Read El Resurgir de la Fuerza Online
Authors: Dave Wolverton
Pero sabía que no iba a mantener a los dragones alejados durante mucho más tiempo.
***
Qui-Gon corrió con la bolsa de dactilos a través de los pasadizos y entre los guardias hutts y whiphids.
La determinación que se veía en sus ojos era tal, que nadie se atrevió a pararle. Los guardias de Jemba se apartaron asustados hasta que, en medio del túnel y a mitad de camino, el propio Jemba le salió al paso.
—¡Alto! —ordenó el enorme hutt—. ¿Dónde vas? Qui-Gon miró fijamente a Jemba.
—Será mejor que mandes a tus guardias a la salida de las cuevas —advirtió Qui-Gon—. Tenemos problemas.
—¡Ja, ja! —se rió Jemba—. ¡Tu loco pupilo ya intentó ese truco antes!
De repente, un dragón rugió cerca de la entrada de uno de los túneles. El sonido era espeluznante. La cueva tembló y varios trozos de piedra cayeron del techo.
—Ya han empezado —dijo Qui-Gon seriamente.
Luego, ladeó el hombro para pasar al lado del hutt y corrió a llevar los dactilos a los arconas.
***
Grelb se apretó entre dos rocas planas, tumbado durante un momento, con su rifle láser en la mano y mirando abajo, hacia las cavernas. Había perdido su oportunidad de matar a Qui-Gon Jinn. El Gran Jedi había llegado a las cuevas, pero su pupilo guardaba la entrada de la caverna, sable láser en mano.
Prefería al Maestro, pero de momento tendría que conformarse con el alumno.
Los dragones caían como rayos del cielo y enfilaban hacia el muchacho. Incluso Grelb tuvo que reconocer las habilidades del joven Jedi. Su sable láser golpeaba una y otra vez, y el chico no mostraba ningún signo de cansancio. Casi iba a ser una pena matarlo.
Los rayos cruzaban el cielo. La lluvia arreciaba sobre las piedras que Grelb tenía sobre su cabeza. Era la parte positiva de esconderse debajo de esas piedras, por lo menos se mantenía seco.
Levantó el arma e intentó apuntar al joven Jedi. El sable láser del chico relucía entre los dragones.
Todo lo que necesito
, pensó Grelb,
es un pequeño instante para disparar. Sólo un...
La batalla no se parecía a nada que Obi-Wan hubiera imaginado antes. No tenía miedo. Había aceptado su muerte. La situación le resultaba demasiado extraña. Ahora sólo luchaba para proteger a los arconas. No sentía rabia. No odiaba a las bestias hambrientas que caían sin descanso del cielo oscuro.
La Fuerza era su aliada.
Podía sentir cómo le movía y cómo fluía a través de él y de los dragones. Obi-Wan saltaba y hacía cabriolas en el aire, se movía y quemaba hocicos y garras. La batalla se convirtió en un baile por la supervivencia.
Mientras se movía, notó un cambio en sí mismo. Sentía sutiles sensaciones que no había experimentado antes. Veía los ataques antes de que ocurrieran. Veía el golpe de la cola antes de que se produjese. Los músculos de los dragones parecían estar perfectamente definidos, así que podía prever el principio de los movimientos que le indicaban hacia dónde iba a dirigirse el dragón. Los dragones muertos ocupaban todo el suelo a su alrededor. Obi-Wan se abandonó totalmente al baile.
Después de muchos minutos interminables, el joven empezó a retroceder hacia el interior de la cueva. Tenía una idea. Si podía matar a los dragones justamente en la entrada de la cueva, los cuerpos bloquearían el hueco. Si bloqueaba las suficientes entradas, entonces tendrían una opción de sobrevivir.
Obi-Wan luchaba, retirándose hacia atrás. Había llegado justo a la entrada cuando oyó una risa que le resultaba familiar.
—¡Bien hecho, pequeño! —se rió alegremente Jemba.
