Read El Resurgir de la Fuerza Online
Authors: Dave Wolverton
Qui-Gon estaba de pie en la barra, bebiendo un zumo azulado. Clat'Ha estaba de pie a su lado con su bebida, sin tocar, frente a ella sobre la barra. Una sola mirada le bastó a Obi-Wan para saber que ambos estaban preocupados por lo que había pasado en el lado Offworld de la nave.
—Por lo menos esta vez estás entero —dijo Qui-Gon mirándole fríamente—. Bien, ¿descubriste algo?
—No —admitió Obi-Wan—. Si Treemba fue capturado antes de que pudiéramos encontrar los termostatos.
—Obi-Wan nos rescató —elogió Si Treemba—. Estábamos encadenados al suelo y él solo hizo frente al hutt Grelb...
—Un hombre que se mete él solo en el peligro se merece afrontarlo también en soledad —dijo Qui-Gon severamente.
Obviamente, la valentía de Obi-Wan no le había impresionado. Si Treemba se calló, lanzando una mirada a Obi-Wan que quería decir "lo intentamos".
—Desobedeciste deliberadamente mi orden —dijo Qui-Gon sin rodeos.
—Con todos los respetos —dijo Obi-Wan tranquilamente—, como usted me recordó, no estoy a su cargo.
Qui-Gon se volvió hacia él y lo observó durante un momento. Obi-Wan no podía ver qué había detrás de aquella intensa mirada azul. Al final, habló.
—Tu entrometimiento está haciendo que la situación empeore.
—¿Que las cosas empeoren? —preguntó Obi-Wan—. ¿En qué sentido?
—Sí, quiero decir que lo has conseguido —dijo Qui-Gon.
Su expresión permanecía impasible y su tono de voz imperturbable; pero, ahora, Obi-Wan podía sentir su profunda irritación. Tenía la esperanza de haberse ganado el respeto del Jedi, pero, en vez de eso, se le consideraba una molestia que ni siquiera se merecía una demostración de cólera.
—Estuviste merodeando por el territorio de Offworld, invadiste su intimidad, fuiste capturado y tuviste que luchar tú solo otra vez. Seguramente ellos tomarán represalias.
—Pero habría merecido la pena —intentó justificarse Obi-Wan—si hubiésemos encontrado los termostatos...
Clat'Ha le interrumpió.
—Encontramos los termostatos hace una hora, escondidos en un barril de lubricante. Quien los haya puesto allí no esperaba que los localizásemos.
Obi-Wan permaneció con la boca cerrada. Qui-Gon tenía razón. Había arriesgado la frágil paz de la nave a cambio de nada.
—¿No ves que esto no tiene nada que ver con los termostatos? —dijo Qui-Gon tratando de controlar el tono de voz—. Un Jedi tiene que pensar en las repercusiones de sus actos a largo plazo. La intención de mi orden era rebajar la tensión. Quería crear confianza. ¿Cómo se van a fiar ahora los de Offworld de los Jedi, si te encuentran husmeando en su territorio? ¿Cómo pueden...?
De repente, la habitación se movió y se escuchó un gran estruendo. La bebida de Qui-Gon se deslizó por la barra hasta que la copa cayó al suelo. Si Treemba se encogió sobre sí mismo. Las sirenas de alarma comenzaron a sonar.
—¿Qué ha chocado contra nosotros? —gritó Clat'Ha.
Obi-Wan sabía que si hubiesen colisionado en el hiperespacio contra otra nave o contra un asteroide la
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hubiera quedado destruida. En la distancia, Obi-Wan oyó el ruido provocado por las armas de la nave disparando.
Qui-Gon se dirigió hacia una ventana. Tenía el sable láser en la mano.
—Son piratas —anunció.
Qui-Gon corrió hacia el puente, descendiendo por los pasillos principales. Obi-Wan, Si Treemba y Clat'Ha le seguían corriendo a toda velocidad. Por toda la nave, los arconas gemían aterrorizados, lanzando ese extraño siseo que emitían los de su especie. Se escondían en sus habitaciones y las cerraban con llave.
