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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El uso de las armas (48 page)

BOOK: El uso de las armas
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Necesitó algún tiempo para darse cuenta de que no todas las unidades que veía –las variedades existentes en su diseño eran mucho más aparatosas que las diferencias en la fisiología de los seres humanos con que se encontraba– pertenecían a la nave y que, de hecho, casi ninguna era una extensión del VGS. Las unidades poseían sus propios cerebros artificiales (seguía teniendo tendencia a pensar en ellas como si fuesen simples ordenadores capaces de moverse), y también parecían poseer personalidades diferenciadas, aunque aún era algo escéptico respecto a ese punto.

–Si me das permiso para ello desearía exponerte un pequeño experimento mental –dijo la vieja unidad.

Estaban entreteniéndose con un juego de cartas donde la victoria dependía casi exclusivamente del azar, o eso le había asegurado la unidad. Se hallaban sentados –bueno, la unidad flotaba– bajo una arcada de piedra color rosa junto a una piscina. Los gritos de quienes se divertían con un complicado juego de pelota al otro extremo de la piscina se filtraban por entre los arbolillos y matorrales y llegaban hasta ellos.

–Olvida que los cerebros de las máquinas son artefactos que deben ser fabricados –dijo la unidad–. Piensa en la creación del cerebro de una máquina o un ordenador electrónico guiándote por la imagen de un cerebro humano. Se puede empezar con unas cuantas células, tal y como hace el embrión humano. Las células se multiplican y van estableciendo conexiones poco a poco. Basta con que sigas añadiendo nuevos componentes y hagas las conexiones relevantes, y si deseas seguir el desarrollo exacto de un ser humano a través de sus distintas etapas puedes ir estableciendo las mismas conexiones que se dan en su cerebro.

»Tendrías que limitar la velocidad de los mensajes transmitidos por esas conexiones a una fracción minúscula de su velocidad electrónica normal, naturalmente, pero eso no sería demasiado difícil, como tampoco lo sería hacer que esos componentes parecidos a las neuronas tuvieran un comportamiento interno idéntico al de sus equivalentes biológicos y dispararan sus propios mensajes guiándose por los distintos tipos de señales que recibieran. Todo eso resulta comparativamente sencillo de lograr… Ese incremento gradual de complejidad te permitiría imitar el desarrollo de un cerebro humano, y también podrías imitar sus emisiones y lo que sale de él. Un embrión puede tener la experiencia del sonido, el tacto e incluso de la luz dentro del útero, y tú podrías enviar señales similares a ese equivalente electrónico que estás desarrollando. Podrías fingir la experiencia del nacimiento y utilizar cualquier grado de estimulación sensorial preciso para engañar a tu artefacto naciéndole creer que estaba teniendo la experiencia de tocar, saborear, oler, oír y ver todo lo que tu ser humano real está en condiciones de conocer mediante sus sentidos (y, naturalmente, también podrías tomar la decisión de no engañarle y de proporcionarle la misma entrada de datos sensoriales genuinos y de una calidad idéntica a los que la personalidad humana estaba experimentando en cualquier momento dado).

»Bien, la pregunta que quiero hacerte es la siguiente… ¿Dónde está la diferencia? El funcionamiento de ambos cerebros es idéntico y responderán a los estímulos con un grado de correspondencia mayor que el que encontramos incluso en el caso de los gemelos monocigóticos. Teniendo en cuenta eso, ¿cómo podemos seguir llamando entidad consciente a uno y meramente máquina al otro?

»Zakalwe, tu cerebro está compuesto por materia que ha sido organizada para que forme un conjunto de unidades de proceso, almacenamiento y manejo de información. La evolución de esa materia ha sido regulada por tu herencia genética y por la bioquímica del cuerpo de tu madre primero y del tuyo posteriormente, así como por las experiencias que has ido viviendo desde poco tiempo después de tu nacimiento hasta el momento actual.

»Un ordenador electrónico también está compuesto de materia, pero la organización de esa materia es distinta. ¿Qué tiene de tan mágico el funcionamiento de las inmensas y lentas células del cerebro animal para que les permita autodeclararse conscientes y, al mismo tiempo, pueda negar una distinción similar a un artefacto más rápido y más refinado de un poder equivalente, o incluso a una máquina construida de tal forma que funcione con el mismo grado de lentitud y torpeza?

»¿Hmmm? –preguntó la máquina. Los campos de su aura se iluminaron con el color rosa que ya estaba empezando a identificar como su forma de expresar la diversión–. A menos que desees invocar la superstición, naturalmente… ¿Crees en los dioses?

–Nunca he tenido esa inclinación –dijo él, y sonrió.

–Bueno, entonces… ¿qué responderías? –preguntó la unidad–. Esa máquina a imagen humana de la que he estado hablando… ¿es consciente o no?

Bajó la mirada y estudió sus cartas.

–Estoy pensando en ello –dijo, y se rió.

