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Authors: Dave Wolverton

El Resurgir de la Fuerza (5 page)

Obi-Wan repitió el nombre en su cabeza.
Jemba.
Debía haber sido Jemba quien le había golpeado.

—¿Despiadado? ¿En qué sentido?

Clat'Ha miró por encima de su hombro, preocupada porque alguien pudiese oírles.

—Offworld usa la mano de obra más barata. En lugares como Bandomeer, la mitad de los trabajadores de Jemba son esclavos whiphids. Pero esto no es lo peor —dijo Clat'Ha. La joven dudaba.

—¿Qué es lo peor? —preguntó Obi-Wan.

Los ojos oscuros de Clat'Ha brillaron.

—Hace unos cinco años, Jemba era el jefe de Offworld en el planeta Varristad, donde otra compañía minera comenzaba también a trabajar. Varristad es un planeta pequeño y sin aire, así que todos los obreros vivían en una enorme cúpula subterránea. Alguien o algo agujereó la cúpula, destruyendo inmediatamente su atmósfera artificial. Doscientas cincuenta mil personas fueron asesinadas. Nadie pudo probar nunca que Jemba lo había provocado, pero la otra compañía quebró y Jemba compró los derechos de explotación del mineral de Varristad por muy poco dinero. Consiguió un gran beneficio para Offworld. Ahora, nosotros tendremos que tratar con él en Bandomeer.

Obi-Wan dijo:

—¿Estás segura de que fue provocado? Puede que fuera un accidente.

Clat'Ha le miró poco convencida.

—Puede —dijo—, pero los accidentes persiguen a Jemba igual que el mal olor a los whiphids. Accidentes como el que te ha ocurrido a ti. Así que ten cuidado.

Había algo que ella no le había dicho. Obi-Wan podía percibirlo: era un dolor y un miedo antiguos, un deseo de venganza.

—¿A quién conocías en Varristad? —preguntó. Clat'Ha abrió la boca sorprendida y negó con la cabeza testarudamente.

—A nadie —mintió.

Obi-Wan cerró los ojos a la vez que ella.

—Clat'Ha, no podemos permitir que esto continúe. ¡La
Monument
no es una nave propiedad de Offworld! Ellos no pueden ir por ahí golpeando a la gente.

Clat'Ha suspiró.

—Puede que no sea su nave, pero la proporción de mineros de Offworld frente a la tripulación es de treinta a uno. El capitán no podrá hacer mucho para protegerte. Así que, si yo fuese tú, me mantendría alejado de todos ellos. Serás bien recibido en nuestra parte de la nave siempre que quieras. —Se encaminó hacia la puerta y, entonces, se dio la vuelta y esbozó una sonrisa que hacía que su cara seria pareciese de repente joven y traviesa—. Si puedes encontrarla.

Obi-Wan sonrió, pero aún estaba luchando contra el consentimiento que Clat'Ha mostraba ante la injusticia. No lo comprendía. El había crecido en un mundo donde los conflictos eran discutidos y resueltos. No se permitía la existencia de una injusticia tan obvia.

—Clat'Ha, eso no está bien —dijo tristemente—. ¿Por qué tenemos que estar lejos de su lado de la nave? ¿Por qué tienes que aceptar eso?

La cara de Clat'Ha enrojeció.

—¡Porque no los quiero en mi lado de la nave! Obi-Wan, escúchame —dijo rápidamente—, ocurren accidentes alrededor de Jemba. Las torres de perforación estallan, los túneles se colapsan y la gente muere. No quiero a sus espías y saboteadores en mi lado de la
Monument
, al igual que ellos no quieren a los míos en el suyo. Así que acepta las cosas tal y como son. Es mejor para todos.

Cuando salió de la habitación, la puerta se cerró tras ella. El quicio de la puerta parecía vibrar de manera extraña. Obi-Wan se dio cuenta de que el calor que sentía no se debía solamente a que estaba furioso por la injusticia. Su cuerpo estaba ardiendo. Trató de aceptar el fuego y el dolor, pero se sintió mareado. Se echó de espaldas en la cama, con la cabeza embotada, mientras la habitación le daba vueltas.

