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Authors: Dave Wolverton

El Resurgir de la Fuerza (11 page)

—Me estás probando, ¿verdad? —adivinó Obi-Wan—. Has cambiado de idea. Estás considerando elegirme como tu padawan.

Trató de evitar que se le notara la impaciencia en su voz. Qui-Gon negó con la cabeza.

—No —dijo firmemente—. Yo no te estoy probando. ¡La vida te prueba! Todos los días te ofrece nuevas oportunidades para triunfar o para fallar. Y si lo consigues, eso no te convertirá en un Jedi. Te hará humano.

Obi-Wan dio un paso hacia atrás, como si Qui-Gon le hubiese abofeteado. Con un arrebato de emoción, miró hacia su propio corazón. Se había estado engañando a sí mismo, diciéndose que aceptaba las decisiones de Qui-Gon, cuando todo lo que quería era ganarse su respeto. Pero algo en su interior le daba esperanza y le decía que, si actuaba con valentía y era capaz de resolver bien su misión. Qui-Gon cambiaría de opinión.

Ahora veía la realidad.

Qui-Gon advirtió el cambio en los ojos de Obi-Wan. El chico entendió que su decisión era definitiva. Debería haberse dado cuenta. La cólera había desaparecido en el muchacho, pero algo más se había ido también. Las esperanzas de Obi-Wan en el futuro también habían desaparecido.

Qui-Gon vio cómo Obi-Wan se daba la vuelta y se secaba la cara con la manga. ¿Estaría el chico llorando? ¿Tanto daño le había hecho?

Cuando Obi-Wan se volvió, lo único había desaparecido de su cara era el sudor. No había señales húmedas de lágrimas. La única señal que vio Qui-Gon fue la de la peor de las derrotas.

Y eso le dolió. Después de su noble discurso sobre ganarse el corazón de los enemigos, Qui-Gon se dio cuenta de que había roto el corazón de un chico que lo único que quería era llegar a ser su aliado.

Capítulo 17

Obi-Wan, aturdido, abandonó la habitación de Qui-Gon. Necesitaba descansar, pero parecía no encontrar ningún sitio. Probó primero en su habitación y después en el salón. Al final, anduvo deambulando por los pasillos sin rumbo fijo. Acabó cerca de la sala de máquinas, mirando hacia fuera, a la tierra sin aprovechar de ese planeta sin nombre.

Cinco lunas, que lo iluminaban todo con tonalidades rojas y azules, colgaban como frutas maduras sobre un océano silencioso. Una bandada de dragones dormidos sobrevolaban en el aire. La costa de la isla no era más que un conjunto de rocas mordidas a traición por el efecto de las olas. En el interior, cumbres volcánicas oscuras arrojaban humo. Allí, los dragones se posaban por centenares.

Una puerta sonó al abrirse detrás de él. Un momento después. Si Treemba estaba de pie a su lado.

—Te hemos estado buscando —dijo.

—Necesitaba pensar —contestó Obi-Wan.

Estaba contento de ver a su amigo. Si Treemba había demostrado su confianza en el encuentro con Jemba de esa mañana. Habían consolidado su amistad, y ambos lo sabían.

—¿Podemos preguntarte en qué estás pensando? —dijo Si Treemba, dudando.

—Pensaba en el tiempo que pasé en el Templo, verdaderamente duro en muchos sentidos —dijo Obi-Wan—. Los días estaban ocupados por el estudio y el esfuerzo. Se esperaba lo mejor de nosotros. Respetaba muchísimo a mis profesores y pensé que sabía todo lo necesario, no sólo para sobrevivir, sino también para sobresalir. —Obi-Wan cogió aire—. Ahora veo que no tenía ni idea de la clase de maldad que el universo podía enseñarme. Nunca había visto la ambición real, nada semejante a la de Jemba o a la de los piratas. Me da asco.

—Como debe ser —Si Treemba mostró su acuerdo—. Es algo horrible.

