Read El Resurgir de la Fuerza Online
Authors: Dave Wolverton
Qui-Gon movió la cabeza tristemente.
—Es mejor no entrenar a un chico para ser Caballero si tiene tanta cólera en su interior. Existe el riesgo de que se vuelva hacia el Lado Oscuro de la Fuerza.
Después de decir esto, el enorme Jedi se dio la vuelta y, con la capa ondeando a su alrededor, se fue dando zancadas hacia la puerta.
Obi-Wan se arrojó a sus pies.
—No caeré en el Lado Oscuro —le aseguró.
Pero Qui-Gon ni disminuyó su marcha ni se volvió. El momento se había ido, tan rápida y silenciosamente como había llegado.
Durante un buen rato, Obi-Wan, conmocionado, sólo pudo mirar fijamente la habitación vacía. Al principio no podía entenderlo. Todo había acabado. Su última oportunidad se había esfumado. No quedaba nada que hacer.
Su equipaje estaba preparado encima de una banqueta. Solamente tenía que cogerlo y llevarlo al transporte que le conduciría al planeta Bandomeer.
Levantó la cara. Aunque nunca llegara a ser un Caballero Jedi, por lo menos dejaría el Templo como si lo fuese. No iba a suplicar. Cogió sus bolsas y se encaminó hacia el largo pasillo que lo llevaría desde la arena hacia la plataforma de despegue.
Atravesó la Cueva de Meditación, el comedor y las aulas. Lugares donde había aprendido, luchado y triunfado.
Había sido su hogar. Y ahora tenía que abandonarlo y afrontar un futuro que no había pedido y que no le gustaba.
Obi-Wan cruzó la puerta del Templo por última vez. Intentó dejar atrás su profunda pena y mirar hacia el futuro como le habían enseñado.
Pero no pudo.
Qui-Gon Jinn no podía quitarse de la cabeza la cara de desesperación de Obi-Wan. El chico había intentado que no se le notara la decepción, pero lo llevaba escrito en cada uno de sus rasgos.
Qui-Gon se sentó tranquilamente en la sala de cartografía estelar. Entre todas las estancias del Templo, ésta era su favorita. Tenía un techo de terciopelo azul curvado en forma de bóveda. La única luz que alumbraba la sala procedía de las estrellas y de los planetas que le rodeaban, parpadeando sobre el azul y mostrando todos los colores del espectro. Lo único que tenía que hacer era alargar una mano y tocar un planeta para que apareciera un holograma detallando sus propiedades físicas, los satélites que le orbitaban y su forma de gobierno.
Así, era muy fácil obtener conocimiento en aquel lugar: pero cuando se trataba del corazón, las cosas se volvían misteriosas.
Qui-Gon se dijo a sí mismo que había tomado la decisión correcta. La única decisión posible. El muchacho luchaba bien, pero con demasiada agresividad. Y ahí estaba el peligro.
—El chico no es mi responsabilidad —dijo Qui-Gon Jinn en voz alta.
—¿Seguro tú estás?—preguntó Yoda, que se había situado detrás de él.
Qui-Gon se volvió sobresaltado.
—No le había oído —dijo educadamente.
Yoda avanzó por la sala de mapas.
—Una docena de chicos para ti lucharon. Si a un padawan hoy no escoges, los sueños de al menos uno de esos chicos se desvanecerán.
Suspirando, Qui-Gon estudió una estrella roja brillante.
—Habrá más candidatos el próximo año. Quizás entonces escoja un padawan.
En sus visitas al Templo, Qui-Gon valoraba mucho el tiempo que pasaba con Yoda, pero ahora deseaba que se marchara. No quería discutir ese asunto, pero sabía que Yoda no se iría hasta que le hubiese dejado claro su punto de vista.
—Quizá —Yoda mostró su acuerdo—. O quizá todavía remiso tú estarás. ¿Qué tal el joven Obi-Wan? Bien él luchó.
—Él luchó... con furia —añadió Qui-Gon.
—Sí —dijo Yoda—. Como hace tiempo un chico que yo conocí.