El enorme hutt se deslizaba entre las sombras lejanas de la parte trasera de la cueva. Portaba un rifle láser de enorme tamaño.
Obi-Wan apenas tuvo tiempo de mirar al hutt, ya que tres dragones se habían unido en la entrada de la cueva.
—¡Ayúdame! —gritó Obi-Wan a Jemba mientras seguía luchando.
Sería muy fácil para el hutt disparar a los dragones. Podía ayudarle con su plan. Obi-Wan sabía que a Jemba no le importaba que él muriese, pero seguramente el hutt querría conservar su propia vida.
—Por supuesto —rió Jemba—. Te ayudaré. ¡A morir! Levantó su arma y apuntó.
***
Grelb estaba resguardado debajo de su roca. Los dragones caían a los pies de Obi-Wan Kenobi. El chico estaba delante de la entrada abierta de la cueva.
El hutt rió entre dientes, vio su oportunidad y apretó el gatillo de su arma.
Disparó; pero, para sorpresa de Grelb, el joven Obi-Wan debía haber oído el ruido y se movió hacia un lado. El disparo no le acertó.
Grelb gritó de rabia y se preparó para disparar de nuevo. Esta vez no fallaría. Pero, de repente, sintió un enorme mordisco en su cola.
Estaba demasiado concentrado en lo que estaba haciendo y se había olvidado de mirar a su alrededor. Un dragón le había encontrado.
Apenas tuvo tiempo de gritar antes de que el dragón lo cogiera con la boca, bajo la roca.
***
Obi-Wan estaba de pie, jadeando. Había sentido un movimiento en la Fuerza cuando un disparo láser había surgido de no se sabía dónde y había pasado silbando por encima de su cabeza. Pero posiblemente nadie se había sorprendido tanto como el hutt Jemba.
El enorme ser había recibido el impacto en su pecho. Por un momento, Jemba miró la herida con incredulidad.
—¡Bien, ja! —se rió horrorizado.
Sus ojos, sorprendidos, se posaron durante un instante en Obi-Wan. Los truenos retumbaban y los relámpagos relucían. Entonces, Jemba se derrumbó sobre el mohoso suelo y murió.
El chillido de un dragón devolvió a Obi-Wan a la realidad. El muchacho apenas tuvo tiempo de introducir su sable láser en la enorme boca que le atacaba, para luego saltar hacia atrás.
—Yo diría que esta vez ha estado demasiado cerca —destacó Qui-Gon, que estaba detrás de él. El Maestro Jedi tenía encendido su sable, que destelleaba en color verde.
—Pensé que necesitarías ayuda.
Juntos, Obi-Wan y Qui-Gon lucharon mano a mano. La Fuerza fluía entre ambos. Sin hablar, sabían adonde iba a moverse el otro y cuándo iba a golpear. Cuando Qui-Gon se adelantaba, Obi-Wan se retrasaba para ocupar los flancos. Cuando Obi-Wan se movía hacia la derecha, Qui-Gon se aseguraba de que tuviese cubierto su lado izquierdo.
Clat'Ha se unió a ellos con un arma en cada mano y otra de repuesto atada a la pierna. Qui-Gon y Clat'Ha habían administrado rápidamente los dactilos a los arconas, que habían revivido lo suficiente para ponerse en pie y luchar. Si Treemba y un grupo de arconas se las entendían con cualquier dragón que se atreviera a acercarse a la entrada de la cueva.
El plan de Obi-Wan había funcionado. Los cuerpos de los dragones habían bloqueado la entrada. Obi-Wan. Qui-Gon y Clat'Ha dejaron un pequeño escuadrón allí para vigilar el agujero y corrieron hacia el siguiente, donde la batalla empezaba otra vez.
Antes de su muerte, Jemba había ordenado a los whiphids y a los hutts de la Compañía Minera de Offworld que vigilaran la cueva donde se habían reunido todos. Les había ordenado que abrieran fuego desde las rocas que estaban fuera de la caverna. Era una estrategia equivocada. Cientos de mineros habían muerto. Finalmente, Obi-Wan y Qui-Gon les convencieron para que lucharan desde la entrada de la cueva y usaran los cuerpos de los dragones como escudos.
