¿Queréis hablar de hipocresía? Esto es la hipocresía: la gente que afirma que el Kellis-Amberlee es el castigo que Dios ha infligido a la humanidad por osar entrometerse en asuntos que le había vetado. Yo podría aceptar esta teoría si los zombies poseyeran algún tipo de poder sobrenatural de detección de científicos y sólo arremetieran contra los herejes, pero cuando miro la lista anual de las bajas por Kellis-Amberlee (puede consultarse un listado general en la página oficial del CDC y una lista más detallada se cuelga en el Muro todos los aniversarios del Día del Levantamiento) no veo demasiados científicos. ¿Queréis saber qué es lo que veo?
Veo niños. Veo a Julie Wade, de siete años y nacida en Discovery Bay, California. Veo a Leroy Russell, de once años y vecino de Bar Harbor, Maine. Veo mucho más que eso. De las dos mil seiscientas cincuenta y tres muertes atribuidas directamente al Kellis-Amberlee en los Estados Unidos de América durante el último año, nada menos que el sesenta y tres por ciento eran de menores de dieciséis años. Para mí eso no es obra de un Dios compasivo.
Veo a los ancianos. Veo a Nicholas y Tina Postoloff, fallecidos en la residencia Pleasent Valley de Warsaw, Indiana. Los informes dicen que Nicholas habría sobrevivido si no hubiera vuelto dentro para rescatar a Tina, su esposa durante cuarenta y siete años. Murieron, y el virus los reanimó antes de que llegara la ayuda. Los abatieron en la calle como animales salvajes. Eso no me hace pensar en un juicio divino; no tiene absolutamente nada de divino.
Veo hombres y mujeres como vosotros y como yo. Gente que intenta vivir la vida sin cometer errores cuyas consecuencias los perseguirán hasta el fin de sus días. No veo pecadores o personas que se merezcan esta especie de plaga. Así que basta. Basta de intentar meter aún más miedo en el cuerpo a la gente insinuando que, de alguna manera, esto no es más que el aperitivo de lo que todavía está por llegar. Ya estoy harta de todo eso, y si Dios existe, apuesto a que también él está harto.
Extraído de
Las imágenes pueden herir tu sensibilidad
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blog de Georgia Mason,
12 de enero de 2040
S
haun no vaciló. Dejó la cerveza en la superficie que le quedaba más a mano, agarró la ballesta colgada de la pared y salió disparado por la puerta. Lo seguí a un par de pasos, todavía con la Coca-Cola en la mano. A diferencia del idiota de mi hermano, yo no tengo ninguna intención de convertirme en un nombre escrito en el Muro, pero eso no significa que no pueda observar desde un segundo plano, sin correr peligro.
—¡Georgia! —La voz de Buffy indicaba el nerviosismo suficiente para obligarme a volverme. Buffy me lanzó una cámara portátil, que agarré enarcando las cejas con gesto inquisitivo—. Mejor calidad de imagen y sesenta horas de batería.
Y la audiencia adora unas cuantas tomas cámara en mano, siempre y cuando suavices los bandazos durante el montaje con el ordenador para ahorrarles los mareos.
—¡Vale! —respondí, y salí detrás de Shaun, abriendo el refresco mientras corría.
El campamento era un hervidero de actividad. Allí donde mirara, veía guardias de seguridad corriendo, con las armas desenfundadas y listas para disparar. No podía culparles por su entusiasmo; todos los que se meten en la seguridad privada en los tiempos que corren probablemente sean iguales que Shaun, y él estaba volviéndose loco poco a poco por culpa de cosas peligrosas a las que molestar.
Se oyeron más disparos procedentes del sur. Me volví hacia allí, cámara en mano, y di un par de golpecitos con la lata en la almohadilla que llevaba en el cinturón. La anilla de la oreja pitó.
—Estoy un poco ocupado, George. ¿Qué pasa? —me respondió la voz ligeramente jadeante de Shaun en el oído.
—Necesito que me indiques la posición, si quieres que quede constancia de todo esto. —Se oyó un gemido distante, como un susurro arrastrado por el viento. Los micrófonos de Buffy son muy sensibles. Si Buffy consigue grabar una pista de audio es capaz de trabajar con ella e incorporarla al reportaje con el doble de volumen y diez veces más escalofriante.
—¿Cuál es tu posición?
—Estoy justo al lado de la furgoneta.
—Noroeste. Estoy junto a la valla.
Eso era en el sentido contrario a la procedencia de la mayor parte de los ruidos de pelea.
—¿Estás seguro?
—¡Ven! ¡Date prisa! —espetó Shaun, y colgó. Me encogí de hombros y di media vuelta para trotar hacia la valla norte. He aprendido a no discutir con Shaun en lo que respecta a los zombies; él conoce su comportamiento mejor de lo que yo jamás querré saber, y si él dice «norte», lo más probable es que tenga razón. Seguían tronando los disparos, y los gemidos, aunque débiles, se oían cada vez más cercanos.