—Y me pregunto..., ¿tengo en mi interior la semilla de esa misma ambición? —cuestionó Obi-Wan.

Si Treemba miró confundido a su amigo. Podía ver que Obi-Wan reflejaba en su rostro una gran angustia.

—¿Por qué te preguntas eso, Obi-Wan?

—Porque toda mi vida he querido ser un Jedi. Siempre lo he deseado. Estaba dispuesto a luchar para defender el honor y me enfadaba cada vez que otros se interponían en mi camino.

—Un Jedi hace mucho por los demás —razonó Si Treemba—. Protege a los débiles, lucha por el bien común. Yo no creo que sea malo querer hacer el bien. No, eso no es ambición.

Obi-Wan afirmó con la cabeza, mirando todavía al mar oscuro. Sentía una profunda nostalgia de su casa y del Templo, quería volver allí, donde las cosas eran claras y tenían un porqué. Aquí se sentía perdido.

—Habrá luz en unas pocas horas. Tú ya has hecho mucho por mí, Si Treemba, pero, ¿me ayudarías una última vez?

—Por supuesto que lo haremos —dijo Si Treemba inmediatamente—. Pero, ¿cómo?

—Ayúdame a superar mi cólera —dijo Obi-Wan. Sus dedos se habían curvado como si fuesen garras. Los miró y los estiró. Después se agarró al marco de la ventana—. Siento una gran rabia en contra de Jemba. Él quiere usar a otros seres en beneficio propio y yo quiero matarle por eso. Pero no me gustan esas razones con las que me siento bien. Qui-Gon tiene razón. Si intentara pararle los pies a Jemba, sería sólo para calmar mi ira.

—Pareces calmado —observó Si Treemba.

—Ha sucedido algo —explicó Obi-Wan tranquilamente—. Me he dado cuenta de algo. Qui-Gon nunca me aceptará como su padawan. Cree que no merezco la pena, y quizá tiene razón. Puede que no sea lo suficientemente bueno para serlo.

—¿Y no estás enfadado? —preguntó Si Treemba sorprendido.

—No —dijo Obi-Wan—. Me siento extraño, Si Treemba. Es como si me hubiesen quitado una carga de encima. Quizá podría ser un buen granjero. Y ser bueno..., ser una buena persona es más importante que ser un Jedi.

—¿Y qué pasa con Jemba? —preguntó Si Treemba.

—Yoda me dijo una vez que hay trillones de seres en la galaxia y solamente unos miles de Caballeros Jedi. Me dijo que no podíamos intentar arreglar todo lo que está mal. Todas las criaturas deben luchar por lo que no está bien, y no dejárselo todo a los Jedi. Puede que sea lo que los arconas deben hacer. No sé lo que pasará en el futuro, pero hoy he decidido no luchar.

Obi-Wan se volvió hacia Si Treemba.

—Te pedí que abandonaras a tus compañeros arconas para darnos una oportunidad para ayudarte. No me he echado atrás en lo que prometí. No quiero verte enfermo otra vez por falta de dactilos. Estaré a tu lado, Si Treemba. De alguna manera, encontraremos la manera de conseguirlo.

Capítulo 18

Las técnicas Jedi de curación de Qui-Gon requerían concentrar toda su energía en juntar sus músculos desgarrados y luchar contra la infección. Sin embargo, sus pensamientos volvían una y otra vez a Obi-Wan, y a la expresión de derrota que había mantenido durante su conversación.

¿Por qué insistía el chico de forma tan persistente? Había conocido a multitud de iniciados a lo largo de los años. Muchas veces les había informado educadamente de que no cumplían los requisitos necesarios para convertirse en un Caballero Jedi. Lo había hecho con cuidado, evitándoles la decepción de descubrirlo demasiado tarde. ¿No era así?

Qui-Gon se tumbó con resolución en el lecho. Los remordimientos le mantendrían despierto, y él necesitaba descansar.

