonas declaradas catastróficas, nunca se protege con la armadura que le convendría y, en general, va por la vida dando la impresión de que es un suicida temerario. Sin embargo, nunca come carne roja.

Las aves de corral y el pescado son seguros; aun así mucha gente evita comerlos. Hay algo en comer carne que los desasosiega. Quizá sólo sea el hecho de que, de repente, después de varios siglos dominando con mano de hierro el corral, la humanidad ha encontrado un motivo para establecer lazos de empatía con los pollos. Nosotros siempre teníamos en la mesa un pavo en Acción de Gracias y ganso en Navidad. No era más que otro montaje de nuestros padres, en su gran sabiduría en el manejo de los medios, para subir los índices de audiencia, aunque al menos, en este caso tuvo unos efectos secundarios de agradecer. Shaun y yo somos de las pocas personas que conozco de nuestra generación que no tiene manías con su dieta, más allá de lo razonable.

—Yo tomaré la ensalada de pollo y la sopa del día —dije.

—Y una lata de Coca-Cola —añadió Shaun.

—Una jarra —le corregí.

Shaun todavía estaba burlándose de mi adicción a la cafeína cuando apareció el camarero acompañado por el sonriente gerente del restaurante. No nos sorprendió. Nuestra familia ha sido una excelente clienta del local desde que tengo memoria. Siempre que un brote de infección obligaba a clausurar los espacios de reunión al aire libre, mamá estaba en Bronson's, comiendo en la terraza cercada, para asegurarse de que era la primera persona que salía en cuanto le permitía volver a abrir. Serían estúpidos si no valoraran lo que hemos hecho por su negocio.

El camarero venía cargado con una bandeja con nuestras bebidas habituales: café para mamá y papá, un daiquiri sin alcohol para Buffy, una botella de sidra burbujeante (que a cierta distancia tiene aspecto de cerveza) para Shaun y una jarra de Coca-Cola para mí.

—Gentileza de la casa —indicó el gerente, y nos miró sonriente a mí y a mi hermano—. Estamos muy orgullosos de vosotros. ¡De camino hacia el estrellato del periodismo! Debe de venir de familia.

—Sin duda —repuso mamá haciendo todo lo posible por parecer una tímida niñita coqueta. Lo único que lograba parecer era una imbécil, pero no iba a decírselo. Ya casi estábamos metidos en la campaña electoral, y no valía la pena empezar una discusión.

—No olvidéis autografiarnos una carta antes de marcharos —pidió el gerente—. La colgaremos en la pared. Cuando seáis demasiado importantes como para frecuentar sitios como éste, podremos decir: «Comieron aquí, comieron patatas fritas justo aquí, en esta mesa, mientras hacían sus deberes de matemáticas».

—Eran de física —le corrigió Shaun entre risas.

—Lo que tú digas —repuso el gerente.

El camarero repartió las bebidas mientras iban tomando nota de lo que pedíamos, y acabó de colmar mi primer vaso de Coca-Cola con una floritura de muñeca. Le sonreí y él me guiñó el ojo, evidentemente complacido. Borré la sonrisa de mis labios y enarqué una ceja. Las horas de práctica frente al espejo me han servido para descubrir que hay algunas expresiones ideales para transmitir desdén. Y éste es uno de los pocos gestos en los que las gafas de sol son más una ayuda que una molestia. La complacencia del camarero desapareció al instante y siguió sirviéndonos sin dirigirme la mirada.

Shaun me miró a los ojos.

—Eso ha sido feo —leí en los labios de Shaun.

Me encogí de hombros.

—Ya debería saberlo —le contesté de la misma manera—. Yo no flirteo; ni con camareros, ni con reporteros, ni con nadie.

Al fin, los camareros se retiraron y mamá levantó la taza, sin duda animándonos a brindar. Los demás elegimos el camino más fácil, y la secundamos.

—¡Por los índices de audiencia!

—¡Por los índices de audiencia! —repetimos en coro y chocamos nuestros vasos y tazas, participando resignados del ritual.

Ya habíamos iniciado la carrera hacia esos índices de audiencia. Lo único que teníamos que hacer era esperar a que fuéramos lo suficientemente buenos para mantenerlos. A cualquier precio.

A mi amiga Buffy le gusta decir que el amor es lo que nos mantiene unidos. Las viejas canciones pop tenían razón, y el amor lo es todo, sin excepción, no ha lugar a discusión. Mahir, por su parte, afirma que lo que cuenta es la lealtad: da igual el tipo de persona que seas, siempre y cuando seas leal. George, sin embargo, sostiene que lo importante es la verdad: vivimos y morimos por la oportunidad de quizá llegar a contar un poco de la verdad, de quizá poder avergonzar al diablo un poco antes de morir.

