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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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—No tenían por qué desconectarlo todo —farfulló Buffy y volvió a sumergirse bajo la mesa.

Shaun tiró de la cuerda de su ballesta con un dedo para comprobar la tensión.

—Olvídalo. La lógica no sirve de nada con ella cuando se trata de que los infieles hayan invadido su territorio.

—Entendido —repuse. El monitor que tenía al lado empezó a emitir interferencias antes de mostrar imágenes en directo del jardín que se extendía en el exterior de la furgoneta—. Buffy, ¿cuándo estará todo operativo de nuevo?

—Dentro de quince minutos. Tal vez veinte. Todavía no he comprobado los cables de las consolas de backup, así que no tengo ni idea del lío que pueden haber montado. Su tono de voz dejaba clara su irritación—. De momento lo único que puedo afirmar es que no ha habido pérdida de información, pero las cámaras situadas en el exterior de la furgoneta sólo han recogido estática durante una hora con todo ese estúpido toqueteo.

—Estoy segura de que sobreviviremos sin una hora de grabaciones de los agentes de seguridad —respondí—. Shaun, enciende las luces.

—Enseguida. —Dejó la ballesta a un lado y se levantó, bajó la persiana de la ventana de la furgoneta y cerró la puerta trasera. Buffy soltó un gruñido de protesta, y mi hermano dio al interruptor para encender las luces interiores. Al momento, la furgoneta quedó bañada por una luz tenue, diseñada expresamente para no molestarme. Cada bombilla cuesta cincuenta pavos, y la verdad es que los valen. Son incluso mejores que las luces negras que uso en mi habitación. No sólo previenen los dolores de cabeza, sino que a veces llegan a curarlos.

Me quité las gafas y suspiré, me masajeé la sien derecha con las yemas de los dedos.

—Muy bien, chicos. Hemos tenido nuestro primer contacto oficial delante de las cámaras. ¿Impresiones?

—Me gusta la esposa —respondió Shaun—. Es fotogénica y un activo tremendo. En cuanto al senador, todavía necesito un poco más de tiempo con él. O es el Boy Scout más extraordinario que ha llegado más allá de su barrio o está jugando con nosotros.

—Los tacos de pescado estaban deliciosos —señaló Buffy—. De hecho, me gusta el senador Ryman. Es amable incluso cuando no tendría por qué serlo. Creo que va a ser una gira bastante divertida.

—¿A quién le importa la diversión cuando se consigue pasta? Cuando todo esto acabe, estaremos forrados. Todo lo demás es un extra —dijo mi hermano.

—Hasta cierto punto estoy de acuerdo con ambos —repuse, sin dejar de masajearme la sien. Ya me olía que tendría que tomar analgésicos antes de irme a dormir—. El senador Ryman no puede ser tan amable como quiere hacernos creer, pero a la vez es más amable de lo que le correspondería ser. Sin embargo, no todo es comedia. Hay algo genuino en su comportamiento que no puede fingirse. Prepararé un perfil del tipo pros y contras esta noche, algo así como «Primeras impresiones del hombre que quiere ser presidente». Algo breve, pero bueno. Buff, ¿cuánto tardarás en editar las tomas que tenemos?

—Cuando todo vuelva a estar en funcionamiento, necesitaré una hora… dos como mucho.

—Intenta que sea una. Estaría bien que llegaran a la Costa Este antes de que se vayan a dormir. Shaun, ¿te importaría conseguir alguna información sobre las medidas de seguridad? Enróllate con un par de vigilantes y averigua qué tipo de armamento llevan encima.

Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó el rostro de mi hermano.

—Marchando. ¿Te has fijado en el grandullón rubio? ¿El que tiene cuerpo de jugador de fútbol americano?

—Sí, vi a un gigantón entre los miembros del cuerpo de seguridad.

—Se llama Steve. Lleva un bate de béisbol. —Shaun exageró el movimiento de
swing
con un bate imaginario—. ¿Te lo imaginas bateando a un zombie y lanzándolo fuera del estadio?

—¡Ah! —exclamé con sequedad—. Lo clásico. Coge un par de cámaras e insísteles hasta conseguir lo que quieres. Esto me lleva al último punto del día… el senador nos ha hecho una petición.

Buffy salió de nuevo de debajo de la mesa de trabajo con otro manojo de cables en las manos y me lanzó una mirada cargada de curiosidad. Shaun frunció el ceño.

—No me digas que ya nos están censurando.

—Sí y no —respondí—. Quiere que, de momento, mantengamos a Emily lo más lejos posible de todo esto.. Que minimicemos sus imágenes en las tomas de la comida de hoy… ese tipo de cosas.

—¿Por qué? —inquirió Buffy.

—San Diego —respondí, y aguardé.

Sus reacciones no se hicieron esperar. Shaun no es tan tajante como yo en la defensa de la aplicación universal de la Ley Mason, pero aun así sigue con interés el debate. Su semblante pasó de no entender nada a la comprensión más absoluta.

—Teme que algún grupo extremista los convierta a ella y a su rancho en un objetivo de sus atentados, si le damos demasiado protagonismo.

