—He llamado a la puerta tres veces —replicó Buffy—. Y dos más al teléfono de la habitación. ¡Compruébalo! —Shaun y yo bajamos la mirada hacia el teléfono. La luz roja de los mensajes estaba parpadeando—. Como no respondíais, he reprogramado las cerraduras para que vuestra habitación se correspondiera a la mía y poder entrar.
—Y no se te ha ocurrido zarandearnos porque… —farfullé. Un fuerte dolor de cabeza se apresuraba a llenar el vacío que había dejado mi fase REM interrumpida.
—¿Estás de guasa? Los dos dormís armados. Me gusta tener cuatro extremidades y una cabeza. —Sin parecer importarle la hostilidad que reinaba en la habitación, Buffy abrió el teclado plegable y activó la pantalla colgada de la pared—. Supongo, chicos, que no habréis visto los resultados del día, ¿eh?
—Lo único que hemos visto hoy es el interior de nuestros párpados —respondió Shaun sin hacer ningún esfuerzo por disimular su irritación, que sólo crecía ante la indiferencia de Buffy—. ¿Qué hora es?
—Casi mediodía —informó Buffy. La pantalla de inicio del hotel apareció, y Buffy empezó a teclear para desviar la conexión a uno de los repetidores de nuestro servidor. El logotipo de Tras el Final de los Tiempos llenó la pantalla por un momento hasta que cedió su lugar a un cuadro en blanco y negro con nuestras páginas personales protegidas—. Os he dejado dormir unas seis horas, chicos.
Solté un gruñido y estiré la mano hacia el teléfono.
—Voy llamar al servicio de habitaciones para pedir un montón de Coca-Cola antes de que Buffy siga hablando.
—Pide café también —dijo Shaun—. Una jarra grande de café.
—Y té para mí —añadió Buffy.
La pantalla volvió a cambiar y apareció la serie numérica que nos representa en la tabla de índices de audiencia de la red. Esta tabla mide el tráfico de los servidores, los cliqueos directos, el número de usuarios conectados y un montón de datos y factores que se combinan entre sí para dar un resultado final, la cifra sagrada: nuestra cuota de mercado. Se utiliza un código de colores; si es superior a cincuenta está en verde; entre cuarenta y nueve y diez, en blanco; entre nueve y cinco, en amarillo, y en rojo si es cuatro o por encima.
El número que refulgía en un rojo triunfal en la parte superior de la pantalla era el 2,3.
Dejé caer el auricular del teléfono.
Shaun recobró la compostura antes de hablar, quizá porque estaba más despabilado que yo.
—¿Nos han
hackeado?
—No. —Buffy meneó la cabeza con una sonrisa tan amplia que pareció que tuviera la cabeza cortada en dos—. Lo que veis es real como la vida misma, nuestros datos de las últimas doce horas en la tabla de índices de audiencia. Sin manipulaciones ni censuras. Hemos subido al segundo puesto, sin contar con las páginas porno, las de descargas de música o películas.
Esos tres tipos de páginas son las que absorben el grueso del tráfico de la red. Los demás apenas rozamos los primeros puestos. Me levanté torpemente de la cama y crucé la habitación para tocar la pantalla. El número no cambiaba.
—Shaun.
—¿Sí?
—Me debes veinte pavos.
—Sí.
Me volví a Buffy.
—¿Cómo puede ser?
—¿Si lo atribuyo al diseño gráfico conseguiré un aumento?
—No —respondimos Shaun y yo al unísono.
—Ya lo suponía, pero tenía que intentarlo. —Buffy se sentó en el borde de la cama—. He limpiado las grabaciones de media docena de cámaras con imágenes de los dos ataques. No he podido añadir los comentarios porque alguien se ofreció voluntaria para ayudar en la limpieza…
—Aunque no me hubiera quedado echando una mano, el proceso de descontaminación no me habría permitido grabar —repuse con sequedad, y cogí de nuevo el auricular del teléfono. Pese al increíble índice de audiencia que habíamos logrado, tenía que cortar de raíz ese dolor de cabeza, por tanto necesitaba algo con cafeína para tragar los analgésicos—. Sabes que la descontaminación me deja hecha polvo.