En cuanto a mí, creo que todos esos son grandes motivos por los que vivir, son los que consiguen mantener el barco a flote, pero cuando cae la noche, tiene que haber alguien por quien merezca la pena vivir, una persona que se te aparece en la cabeza siempre que has de tomar una decisión, siempre que dices la verdad, o mientes, o lo que sea.

Yo tengo la mía. ¿Y vosotros?

Extraído de
¡Viva el rey!
,

blog de
Shaun Mason
,

19 de septiembre de 2039

Cinco

-¿I

dentificación?

—Georgia Carolyn Mason, representante acreditada de la página de información Tras el Final de los Tiempos. —Le tendí mi licencia y mi identificación con la fotografía al hombre vestido de negro, y torcí la muñeca para mostrarle el tatuaje de identificación azul y rojo, que me hice cuando me examiné para mi primera licencia de Clase B. El tatuaje no es una exigencia legal, todavía, pero es una marca que facilita la identificación de un cuerpo. Hasta el detalle más pequeño ayuda—. Soy miembro de la Asociación Estadounidense de Periodistas de la Red; en mi ficha encontrará el registro dental, la muestra de piel y la relación de marcas identificadoras.

—Quítese las gafas de sol.

Ya estaba más que familiarizada con ese requerimiento.

—Si lee mi informe, verá que padezco el síndrome de Kellis-Amberlee de la retina. Si lo que desea es realizar algún otro examen complementario será un placer para mí…

—Quítese las gafas.

—¿Es consciente de que mi retina presenta un aspecto anormal?

El hombre de negro me dedicó un amago de sonrisa.

—Bueno, señora, si sus ojos son normales sabremos que ha montado todo este alboroto porque no es usted quien afirma ser. Así que, ¿va a quitarse las gafas de sol o no?

¡Maldita sea!

—Está bien —farfullé, y me quité las gafas. Me obligué a mantener los ojos abiertos a pesar del dolor. Apreté el rostro contra el escáner de retina que sostenía el segundo miembro del equipo de seguridad privada del senador Ryman. Luego compararían los resultados del escáner con mi informe ocular incluido en la ficha, en busca de señales de degradación o descomposición que indicaran un brote viral reciente. El examen de mis ojos no iba a servirles de nada; que padezca el Kellis-Amberlee de la retina implica que mis ojos siempre parecen los de una persona portadora de una infección en estado activo.

A escasos metros de mí, Buffy y Shaun estaban sometiéndose a la versión estándar del mismo proceso de identificación, bajo la supervisión de sus propios destacamentos de tipos de negro. Habría apostado a que ellos no tenían que soportar el mismo dolor.

La luz en la parte superior del escáner de retina cambió del rojo al verde; el agente lo retiró de mi rostro e hizo un gesto de asentimiento con la cabeza a su compañero.

—Deme la mano —dijo el primero.

Me tomé unos segundos preciosos para ponerme de nuevo las gafas de sol antes de extender la mano derecha, y me las ingenié para no hacer una mueca cuando me la agarró y la incrustó en el compartimiento de una unidad de análisis de sangre. Mi interés clínico desterró el malestar que me causaba la prueba, mientras observaba la unidad.

—¿Es una unidad Apple? —pregunté.

—Apple XH—224 —respondió el agente.

—¡Guau! —Ya había visto unidades de primera clase en otras ocasiones, pero nunca había tenido la oportunidad de utilizar una. Son más sofisticadas que nuestras unidades de campo estándar, y capaces de detectar la infección en un organismo algo así como unas diez veces más deprisa. Una de esas cositas puede decirte que estás muerto antes incluso de que te enteres de que te han mordido. Aunque eso no significaba que el análisis fuera más llevadero, sin duda lo hacía más interesante y casi conseguía que valiera la pena el dolor que causaba. Casi.

Cinco luces rojas se encendieron en la parte superior de la unidad y empezaron a parpadear según las agujas me perforaban la piel entre el dedo pulgar y el índice, en la muñeca y en la yema del dedo meñique. En todas las ocasiones el pinchazo de la aguja venía seguido por una descarga helada de espuma antiséptica.

Cuando todas las luces pasaron del rojo al verde, el agente apartó el dispositivo y esbozó una sincera sonrisa por primera vez en todo el rato que llevaba con él.