A veces veía otros alienígenas (es decir, se percataba de que eran alienígenas cuando las diferencias resultaban lo bastante obvias e imposibles de pasar por alto. Estaba seguro de que algunos de los humanos con los que se encontraba cada día no eran gente de la Cultura, aunque no había forma de saberlo sin preguntárselo. Alguien que iba vestido como un salvaje o llevaba un atuendo que estaba claro no pertenecía a las modas de la Cultura podía haber decidido vestirse así sencillamente porque le apetecía o porque iba a una fiesta…, pero el VGS también albergaba miembros de especies obviamente distintas a la suya).

–¿Sí, joven? –dijo el alienígena.

Tenía ocho miembros, una cabeza esférica con dos ojos diminutos, un aparato vocal curiosamente parecido a una flor y un cuerpo casi esférico de gran tamaño cubierto por una fina capa de vello de color rojo y púrpura. Su voz estaba compuesta por los chasquidos que surgían de su boca y las vibraciones casi subsónicas que emitía su cuerpo, y el pequeño amuleto que colgaba alrededor de su cuello se encargaba de traducir lo que decía.

Le preguntó si podían hablar un rato y el alienígena le indicó que ocupara el asiento situado delante del suyo en la mesa de la cafetería junto a la que había pasado por casualidad cuando el alienígena estaba hablando de la sección de Circunstancias Especiales con un humano que se había marchado enseguida.

–Está dispuesto en capas –replicó el alienígena cuando le hizo su siguiente pregunta–. Un núcleo minúsculo de Circunstancias Especiales, un cascarón de Contacto y una ecosfera tan vasta como caótica que abarca todo lo demás. Es algo parecido a… ¿Vienes de un planeta?

Asintió. La criatura contempló su amuleto esperando que le tradujera el gesto que había utilizado –no se parecía mucho al que la Cultura definía con la palabra «asentimiento»–, y siguió hablando.

–Bueno, es como un planeta sólo que el núcleo es muy, muy pequeño, y la ecosfera es mucho más abigarrada y menos fácil de distinguir que la capa de atmósfera que envuelve a un planeta. Una gigante roja quizá fuese una comparación bastante más adecuada… Pero en última instancia lo indudable es que nunca llegarás a conocerles porque estarás en Circunstancias Especiales, igual que yo, y sólo podrás conocerles como la fuerza colosal e irresistible que está detrás de ti. Las personas como tú y como yo somos el filo. Con el paso del tiempo acabarás teniendo la sensación de ser un diente más en la sierra más enorme de toda la galaxia.

El alienígena cerró los ojos, agitó sus ocho miembros con una considerable energía y emitió un crujido con lo que le servía de boca.

–¡Ja, ja, ja! –dijo el amuleto sin demasiado entusiasmo.

–¿Cómo has sabido que tengo algún tipo de relación con Circunstancias Especiales? –preguntó él reclinándose en su asiento.

–¡ Ah! Mi vanidad desearía que me limitara a afirmar que lo he adivinado, lo cual demostraría lo listo que soy, pero… Oí comentar que había un nuevo recluta a bordo –replicó el alienígena–, y también oí comentar que era un macho de tipo básicamente humano. Tú… desprendes el olor adecuado, si me permites utilizar esa expresión. Y aparte de eso… Bueno, has estado formulando las preguntas correctas.

–¿Y tú también trabajas en CE?

–Pronto llevaré diez años promedio trabajando para ellos.

–¿Crees que debería hacerlo? Me refiero a trabajar para ellos…

–Oh, sí. Supongo que siempre será mejor que lo que has abandonado, ¿verdad?

Se encogió de hombros mientras recordaba la ventisca y el hielo.

–Supongo que sí.

–Te gusta… luchar, ¿verdad?

–Bueno…, a veces –admitió él–. Dicen que se me da bastante bien, aunque yo aún no estoy muy convencido de que tengan razón.

–Nadie gana siempre, amigo mío –dijo la criatura–. Al menos no gracias a sus capacidades intrínsecas, y la Cultura no cree en la suerte o, por lo menos, no cree que la suerte sea transferible. Supongo que tu actitud debe gustarles. Je, je, je…

El alienígena siguió riendo durante unos momentos, pero el amuleto no emitió más sonidos.

–A veces creo que ser un buen soldado es una maldición terrible –siguió diciendo–. Trabajar para esas personas tiene una cosa buena, y es que te quita de encima una parte de la responsabilidad. –El alienígena se rascó, miró hacia abajo, extrajo algo de entre los pelitos que cubrían la zona donde se imaginaba que debía de estar su estómago y se lo comió–. Naturalmente, no debes esperar que te digan siempre la verdad… Puedes insistir en que siempre sean sinceros y en tal caso lo serán, pero entonces quizá no puedan utilizarte con la frecuencia que desearían. A veces les conviene que no sepas que estás luchando en el bando equivocado, ¿comprendes? Mi consejo sería que te limitaras a hacer lo que te pidan en cada ocasión. Eso permite que todo resulte mucho más emocionante.

–¿Trabajas con ellos porque te resulta emocionante?

