–¿Hmmm? –murmuró Diziet Sma deteniéndose junto a él con dos bebidas y entregándole una.
–Son demasiado grandes –dijo él.
Se volvió hacia la mujer. Había visto los espacios que llamaban «bodegas» donde construían las naves espaciales más pequeñas (en este caso «más pequeñas» significaba que medían algo más de tres kilómetros de longitud), unos gigantescos hangares de paredes muy delgadas y un techo que parecía no estar sostenido por nada visible. Había estado cerca de los inmensos motores, que por lo poco que había logrado entender eran masas sólidas a las que no se podía acceder (¿cómo era posible eso?), y que estaba claro pesaban muchísimo. Descubrir que en toda aquella nave colosal no había ninguna sala de control, puente de mando o cubierta de vuelo hizo que se sintiera extrañamente amenazado, y la revelación de que sólo había tres Mentes –al parecer las Mentes eran una especie de ordenadores muy sofisticados– que lo controlaban todo (¡¿qué?!) no le tranquilizó demasiado.
Y ahora estaba descubriendo dónde vivía la gente, pero todo era demasiado grande y parecía demasiado frágil, especialmente si se suponía que la nave iba a acelerar hasta las velocidades que Sma afirmaba que alcanzaría. Se volvió hacia ella y meneó la cabeza.
–No lo entiendo… ¿Qué impide que se haga pedacitos?
Sma sonrió.
–Piensa, Cheradenine… Los campos, ¿qué va a ser si no? Todo se hace mediante campos de fuerza. –Alargó una mano hacia su rostro y le acarició una mejilla como queriendo borrar su expresión de perplejidad y preocupación–. No pongas esa cara, y no intentes comprenderlo todo demasiado deprisa. Ya lo irás absorbiendo poco a poco. Pasea por la nave y piérdete en ella durante unos días. Vuelve cuando quieras.
Decidió hacerle caso. La inmensa nave era un océano encantado en el que no había forma alguna de ahogarse, y se sumergió en él intentando comprender si no a la nave por lo menos a las personas que la habían construido.
Pasó días enteros caminando deteniéndose en algún bar o restaurante cada vez que se sentía hambriento, tenía sed o se encontraba cansado. La mayoría de locales estaban automatizados y el servicio corría a cargo de bandejitas que flotaban por el aire, aunque había algunos atendidos por seres humanos. Cuando hubo visto a unos cuantos pensó que no parecían tanto camareros como clientes a los que se les había ocurrido echar una mano durante un rato.
–Oh, claro, ya sé que no hay ninguna razón que me obligue a hacer esto –dijo un hombre de mediana edad mientras limpiaba meticulosamente la mesa con un paño húmedo. Cuando hubo terminado metió el paño en una bolsita que colgaba de su cintura y tomó asiento a su lado–. Pero, mira… Esta mesa ha quedado limpísima, ¿no?
Tuvo que admitir que así era.
–Normalmente mi área de trabajo son las religiones alienígenas –dijo–. No te ofendas, ¿eh? Énfasis Direccional en la Observancia Religiosa, ésa es mi especialidad…, cosas como el porqué los templos, las tumbas o las plegarias siempre tienen que estar situados o formularse mirando hacia una dirección determinada, ¿comprendes? Bueno, lo que hago es catalogar, evaluar y comparar. Voy construyendo teorías y las discuto con colegas de aquí y de muchos otros lugares, pero… Es un trabajo que no se acaba nunca. Siempre surgen nuevos ejemplos e incluso los antiguos van siendo reevaluados continuamente, y aparecen nuevas personas con nuevas ideas sobre lo que creías ya estaba definitivamente aclarado, pero… –Golpeó la mesa con la palma de la mano–. Cuando limpias una mesa limpias una mesa. Sientes que has hecho algo. Es un logro que puedes tocar.
–Pero al final lo que has hecho sigue reduciéndose a haber limpiado una mesa.