Los mineros de Offworld y los Jedi trabajaban juntos para resguardar las entradas, pero los dragones cavaban nuevos agujeros a través de la roca y aparecían delante o detrás de los mineros. Era entonces cuando los arconas eran útiles. Cuando llegó la noche, los whiphids y los hutts se habían dado cuenta de que los arconas no eran unos cobardes. Eran criaturas que habían nacido en las rocas y estaban preparadas para la oscuridad, y cuando tenían que luchar en su medio, demostraban ser fieros y peligrosos.
Ningún dragón que hubiera hecho un túnel a través del techo de la cueva cogía a un arcona por sorpresa. De hecho, los arconas eran tan válidos para la lucha que, al final, los hutts y los whiphids marcharon a la retaguardia y los dejaron combatiendo.
Casi al anochecer, Obi-Wan y Qui-Gon todavía seguían luchando en las últimas entradas de la caverna. Salía humo de las bocas de los dragones cuando dejaban escapar sus agudos chillidos a través del aire del anochecer. Pero los gritos ya no eran de guerra, sino señales. De repente, los que estaban a la izquierda de la bandada rugieron y giraron en el aire. Los dragones dieron dos vueltas a la isla y después se alejaron derrotados.
Obi-Wan oyó un bramido de alegría entre los hutts y los whiphids y pensó que era un simple griterío de alivio. Pero cuando un enorme hutt salió de la cueva y le dio una fuerte palmada de felicitación en la espalda, y cuando los hutts formaron un círculo y empezaron a aplaudir, Obi-Wan se dio cuenta de que no eran gritos de alivio. Sus más acérrimos enemigos vitoreaban a los Jedi.
Más tarde, cuando él y Qui-Gon fueron a la habitación de Jemba y devolvieron el resto de los dactilos a los arconas, nadie intentó detenerlos.
***
A causa de las órdenes de Jemba, más de trescientos mineros de Offworld habían muerto y ochenta y siete arconas habían perdido la vida. Las cuevas se llenaron con los lamentos de los arconas.
Obi-Wan tardó un poco en marcharse de la cueva. Miraba a su amigo, que lloraba con sus compañeros arconas. En ese momento. Si Treemba debía estar con su gente. Obi-Wan le puso una mano en el hombro y presionó ligeramente. Después se marchó.
La fuerza de trabajo minera había sido reducida a la mitad. Mientras los arconas se lamentaban, Clat’Ha hacía planes para su futuro. Fue a ver a uno de los capataces de Jemba, un hutt llamado Aggaba y le dijo:
—Aggaba, quiero contratarte a ti y a tu gente.
—¿A quiénes? —preguntó Aggaba suspicazmente.
—A todos vosotros —dijo—. Temporalmente, seguís al frente de estos hombres, hasta que lleguemos a Bandomeer. Allí compraré vuestros contratos.
—¿Y entonces, qué? —preguntó Aggaba.
Tenía una mirada astuta, como si se preguntase qué iba a sacar él de beneficio con todo aquello.
—Ofreceré a todos una invitación para trabajar en nuestra compañía minera —dijo Clat'Ha—. Compartiremos los beneficios, lo que supone para ti subir de escalafón. Piénsatelo. Cuando llegues a Bandomeer, tus jefes te degradarán y pondrán a alguien por encima de ti. Es tu oportunidad de escapar de la Compañía Minera de Offworld, y de conseguir un trabajo decente que te durará más tiempo y en el que cobrarás más dinero.
Aggaba lamió sus labios y miró alrededor como un jawa.
—Nuestros contratos no serán baratos —dijo—. Yo querría, digamos, dos mil por obrero.
