Read El Resurgir de la Fuerza Online
Authors: Dave Wolverton
—No vendrían —dijo Clat'Ha tristemente—. Me temo que tendremos que luchar tú y yo solos, Qui-Gon.
Un capitán pirata togoriano se abalanzó pasillo abajo, rompiendo la cortina de humo. Era enorme, casi el doble de alto que un humano. Su armadura negra tenía las señales y los golpes de mil batallas. Llevaba una calavera humana sujeta por una cadena que colgaba de su cuello. Su piel era tan oscura como la noche y sus ojos verdes relucían con crueldad.
Llevaba una enorme hacha vibratoria en una mano y un escudo en la otra: y tenía las orejas puntiagudas, planas, echadas hacia atrás y pegadas a la cabeza. Avanzaba hacia Qui-Gon.
—¡Llegó la hora de tu muerte, Jedi! —rugió el pirata togoriano—. ¡Ya he cazado antes a alguno de tu especie, y esta noche roeré tus huesos!
De repente, Qui-Gon se dio cuenta de que los piratas que estaban detrás de su capitán se retiraban hacia el agujero. Por allí no había ninguna salida, excepto si encontraban otro túnel de acceso. Los piratas, posiblemente, estaban intentando rodearle.
Clat'Ha se precipitó hacia el togoriano y disparó su arma. El pirata levantó el escudo y rechazó los disparos fácilmente. Después izó su hacha mortal. Con el más mínimo roce, el arma podía cortar la cabeza de un hombre. Qui-Gon se dirigió hacia él con un movimiento ligero de su sable láser.
—No dudo de que hayas matado antes —dijo Qui-Gon suavemente—, pero no roerás ningún hueso esta noche.
El Maestro Jedi saltó hacia el pirata togoriano. El pirata rugió y balanceó su hacha.
***
Un destello cegador, tan brillante como una llamarada solar, iluminó el espacio cuando los torpedos de protones alcanzaron la nave togoriana. Obi-Wan se protegió los ojos de la intensa luz y Si Treemba gritó.
La mitad de la nave se desintegró, arrojando con fuerza sus restos al espacio. Una segunda detonación siguió a la primera y el arsenal de la nave explotó.
Varios trozos de metal cayeron sobre la
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, y una enorme sección de la nave destruida impactó sobre otra togoriana.
Obi-Wan no podía esperar la respuesta de los piratas y mientras reaccionaban, apretó un botón para cargar más torpedos.
Con la consola de navegación estropeada sólo se podía pilotar manualmente. Obi-Wan agarró los mandos de control y tiró de ellos hacia atrás con fuerza. Oyó el sonido chirriante del metal desgarrándose. ¿Habría roto los motores?
Rápidamente, consultó las terminales y miró la fuente del sonido. Al disparar, Obi-Wan se había deshecho de los dos cruceros togorianos acoplados a la
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y, al mismo tiempo, había destruido el cierre que sellaba las compuertas que daban a los muelles. El aire del interior de la nave empezaba a salir al espacio.
Qui-Gon se había dirigido a detener el abordaje de los piratas.
Obi-Wan apretó los dientes, rogando fervientemente para que lo único lanzado al espacio junto con los restos fueran los piratas.
Delante de él, una nave de guerra togoriana abrió fuego.
***
El capitán pirata se acercaba y el suelo retumbaba bajo los pies de Qui-Gon. El enorme togoriano pesaba cuatro veces más que un humano.
Incluso en circunstancias normales, Qui-Gon no hubiera podido hacer otra cosa para rechazar el ataque del pirata. Trató de equilibrarse a la vez que paraba los golpes del monstruo.
El pirata casi cayó, pero se recuperó a tiempo de levantar su hacha vibratoria. El golpe del filo alcanzó de pleno el hombro derecho de Qui-Gon y lo arrojó al suelo.
El Caballero Jedi lanzó un grito ahogado provocado por el dolor. Su hombro le quemaba como si se estuviese ardiendo. Intentó levantar el brazo, pero fue inútil.
Detrás del pirata, Qui-Gon oyó el sonido del metal rompiéndose. El cierre que sellaba las compuertas estaba desprendiéndose. El viento aullaba por los pasillos a medida que el aire de la nave se escapaba de ella. Qui-Gon vio cómo gotas de su propia sangre salían despedidas como la lluvia en una tormenta.
Los trozos de metal llegaban silbando por el aire del pasillo, junto con las armas y los cascos de los togorianos muertos, y volaban hacia el enorme pirata, que levantó su escudo para rechazar el ataque.
Qui-Gon dejó que el viento le empujara y se deslizó por el pasillo hacia el vacío del espacio, en dirección al capitán pirata.
Si tenía que morir, se llevaría al monstruo con él.
***
Los potentes disparos de los cañones láser desgarraban el casco de la
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. Una nave de guerra togoriana apuntaba al puente de mando, pero sus repentinos movimientos indicaban que los disparos habían alcanzado la parte de atrás de la corbeta.
Obi-Wan, que no quería pensar en quién había podido morir durante el ataque, devolvió los disparos.