A través de las aberturas que había debajo del suelo, Qui-Gon podía oír el rechinar de los generadores al montar los escudos deflectores de la nave. Mientras tanto, el ruido provocado por el impacto de los disparos de las pistolas láser continuaba resonando.
El Maestro Jedi creyó saber lo que pasaba. A veces, los piratas minaban las rutas de las naves. Cuando alguna chocaba contra una mina, se perdía la hipervelocidad y la nave podía ser enviada fuera del hiperespacio.
Después, los piratas empezaban a disparar para destrozar las armas y los motores, tan rápidamente, que los viajeros desprevenidos rara vez tenían tiempo de reaccionar.
Luego, los piratas mandaban a miembros de su tripulación para saquear todo lo que pudieran de sus víctimas.
Un transportador de mineros como la
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no llevaba mucho que mereciese ser robado, pero los piratas no lo sabían, al menos hasta que hubieran volado la nave en pedazos y empezaran a rebuscar entre los escombros.
El suelo retumbó como consecuencia del impacto de otro disparo. Cuando la nave volcó hacia un lado. Qui-Gon rodó hasta una esquina. Frente a él había una ventana a través de la cual se podían ver cinco naves de guerra togorianas todas con la forma de un ave de presa roja. Dos de ellas pasaron zumbando cerca de la ventana. Desde las naves de guerra surgieron disparos láser de color verde dirigidos contra la
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. El metal chirrió a modo de protesta. Los pasillos se llenaron de humo espeso.
Las armas de la
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quedaron en silencio. Ahora, Qui-Gon podía ver por qué, las torretas de los cañones láser habían sido voladas. Trozos de escombros ardiendo lucían como estrellas brillantes justo en el sitio en el que antes estaban las torretas.
La
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flotaba a la deriva en el espacio. Aunque habían sonado las alarmas de incendio, nadie en el puente de mando daba órdenes. Ahora, un crucero togoriano se dirigía a gran velocidad hacia la nave.
Qui-Gon permanecía de pie, mirando impotente al crucero que se aproximaba. Había momentos en los que deseaba no estar solo, no haber perdido a su último padawan, Xánatos.
—Obi-Wan —llamó Qui-Gon.
Aunque no tenía una confianza total en el chico, no tenía otra alternativa. Necesitaban algún plan, y todos debían trabajar juntos si querían sobrevivir.
—Los piratas se están preparando para el abordaje —dijo secamente—. Intentaré detenerlos. Vete al puente de mando y comprueba que la tripulación está viva. Si no es así, quiero que pilotes la nave fuera de esta zona.
Qui-Gon miró fija y seriamente al chico. Sabía que pedía mucho de él. Como estudiante Jedi, Obi-Wan habría conducido algunas naves en pruebas de simulación y, probablemente, como casi todos los demás alumnos, también habría llevado algunos coches nube de doble baina alrededor de Coruscant. Pero nunca había dirigido una nave como ésa, y en medio de una batalla.
—Puedo luchar a tu lado —protestó Obi-Wan.
Qui-Gon se volvió y cogió al chico por los hombros.
—Escúchame. Tienes que obedecerme esta vez. Confía en mis decisiones. Yo puedo contener a los piratas, pero moriremos todos si la nave continúa a la deriva por el espacio. No te preocupes por el rumbo que pongas. Simplemente vuela hacia algún sitio. Una vez que los piratas nos aborden, sus compañeros no dispararán por miedo a matar a sus líderes. Y ahora vete. Pilota la nave.
Obi-Wan afirmó con la cabeza. Qui-Gon podía ver la inseguridad que reflejaba la mirada del muchacho. Qui-Gon tampoco estaba demasiado seguro de que Obi-Wan pudiera hacerse cargo de la nave.