—Gracias por su cooperación, señorita Mason—. Puede continuar.

—Gracias —respondí, y me apreté el puente de las gafas de sol contra la nariz. Mi dolor de cabeza remitió y regresé a mi estado de animadversión previo—. ¿Le importa si espero al resto de mi equipo? —Buffy estaba metiendo la mano en su unidad de análisis, y a Shaun todavía estaban realizándole el escáner de la retina. Desde los quince años, en la retina del ojo izquierdo tiene una cicatriz como recuerdo de un accidente estúpido con una porquería de fuegos artificiales que compró en Chinatown. Eso ralentiza el escaneo de sus ojos. Quizá los míos sean raros, pero los suyos tampoco son muy normales y han confundido todos los escáneres con los que nos hemos topado hasta el momento.

—En absoluto —respondió el agente—. Pero tenga cuidado de no traspasar la marca del perímetro de seguridad o tendremos que repetir todo el proceso.

—Entendido. —Me alejé de él y examiné los alrededores, con sumo cuidado de no pisar la línea roja que delimitaba el así llamado «perímetro de seguridad».

Ya contábamos con un aumento de la seguridad durante la campaña, pero eso era mucho más de lo que me esperaba. Nos habían recogido en casa de Buffy; el equipo de seguridad del senador no estaba dispuesto a dejar que ni nos acercáramos a los coches a menos que nos recogieran en un lugar seguro, lo que dejaba nuestra casa familiar fuera de juego. Dado que nos entregaron unas unidades de análisis de sangre antes de saludarnos, no acabo de verle la lógica.

Tal vez no querían vérselas con un ataque zombie antes de la hora de la comida, o quizá deseaban evitar a mis padres, a quienes prácticamente se les caía la baba al pensar en la oportunidad de conseguir una foto con los hombres del senador.

Ya en los coches, nos trasladaron al aeropuerto de Oakland, donde debimos pasar otro control sanguíneo antes de que nos subieran, con nuestro equipaje, a un helicóptero privado. Volamos hasta un lugar que se suponía que no podían revelarnos, pero estoy casi segura de que aterrizamos en la ciudad de Clayton, cerca de las estribaciones de la Montaña del Diablo. El gobierno había adquirido buena parte de toda esa zona tras la evacuación de la población original, y hace años que corre el rumor de que está utilizando algunos de los viejos ranchos como alojamiento temporal. Es un lugar bonito, si no te importa la amenaza esporádica de coyotes, perros salvajes y linces rojos zombies. Las zonas rurales son magníficas para la privacidad, pero no tanto para la seguridad.

A juzgar por los establos repartidos dentro del perímetro, nuestro destino debió de haber sido una granja comercial. Ahora era claramente una residencia privada, con rejas electrificadas entre los distintos edificios y con alambradas hasta donde alcanzaba la vista. Si añadíamos el helipuerto, no había que hacer grandes cábalas para llegar a la conclusión de que este lugar confirmaba los rumores sobre que el gobierno había construido escondrijos en los confines abandonados del país. Buen sitio para vivir, si consigues hacerte con una. Nuestro primer día allí y ya teníamos una primicia: «Confirmado el uso por parte del gobierno de los territorios abandonados del norte de California. Sépalo todo.»

Buffy cogió su equipaje y se acercó a mí, nerviosa.

—Creo que nunca me habían toqueteado tanto —se quejó.

—Al menos ahora sabes que estás limpia —respondí—. ¿Funcionan las cámaras?

—En la entrada había un pequeño dispositivo de pulso electromagnético que ha cortado la conexión de la dos y la cinco, pero ya lo tenía previsto y había incorporado sistemas redundantes, así que la uno, la tres y la cuatro, y luego de la seis a la ocho, están emitiendo en directo desde que nos recogieron.

Me quedé mirándola con cara de palo.

—No he entendido una palabra de lo que has dicho, así que daré por sentado que tu respuesta es que sí y seguiré con mi vida, ¿de acuerdo?

—Por mí, bien —respondió, saludando con la mano a Shaun, que en ese momento se reunía con nosotras—. ¿Ya estás?

—Saben que Shaun no puede ser un zombie —dije, ajustándome las gafas de sol—. Sin cerebro no es posible la reanimación.

Me dio un codazo de complicidad y meneó la cabeza.

—Tías, me sorprende que no nos hayan desnudado para registrarnos. Al menos podrían habernos dado algo de comer.

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