—No —le interrumpió Qui-Gon—. Xánatos está muerto. No quiero que me lo recuerde.
—De él no hablaba —dijo Yoda—. Sí de ti.
Qui-Gon no respondió. Yoda le conocía demasiado bien. No podía discutir con él.
—Fuerte con la Fuerza él es —destacó Yoda.
—Y colérico y temerario —dijo Qui-Gon con un punto de irritación creciente en sus palabras—. Y fácil de ser conducido hacia el Lado Oscuro.
—No todos los jóvenes coléricos se pasan al Lado Oscuro —dijo Yoda tranquilamente—. No, si un profesor adecuado tienen.
—No lo llevaré conmigo, Maestro Yoda —dijo Qui-Gon abiertamente.
Sabía que Yoda captaría la contundencia de la decisión en sus palabras.
—Bien está —dijo Yoda—. Sólo por casualidad nuestra vida no vivimos. Si elegir un aprendiz no decides, entonces, con el tiempo, quizás el destino elija.
—Quizás —agregó Qui-Gon. Dudaba—. ¿Qué pasará con el chico?
—Para los Cuerpos Agrícolas él trabajará.
Qui-Gon gruñó. ¿Un granjero?
Qué desperdicio de potencial.
—Dile que... le deseo buena suerte.
—Demasiado tarde es —dijo Yoda—. De camino a Bandomeer él está.
—¿Bandomeer? —preguntó Qui-Gon sorprendido.
—¿El lugar conoces tú?
—¿Que si lo conozco? El Senado Galáctico me ha pedido que vaya allí. Parto ahora mismo. Lo sabías, ¿verdad? —Qui-Gon miró al pequeño Maestro suspicazmente.
—Hmmmm —dijo Yoda—. Saberlo no podía. Pero más que una coincidencia esto es. Caminos extraños la Fuerza tiene.
—Pero, ¿por qué mandar al chico a Bandomeer? —preguntó Qui-Gon—. Es un mundo brutal. Si el tiempo no lo mata, lo harán los depredadores. Necesitará de toda su habilidad para mantenerse con vida. ¡No le gustarán los Cuerpos Agrícolas!
—Sí, así el Consejo pensó —dijo Yoda—. Bueno para obtener cosechas Bandomeer puede no ser, pero un buen lugar para un joven Jedi sí es.
—Si no le matan —gruñó Qui-Gon—. Debes tener más fe en él de la que yo tengo.
—Sí, mi opinión ésa es —dijo el Maestro Yoda—. Escuchar mejor tú deberías.
Con un suspiro de desesperación, Qui-Gon volvió a centrar su atención en las estrellas.
—Estudiar las estrellas Qui-Gon tú puedes —dijo Yoda mientras se marchaba—. Mucho que enseñarte tienen; pero, ¿será eso lo que aprender debes?
La
Monument
era una vieja corbeta corelliana marcada con golpes de meteoritos. Tenía la forma de un enorme armatoste y llevaba enganchadas en su parte delantera una docena de cajas de carga para llevarlas a Bandomeer. Era la nave más fea y más sucia que Obi-Wan podía haber imaginado.
Si el exterior era feo, el interior era horrible. Sus pasillos deteriorados olían a los desperdicios de los mineros y a los cuerpos sudados de las distintas especies. Los compartimentos de reparaciones estaban abiertos, de manera que los cables y las mangueras de presión, las tripas de la nave, se desparramaban como si se tratara de una herida abierta.
Enormes hutts se deslizaban por todas partes como babosas gigantes, y los whiphids acechaban en los corredores con sus pieles mohosas y sus colmillos. Altos arconas, con cabezas triangulares y ojos brillantes, se movían en pequeños grupos.
Obi-Wan deambulaba aturdido con sus bolsas en la mano. No encontró a nadie en la puerta de entrada que le guiara. Incluso parecía que nadie había notado su presencia. Tristemente, se dio cuenta de que había olvidado el cuaderno de notas que Docent Vant le había dado. En él estaba su número de habitación.