Detalles —respondió Buffy—. He montado las tres narrativas básicas: una de la lucha en la puerta desde tan cerca como pude, otra alrededor del perímetro de seguridad y otra siguiéndoos.
Me volví a ella mientras esperaba que el servicio de habitaciones respondiera.
—¿Cuántos diálogos entre Shaun y yo conseguiste?
—Todos —respondió Buffy con una sonrisa de oreja a oreja.
—Eso explica parte de nuestro espectacular salto en los índices —apuntó Shaun con sequedad—. Siempre se disparan cuando dices públicamente en un reportaje que me odias.
—Sólo porque es cierto —repliqué, reprimiendo el impulso de acompañar mis palabras con un gruñido. La responsabilidad de dejar sola a Buffy con todas las imágenes grabadas y sin editar era sólo mía. Ella tenía que subir algo a la red. Una página de noticias no actualizada no crea suspense; pierde lectores.
Shaun soltó un gruñido.
—Vale. Entonces tenías tres pistas, ¿y?
—Las he subido tal cual; eché mano de algunos reporteros beta para las narraciones, introduje datos biográficos de las bajas confirmadas y escribí un nuevo poema sobre lo rápido que se estropean las cosas. —Buffy lanzó una mirada nerviosa en mi dirección y se le borró la sonrisa de los labios—. ¿Lo he hecho bien?
El servicio de habitaciones me confirmó que las bebidas estaban de camino junto con una tostada de pan de trigo sin mantequilla.
—¿Qué betas?
—Mmm… Mahir para lo de la puerta, Alaric para el perímetro y Becks para vuestro ataque.
—Ah. —Me ajusté las gafas de sol—. Me parece que me gustará revisar sus reportajes. —Sólo era una formalidad, y a juzgar por la expresión de Buffy, ella lo sabía; yo habría elegido a los mismos betas. Mahir reside en Londres y es muy bueno narrando hechos, ni los adorna demasiado ni los lanza sin más. Si alguna vez necesitara un segundo al mando, elegiría a Mahir. Alaric es capaz de generar suspense casi con la misma maestría que un irwin, y sus narraciones y descripciones se ajustan perfectamente a los silencios que pueblan las grabaciones con sonido directo. Becks habría sido directora de películas de terror de no ser porque actualmente vivimos prácticamente en una. Su sentido del ritmo es impecable y sus montajes son incluso mejores. De los betas que hemos contratado, considero a mis reporteros la mejor adquisición. Son buenos. Esperan aprovechar nuestro éxito para pasar a alfa, y eso los convierte en unos tipos ambiciosos. En este negocio, la ambición vale más que casi cualquier otra cosa, incluido el talento.
—Por supuesto —dijo Buffy, evidentemente a la espera de que me ablandara y dijera las palabras.
Yo esbocé una ligera sonrisa.
—Bien hecho.
Buffy lanzó un puñetazo al aire.
—¡Punto para Buffy!
—Pero que no se te suban los humos —le advertí. Llamaron a la puerta. Debía de ser el hotel con el servicio de habitaciones más rápido del Medio Oeste—. Recuerda, una serie de decisiones ejecutivas saldada con éxito no te hace estar preparada para ocupar mi…
Abrí la puerta y me topé con Steve y Carlos. Iban vestidos de manera impecable, con sus trajes negros tan bien planchados que nunca se te habría ocurrido que, hacía menos de ocho horas, habían estado incinerando los cadáveres de sus colegas fallecidos. Me quedé inmóvil con la vista clavada en ellos, todavía vestida con la ropa del día anterior y el cabello desgreñado.