El resplandor de los focos del perímetro de seguridad me nublaba la visión nocturna y oí a Shaun antes de verlo. Estaba maldiciendo alegremente, utilizando un lenguaje que habría ruborizado a un estibador, para tratar de atraer a los infectados hacia la valla. Eran cinco, todos lo suficientemente recientes para conservar todavía su aspecto humano, si no se tenía en cuenta la dilatación extrema de las pupilas y las miradas frenéticas y voraces que le dedicaban a mi hermano mientras arañaban la valla. Debían de haber muerto hacía un par de horas. Levanté la cámara y utilicé el zoom para acercarme a sus rostros.
Shaun no se percató de mi presencia hasta que mi refresco se estrelló contra el pavimento. Dejó de molestar a los infectados y se alejó de la valla para volverse a mí.
—¿George? ¿Qué pasa? Ni que hubieras visto un fantasma.
—Es que lo he visto. —Señalé a uno de los zombies. Antes de la amplificación viral había sido una muchacha esbelta que no debía de pesar más que Buffy. La herida que la había matado la primera vez destacaba brillante y roja contra el fondo sonrosado del cuello, y su sudadera gris claro de la Universidad de Oklahoma estaba manchada de sangre—. ¿No la reconoces?
—¿Debería? —Shaun se inclinó para acercarse un poco más a la valla. La zombie le mostró los dientes, y el aire escapó silbando entre ellos mientras ella aumentaba el ímpetu con el que trataba de atravesar la valla.
—Definitivamente no es una ex mía, George. Es decir, es mona, pero está demasiado muerta para mi gusto.
—Como si tuvieras alguna ex… —Shaun ha salido con tanta gente como yo, que es lo mismo que decir que nunca ha salido con nadie. Buffy suele tener cinco o seis novietes a la vez, pero Shaun y yo nunca nos hemos preocupado de esas cosas. Siempre hay algo más importante que hacer.
—Bueno, si tuviera alguna ex no tendría este aspecto. ¿Vas a decirme quién es?
—Formaba parte de las animadoras durante el mitin del senador. —Viva había sido mucho más guapa. No recordaba haberla visto tras el turno de preguntas. Si se había marchado inmediatamente y la habían abordado en la calle, dado su peso, había tenido tiempo más que suficiente para que la amplificación viral se hubiera completado y su cuerpo se hubiera reanimado. No resultaba difícil imaginarse el guión. Una joven universitaria acude sola a un peligroso acto multitudinario en un lugar público y lo abandona también sola. Nadie estaba con ella para ayudarla. Un solo mordisco es una sentencia de muerte, y no todo el mundo tiene las agallas necesarias para llamar a la policía y solicitar que le metan una bala en el cerebro antes de que sea demasiado tarde para evitar la reanimación.
Quienquiera que fuera, había muerto sola y de una manera estúpida. No podía evitar sentir lástima por ella.
—¡Ah, sí, tienes razón! —Shaun se inclinó un poco más, traspasando los límites de lo que la mayoría de la gente consideraría la zona de seguridad. El quinteto de zombies se había congregado en el mismo tramo de valla, y jadeaba y gruñía en dirección a mi hermano—. ¡Ha sido muy rápido!
—No son la manada original. Son demasiado recientes. —El más descompuesto del grupo podría haber pasado por un humano sano en un callejón oscuro, suponiendo que pudiera controlarse y no se abalanzara sobre el primero que pasara para devorarlo—. Algo debe de haberlos mordido.
—O uno de ellos cayó fulminado por un ataque al corazón —dijo Shaun—. Tienes razón. Los demás están hacia el sur, molestando a los guardias de seguridad. —Lanzó una mirada asesina hacia la valla—. ¿Cuánto debe de medir? ¿Tres metros y medio?
—Shaun Phillip Mason, no estarás pensando lo que creo que estás pensando, ¿verdad?
—Acertaste. Distráelos, ¿vale? —No esperó mi respuesta, y retrocedió para tomar carrerilla y encaramarse a la valla. Se agarró muy por encima del alcance del más alto de los zombies. Sin embargo, no tuvo tanta suerte con los pies, aunque eso no era crucial, porque las botas de combate reforzadas con acero son demasiado duras para que los infectados puedan atravesarlas con sus garras. Burlándose de los gemidos de los zombies, Shaun trepó por la valla hasta subirse a ella.
—Y a continuación, veremos el suicidio de mi hermano —mascullé, y enfoqué a Shaun, dando unos golpecitos a la almohadilla de mi cinturón para llamar a Buffy—. ¡No te caigas, idiota! ¡O le diré a mamá que lo hiciste por amor a la zombie!
—¡Muérdeme! —me respondió Shaun. Pasó la pierna por encima de la valla y se sentó a horcajadas sobre ella, con un pie afirmado a cada lado de la reja. Desenganchó la ballesta del cinturón y la cargó con el primer proyectil.
—¡No mientras todavía respire, oh, hermano mío!
—Buffy al habla —dijo la voz de Buffy en mi oído.