—Cualquier dinero que yo te diera —contrarrestó Clat'Ha—volvería a tu cuartel general. Así que te voy a hacer una oferta mejor. Sólo por firmar conmigo te daré veinte por cada obrero y una bonificación personal de veinte mil para ti.
Los ojos de Aggaba se abrieron por la alegría. Pero Clat'Ha escondía la suya propia. Aggaba iba a aceptar el trato movido por la codicia, pero el resto de los trabajadores obtendrían su libertad.
Qui-Gon sabía cuándo tenía que admitir que se había equivocado. Había infravalorado a Obi-Wan Kenobi. Las reparaciones casi estaban terminadas. Podrían marcharse al amanecer. Qui-Gon salió de la nave para echar una última mirada al enorme océano. Necesitaba un momento para pensar en todo lo que había sucedido.
La superficie del mar golpeaba las rocas alrededor de él, mientras miraba las cinco lunas multicolores del planeta, que empezaban a caer mientras iba amaneciendo. Pensó en las palabras que Yoda le había dicho sólo tres días antes:
—Sólo por casualidad nuestras vidas no vivimos. Si elegir a un aprendiz no quieres, entonces, con el tiempo, puede que el destino elija.
Qui-Gon no estaba seguro de si había sido el destino el que había señalado a Obi-Wan para que fuese su padawan, o si simplemente los había embarcado juntos en una extraña aventura. Pensó que era una coincidencia que Obi-Wan Kenobi y él hubieran coincidido en su viaje a Bandomeer. Después de todo. Yoda había enviado al chico a Bandomeer, mientras que las órdenes de Qui-Gon venían del Senado Galáctico, ¡del propio Canciller Supremo en persona! Yoda y el Gran Consejero no podían haber planeado todo esto juntos.
Pero era lo que había.
Los dos iban de camino a Bandomeer, y Qui-Gon tenía un sentimiento extraño acerca de su misión.
Y había algo más. No era fácil para un Jedi ponerse en contacto con la mente de otro. Había algo íntimo, el típico entendimiento entre los amigos más cercanos. O entre un Caballero y su padawan.
Por primera vez en mucho tiempo, Qui-Gon no sabía qué hacer.
—Cuando el camino inseguro es, mejor esperar debemos —le había dicho Yoda muchas veces.
Haría caso de su consejo, incluso aunque sospechaba que Yoda hubiese querido que él tomase la decisión contraria. No le pediría a Obi-Wan que fuese su padawan. Esperaría.
Y observaría. Tenían misiones distintas en Bandomeer, pero podía observar lo que hacía Obi-Wan. Una misión no era suficiente para probar al chico. Habría más oportunidades. Sólo entonces Qui-Gon podría saber si la resolución de Obi-Wan de ser un Jedi era verdadera. Bandomeer le pondría a prueba, ya que Obi-Wan no estaba contento con la misión que había recibido.
Qui-Gon sonrió. Tenía que admitir que el chico no era un granjero. Valía para otras cosas. Pero si su camino se iba a cruzar con el de Qui-Gon, eso todavía no lo sabía.
Hasta que no lo tuviera claro, no le elegiría. El chico tendría que ser fuerte para disipar la sombra del que había llegado antes. Y Xánatos proyectaba una larga y profunda sombra.
Qui-Gon se retiró de la costa rocosa y volvió a la nave. Sí, estaría pendiente de lo que hiciese el joven Obi-Wan.
Pero, por otro lado, tenía el presentimiento de que el destino no le daría otra oportunidad.
Qui-Gon anduvo por los corredores laberínticos de la nave hasta que llegó a la habitación de Obi-Wan. Llamó a la puerta.
—Pasa —dijo Obi-Wan.
El chico estaba sentado encima de la cama, con las piernas cruzadas, mirando hacia las escarpadas montañas.
—Estaré encantado de dejar este lugar —dijo Obi-Wan a modo de saludo—. He visto demasiada muerte aquí.
—Lo hiciste bien —dijo Qui-Gon—. Sentí cómo la Fuerza fluía en ti.