—Señorita Mason —dijo Steve en un tono monocorde, más formal incluso que el que había empleado cuando nos conocimos. Se metió una mano en el bolsillo y extrajo la familiar unidad de análisis de sangre portátil—. Si usted y sus socios tienen la bondad de acompañarnos. Se ha programado una reunión puesta al día en la sala de juntas.
—¿No podríais haber llamado antes? —pregunté.
—Lo hemos hecho —respondió Steve enarcando las cejas.
Shaun y yo habíamos dormido como auténticos muertos no vivientes. Apreté los labios.
—Mi hermano y yo sólo llevamos despiertos unos minutos. ¿Nos concedéis un momento para ponernos presentables?
Steve apartó la mirada de mí y la dirigió al interior de la habitación, donde Shaun, todavía en calzoncillos, hizo un gesto sarcástico. Steve volvió a mirarme. Sonreí—. A menos que prefiráis que vayamos así.
—Tenéis diez minutos —repuso Steve, y cerró la puerta.
—Buenos días, Georgia —farfullé—. Muy bien. Buffy, fuera. Nos encontraremos en la sala de juntas. Shaun, vístete. —Me pasé una mano por el cabello—. Voy a lavarme. —Una ventaja de acostarse justo después de un proceso de descontaminación es que incluso tras seis horas durmiendo y sudando con la ropa puesta, ésta seguía tan limpia como el día que la compré. Después de que te esterilicen siete veces para eliminar las partículas activas del virus, la suciedad tiene todas las de perder.
—Georgia… —empezó a decir Buffy.
Señalé la puerta.
—Fuera. —No esperé a comprobar si me obedecía, en parte porque sabía que no iba a hacerlo; agarré mi bolsa de viaje, que estaba en el suelo a los pies de la cama, me metí en el cuarto de baño y cerré la puerta a mi espalda.
Sólo hay una manera de prevenir que la migraña causada por la combinación de la falta de sueño y el exceso de luz persista: ponerme las lentes de contacto. Las lentillas tienen una serie de inconvenientes, como que provocan que me estén picando los ojos todo el santo día, pero filtran la luz mejor que las gafas de sol. Saqué el estuche de la bolsa, abrí la tapa y rescaté una lentilla de la solución salina en la que permanecen sumergidas.
Las lentes de contacto normales están diseñadas para corregir problemas de visión del usuario. Mi vista es perfecta, salvo por el tema de la luz, que las lentillas solucionan. Desgraciadamente, mientras que las lentillas normales permiten la visión periférica, éstas reducen drásticamente la mía, ya que me cubren el iris y buena parte de la pupila con densas capas de colores, que en esencia crean superficies artificiales en mis ojos. Legalmente no se me permite realizar trabajo de campo con las lentes de contacto puestas.
Incliné la cabeza hacia atrás y me coloqué la lentilla, parpadeando un poco para acomodarla en el ojo. Repetí la operación en el otro ojo y luego me miré en el espejo. Mi reflejo me devolvía impasible la mirada con unos ojos perfectamente normales y azules como flores de aciano.
Yo había elegido que fueran azules. Cuando era niña me ponían lentillas marrones con el color natural de mis ojos. Yo pedí que fueran azules en cuanto pude opinar. No parecen tan naturales, pero tampoco me hacen sentir como si quisiera esconder mi enfermedad. Mis ojos no son normales. Nunca lo serán. Si eso incomoda a alguien, bueno, he aprendido a utilizarlo en mi provecho.
Me alisé la ropa, me guardé las gafas de sol en el bolsillo del pecho de mi camisa, me cepillé el pelo y, ¡hala!, ya no podría estar más presentable. Si al senador no le gustaba, ya podía ir preocupándose de prohibir los ataques de madrugada al convoy.
Buffy ya se había ido cuando salí del cuarto de baño. Shaun me ofreció una lata de Coca-Cola y mi grabadora de mp3, frunciendo la nariz.
—Sabes que tus lentillas me horrorizan, ¿verdad?
—De eso se trata. —El refresco estaba tan frío que me dolieron las muelas. Aun así no dejé de beber hasta vaciar la lata. La tiré a la papelera del baño.