La nave estaba extrañamente tranquila. Todo el mundo se había quedado exhausto tras la batalla contra los piratas. Qui-Gon oía únicamente el ruido de las olas al chocar contra la orilla y el murmullo rítmico de algunos animales moviéndose por debajo de la nave. Esperó a que esos sonidos le acunaran hasta dormirse.

Pero, debido al dolor o a los remordimientos, no sabría decirlo, durmió sin descansar. Medio despierto tras un sueño agitado. Qui-Gon se levantó y cruzó la habitación en busca de una toalla con la que secarse la frente sudorosa. Bebió algo de agua y después apoyó su frente caliente sobre el frío cristal transparente de su pequeña escotilla. En la distancia, los escarpados acantilados parecían relucir y vibrar. ¿Le estaría subiendo la fiebre? Una extraña niebla amarilla le nubló la vista.

Se había levantado demasiado pronto. Qui-Gon volvió a su cama y esta vez cayó en un profundo sueño del que no se acordaría después.

Cuando se levantó por la mañana su brazo derecho estaba agarrotado, pero había mejorado. Un androide de la nave había remendado y lavado sus ropas. Mientras se vestía, se dio cuenta de que tenía hambre. Era una buena señal.

Cuando iba a la cocina, vio que la nave estaba revuelta. Los arconas pasaban corriendo a su lado, llevando cajones de embalaje con objetos personales.

Preguntó a uno lo que sucedía.

—La marea está subiendo —le dijo el arcona—y puede que inunde la nave. Los motores están siendo reparados y no podrán estar listos a tiempo. Tenemos que evacuar.

—¿Evacuar? —preguntó Qui-Gon sorprendido. Con los dragones fuera era peligroso—. ¿Evacuar adonde?

—Hacia las colinas, al interior de la isla. La tripulación de la nave ha encontrado algunas cuevas. Debemos llegar a ellas antes de que el sol esté alto en el cielo y los dragones despierten.

El arcona iba corriendo, remolcando paquetes y pesadas cajas.

Vamos de mal en peor
, pensó Qui-Gon. Habían sido atacados por piratas y, después, mientras que Jemba los apuntaba a todos con un arma, habían hecho un aterrizaje de emergencia en un mundo extraño. Y ahora, con las reservas de alimentos limitadas, tenían que abandonar la nave para esconderse en unas cuevas. Podía sentir un peligro creciente. Era posible que los piratas vinieran a rematarlos, o que todos murieran de hambre o luchando unos contra otros. La marea podía cubrir la isla entera.

Los arconas que pasaban corriendo parecían débiles y abatidos. No habían tomado sus dactilos la noche anterior y tampoco esa mañana. Qui-Gon se preguntaba cuánto tiempo podrían aguantar sin ellos.

Anduvo hacia la habitación de Clat’Ha y encontró a la chica empaquetando sus pertenencias a toda prisa. La puerta estaba abierta.

Miraba hacia arriba cuando Qui-Gon entró en la habitación.

—Deberías darte prisa y empaquetar tus cosas —dijo—. La marea está subiendo deprisa y el sol saldrá pronto. Tenemos que abandonar la nave. —Sonrió a la vez que se retiraba un mechón de pelo pelirrojo de los ojos, que brillaban verdes y traviesos—. Jemba está furioso. Puede que tenga miedo de no caber en una cueva.

—¿Por qué está tan enfadado? —preguntó Qui-Gon con curiosidad.

Clat'Ha se encogió de hombros.

—Porque es algo que escapa a su control, supongo. Al principio pensó que la tripulación estaba mintiendo, pero al final tuvo que reconocer que, si continuábamos aquí, podíamos hundirnos. Casi merecería la pena verle perder la calma.

Qui-Gon frunció el ceño.

—¿Cuánto tardarán los arconas en necesitar dactilos?

La alegría que había en los ojos de Clat'Ha se transformó instantáneamente en preocupación.

—Algunos están empezando a desmayarse —dijo tranquilamente—. Si no consiguen tomar dactilos antes de esta noche, empezaran a enfermar y a morir.