–¿Y, por lo tanto, crees que limpiar una mesa carece de un auténtico significado dentro del flujo cósmico de los acontecimientos? –sugirió el hombre.
Su sonrisa era tan contagiosa que no le quedó más remedio que responder con otra.
–Bueno… Sí.
–Pero si lo piensas bien, ¿hay algo que posea esa clase de significado? Mi otro trabajo, por ejemplo… ¿Crees que es realmente importante? Podría tratar de componer piezas musicales maravillosas o dramas que durasen un día entero, pero… ¿qué conseguiría con eso? ¿Proporcionar placer a los demás? Limpiar esta mesa me ha proporcionado un auténtico placer, y la gente que viene aquí se encuentra con una mesa limpia lo cual les proporciona placer y hace que se sientan a gusto. Y, de todas formas… –El hombre se rió–. Los seres humanos mueren; las estrellas mueren; los universos mueren… ¿A qué se reduce cualquier logro por grande que fuera en cuanto el mismo tiempo ha muerto? Naturalmente, si me limitara a limpiar mesas opinaría que esa labor es una forma mezquina y despreciable de malgastar el inmenso potencial de mi cerebro, pero he limpiado esta mesa porque quería hacerlo y limpiarla ha servido para proporcionarme placer y hacer que me sintiera bien. Y… –añadió el nombre con una sonrisa– es una buena forma de conocer gente. Bien… ¿de dónde eres?
Hablaba continuamente con la gente, y la mayoría de sus conversaciones se desarrollaban en los bares y las cafeterías. La sección de acomodación del VGS parecía estar dividida en varios tipos de configuración distintos. Los valles (o los zikkuraths, si preferías pensar en ellos dándoles ese nombre) parecían ser la más común, aunque incluso dentro de esa configuración había distintas variedades.
Comía cuando tenía hambre y bebía cuando tenía sed, y en cada ocasión probaba un plato o una bebida distintos de los que ofrecían aquellos menús asombrosamente complicados, y cuando quería dormir –cuando toda la nave iba entrando poco a poco en el ciclo del crepúsculo teñido de rojo y la intensidad de la luz desprendida por las tiras del techo iba disminuyendo lentamente– lo único que debía hacer era dirigirse a cualquier unidad y pedirle que le indicara dónde estaba la habitación vacía más próxima. Todas las habitaciones tenían más o menos el mismo tamaño y aun así cada una resultaba levemente distinta a las demás. Algunas eran muy sencillas, y otras estaban muy adornadas. Los elementos básicos siempre estaban allí, y comprendían la cama –a veces se trataba de un objeto físico como los que estaba acostumbrado a utilizar, a veces era una de sus extrañas camas de campos–, un sitio donde lavarse y evacuar los excrementos, armarios, compartimentos para guardar los efectos personales, una falsa ventana, una de las múltiples variedades de pantallas holográficas que había a bordo del VGS y una terminal que permitía entrar en conexión con el resto de la red de comunicaciones tanto de a bordo como de fuera del VGS. La primera noche que pasó en una de esas habitaciones sintonizó uno de sus entretenimientos sensoriales en conexión directa, y lo único que necesitó hacer para ello fue tumbarse en la cama y activar el aparato que había debajo de la almohada.