Buscó a algún miembro de la tripulación, pero todo lo que pudo encontrar fueron mineros que eran transportados a Bandomeer. Obi-Wan caminaba apesadumbrado y con desesperación creciente. La nave era tan extraña que intimidaba. Era tan diferente a las silenciosas y relucientes estancias del Templo, donde se podía escuchar el sonido de las fuentes por cualquier sitio por donde se anduviese. Obi-Wan conocía cada rincón del Templo, sabía el camino más rápido para llegar a la arena, donde se practicaban caídas y equilibrios: y a la piscina, en la cual podías sumergirte lanzándote desde la torre más alta...
Los pasos de Obi-Wan se hicieron cada vez más lentos. ¿Qué estaría haciendo Bant ahora? ¿Estaría en clase o en una tutoría privada? ¿Estaría nadando con Reeft y Garen Muln? Aunque sus amigos se estuvieran acordando de él, nunca llegarían a imaginar el lugar tan horrible en el que se había embarcado.
De repente, un enorme hutt bloqueó su camino. Antes de que Obi-Wan pudiese ni siquiera decir una palabra, el ser le agarró por la garganta y le arrojó contra una pared.
—¿Adonde vas, babosa?
—Eh, ¿cómo? —preguntó Obi-Wan sorprendido.
¿Qué había hecho mal? Él sólo deambulaba taciturno hacia su habitación. Con preocupación, se dio cuenta de que dos whiphids particularmente horrorosos se situaban detrás del hutt.
—Ban... Bandomeer —tartamudeó el joven.
El hutt estudió a Obi-Wan como si fuese un bocado de comida. La enorme lengua de la criatura se desenrolló, deslizándose sobre sus labios grises y dejando una estela de cieno.
—No llevas uniforme de la tripulación. Tú no perteneces a Offworld.
Obi-Wan se miró sus vestiduras. Llevaba una túnica gris suelta. Se dio cuenta en seguida de que el hutt que tenía delante llevaba un parche triangular negro que mostraba un planeta rojo brillante, como si fuese un ojo. Una nave espacial plateada que daba vueltas alrededor del planeta hacía las veces del iris. Debajo del logotipo estaban escritas las palabras "Compañía Minera de Offworld". Los whiphids llevaban el mismo símbolo.
—Debe ser de otro equipo —dijo un whiphid.
—A lo mejor es un espía —gruñó el segundo whiphid—. ¿Qué creéis que lleva en esas bolsas? ¿Bombas?
El hutt acercó su enorme y grotesca cara a la de Obi-Wan.
—Cualquier minero que no trabaja para Offworld es un enemigo —rugió, sacudiendo violentamente a Obi-Wan—. Tú, babosa, eres un enemigo. Y nosotros no permitimos que haya enemigos en territorio de Offworld.
Los dedos del hutt eran enormes trozos de carne. Apretaban el cuello de Obi-Wan estrangulándole. Sofocado, Obi-Wan soltó sus bolsas y agarró los dedos del hutt. Sus pulmones ardían y la habitación le daba vueltas.
Usando toda su fuerza. Obi-Wan se las arregló para retirar los dedos del hutt de su garganta lo suficiente para coger un poco de aire. Miró fijamente a los ojos crueles e inexpresivos del hutt, tratando de reunir todos sus poderes de la Fuerza.
—Déjame en paz —dijo Obi-Wan con voz entrecortada y luchando por respirar. Para derribar la voluntad del hutt y hacerle cambiar de opinión, el joven aprendiz dejó que la orden llegara a la criatura a través de la Fuerza.
Esto no era como luchar contra otro estudiante. Sentía que había una crueldad malsana. Aquí no había reglas, ni un Yoda al que llamar para que parara la lucha.
—Dejarte en paz, ¿por qué? —rugió el hutt que se estaba divirtiendo cruelmente.
Estoy yendo por el buen camino
, pensó Obi-Wan desesperadamente.
La última cosa que pudo recordar fue el puño del hutt que avanzaba directamente hacia él.
Obi-Wan se despertó sobre una camilla en una habitación cálida y bien iluminada. Su vista era borrosa y la cabeza le daba vueltas. Un robot médico estaba inclinado sobre él, aplicando un ungüento fresco a sus heridas y comprobando si tenía algún hueso roto.