Capítulo 8

Obi-Wan soñó que estaba en el Templo Jedi, andando entre los mapas de estrellas. Levantaba la mano y tocaba la estrella más cercana a Bandomeer, una que tenía dos luces gigantes rojas poco brillantes. Aparecía un holograma, y un Maestro que había muerto hacía mucho tiempo anunciaba:

—Bandomeer, el lugar donde morirás si no tienes cuidado.

Se despertó en la enfermería y vio que tenía tubos en los brazos y una máscara de oxígeno en la boca y en la nariz. Durante un momento pensó que estaba todavía soñando. Qui-Gon Jinn estaba de pie a su lado. Tenía la mano grande y fría del Jedi sobre su frente. Entonces, Obi-Wan se dio cuenta de que estaba despierto.

—¿Có... cómo...? —susurró.

Qui-Gon retiró la mano y dio un paso hacia atrás.

—Trata de no hablar —dijo educadamente—. Has tenido mucha fiebre, pero yo he cuidado de ti. Tus heridas resultaron ser bastante serias y los médicos no sabían cómo curarlas.

—¿Eres tú de verdad? —preguntó Obi-Wan, intentando poner un poco de orden en su aturdida mente.

Qui-Gon sonrió. Era la primera vez que Obi-Wan le veía sonreír, y se dio cuenta de que Qui-Gon no era todo frialdad y juicio.

—Sí, soy yo de verdad —dijo.

—¿Has venido para cuidarme? —preguntó Obi-Wan esperanzado.

No debería haber hecho una pregunta tan directa, pero estaba demasiado débil para intentar adivinar por qué el Jedi estaba ahí.

Qui-Gon negó con la cabeza.

—Yo también voy de camino a Bandomeer. Tengo que llevar a cabo una misión para el Senado Galáctico. Tu misión y la mía no tienen nada que ver la una con la otra.

—Todavía estamos juntos —dijo Obi-Wan—. Tú podrías enseñarme...

Pero Qui-Gon negó con la cabeza una vez más.

—No, Obi-Wan, no estoy aquí para eso. Nuestros destinos llevan caminos diferentes. Ahora es el momento de que conozcas a la gente para la que vas a trabajar. Debes olvidarte de mí. Debes servir a los Jedi de una forma diferente a los Caballeros. Y eso también es un honor.

No lo dijo de una manera cruel, pero las palabras de Qui-Gon golpearon duramente a Obi-Wan. Parecía que cada vez que sus esperanzas crecían, era para volver a desvanecerse después.

Estaba claro para Obi-Wan que, aunque la casualidad les había situado en la misma nave, Qui-Gon no quería tener nada que ver con él. Si los rumores eran ciertos, Obi-Wan, o cualquier otro principiante de su edad, era sólo un recuerdo doloroso del padawan que Qui-Gon había perdido. Él no podía luchar con el pasado de Qui-Gon.

Ocultó su decepción y, a pesar de su debilidad física, trató de mirarle con firmeza.

—Entiendo —dijo Obi-Wan.

La puerta de la sala se abrió con un crujido. Apareció una cabeza triangular, y unos ojos brillantes le miraron desde allí. En cuanto el recién llegado se percató de que Obi-Wan le había visto, la puerta se cerró.

Obi-Wan se volvió hacia Qui-Gon.

—Tienes razón. Mi misión tiene que ser mi mayor preocupación. Yo... —Dejó de hablar cuando la puerta se abrió de nuevo con otro chasquido.

Obi-Wan trató de levantarse apoyándose en los codos.

—¡Vamos, entra! —gritó al intruso.

Un arcona traspasó el quicio de la puerta. Era ligeramente más pequeño que la mayoría, y su piel era más verdosa que gris.

—No queríamos molestar...

—No pasa nada —dijo Obi-Wan amablemente.

—Nos dijeron que encontraríamos a Clat'Ha aquí. Hay una cuestión que debería solucionar. Hemos oído que un joven se enfrentó con un hutt en una gran pelea y ha sobrevivido —dijo el arcona lentamente—. Nosotros queríamos ver al gran héroe. Sentimos molestar. Esperaremos fuera.

