Becks se ha puesto al mando de los irwins; yo hablaba en serio cuando dije que no tenía el estómago para continuar. La administración de la página me proporciona toda la acción que necesito, al menos por el momento. Mahir y Magdalene lo están haciendo bien al frente de sus respectivos departamentos. De hecho, los índices de audiencia de la sección de ficción han subido. Magdalene tiene una mayor capacidad para mantenerse centrada que Buffy, aunque carece de la facilidad de ésta para los asuntos tecnológicos y el espionaje. Tal vez eso sea incluso una ventaja; ya sabemos adónde lleva ese camino.
El vuelo que traía a Mahir desde Londres aterrizaba a las once de la mañana del día del funeral. Conduje hasta la zona de recogida de pasajeros, que se encuentra en el límite de la zona en cuarentena, con la esperanza de dar con él en medio de la multitud. Pero no tenía motivo para preocuparme, ya que su vuelo llegaba casi vacío y lo habría reconocido en cualquier lugar aunque no me hubiera pasado años viendo su rostro en las pantallas de los ordenadores. Distinguí en sus ojos la misma mirada hueca y confusa que yo veía en el espejo todas las mañanas, esa extraña especie de negación que sólo parece asomar cuando el mundo decide descarrilar sin avisarte.
—Shaun —me saludó, estrechándome la mano—. Me alegro de conocerte por fin. Sólo lamento que no sea en mejores circunstancias.
—Esto es de parte de George —repliqué, y lo abracé. Mahir no vaciló y también me abrazó, y así permanecimos, llorando el uno sobre el hombro del otro hasta que los agentes de seguridad del aeropuerto nos ordenaron movernos si no queríamos ser detenidos por contravenir las normas de una zona en cuarentena. Nos marchamos.
—¿Hay noticias? —preguntó Mahir cuando nos incorporamos a la autopista—. Llevo horas incomunicado. Maldito vuelo.
—Mensaje de Rick: el avión del senador Ryman ha aterrizado sobre la misma hora que el tuyo. Se reunirán con nosotros en el tanatorio. Emily no ha podido venir; nos manda recuerdos. —Meneé la cabeza—. Me mandó un pastel la semana pasada. Un pastel de verdad. Esa mujer es rarísima.
—¿Qué tal lleva Rick la transición?
—Bastante bien. Es decir, nos dejó cuando el senador le pidió que lo acompañara en su candidatura como futuro vicepresidente y no parece estar volviéndose loco. ¿Quién sabe? Tal vez ganen. Son el pan y circo ideal para el pueblo.
—Estos políticos americanos… —Mahir meneó la cabeza—. Sois condenadamente raros.
—Hacemos lo que podemos con lo que tenemos.
—Supongo que así funciona el mundo. —Se me quedó mirando y vaciló un momento mientras yo sacaba el coche de la autopista para entrar en la ciudad—. Lo siento mucho, Shaun. Yo… No hay palabras para expresar lo mucho que lo siento. Lo sabes, ¿verdad?
—Sé que te importaba mucho mi hermana —repuse, encogiéndome de hombros—. Erais amigos. Tú eras uno de sus mejores amigos.
—¿Eso te lo dijo ella? —inquirió sorprendido.
—La verdad es que sí. Solía decirlo.
Mahir se pasó el dorso de la mano por los ojos.
—Ni siquiera nos conocimos en persona, Shaun. Es tan… es tan injusto, ¡joder!
—Lo sé. —Yo no me molesté en enjugarme las lágrimas. Hacía semanas que había dejado de preocuparme de ellas. Quizá si las dejaba caer libremente acabarían por cansarse, y ellas mismas decidirían dejar de llenarme los ojos—. Hay que aceptarlo. ¿No funcionan así estas cosas? No hay vuelta de hoja. Tenemos que aprender a sobrellevarlo.
—Supongo que sí.
—Al menos mi hermana consiguió su noticia. —El aparcamiento del tanatorio estaba atiborrado de coches. Era lo que tenía meter en una misma casa a los redactores de numerosos blogs y a los miembros de una candidatura presidencial, junto con amigos y familiares. El equipo de seguridad del tanatorio debía de haber alucinado. Este pensamiento bastó para casi hacerme sonreír e hizo soltar una risita apagada a la George que habitaba en mi cabeza.
Mahir me lanzó una mirada de refilón mientras yo aparcaba el coche en la última plaza libre del aparcamiento reservado para la familia.
—Perdona, ¿me he perdido algo? Estás sonriendo.
—No —respondí, desbloqueando la puerta. Habría hombres con unidades de análisis de sangre en las puertas del tanatorio y gente apesadumbrada esperándome para transmitirme sus condolencias y compartir sus lágrimas, como si yo pudiera entenderla cuando apenas si me entendía a mí mismo—. No te has perdido nada, supongo. Estás como yo. —Me apeé del coche. Mahir siguió mirándome con extrañeza y me detuve a esperarlo—. Vamos. Hay un montón de gente esperándonos.
—Shaun.
—¿Sí?
—¿Ha valido la pena?
«No», me susurró George.
—No —respondí—. Pero ¿qué vale la pena realmente cuando llegas al final?
Mi hermana había contado la verdad tal como la veía, y por ello había muerto. Yo la secundé y sigo vivo. No ha valido la pena. Pero se trataba de la verdad, y éste era el único desenlace posible. Intenté aferrarme a ello mientras caminaba hacia al tanatorio, donde agotaríamos nuestras palabras de despedida. Sin embargo, no las pronunciaríamos todas; nunca es posible pronunciarlas todas. Aun así debíamos conformarnos, tanto yo, como George, como todo el mundo, porque eso era todo lo que habría.
—Eh, George —musité.
«¿Qué?»
—Mira esto.
Y cruzamos la puerta.
MIRA GRANT, escritora americana (EEUU), fan de las películas de terror y de las enfermedades mortales, vive en California, donde comparte una vieja granja con un grupo de gatos, armas raras y cómics. Cuando no se dedica a escribir, reparte su tiempo entre viajar, asistir a cursos de virología y ver más pelis de terror de las que se considerarían saludables.
Además, con el seudónimo de Seanan McGuire publica novelas dedicadas a la fantasía urbana.