Ni de que él solo pudiera contener a los piratas.
Obi-Wan afirmó con la cabeza.
—No te defraudaré.
Qui-Gon miró cómo Obi-Wan corría hacia el puente seguido por Si Treemba. De repente, el chico parecía tan joven...
Durante un segundo, Qui-Gon estuvo tentado de irse detrás de él y dejar a los piratas para los whiphids y los arconas, pero los mineros no les durarían un asalto a los togorianos. Tenía que confiar en Obi-Wan.
Qui-Gon oyó el rugido lejano de los pequeños láser. Sólo podía significar una cosa: los piratas ya estaban a bordo. Los arconas habían elegido esconderse para evitar la lucha, pero los mineros de Offworld estaban combatiendo.
Por supuesto, los piratas iban a mandar algo más que una simple patrulla de abordaje. Qui-Gon decidió dejar que los mineros de Offworld se defendieran solos y bajó corriendo por un pasillo lateral, hacia el muelle. Clat'Ha corría detrás de él.
Doblaron una esquina. Un enorme pirata togoriano, con los ojos relampagueando como ascuas verdes sobre la piel oscura de su cara, se interponía en su camino.
El togoriano alargó sus enormes garras para apartar a Qui-Gon de su camino, pero Qui-Gon era un Maestro Jedi. La Fuerza ya le había puesto sobre aviso. Se retorció debajo de los brazos del pirata, anticipándose a su movimiento, y cogió el sable láser que llevaba colgado del cinturón. El filo surgió limpiamente y cortó al togoriano a la altura de las rodillas. El ser rugió de dolor.
Detrás del pirata caído, más togorianos doblaban la esquina y corrían hacia ellos. Clat'Ha, cegada por el terror, cogió su arma y abrió fuego. Un togoriano gritó al ser alcanzado, enseñando sus colmillos y la sangre de sus heridas.
Todos los togorianos respondieron abriendo fuego con sus armas. Qui-Gon esquivó dos rayos láser, y luego usó su sable para rechazar otros tres más.
Clat'Ha bajó la frecuencia de sus disparos, gritando de rabia. Era una buena guerrera, pero luchaban en una proporción de uno contra veinte. Qui-Gon rezó para que ella no perdiera la vida.
***
La puerta del puente de mando estaba sellada y ardía. Obi-Wan pudo sentir el calor que irradiaba cuando intentó abrirla. Había fuego al otro lado. El joven ignoró el dolor y trató de meter los dedos en una grieta para empujar y así abrir la puerta.
—Es inútil —dijo Si Treemba—. Es una puerta contra incendios. Se cierra si hay fuego en el puente.
Obi-Wan se echó hacia atrás. El puente debía haber recibido un impacto directo de la nave togoriana, pero la descarga de un potente cañón láser, o de un torpedo de protones, habría hecho algo más que causar un incendio. Probablemente habría abierto un agujero en el casco.
Sería peligroso abrir la puerta. Puede que sólo hubiera fuego, pero podría ser peor si el aire había escapado del puente.
Se acordó de la mirada de Qui-Gon cuando el Maestro Jedi le pidió ayuda. No podía decepcionarle esta vez.
Con cuidado, Obi-Wan intentó calmarse para poder usar la Fuerza. Podía adivinar el mecanismo de apertura y moverlo sólo le costaría un pequeño esfuerzo.
Pero, después, qué. Si lo abría, podía ser arrastrado hacia el espacio; o el humo tóxico podía extenderse por el pasillo, asfixiándoles; o el fuego podía aumentar...
No tenía elección. Concentró su atención y la puerta comenzó a deslizarse.
Inmediatamente, un fuerte viento golpeó la espalda de Obi-Wan y el joven aprendiz se quedó sin respiración. El aire del interior de la nave pasó a su alrededor y lo succionó hacia el vacío del espacio. Obi-Wan se agarró al marco de la puerta para evitar ser lanzado al exterior. Era todo lo que podía hacer para resistir. Detrás de él. Si Treemba consiguió agarrarse a un panel de control.
