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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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—Aunque ella se ha ido, tú sigues aquí, y ella querría que hicieras un pequeño esfuerzo final para que eso no cambiara.

—Vosotros los reporteros… siempre ciñéndoos a los hechos. —Crucé la furgoneta evitando mirar el ordenador destrozado de mi hermana y las paredes. La señal de emergencia se activaba mediante un botón que se encontraba en la pared junto a lo que había sido el puesto de trabajo de Buffy antes de su muerte; al presionarlo una emisión intermitente alertaría a las unidades locales del CDC y a las fuerzas de la ley de que había una persona infectada en el interior de la furgoneta y otra persona todavía viva.

Primero Buffy y luego George. Dos bajas y uno vivo. Cuanto más me alejaba de la comodidad de la conmoción inicial más cuenta me daba de que todavía no se había contado el final de la noticia. No le habíamos dado una conclusión, y eso sacaría de quicio a George.

—Como bien has dicho, ése es nuestro trabajo —replicó Mahir.

—Sí. Ya que sacas el tema —apreté el botón. Un pitido lejano y constante empezó a sonar; se trataba del radar policial ilegal que habíamos instalado en la parte delantera de la furgoneta, al otro lado de la pared cerrada herméticamente que me impedía acceder a ella, avisando de que había interceptado mi señal de emergencia—, ¿para quién trabajas ahora?

—Eh… Para nadie. Supongo que soy agente libre.

—Genial, porque me gustaría contratarte.

—¿Cómo? —La sorpresa de Mahir era absolutamente sincera.

—El día de hoy no le va a sentar nada bien a tu presión sanguínea —dije, atravesando la furgoneta en dirección al armero, pues debía buscar un sustituto para el revólver. Por un lado, porque probablemente estaba contaminado y me lo quitarían en cuanto me sacaran de la furgoneta. Por otro, porque no tenía clase; no se puede salir a cazar gobernadores de Estados Unidos con un vulgar revólver. Simplemente no queda bien—. Tras el Final de los Tiempos se ha encontrado de pronto con una vacante en el puesto de redactor jefe de la división de Información General. Bueno, podría contratar a Rick, pero no lo veo con las agallas necesarias para ocupar el puesto; es un segundón nato. Además, Georgia habría querido que te lo ofreciera a ti. —Nunca habíamos hablado sobre ello; parecía tan ridículo conjeturar sobre su muerte que el tema nunca había salido, pero estaba seguro de lo que decía. Ella también lo habría contratado si hubiera podido dar su opinión de alguna manera. Lo habría contratado y habría confiado en él para dejarlo al mando de la página, si yo hubiera muerto tras ella. Así que no había lugar a dudas.

—No… no estoy muy seguro de lo que estás…

—Sólo dime que aceptas, Mahir. Hay tantos aparatos grabando nuestra conversación ahora mismo que sabes que un contrato verbal tendrá validez frente a un tribunal, siempre y cuando yo no dé positivo en las pruebas que me realicen cuando me saquen de aquí.

Mahir suspiró, y el ruido del aire escapando por sus fosas nasales pareció emerger de los abismos de su interior. Levanté la mirada desviándola del 40 mm favorito de Georgia, que estaba cargando en ese momento y vi que hacía un gesto de asentimiento con la cabeza—. Está bien, Shaun. Acepto.

—Genial. Bienvenido de nuevo a bordo. —Me había encargado de mi contratación y despido de mis colaboradores desde el principio, y sabía qué hacer para activar una nueva cuenta o reactivar una vieja. Me incliné sobre el teclado más cercano libre de sangre, me metí en el menú de administrador e introduje los datos de Mahir, seguidos de los míos, de mi contraseña y de mi visto bueno como administrador—. Dentro de diez minutos tu cuenta volverá a estar activa a todos los efectos. —Justo el tiempo que había tardado Georgia en tener problemas para escribir—. Desde el mismo instante que puedas acceder, ¡entra! Quiero que controles hasta el último rincón de la página. Pilla a todo bicho viviente que tengas a mano, me importa un comino a qué departamento pertenezca, y ponlo a trabajar con los foros, vigilando las entradas y actualizando las malditas noticias. Tienes que contratar gente. Hasta que yo vuelva, tú estarás al mando. Tu palabra es ley.

—¿Cuál es nuestro objetivo en todo esto, Shaun?

Fijé la mirada en su imagen en la pantalla y le sonreí mostrándole los dientes. Mahir retrocedió.

—No vamos a permitir que maten la historia de mi hermana como la han matado a ella. Georgia será enterrada; su noticia no.

Por un momento dio la impresión de que Mahir iba a protestar, pero sólo fue una impresión fugaz que se esfumó con la misma velocidad que había aparecido, y finalmente Mahir asintió.

—Me pondré manos a la obra. ¿Estás planeando alguna estupidez?

—Podríamos decir que sí. Buenas noches, Mahir.

—Buena suerte —respondió Mahir, y la pantalla se puso negra.

Acababa de cargar la pistola de Georgia cuando sonó un zumbido procedente del interfono.