—Buffy, ¿estás recibiendo las imágenes de esto? Quiero que busques la identidad de nuestros amigos. Compara a la de la sudadera con las imágenes del…
—Estaba en ello. Se llamaba Dayna Baldwin, tenía veintitrés años y estudiaba ciencias políticas en la Universidad de Oklahoma. Estoy realizando búsquedas para los otros cuatro. Tengo algunos candidatos, pero de momento no puedo confirmarte nada.
Shaun tiró del seguro con sumo cuidado, apuntando casi con cariño al más próximo de sus admiradores. Dirigí la cámara hacia el grupo justo cuando el proyectil de la ballesta se clavaba en la frente de su líder. El infectado se desplomó, y dos de los cuatro restantes se lanzaron rápidamente a devorar sus restos mientras que los otros dos siguieron amenazando a Shaun. El virus que se apodera de los infectados sólo quiere carne; los zombies suelen preferir a los vivos que a los muertos, pero algo que no ofrece resistencia siempre es mejor que nada.
—Sigue buscando —le dije a Buffy. Shaun recargó la ballesta con total tranquilidad y meticulosa precisión. Debo reconocerle una cosa a mi hermano: es la hostia de bueno en lo que hace.
—Por supuesto —me respondió Buffy en un tono que parecía ofendido y me colgó. Tendríamos una visión más clara de lo que había ocurrido cuando Shaun terminara de divertirse y regresáramos a la furgoneta. Si se descubriera un solo centímetro del convoy del que Buffy no pueda grabar imágenes, me comería las gafas de sol.
Shaun estaba apuntando al tercer zombie cuando reparé en algo raro en los gemidos. Sonaban cada vez más altos y venían contra el viento. Se me cayó la cámara y oí el crujido de su carcasa al chocar contra el suelo. Me volví para mirar detrás de mí.
Tenía al líder de los zombies a tres metros de mí y se trataba de otro rostro familiar, el del terco Carl que había conocido tras el mitin. Se acercaba rápidamente, con ese trote horrible y desmañado que sólo los infectados más recientes logran mantener. Debía de haber muerto incluso después de Dayna, porque había estado vivito y coleando hacía menos de una hora. Eso implicaba múltiples mordiscos y un ataque colectivo, posiblemente perpetrado por la manada que Shaun estaba despachando.
Otros seis zombies seguían al desdichado Carl, con un paso que iba desde el trote hasta el lento caminar arrastrando los pies. Saqué la pistola del cinturón y disparé a Carl dos tiros en la frente; luego apunté al zombie que iba detrás de él. No tenía suficientes balas. Y aunque hubiera sido tan buena tiradora como Shaun, lo que no es el caso, ocho balas y siete zombies no me dejaban mucho margen de error. Ya me quedaba menos de una bala por zombie, y eso reducía drásticamente mis opciones de supervivencia. Apreté el gatillo, y el segundo infectado cayó.
El estruendo de los disparos atrajo la atención de Shaun y le oí tragar aire mientras se volvía y examinaba a los infectados que se cernían sobre mí.
—¡Por todos los…!
—Dejémonos de hablar y pasemos directamente a la acción —gruñí, y volví a disparar. Fallé el tiro. Había gastado cuatro balas y sólo había derribado a dos zombies. Las apuestas no estaban a mi favor—. ¡Buffy!
Buffy nunca entrega una cámara sin un transmisor. Dice que no se fía de que regulemos bien el sonido, pero yo creo que simplemente le gusta escuchar a escondidas, sin abandonar la furgoneta. Su voz, entrecortada y distorsionada, emergió por el auricular inmediatamente después de que pronunciara su nombre.
—Siento el retraso… Estaba distraída. Se ha abierto una brecha en la valla sur. Una de las puertas ha cedido y están contabilizando las bajas. ¿Cómo lo lleváis vosotros?
—Digamos que si tienes comunicación con un puñado de hombres desocupados y con armamento pesado, éste sería un momento sensacional para que los llamaras. —Hice dos disparos más, y la segunda bala impactó en el blanco. Ya llevaba disparadas seis balas y había abatido a tres zombies, pero los otros cuatro infectados seguían acercándose. Disparé al nuevo líder de la manada y fallé. Un proyectil de ballesta me pasó silbando por encima del hombro, y el zombie se desplomó con media flecha sobresaliéndole de la frente. Tres zombies.
—No he salido pensando que tendría que pelear… Sólo llevo una pistola y estoy a punto de quedarme sin balas. ¿Shaun?
—Me quedan tres flechas —respondió—. ¿Crees que podrías subir a la valla?
—No. —Soy una velocista decente, y puedo poner una moto de cero a una velocidad suicida en menos de diez segundos, pero no soy buena escaladora. Estuve a punto de suspender las pruebas físicas para mi licencia, dos veces, por culpa de mi falta de fuerza en la parte superior del cuerpo. Con suerte, lograría mantenerme agarrada a la valla hasta que los zombies me cogieran por los tobillos, me derribaran y me devoraran. Sin suerte, simplemente me caería.
Oí ruido por el auricular.
—Un grupo de guardias está de camino —dijo Buffy—. Están liados con algo, pero dicen que irán en cuanto puedan.