—Tan pronto —murmuró Qui-Gon. Algo le reconcomía, su instinto le decía que había pasado algo por alto.

La cólera de Jemba. Un ruido de pasos suaves de animales. Un acantilado sólido que se movía. Una neblina amarilla...

Pero no había más animales en la isla que los dragones. Poco antes de aterrizar, la tripulación había investigado para comprobar si había depredadores. Y la neblina no había aparecido delante de sus ojos. Una cueva del propio acantilado había sido iluminada con una débil luz amarilla.

Entendió lo que estaba pasando.

—Dile a los arconas que no tengan miedo —le dijo a Clat'Ha nerviosamente—. Creo que sé dónde están los dactilos. Volveré tan pronto como pueda.

—Iré contigo —se ofreció Clat'Ha al instante—. O podríamos pedir ayuda...

Qui-Gon consideró sus palabras. No había duda de que los dactilos debían estar escondidos, pero con los dragones hambrientos cazando en los cielos diurnos, demasiada gente podría atraer su atención. Por no mencionar a Jemba, que estaría observando. Era mejor un solo hombre, vestido con ropas oscuras...

—Lo siento, Clat'Ha —dijo—. Sé que no te va a gustar lo que te voy a pedirte que hagas.

—Haré cualquier cosa —declaró Clat'Ha con valentía—. ¡Tenemos que encontrar los dactilos!

—No, no lo entiendes —dijo Qui-Gon—. Te estoy pidiendo que esperes.

***

El hutt Grelb era bueno obedeciendo órdenes, y más si sabía que Jemba se comería su cola si no lo hacía. Se sentó en una roca a media altura del acantilado con su rifle láser preparado. Desde allí tenía una buena vista de la nave. Jemba le había mandado a ese lugar por dos razones: para proteger a los mineros y a los arconas mientras evacuaban la nave, y para asegurarse de que nadie trepaba hasta las cuevas más altas.

No es que Jemba se preocupara por el bienestar de los arconas, pero ahora eran de su propiedad y tenía que proteger su inversión.

A lo lejos, los dragones que volaban muy alto y los que colgaban de las rocas de las montañas no habían advertido la presencia de los hutts, los arconas o los whiphids. La niebla de las primeras horas de la mañana los ocultaba de su vista. Sin embargo, Jemba mantenía la guardia alerta, preparado para disparar a cualquier dragón que bajara desde el cielo, o a cualquier arcona que le diese problemas.

La noche anterior, la oscuridad les había protegido y nadie les había visto ascender con los dactilos por los acantilados. Jemba había ordenado la mayor parte del trabajo a los whiphids, que podían deslizarse sobre sus pies y no hacían ruido mientras cargaban los dactilos en paquetes y los sacaban fuera de la nave. Grelb estaba seguro de que nadie les había visto. El resto de los mineros de la nave estaban ocupados curándose las heridas después de la lucha con los piratas, y los arconas tenían demasiado miedo para sacar sus narices chatas fuera de sus habitaciones.

Había sido un contratiempo que la tripulación ordenara a todos abandonaran la nave para dirigirse a las cuevas. Incluso Jemba se había preocupado porque alguien pudiera encontrar por casualidad los dactilos. Fue una suerte haber obligado a los whiphids a trepar tan alto.

La niebla estaba empezando a despejarse, pero unas nubes grises se acercaban desde el oeste. El aire olía a sal y a los distantes relámpagos. A Grelb le preocupaba que la tormenta obligara a los dragones a bajar y a posarse en la isla.

Mientras los arconas desalojaban la enorme nave oscura, un hombre captó la atención de Grelb: el Caballero Jedi Qui-Gon Jinn. Vestía una capa y una capucha, pero Grelb lo reconoció al instante por su tamaño y la manera de moverse. Qui-Gon caminó velozmente entre los arconas como si estuviera ansioso por alcanzar las cuevas. Sin embargo, no tenía prisa por llegar a un lugar seguro.

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