—Responder —dije, sacando el chaleco de Kevlar. Cerré de golpe el armero y me abroché el chaleco alrededor del torso.

—¿… ahí? Repito: Shaun, ¿estás ahí?

—¡Steve, amigo! —No tuve que fingir mi alegría cuando oí su voz—. ¡Tío, eres un gato! ¿Cuántas vidas tienes?

—No tantas como tú —respondió Steve en un tono retumbante que no disfrazaba su preocupación—. ¿Está Georgia ahí dentro contigo, Shaun?

—Sí —respondí, mientras me metía una pistola eléctrica en el bolsillo; con ella no detendría a alguien que ya hubiera completado la amplificación, pero lo entretendría un poco. Al virus no le gusta que la corriente eléctrica circule por el cuerpo que lo aloja—. Ahora no le apetece demasiado hablar, Stevito, por la bala que le he metido en la columna vertebral. Si no estás infectado y tienes la amabilidad de abrirme la puerta de la furgoneta, te estaré eternamente agradecido.

—¿Te ha mordido, arañado, o te ha tocado de alguna manera después de su infección?

Eran las preguntas rutinarias, pero nunca me habían enfurecido tanto en toda mi vida.

—¡No, Steve, me temo que no! No me mordió, no me arañó, no me abrazó, ni siquiera me dio un beso de buenas noches antes de que el asesino a sueldo de ese cabrón chupa Biblias mandara a mi hermana a la sala de redacción del cielo. Si llevas una unidad de análisis de sangre y me abres la puerta, te lo demostraré.

—¿Vas armado, Shaun?

—¿Si te respondo que sí me dejarás encerrado aquí dentro? Porque podría mentirte.

El silencio que siguió me bastó para hacerme pensar que Steve había decidido que más valía no arriesgarse e iba a dejar que me pudriera dentro de la furgoneta. Sin duda eso era un objetivo, pero aún no. La noticia no habría acabado hasta que todos los cabos sueltos estuvieran bien atados, y uno de esos cabos consistía en salvaguardar el honor de George.

—No he leído entera su última entrada, pero sí lo suficiente —dijo Steve por fin con su voz grave—. Aléjate de la puerta y mantén las manos donde pueda verlas hasta que obtengamos el resultado de los análisis.

—Sí, señor —dije, retrocediendo.

El aire que se coló rápidamente en la furgoneta cuando la puerta se abrió era tan fresco que casi me dolieron los pulmones al respirarlo. El olor a sangre y a pólvora era intenso, pero no tanto como en el interior de la furgoneta. Instintivamente di un paso adelante, hacia la luz, y me detuve cuando una enorme forma borrosa, de la que sólo pude suponer que se trataba de un brazo se levantó en mi dirección.

—No te acerques hasta que yo me haya alejado.

—Como quieras, Stevito —dije—. Habéis tenido que encargaros solos del brotecito, ¿eh? Siento no haberme sumado a la fiesta; estaba liado con mis cosas.

—No hemos podido extinguirlo, pero está controlado. Y entiendo que no aparecieras —repuso Steve, cuya imagen fue adquiriendo nitidez a medida que los ojos se me acostumbraban a la luz. Se arrodilló, dejó algo en el suelo y retrocedió, invitándome a acercarme al objeto. Como yo había esperado, se trataba de una unidad de análisis de sangre. No de las mejores, pero tampoco de las peores; de las del montón. Suficiente para diagnosticar una posible infección con un margen aceptable de error. «Aceptable» siempre me ha parecido una palabra de lo más divertida cuando la utilizamos hablando de si alguien está vivo o muerto.

El artefacto pesaba menos de medio kilo. Rasgué el precinto con el pulgar sin apartar la mirada de Steve.

—No te alejes —dije.

—Te lo prometo —respondió Steve.

Su palabra me bastaba.

—A la de tres —dije—. Uno…

«Dos», dijo Georgia en mi cabeza.

Deslicé la mano al interior de la unidad y apreté los relés. Las luces empezaron su ciclo intermitente por los colores habituales: rojo-amarillo-verde, amarillo-rojo-verde. Cada una de esas malditas luces saltaron del rojo al amarillo y viceversa durante unos segundos, los suficientes para hacerme sudar, hasta que finalmente sólo quedó encendida la verde. Estás bien, hijo; estás bien. Ahora vete y diviértete.

Divertirme no entraba exactamente en mis planes. Sostuve en alto la unidad de análisis para que Steve pudiera verla tanto como quisiera.

—¿Conforme?

—Conforme —respondió, y me arrojó una bolsa para residuos biológicos—. ¿Qué diablos ha ocurrido, Shaun?

—Justo lo que dijo George. Unos cabrones chiflados mataron al gato de Rick y luego volaron por los aires nuestros remolques. Cuando vieron que la explosión no nos había matado, alcanzaron a George con un dardo hipodérmico como el que desencadenó el brote en el rancho de Ryman. ¡Mierda! Ojalá hubiéramos buscado en Eakly. Apuesto a que habríamos encontrado alguno.