–En parte, y en parte por el honor de mi familia. CE hizo algo por mi gente en una ocasión, y no podíamos permitir que nos despojaran de nuestro honor no aceptando nada a cambio. Trabajaré para ellos hasta que esa deuda haya quedado saldada.

–¿Y cuánto tiempo hará falta para eso?

–Oh, trabajaré para ellos toda mi vida –dijo la criatura mientras se reclinaba hacia atrás y hacía un gesto que él pensó podía traducirse como de sorpresa–. Hasta que muera, naturalmente… Pero ¿a quién le importa eso? Ya te he dicho que es divertido. Eh… –Golpeó la mesa con su cuenco de bebida para atraer la atención de una bandeja que pasaba flotando junto a ellos–. Tomemos otra copa y averigüemos quién se emborracha antes.

–Tú tienes más piernas. –Le miró y sonrió–. Creo que me caería antes.

–Ah, pero cuantas más piernas tienes peor puede ser el enredo.

–Cierto.

Siguió sentado delante del alienígena y esperó a que la bandeja les trajera otra ronda.

Estaban flanqueados por una pequeña terraza y el bar y por el vacío al otro lado. El VGS se prolongaba más allá de sus límites aparentes. Su casco estaba atravesado por una multitud de terrazas, balcones, pasarelas, ventanales y puertas abiertas. El navío propiamente dicho estaba envuelto en una gigantesca burbuja elipsoidal de aire cuyo interior contenía docenas de campos distintos, y por muy impalpables que fueran aquellos campos su presencia era la que creaba el auténtico casco del Vehículo.

Cogió su bebida de la bandeja y se volvió hacia la terraza con el tiempo justo de ver pasar un planeador de papel impulsado por un petardeante motor de combustión interna. Saludó al piloto con un gesto de la mano y meneó la cabeza.

–Por la Cultura –dijo alzando su bebida. El alienígena le imitó–. Por su absoluta e implacable falta de respeto hacia todo lo majestuoso y sublime.

–Brindo por eso –dijo el alienígena, y los dos bebieron.

Un rato después se enteró de que el alienígena se llamaba Chori, y descubrió que era una hembra gracias a una observación casual, lo que en aquel momento le pareció de lo más hilarante.

Despertó a la mañana siguiente con medio cuerpo debajo de una cascada en uno de los valles de la sección de acomodación. Alzó la mirada y vio a Chori agarrada con las ocho piernas a una barandilla cercana con la cabeza colgando hacia abajo. La hembra alienígena emitía un traqueteo rítmico que acabó decidiendo debía de ser el equivalente al ronquido en su especie.

La primera noche que pasó con una mujer pensó que la había matado. La mujer pareció alcanzar el clímax al mismo tiempo que él, pero unos segundos después sufrió lo que al principio creyó era alguna especie de ataque epiléptico. Empezó a gritar y le agarró convulsivamente. Una serie de ideas espantosas empezaron a pasarle por la cabeza, y la peor de todas era la de que pese a la aparente similitud fisiológica de su raza y de la especie fruto del mestizaje que había creado la Cultura debían de existir algunas diferencias terriblemente básicas entre la una y la otra, y durante unos momentos de horror pensó que su semen debía de estarla consumiendo por dentro igual que si fuera ácido. Era como si la mujer estuviese intentando romperle la espalda con los brazos y las piernas. Intentó liberarse de su presa y gritó su nombre preguntándole qué le ocurría, qué había hecho y qué podía hacer para ayudarla.

–¿Te ocurre algo malo? –jadeó ella.

–¿Qué? ¡A mí no me ocurre nada! Tú… ¿Qué te ocurre a ti?

Los hombros de la mujer ondularon en una especie de encogimiento y puso cara de perplejidad.

–Me he corrido, eso es todo. ¿Qué…? Oh. –Se llevó una mano a la boca y le contempló con los ojos muy abiertos–. Se me olvidó. Lo siento mucho. No eres… Oh, pobrecito. –Se rió–. Qué situación más embarazosa…

–¿Qué?

–Bueno, ya sabes que…, nosotros…, necesitamos…, hace falta más tiempo, ¿comprendes?

Hasta aquella experiencia no había creído que los rumores y comentarios sobre la fisiología alterada de la Cultura que habían ido llegando a sus oídos pudieran estar tan cerca de la verdad. No podía aceptar el que se hubiesen alterado a sí mismos hasta tales extremos. No había creído posible que hubiesen decidido prolongar esos momentos de placer, y mucho menos que llevaran dentro de sus cuerpos las glándulas capaces de producir todas esas drogas que podían aumentar la intensidad de casi cualquier experiencia (el sexo entre ellas).

Y ahora se daba cuenta de que era cierto y, pensándolo bien, de que tenía sentido. Sus máquinas podían hacerlo todo mucho mejor que ellos. La manipulación genética y la selección con vistas a crear superseres humanos más fuertes o más inteligentes habría sido una estupidez, ya que la eficiencia de sus unidades y Mentes medida en términos de materia y energía siempre sería mucho mayor de la que podrían conseguir tanto en un campo como en el otro. Pero el placer… Bueno, eso ya era otro cantar.

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