Estaba claro que el puente de mando había sido alcanzado. El aire se escapaba a través de un pequeño y redondo agujero encima de la pantalla de la nave.
—¡Tengo que cerrar esa abertura! —gritó Obi-Wan a Si Treemba.
Pero antes de que Obi-Wan pudiera siquiera moverse. Si Treemba se tiró al suelo y se arrastró de agarradera en agarradera. Lo único que podía hacer Obi-Wan era permanecer colgado del cerco de la puerta y observarle. No podía ayudar a Si Treemba, ni tampoco éste a él.
El arcona agarró una brújula esférica, un objeto redondo de metal que reemplazaba al ordenador principal de navegación cuando estaba roto o dañado. Luchando contra el viento que pasaba silbando junto a él, Si Treemba se dirigió a duras penas hacia el casco y dejó la brújula cerca del agujero. El vacío la succionó y la corriente de aire cesó de inmediato.
—¡Buen trabajo! —gritó Obi-Wan mientras corría hacia la consola del piloto.
El capitán y su copiloto, que permanecían sujetos a sus asientos por el cinturón, se habían desmayado debido a la falta de aire. Un minuto más y se hubieran asfixiado. De momento, seguían inconscientes. En la habitación hacía mucho calor. Los disparos habían atravesado la terminal de navegación y los restos de metal se amontonaban por cualquier sitio. Pero como había tan poco aire en la estancia, el fuego se había apagado.
Obi-Wan desató al capitán y lo tumbó en el suelo. Después miró al panel de control. Tenía muchas luces y botones. Se quedó quieto un momento, sin saber qué hacer, y alzó la mirada hacia la pantalla.
Varias naves de guerra togorianas volaban alrededor de la
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. Un pesado crucero estelar que había sido transformado en una nave armada se acercaba cada vez más. Sus escudos deflectores debían estar bajados para poder mantener esa distancia.
Una luz roja parpadeaba constantemente en la consola de Obi-Wan. Aturdido, el joven se dio cuenta de que los lanzatorpedos de protones delanteros estaban cargados y preparados para disparar. Era el equipo de defensa estándar para las naves de transporte que viajaban por esa región. El ordenador de objetivos no funcionaba, pero él apuntó a la nave sin su ayuda.
Su corazón palpitaba. Tenía miedo de lo que estaba haciendo. Esperaba que Qui-Gon tuviera razón y que los piratas no se volvieran a abrir fuego con sus hombres dentro. Porque, si lo hacían, utilizarían su artillería pesada.
—¿Qué vas a hacer, Obi-Wan? —preguntó Si Treemba, agarrándose a la consola del puente.
—Mandar un mensaje a los togorianos —contestó Obi-Wan seriamente—. ¡Todavía no estamos muertos!
Se inclinó sobre la consola y lanzó los torpedos de protones.
***
Los disparos de pistolas láser iluminaban los pasillos llenos de humo de la
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y cegaban a Qui-Gon, que los esquivaba y rechazaba las ráfagas. Los togorianos muertos cubrían los pasillos que dejaban atrás, y los vivos obstruían los que tenían delante. Sus rugidos resonaban a través de las paredes. Durante un momento, el Maestro Jedi quedó atrapado detrás de los cadáveres y deseó tener algún refuerzo, pero los de OffWorld estaban luchando en otro frente.
—¿Dónde están tus arconas? —le gritó a Clat'Ha—. Nos podrían ayudar.
—¡Los arconas no luchan! —gritó Clat'Ha hacia atrás, a la vez que disparaba a un togoriano—. ¡Probablemente estarán encerrados en sus habitaciones!
—¿Y qué hay de los hombres de Jemba? —preguntó Qui-Gon—. ¡Quizá tú podrías hablar con ellos para que nos ayudasen!