—Apuesto a que sí —dijo Steve, mirándome mientras dejaba caer la unidad de análisis dentro de la bolsa. Él sostenía despreocupadamente las gafas de sol con una mano; sus ojos eran los ojos de una persona que se había asomado al infierno y que se había dado cuenta de que no podía soportar lo que estaba viendo. Yo no habría apostado a que mis ojos tuvieran una expresión distinta—. ¿Tienes algún plan?

—¿Eh…? Lo de siempre. Conseguir un vehículo y dirigirme a dondequiera que tengan confinados a los candidatos para…

—Siguen donde los dejaste —me interrumpió Steve.

—Vaya, qué práctico. Ya me conozco las medidas de seguridad del lugar. Como sea, iré a donde estén los candidatos y mantendré una pequeña charla con el gobernador Tate. —Me encogí de hombros—. Tal vez le vuele la tapa de los sesos. No sé. El plan todavía está en fase de elaboración.

—¿Quieres que te lleve?

Se me escapó una sonrisa que parecía fuera de lugar en mi rostro.

—Me encantaría.

—Perfecto. Porque a mis chicos y a mí… bueno, a lo que queda de mis chicos, no nos gustaría que te pasara nada sólo porque se te meta en la cabeza la estupidez de ir solo.

No pude evitar echarme a reír ante lo ridículo de toda la situación.

—Espera, ¿estás diciéndome que esto era todo lo que tenía que hacer para conseguir un equipo de seguridad completo para mí solito?

—Supongo.

—Reúne a tus chicos —dije, mirándolo a los ojos. Mi risa se esfumó de un plumazo—. Ya es hora de que nos pongamos en marcha.

Veintiocho

E

l brote seguía causando estragos. Los infectados no se habían dispersado en todas direcciones, pero lo parecía, y emergían tambaleándose de las sombras, siguiendo las señales de quién sabe qué tipo de radar que utilizara el virus para distinguir a los infectados de los que todavía son infectados en potencia, pues alojan el virus en su estado de letargo a la espera de que lo despierten. Los investigadores llevan veinte años intentando averiguar en qué consiste esa pequeña habilidad del virus y, por lo que yo sé, no han descubierto nada nuevo desde el día que las obras de Romero pasaron de ser películas de miedo cutres a manuales de supervivencia. Debería haber estado emocionado, no todos los días me paseo por el escenario de un brote, pero me hallaba tan absorto en mi ira que lo demás me importaba tres pimientos. Los zombies no habían matado a George; sus asesinos eran humanos vivos, sanos y que seguían respirando.

Reconocí un montón de rostros entre los infectados. Miembros del equipo de la candidatura de Ryman, unos cuantos agentes de seguridad y un tipo de cabeza alargada y cabellera pelirroja con entradas que había viajado con nosotros durante unas seis semanas, escribiendo discursos para el senador. «Se te acabaron los discursos, colega», dije para mis adentros, y le pegué un tiro entre ceja y ceja. El tipo se desplomó silenciosamente, totalmente inofensivo, y yo me di la vuelta asqueado.

—Si salgo de esta vivo, puede que tenga que buscarme otro tipo de trabajo.

—¿Qué es eso? —inquirió Steve entre dos apresuradas llamadas por radio a los supervivientes de su equipo. Estaba reuniéndolos en el aparcamiento. Algunos avanzaban despacio porque acompañaban a grupos de supervivientes menos armados, reaccionando como seres humanos, aunque contravinieran las estrategias de supervivencia recomendadas. ¿Queréis conservar la vida en medio de un enjambre de zombies? Pues bien, tenéis que ir solos o formando parte de un grupo reducido de personas de parecida condición física y destreza con las armas. Nunca os quedéis quietos, nunca dudéis y nunca sintáis pena por la gente que os ralentiza la marcha. Eso es lo que el ejército nos aconseja, y si alguna vez me topo con alguien que haga caso de esa retahíla de órdenes, yo mismo le pegaré un tiro en aras de mejorar el banco genético de nuestra raza. Cuando se puede ayudar a alguien hay que ayudarlo. Somos todo lo que tenemos.

—Nada —dije, meneando la cabeza—. ¿Quién queda?

Su boca se torció en un gesto entre una mueca de dolor y de una de rabia.

—Recibimos la última llamada de Andrés cuando me dirigía hacia tu furgoneta. Estaba acorralado contra un muro con media docena de asesores. No creo que volvamos a verlo. Carlos y Heidi están en el aparcamiento, que es una zona relativamente despejada de infectados. Mike… No he tenido noticias de Mike. Ni tampoco de Susan ni de Paolo. Todos los demás van de camino para reunirse con nosotros o se encuentran en una zona segura.

—Andrés… mierda, tío. Lo siento.

Steve hizo un gesto apesadumbrado con la cabeza.

—Nunca he tenido mucha suerte con los compañeros. —Se volvió y disparó a las sombras junto a una oficina móvil. Algo gorjeó y cayó. Le lancé una mirada por el rabillo del ojo y una sonrisa se le dibujó en los labios—. ¿Creías que llevábamos estas gafas de sol por una cuestión de salud?

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