El ser empezó a retroceder.

Obi-Wan miró por encima del hombro del arcona antes de recordar que ellos siempre se referían a sí mismos como "nosotros". No tenían noción de lo que era el individuo y pasaban toda su vida en colonias.

—Creo que debería darte la versión correcta de los hechos —dijo Obi-Wan—. En primer lugar, no fue una gran batalla. El hutt me cogió y me estranguló hasta que perdí el conocimiento. No soy un héroe.

—Pero sobrevivir ya es todo un mérito —observó Qui-Gon.

—Exacto, —dijo el arcona, y avanzó algunos pasos—. Los hutts nos inspiran un gran miedo. Tú has demostrado tener coraje y fuerza. Nosotros admiramos eso. Eres un héroe.

Obi-Wan, indefenso, miró a Qui-Gon. Sabía que no podía convencer al arcona para que cambiase la idea sobrevalorada que tenía de él. Qui-Gon se dio la vuelta para ocultar una sonrisa.

—Bien, siéntate y dinos quién eres —dijo Obi-Wan—. En este lugar necesitaré todos los amigos que pueda hacer.

—Nuestro nombre es Si Treemba —dijo el arcona tomando asiento—. Sabemos que el tuyo es Obi-Wan Kenobi. Será un honor para nosotros ser tu amigo.

La puerta de la enfermería se deslizó para abrirse. Clat'Ha cruzó el umbral con una expresión de impaciencia.

—Bien, estás aquí —dijo a Si Treemba.

Al arcona empezaron a temblarle las piernas.

—Nosotros... —comenzó a decir.

Clat'Ha le interrumpió y se dirigió directamente a Qui-Gon.

—Tenemos un problema —dijo nerviosamente—. Alguien ha estado manipulando nuestro equipo. El joven Si Treemba lo descubrió en una inspección rutinaria. Tenemos tres máquinas tuneladoras arconas, y las tres han sido saboteadas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Qui-Gon.

Si Treemba avanzó un paso.

—Los termostatos que vigilan la temperatura del casco de las tuneladoras han sido arrancados, señor. Y los núcleos de los acopladores han sido alterados para que no hagan contacto.

—¿Qué significa eso? —preguntó Obi-Wan.

Qui-Gon pensó durante un minuto.

—Las tuneladoras arconas son máquinas que perforan el suelo de roca, pero la fricción del casco de la máquina hace que el vehículo eleve mucho su temperatura. Sin los termostatos, el sistema de refrigeración no funciona. Y, con los acopladores saboteados, el conductor de la tuneladora no será capaz de pararla. La máquina simplemente seguirá cavando hasta que se derrita por el calor. Todos los que vayan en ella morirán.

—Exactamente —dijo Clat'Ha apesadumbrada—. Creo que sabemos quién es el responsable.

Una voz estridente que hablaba en el idioma hutt sonó desde el otro lado de la puerta.

—¿Sie batha en beechee ta Jemba? ¿Estabais hablando de mí, del Gran Jemba?

El hutt que estaba fuera de la puerta era mucho más grande que el que había golpeado a Obi-Wan. Los hutts pueden vivir cientos de años y nunca dejan de crecer, ni en tamaño ni en maldad. Este en concreto, Jemba, tenía una boca tan grande que podría engullir a tres hombres enteros. La enorme cara y los ojos del ser ocupaban todo el espacio de la puerta.

—Sí —dijo Qui-Gon abiertamente—, estábamos hablando de ti del Gran Jemba. Entra, si puedes.

Jemba se agachó.

—Hace muchos años que no puedo pasar a través de un agujero tan pequeño, Jedi —bramó Jemba—. ¿Por qué no sales tú aquí fuera? —Jemba se relamió.

Qui-Gon avanzó hacia la puerta y se encaró con el hutt.

—Se te acusa de sabotear la maquinaria de los arconas.

—¡Aaaargh! —dijo Jemba, dando un paso hacia atrás. Puso una mano sobre el corazón superior, un gesto hutt que quería significar inocencia—. ¡Nunca! Te lo juro, Jedi, no lo hice. ¿Tengo pinta de ser esa clase de criatura que va a escondidas por ahí, saboteando el equipo de otras personas?