—¿Listo?
—Hace horas. Las chicas os pasáis una eternidad en el cuarto de baño.
Le di una patada en el tobillo, cogí tres latas de Coca-Cola de la bandeja que había traído el servicio de habitaciones y salí del cuarto. Steve estaba esperándonos en el pasillo, con las unidades de análisis de sangre en la mano. Clavé la mirada en ellas.
—¿No es demasiado? Nos fuimos directos de la descontaminación a la cama. Dudo que hubiera una colonia de virus en el armario.
—La mano —ordenó Steve.
Suspiré y me pasé las latas de refrescos que había cogido de la habitación a la mano izquierda para ofrecerle la derecha. En menos de un minuto, Shaun y yo habíamos realizado los análisis. Como era de esperar, ambos estábamos limpios.
Steve dejó caer las unidades empleadas en el interior de una bolsa de plástico, la selló y dio media vuelta para enfilar por el pasillo, sin duda dando por supuesto que lo seguiríamos. Shaun y yo nos miramos, nos encogimos de hombros e hicimos exactamente eso.
La sala de juntas estaba en la tercera planta, en un área restringida que requería usar una tarjeta magnética. La moqueta era tan gruesa que amortiguaba completamente nuestras pisadas mientras seguíamos a Steve por el pasillo hacia la puerta abierta de la sala. Buffy estaba dentro, sentada sobre una mesa, introduciendo información en su dispositivo portátil y tratando de no molestar a los asesores del senador, que iban de un lado a otro intercambiándose documentos, anotando cosas en las pizarras y, en general, creando el típico torbellino de actividad productiva que delata que no está sucediendo absolutamente nada.
El senador estaba sentado a un extremo de la mesa, con la cabeza entre las manos, como un oasis de paz en medio del caos general. Carlos estaba de pie a su izquierda y, según cruzábamos la puerta, Steve se distanció de nosotros y cruzó el salón para situarse a la derecha del senador Ryman. Algo debió de alertar al senador de la llegada de Steve, pues levantó la cabeza y se volvió primero hacia el guardaespaldas y luego hacia nosotros. De uno en uno, los asesores cesaron su trajín y siguieron la mirada del senador.
Levanté una lata de refresco y tiré de la anilla para abrirla.
El ruido pareció traer al senador de vuelta a la realidad. Se incorporó en la silla y se aclaró la garganta.
—Shaun, Georgia, si tenéis la bondad de sentaros, podremos empezar.
—Gracias por retrasar la reunión hasta nuestra llegada —dije, mientras me dirigía hacia una de las sillas y dejaba la grabadora de mp3 en la mesa—. Le pido disculpas por la demora.
—No te preocupes —repuso, restándole importancia con un gesto de la mano—. Sé que os quedasteis hasta tarde con la cuadrilla de limpieza. Unas horas de sueño no es recompensa suficiente para quien se deja la piel cumpliendo con un deber tan desagradecido.
—En tal caso, si me puede conseguir unas cuantas
groupies…
—dijo Shaun, sentándose a mi lado. Le di una patada en la espinilla, y él soltó un gañido, aunque rápidamente esbozó una sonrisa impertinente.
—Veré qué puedo hacer. —El senador se levantó y dio unos golpecitos con los nudillos en la mesa. Los últimos vestigios de conversación desaparecieron y toda la atención se concentró en él. Incluso Buffy dejó de teclear en su artilugio cuando lo vio inclinarse hacia delante con las manos apoyadas en la mesa—. Ahora que estamos todos… ¿Cómo demonios ha podido suceder? —Nunca levantaba la voz por encima del tono de una conversación—. Anoche perdimos cuatro miembros del cuerpo de vigilancia, tres de ellos en la puerta principal. ¿Qué ha pasado con el concepto de seguridad? ¿Acaso me perdí la reunión en la que se decidió que ya no había que preocuparse de los zombies?