La siguiente lluvia de proyectiles procedente de la nave de guerra erró el blanco y no alcanzó su objetivo. Obi-Wan apuntó sus torpedos de protones en una milésima de segundo y los lanzó hacia el centro de la nave enemiga.
***
Mientras era succionado hacia el vacío del espacio, Qui-Gon se pasó el sable láser a la mano izquierda y dirigió un golpe hacia los pies del capitán pirata. El togoriano se enganchó a una agarradera y, dando un gran salto, evitó la estocada y aterrizó con sus botas justo encima del brazo izquierdo de Qui-Gon.
Luchando contra el dolor, Qui-Gon trató de levantar su sable láser, pero el enorme togoriano le tenía sujeto. El Maestro Jedi se retorcía desesperadamente, pero no podía escapar. Con su brazo izquierdo atrapado y el derecho gravemente herido, Qui-Gon poco podía hacer para luchar contra el monstruo.
El capitán pirata rugió triunfal como un loco, y el viento, que corría por los pasillos igual que un tornado, pareció rugir con él. Qui-Gon apenas podía respirar.
De repente, la cabeza del pirata desapareció. El enorme togoriano fue lanzado velozmente hacia el espacio, arrastrado por la furia del viento.
Qui-Gon miró al otro lado del pasillo. Clat'Ha estaba agachada en el suelo, sujetándose desesperadamente con una mano al picaporte de una puerta cerrada, y agarrando con la otra su pesada arma.
En el fragor de la batalla, el pirata togoriano se había olvidado por completo de la mujer.
Al final del pasillo había una puerta interior que debería haberse cerrado automáticamente con la presión del aire, pero, por los daños que presentaba la nave, no era de extrañar que el mecanismo de cierre no hubiese funcionado.
Qui-Gon estaba sangrando abundantemente y apenas podía respirar. Aunque estaba débil, hizo un esfuerzo supremo y, ayudado por la Fuerza, alcanzó un trozo de metal para llegar a los controles de la puerta y lograr que ésta se cerrara. Cuando el viento dejó de silbar a través de la nave, todo quedó en un silencio sepulcral.
Qui-Gon sólo podía oír los latidos de su propio corazón y a Clat'Ha jadeando para conseguir aire.
***
La nave de guerra togoriana explotó con un estallido de luz.
Si Treemba trabajaba en la consola de comunicaciones, enviando mensajes de socorro. Una nave de la República Galáctica podía tardar días en responder, o quizá segundos. Era imposible determinar el volumen del tráfico en las rutas estelares.
De repente, las naves de guerra togorianas se alejaron. Dos de ellas habían sido destruidas, y el crucero y una segunda barcaza de abordaje habían sido arrancados del casco de la
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. Podían verse piratas muertos flotando en el espacio.
Ni el último de los piratas lanzados al hiperespacio podía imaginar que había sido derrotado por un niño de doce años.
Obi-Wan pilotaba la
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entre las relucientes estrellas. Las sirenas de alarma sonaban por todas partes. Los monitores mostraban la descompresión del aire por una docena de agujeros.
—Es como si la nave estuviera desintegrándose —dijo Obi-Wan a Si Treemba.
Este afirmó con su cabeza triangular, mostrando preocupación. —Tenemos que aterrizar, Obi-Wan.
—¿Aterrizar? ¿Dónde? —preguntó Obi-Wan, que miraba alrededor y lo único que veía era el espacio vacío.
Si Treemba se inclinó sobre el ordenador de navegación.
—No funciona —dijo.
—Lo sé —contestó Obi-Wan—. Por eso estoy pilotando manualmente. ¿Dónde está la tripulación? ¿Por qué no viene nadie a ayudarnos?
—Probablemente estén curando a los heridos, o ellos mismos estén heridos. —Si Treemba miró a lo lejos a través de la pantalla— ¡Espera! ¡Allí!
Obi-Wan sólo pudo entrever el planeta que tenía delante. Era una esfera azul del color del agua, sobre la que destacaba el blanco de las nubes.
—¿Cómo sabemos si podremos respirar el aire? —preguntó Obi-Wan—. La atmósfera podría estar envenenada o ser un planeta hostil.
—Tiene que ser mejor que respirar en el vacío —sugirió Si Treemba.
Los ojos del arcona se encontraron con los de Obi-Wan. La enorme nave retumbó y otro monitor de alarma dejó de funcionar, lo que significaba que la presión del aire estaba disminuyendo.
—Creo que no tenemos elección —dijo Si Treemba suavemente.
***
Grelb y sus hombres corrieron por los pasillos hacia la sección arcona de la nave. Los mineros hutts de Jemba habían luchado bien contra los piratas en su lado de la nave, pero docenas de corpulentos hutts y whiphids habían muerto.
Era una buena oportunidad para que también hubieran muerto numerosos arconas. Grelb esperaba obtener un gran botín de las víctimas.
Pero cuando llegaron a las puertas del lado arcona, descubrieron que no habían luchado. En vez de eso, habían dejado que su mascota Jedi les protegiera.