Evidentemente, Obi-Wan no creía al hutt, pero estuvo a punto de reírse imaginando a Jemba merodeando "a escondidas".

—Por supuesto que no me creo que lo hicieras tú personalmente —dijo Qui-Gon—, pero uno de los tuyos pudo hacerlo bajo tus órdenes.

—¡Aaaargh! ¡Aaaargh! —Jemba se retorció hacia atrás como un gusano gigante y volvió a poner su mano en el corazón superior—. ¡Esas acusaciones me hieren! No sé nada de ese asunto. ¡Mira en mis corazones, Jedi, y verás que no miento! ¿Por qué todo el mundo piensa que soy malo porque soy un hutt? —preguntó Jemba—. Sólo soy un honesto hombre de negocios.

—Basta ya —dijo Clat'Ha molesta. La joven avanzó hasta situarse enfrente de Jemba y colocó los brazos en jarras, justo encima de donde la pistola láser colgaba de su pierna izquierda—. ¡Por supuesto que fue uno de los tuyos!

—¡Juro que no sé nada de este asunto! —rugió Jemba. Clat'Ha intentó coger su pistola.

Qui-Gon levantó una mano, protegiéndole la espalda.

—Quizá —dijo Jemba entrecerrando los ojos astutamente—, tu gente lo hizo para dañarme. Tu odio irracional hacia mí es conocido por todos. Pediste a las autoridades mineras que prohibieran a Offworld estar en Bandomeer. Ahora, levantando sospechas sobre mí o mis trabajadores, confías en echarme de allí legalmente.

—No me importa si te echan de allí legalmente o no —dijo Clat'Ha furiosa—. ¡Lo que quiero es que te vayas!

—¡Exactamente! —rugió Jemba. El enorme hutt miraba implorando a Qui-Gon—. ¿Ves con lo que tengo que enfrentarme? ¿Cómo puede un hutt luchar con un odio tan irracional?

—Perdóname, Jemba —dijo Clat'Ha haciendo burla de sus modales—, pero no es irracional odiar a un asesino mentiroso, maquinador y cobarde.

El enorme cuerpo del hutt aumentó debido a la indignación.

—Ni siquiera hemos llegado a Bandomeer —dijo Jemba—, y esta mujer trata de desacreditarme ante las autoridades mineras. ¡Ella trata de hacer trampas! Mira cómo habla de mí. ¡No hay respeto en sus palabras!

—Puede que no te respete. Jemba —replicó Clat'Ha desde atrás—, pero lo que está claro es que no te estoy acusando injustamente. Tus mentiras son tan patéticas como tus negativas.

Jemba emitió un rugido de enfado y se lanzó hacia Clat'Ha. El hutt golpeó el marco de la puerta, que empezó a crujir y a astillarse debido a la presión. Si Treemba, aterrorizado, siseaba y se apretaba contra una pared. Obi-Wan lo observaba todo fascinado. ¡El hutt podía derribar la enfermería completa!

Clat'Ha cogió su arma, pero Qui-Gon se adelantó unos pasos y le sujetó la mano. Miraba fijamente a los ojos del hutt. Obi-Wan sentía cómo el poder de la Fuerza llenaba la habitación.

—Basta —dijo Qui-Gon tranquilamente. Jemba dejó de empujar para entrar en la habitación. El hutt sabía que no podía alcanzar a Clat'Ha. Qui-Gon la miró. Despacio, la joven bajó su arma y volvió a dejarla en la cartuchera de su pierna. Obi-Wan admiró la habilidad de Qui-Gon. Sintió como un pinchazo de rencor. Había tantas cosas que le hubiera gustado poder aprender del Jedi.

—Ahora —dijo Qui-Gon, con un tono de voz razonable— revisemos la situación. La maquinaria ha sido saboteada. Sin embargo, vosotros dos insistís en que no lo habéis hecho. No hay otra manera de arreglarlo que no sea con una declaración de guerra. —Qui-Gon los miró, primero a uno y luego al otro—. Y eso es algo que ninguno de los dos queréis, estoy seguro.

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