Aquella noche no llegó a dormir. Se convirtió en un osado príncipe pirata que había renunciado a su título nobiliario para ponerse al frente de una valerosa tripulación y enfrentarse a los navíos de un terrible imperio que se dedicaban al tráfico de esclavos yendo y viniendo por entre las islas repletas de especias y tesoros. Sus veloces y diminutas embarcaciones se movían como rayos entre los torpes y lentos galeones destrozándoles el velamen con la metralla de sus cañones. Echaban el ancla junto a la orilla las noches sin luna para atacar los inmensos castillos-prisión liberando alegres multitudes de cautivos, e incluso tuvo ocasión de librar un duelo a espada con el jefe de los torturadores del malvado gobernador. Su enemigo acabó precipitándose desde la torre más alta del castillo. La alianza con una bella pirata engendró una relación de tipo más personal, y un osado rescate de un monasterio situado en las montañas cuando fue capturada…
Emergió de aquel ensueño fantástico después de lo que habían sido semanas enteras de tiempo comprimido. Una parte de su mente siempre había sido consciente de que nada de todo aquello era real, pero ésa parecía ser la propiedad menos importante de la aventura. Cuando salió de ella –y se sorprendió al descubrir que no había llegado a eyacular durante alguno de los episodios eróticos más profundamente convincentes–, descubrió que sólo había transcurrido una noche, que estaba amaneciendo y que había compartido aquella historia tan extraña con otras personas. Al parecer todo había sido una especie de juego, y unos cuantos jugadores le habían dejado mensajes pidiéndole que se pusiera en contacto con ellos y explicándole lo mucho que habían disfrutado jugando en su compañía. Se sintió extrañamente avergonzado, y no respondió a ninguno de los mensajes.
Las habitaciones en las que dormía siempre tenían algún sitio para sentarse, ya fueran extensiones de campos, unidades amoldables a la pared, auténticos sofás y –a veces– sillas de lo más normal y corriente. Siempre que encontraba sillas las sacaba al pasillo o a la terraza.
Era lo único que podía hacer para mantener alejados los recuerdos.
–No –dijo la mujer en la Bodega Principal–. No funciona así…
Estaban en una nave estelar a medio construir, en el centro de lo que acabarían siendo los motores, observando como una gigantesca unidad de campo giraba por los aires alejándose del espacio de ingeniería y construcción situado debajo de la bodega propiamente dicha para ascender hacia el cuerpo esquelético de la Unidad General de Contacto. Unos remolcadores diminutos empezaron a maniobrar la unidad de campo acercándola hacia donde estaban.
–¿Quieres decir que no importa?
–No demasiado –dijo la mujer. Pulsó un botón de un pequeño cilindro que llevaba en la mano y habló como si se dirigiera a su hombro–. Yo me encargo.
La unidad de campo ya casi estaba encima de ellos y no tardaron en quedar debajo de la zona de sombra que proyectaba. La observó con mucha atención, pero le pareció que no era más que otro pedazo de materia sólida como los que había visto antes. Era de color rojo, y su masa contrastaba con la lustrosa negrura del Bloque Inferior del Motor Principal que tenían debajo de los pies. La mujer manipuló el cilindro guiando el inmenso bloque rojo hacia abajo. Dos personas situadas a veinte metros de ellos se encargaban de controlar el otro extremo de la unidad.
–El problema es que incluso cuando las personas enferman y mueren jóvenes siempre les sorprende que hayan enfermado –dijo la mujer mientras observaba el lento descenso de aquel gigantesco ladrillo rojo–. ¿Cuántas personas sanas crees que se levantan por la mañana y se dicen «¡En, hoy me encuentro bien!» a menos que hayan acabado de pasar por alguna enfermedad realmente seria? –Se encogió de hombros y pulsó otro botón del cilindro. La unidad de campo siguió bajando hasta quedar suspendida unos dos centímetros por encima de la superficie del motor–. Alto –dijo la mujer en voz baja–. Inercia reducida a cinco. Comprobar. –Una línea luminosa empezó a parpadear sobre la superficie del bloque motriz. La mujer puso una mano sobre el bloque y empujó. El bloque se movió–. Abajo muy despacio –dijo, y colocó el bloque en su sitio–. Sorzh, ¿todo bien? –preguntó.
No pudo oír la contestación, pero la expresión del rostro de la mujer le dejó claro que ella sí la había oído.