Grelb miró detrás de una esquina y vio a su odiada Clat'Ha ayudando a Qui-Gon a levantarse del suelo. El Jedi tenía una profunda herida en el brazo derecho y el izquierdo estaba hinchado y magullado.
El hutt sonrió y, para que nadie le viera, escondió su cabeza tras el recodo del pasillo. Después susurró a los whiphids que tenía a sus espaldas:
—Id a decidle a Jemba que los arconas son todos unos cobardes que no se han atrevido a salir de sus habitaciones para luchar. Y que su precioso Jedi está vivo de milagro. ¡Es un buen momento para dar el golpe!
***
Obi-Wan sobrevoló la superficie de un mundo acuático y pasó de la luz del día a la oscuridad, a una noche iluminada por cinco lunas brillantes que colgaban en el cielo como piedras multicolores. Debajo de él, enormes criaturas volaban en grandes bandadas. Parecían plateadas debido a la luz de las lunas, con cuerpos largos en forma de proyectil y alas poderosas. Tenían el aspecto de alguna especie extraña de pez volador cuyas alas hubieran evolucionado hasta un tamaño destacable. Las criaturas abrían sus alas, medio dormidas, cuando volaban mecidas por el viento. Algunos de ellos miraban hacia la nave con curiosidad.
Sin soltar los controles manuales, y con la nave acelerando y haciendo ruidos al moverse, Obi-Wan sólo veía océano por todas partes. Al fin pudo entrever en el horizonte una isla rocosa, con las olas rompiendo en su costa.
Obi-Wan dirigió la nave hacia las rocas, agarrando fuertemente los controles, y gruñó por el esfuerzo que le supuso intentar frenar la caída de la corbeta.
Docenas de mineros habían sido heridos o asesinados durante el ataque, así que la enfermería estaba llena. Sin embargo, pocos de los heridos eran arconas. Según predijo Clat'Ha, todos los arconas a excepción de Si Treemba se habían encerrado en sus habitaciones al menor signo de peligro. La mayoría pertenecían a la tripulación de la nave o eran mineros de Jemba.
Las heridas de Qui-Gon hubieran sido de consideración para un hombre normal, pero el Jedi esperó hasta que los demás fueron atendidos para solicitar que el robot médico le vendara en su habitación. Clat'Ha se negó a moverse de su lado, sin importarle las sugerencias del Maestro Jedi para que descansara.
—No me iré hasta que estés bien —dijo tranquilamente.
Obi-Wan había aterrizado la nave sólo a unos metros de una playa rocosa. La noche cayó como una niebla sobre la isla. Cuando estuvieron seguros de que la atmósfera era estable, una docena de lanzaderas salieron para reparar los daños del casco, y otras para inspeccionar los alrededores. Los dragones plateados estaban por todas partes, volando en el cielo nocturno, aparentemente dormidos sobre sus alas. Muchos de ellos llenaban los acantilados de la isla. No era seguro permanecer mucho tiempo en el exterior, así que el capitán dijo que no se permitiría a nadie salir con la luz del día, mientras las bestias estuviesen despiertas. El ingeniero de la nave les comunicó que se tardarían dos noches en arreglar la nave por completo.
Obi-Wan llegó a la habitación de Qui-Gon justo cuando el robot médico terminaba de aplicarle una venda desinfectante en su herida, que presentaba mal aspecto. Luego, empezó a cicatrizarla. El hacha vibratoria del capitán pirata había alcanzado la parte trasera de los hombros de Qui-Gon, hasta llegar a las costillas. Obi-Wan se sintió mareado simplemente con mirar la herida, pero Qui-Gon permanecía sentado sin moverse, dejando que el androide hiciera su trabajo.
—Tienes suerte de estar vivo —le dijo el robot médico a Qui-Gon—. Tus heridas se curarán con el tiempo. ¿Estás seguro de que no quieres nada para mitigar el dolor?
—No, no me hace falta —contestó Qui-Gon con voz templada. Volvió la mirada hacia Clat'Ha—. ¿Ahora te irás a descansar?
Ella afirmó cansinamente con la cabeza.
—Volveré a verte más tarde.
Clat'Ha le dejó con el robot médico. La puerta siseó al cerrarse tras ella.
Qui-Gon se acomodó en una silla. Obi-Wan esperó a que le hablase o notara su presencia.
El Maestro Jedi miró detenidamente con sus ojos azules a Obi-Wan durante unos instantes.
—Obi-Wan, cuando aceleraste la nave, ¿en qué estabas pensando?
—¿En qué? —contestó Obi-Wan dubitativo—. Realmente no estaba pensando en nada. Tenía miedo de los piratas y sabía que tenía que huir de ellos rápidamente.
Estaba demasiado cansado como para preocuparse de si estaba dando una respuesta adecuada. Lo mejor era simplemente decir la verdad. Le daba igual que Qui-Gon aprobara sus decisiones. Estaba cansado de intentar complacerle.
—¿Así que no pensaste que al desprender sus naves del muelle ibas a matar a cientos de piratas en el proceso? —preguntó Qui-Gon en un tono neutral.
—No tenía tiempo de pensar en lo que estaba haciendo —replicó Obi-Wan—, La Fuerza me guiaba.