—Exacto. —Pasé a masajearme la otra sien—. Sus hijos están con los abuelos, y le gustaría que su familia conservara la vida. Un poco de riesgo es inevitable, pero el senador preferiría que mantuvieran un perfil bajo mientras se pueda.

—Puedo arreglarlo en el montaje de las imágenes —apuntó Buffy.

—Yo no la sacaré en mi reportaje —dijo Shaun.

—Y yo no la mencionaré en el artículo principal. Entonces, ¿estamos de acuerdo?

—Supongo —dijo Shaun.

—Genial. Buffy, avísame cuando recuperemos la operatividad de todas las cámaras externas. Voy afuera un rato. —Me volví a cubrir los ojos con las gafas de sol y me puse en pie—. Necesito tomar un poco de aire.

—Me pondré manos a la obra —dijo Shaun, que también se levantó y salió de la furgoneta unos pasos por delante de mí. Siguió su camino y no se detuvo ni miró hacia atrás cuando yo salí. Shaun me conoce mejor que nadie en el mundo. A veces creo que me conoce incluso mejor que yo. Sabe que necesito unos minutos conmigo misma antes de ponerme a trabajar. El lugar no importa; sólo la soledad.

La luz vespertina se había atenuado sin llegar a desaparecer, y ya no me dolían tanto los ojos al mirar la moto. Me acerqué y me apoyé contra ella, con los talones clavados en el suelo, la cabeza inclinada hacia atrás y la cara levantada hacia la luz mortecina del sol. Bienvenidos al mundo, niños. Las cosas estaban cambiando y lo único que podíamos hacer era asegurarnos de que la verdad siguiera saliendo a la luz y procurar estar en el lugar exacto en el momento preciso.

Cuando tenía dieciséis años y le dije a mi padre que quería ser una reportera (para entonces ya no suponía ninguna sorpresa para nadie, pero era la primera vez que se lo decía), tiró de algunos hilos y me metió en un curso de historia del periodismo en la universidad. Edward R. Murrow, Walter Cronkite, Hunter S. Thompson, Cameron Crowe. Conocí a los grandes como debe ser, a través de sus palabras y de sus actos, cuando todavía estaba en edad de enamorarme incondicionalmente y sin reservas. Nunca quise ser Lois Lane, la chica reportera, aunque me disfrazara de ella en un Halloween. Yo quería ser Edward R. Murrow y denunciar la corrupción del gobierno. Quería ser Hunter S. Thompson y diseccionar este mundo. Yo amaba la verdad y amaba el periodismo, ¡y que me vaya al infierno si alguna vez me conformo con menos!

Shaun es igual que yo, si bien él tiene otras prioridades. No está dispuesto a dejar que los hechos le chafen una buena noticia, siempre que se mantenga la moraleja. Por eso es tan bueno en lo que hace y por eso repaso dos veces sus reportajes antes de publicarlos.

Una cosa que aprendí en aquellas clases fue que el mundo no es, en ningún sentido, lo que hace treinta años la gente se esperaba que sería. Sí, los zombies han venido para quedarse, pero ellos no son la verdadera noticia; lo fueron durante un caluroso y terrible verano de principios de siglo, pero ya sólo son una pieza más del engranaje. Cumplieron con su cometido: lo cambiaron todo. Absolutamente todo.

El mundo aplaudió con entusiasmo cuando el doctor Alexander Kellis anunció su cura para el resfriado común. Pese a que gracias al doctor Kellis nunca he tenido un resfriado, entiendo que fueran un fastidio; a la gente no le gusta pasarse la mitad del tiempo sorbiéndose los mocos y estornudando, ni que un desconocido le tosa encima. El doctor Kellis y su equipo aceleraron las pruebas de una forma que, en retrospectiva, parece criminal, pero ¿quién soy yo para juzgarlo? No estaba allí.

Lo realmente gracioso es que se puede culpar de todo esto al periodismo. Un reportero oyó el rumor de que el doctor Kellis pretendía vender la cura al mejor postor y que nunca permitiría que se distribuyera al hombre de la calle. Eso resultaba ridículo para cualquiera que supiera que la cura era un rinovirus modificado, dotado con la misma virulencia que permitía al resfriado común propagarse con la rapidez que lo hacía y a tantísimos lugares. Una vez que saliera del laboratorio, «infectaría» el mundo y no habría dinero suficiente para prevenirlo.

Esos eran los hechos, pero a ese periodista no le interesaban los hechos. Le preocupaba la primicia y ser el primero en informar de una descomunal injusticia imaginaria perpetrada por la cruel comunidad médica. Si queréis saber mi opinión, yo creo que la verdadera injusticia es que el doctor Alexander Kellis sea visto como el responsable de que la humanidad estuviera a punto de desaparecer, un honor que debería recaer en Robert Stalnaker, reportero de investigación del
New York Times.
Si se quiere buscar un culpable de lo sucedido, ése debería ser Robert Stalnaker. He leído sus artículos y son un material realmente conmovedor. En ellos condena al doctor Kellis y la comunidad médica por permitir lo que, según él, estaba sucediendo. La humanidad, afirma el reportero, tenía derecho a la cura.