Una joven humana, pelirroja y de ojos verdes, estaba de pie al otro lado de la habitación, mirándole.
—¿No te ha dicho nadie que no te metas en líos con un hutt? —preguntó.
Obi-Wan intentó mover la cabeza, pero incluso el más ligero de los movimientos le producía un gran dolor. Respiró profundamente y se acordó de su entrenamiento Jedi para conseguir aceptar el dolor como una señal que su cuerpo le enviaba. Tenía que aceptar el dolor, respetarlo, no luchar contra él. Sólo entonces podría pedirle al cuerpo que empezara a curarse.
Cuando hubo ordenado sus pensamientos, el dolor le pareció más llevadero. Se volvió hacia la mujer.
—No parece que tuviera otra opción.
—Sé lo que quieres decir. La mujer esbozo una sonrisa.
—Bien —dijo—, has sobrevivido. Ya es algo. Se acercó hasta ponerse al lado de la cama.
—Tienes suerte de que te encontrara en ese momento. Tú no eres uno de los nuestros.
—¿Nuestros? —preguntó Obi-Wan. La miró. Vestía un traje de trabajo naranja con un triángulo verde.
—Nosotros somos de la Corporación Minera Arcona —respondió la mujer—. Si no trabajas con nosotros, ¿por qué te atacaron los de Offworld?
Obi-Wan trató de encogerse de hombros, pero el dolor se agudizó en uno de ellos. A veces era duro respetar las señales del cuerpo.
—Dímelo tú. Yo solamente estaba buscando mi habitación.
—Eres un chico duro —dijo la mujer alegremente—. No todo el mundo puede resistir los golpes de un hutt. ¿Viniste a bordo buscando trabajo? Podríamos contratarte en la Corporación Minera Arcona. Me llamo Clat'Ha, soy la jefa de operaciones.
Parecía joven para estar al frente de operaciones de minas; tendría alrededor de unos veinticinco años.
—Ya tengo trabajo —dijo Obi-Wan, tratando de recorrer su boca con la lengua. Se sintió aliviado al comprobar que conservaba todos los dientes—. Yo me llamo Obi-Wan Kenobi. Pertenezco a los Cuerpos Agrícolas.
Clat'Ha abrió la boca.
—¿Tú eres el joven Jedi? La tripulación de la nave ha estado buscándote por todas partes.
Obi-Wan intentó sentarse, pero Clat'Ha le hizo tumbarse otra vez con un movimiento enérgico.
—Continúa así. Todavía no estás bien para levantarte.
Obi-Wan se tumbó de espaldas y Clat'Ha comenzó a retirarse.
—Buena suerte, Obi-Wan Kenobi —dijo—. Cuídate. Te has metido en mitad de una guerra. Tienes suerte de estar vivo. Puede que no tengas la misma suerte la próxima vez.
Se volvió para marcharse, pero Obi-Wan le cogió una mano.
—Espera —dijo—. No entiendo. ¿Qué guerra? ¿Quién lucha?
—La guerra de Offworld —le respondió Clat'Ha—. Has tenido que oír algo sobre ella.
Obi-Wan negó con la cabeza. ¿Cómo podía explicarle que había pasado toda su vida en el Templo Jedi? Sabía más de todo lo relacionado con la Fuerza que de lo que pasaba en la galaxia.
—Offworld es una de las compañías mineras más antiguas y ricas de la galaxia —le contó Clat'Ha—. Y no han llegado hasta ahí dejando que otros compitan con ella. Los mineros que se interponen en su camino terminan muriendo.
—¿Quién es su líder? —preguntó Obi-Wan.
—Nadie sabe quién es el propietario de Offworld —dijo Clat'Ha—. Alguien que ha vivido durante siglos, probablemente. Ni siquiera estoy segura de que se pueda probar que él o ella son los responsables de los asesinatos; pero, en la nave, el líder, que se dirige a Bandomeer, es un hutt particularmente despiadado llamado Jemba.