–De acuerdo. En posición, y todo va bien. –Los remolcadores pusieron rumbo hacia la zona de ingeniería y construcción, llegaron a ella y volvieron a iniciar el ciclo. La mujer alzó la cabeza para observarlos–. ¿Sabes qué ha ocurrido? Que la realidad ha decidido que ya iba siendo hora de comportarse tal y como se habían comportado siempre esas personas, así que… No, recuperarse de una enfermedad no hace que experimentes ninguna sensación maravillosa de alegría y liberación. –Se rascó una oreja–. Salvo cuando piensas en ello, quizá… –Sonrió–. Supongo que cuando estaba en la escuela, cuando vi cómo vivía la gente y cómo siguen viviendo los alienígenas…, entonces realmente cobras conciencia de todo ello y supongo que es algo de lo que nunca llegas a olvidarte del todo, pero no pierdes mucho tiempo pensando en ese tipo de cosas.
Cruzaron la llanura negra de aquella sustancia totalmente lisa y desprovista de señales o muescas. («Ah –había dicho la mujer cuando él hizo un comentario al respecto–, échale un vistazo al microscopio. ¡Es magnífico! Y, de todas formas, ¿qué esperabas? ¿Palancas? ¿Engranajes? ¿Cubas inmensas repletas de sustancias químicas?»)
–Supongo que las máquinas podrían construirlas más deprisa, ¿no? –le preguntó mientras contemplaba el cascarón que se convertiría en una nave estelar.
–¡Oh, por supuesto! –exclamó ella, y se rió.
–Entonces, ¿por qué no permitís que sean ellas quienes las construyan?
–Porque construirlas resulta muy divertido. Cuando ves uno de estos monstruos cruzando esas puertas por primera vez dirigiéndose hacia el espacio con trescientas personas a bordo, todos los sistemas funcionando perfectamente y su Mente feliz y satisfecha piensas que tú has ayudado a construirlo. El hecho de que una máquina pudiera haberla construido más deprisa no altera el hecho de que fuiste tú quien construyó la nave.
–Hmmm –dijo él.
(Aprende a trabajar la madera o los metales. Eso no te convertirá en un carpintero o en un herrero, de la misma forma que saber escribir no te convertirá en un oficinista.)
–Bueno, puedes soltar todos los «hmmmms» que te apetezcan –dijo la mujer. Fueron hacia un holograma traslúcido de la nave a medio construir. Unos cuantos obreros estaban junto a él señalando distintos puntos del modelo y hablando–. Pero… ¿has nadado por debajo del agua o has practicado el vuelo sin motor?
–Sí –dijo él.
La mujer se encogió de hombros.
–Los peces nadan mucho mejor que nosotros, y jamás volaremos tan bien como los pájaros. ¿Hemos renunciado a nadar o a volar en planeadores por eso?
–Supongo que no –murmuró él sonriendo.
–Y tu suposición es correcta –dijo la mujer–. ¿Y por qué? –Sonrió y le contempló en silencio durante unos momentos–. Porque resulta divertido. –Volvió la cabeza hacia el modelo holográfico de la nave. Uno de los obreros la llamó y señaló una parte del modelo–. ¿Quieres disculparme? –dijo volviéndose hacia él.
Él asintió y dio un paso hacia atrás.
–Seguid construyendo buenas naves.
–Gracias. Lo intentaremos.
–Oh, por cierto… –dijo él–. ¿Cómo se llamará?
–Su Mente desea llamarse Dulce y llena de gracia. –La mujer se rió, y fue a hablar con los demás.
Les observó practicar sus numerosos y complicados deportes y probó suerte en algunos, pero la inmensa mayoría le resultaban sencillamente imposibles de comprender. Nadaba mucho. Las piscinas y los complejos de diversiones acuáticas parecían ser una de sus diversiones favoritas, y casi todos los que acudían a ellos nadaban desnudos, cosa que le resultaba un poquito embarazosa. Algún tiempo después descubrió que había zonas enteras –¿aldeas, áreas, distritos? No estaba muy seguro de cuál era la palabra adecuada– donde la gente jamás llevaba ropa, sólo adornos corporales. Le sorprendió ver lo deprisa que podía acostumbrarse a aquella conducta, pero jamás llegó a participar del todo en ella.