Algunas personas le creyeron a pie juntillas; irrumpieron en el laboratorio de Kellis, robaron la cura y la liberaron desde un aeroplano fumigador. Increíble, ¿verdad? Elevaron el maldito avión hasta la altura máxima que podía alcanzar, llenaron globos con las muestras del trabajo del doctor Kellis y los descargaron en la atmósfera. Fue un hermoso acto de bioterrorismo, en el fondo cometido en nombre de los ideales más genuinos. Los terroristas actuaron a partir de una suposición equivocada basada en una verdad incompleta, y nos jodieron a todos.

Para ser justos hay que decir que las consecuencias no habrían sido tan graves de no ser por un equipo de científicos a las afueras de Denver, Colorado, que estaba realizando las pruebas de un filovirus creado por ingeniería genética, llamado Marburg EX 19, o más comúnmente Marburg Amberlee, en recuerdo del primer sujeto infectado con éxito, Amanda Amberlee, una niña de doce años y medio, que estaba a punto de morir de leucemia y que probablemente no llegaría a cumplir los trece. El año que el doctor Kellis descubrió su cura, Amanda tenía dieciocho años, había finalizado el último curso del instituto y estaba perfectamente sana. Los tipos de Denver habían tomado un agente asesino, le modificaron las instrucciones genéticas y habían curado el cáncer.

El Marburg Amberlee era un milagro, igual que la cura de Kellis, y juntos estaban destinados a cambiar el rumbo de la humanidad. Juntos… Y así fue. Ya nadie padece cáncer ni resfriados. El único problema son los muertos vivientes.

Cuando se liberó la cura de Kellis, había noventa y nueve personas en el mundo infectadas de Marburg Amberlee. Una vez que el virus entraba en el organismo, ya nunca lo abandonaba; mataba las células cancerosas y permanecía en estado latente a la espera de más. Todas esas personas eran tranquilas y sin riesgo de infección, y seguían con sus vidas sin la más remota sospecha de lo que estaba a punto de ocurrir. Amanda Amberlee no se contaba entre ellos; había muerto dos meses antes, en un accidente de tráfico tras la ceremonia de graduación del instituto. Ella fue el único caso de los pacientes que habían participado en las pruebas del Marburg Amberlee que se reanimó; eso puso sobre la pista de que era la interacción entre ambos virus, y no sólo el Marburg Amberlee, lo que provocaba que los que se suponía muertos se levantaran de sus tumbas.

La cura del doctor Kellis se propagó por todo el mundo en cuestión de días. Los responsables de su liberación fueron vitoreados, si no como héroes, sí como ciudadanos responsables que habían traspasado la línea roja para dar una vida mejor a sus hermanos habitantes del planeta. Nadie sabe con certeza el momento exacto en el que el primer individuo con el Marburg Amberlee entró en contacto con la cura del resfriado y cuánto tiempo pasó desde la exposición a la mutación. ¿Cuánto tiempo pasó desde que el pacífico filovirus atrapó al recientemente liberado rinovirus y empezaron a mutar? Se estima que, tras la introducción de la cura de Kellis en el Marburg Amberlee, ambos se fundieron en menos de una semana y crearon el filovirus que está en el aire y que hoy en día conocemos como Kellis-Amberlee. Y éste se propagó por el mundo, infectando una persona tras otra gracias a la virulencia codificada de la cura original de Kellis. No hay un paciente cero de la amplificación viral. Ocurrió en demasiados lugares a la vez. Podemos determinar las cosas hasta este punto porque en eso el cine se equivocó: al principio la infección no afectó de una manera universal. La gente que había muerto antes del Kellis-Amberlee continuó muerta. Los que murieron tras la infección, no. Por qué los portadores del virus regresan literalmente a la vida es algo que nadie sabe. Las teorías más aceptadas sostienen que se debe a una versión aumentada del comportamiento normal de un filovirus, a su necesidad apremiante de replicarse llevada a un nuevo nivel antinatural; accede al sistema nervioso del organismo que lo aloja y mantiene activa la capacidad motriz del cuerpo hasta que éste se deshace. Los zombies sólo son sacos de virus buscando cualquier cosa para infectar «impulsados» por el Kellis-Amberlee. Quizá sea cierto. ¿Quién sabe? Tanto si lo es como si no, los zombies están entre nosotros y ahora todo es distinto.

Incluido el mundo de la política, ya que muchos de los viejos planteamientos cambiaron cuando empezamos a convivir con los muertos vivientes. La pena de muerte, la crueldad con los animales, el aborto… y la lista sigue. Es difícil dedicarse a la política en este mundo, sobre todo con la xenofobia y la paranoia creciendo como la espuma en las comunidades más adineradas. El senador Ryman iba a librar una larga y ardua lucha para intentar llegar a la Casa Blanca, y nosotros lo acompañaríamos en su camino.

Me senté con el rostro al sol, sin hacer caso del punzante dolor de cabeza, a esperar a que Buffy me avisara de que había llegado la hora de ponerse a trabajar.

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