—¡Aubrey! ¡Eso es lo que yo llamo rapidez! ¡Bien, muy bien! No le esperaba hasta dentro de más de una hora. Venga conmigo.
Condujo a Jack a la gran cabina, indicó a Jack con la mano que se sentara en una silla con brazos, se sentó tras un gran escritorio lleno de papeles y dijo:
—En primer lugar, quiero decirle que el
Worcester
ha sido declarado inservible. Nunca debieron hacerle reparaciones, pues sólo sirvieron para malgastar el dinero del Gobierno. Los inspectores que han venido conmigo dicen que a menos que sea reconstruido, no podrá volver a estar en la línea de batalla, y que no vale la pena hacer la reconstrucción. Ya hemos gastado demasiado dinero en ese navío. He ordenado que lo transformen en una machina flotante, porque nos hace falta una.
Jack esperaba que esto sucedería, pero no le apenaba porque actualmente tenía el mando de la
Surprise
y habían prometido darle el mando de la
Blackwater
en el futuro y, además, porque sabía que el
Worcester
era uno de los pocos barcos por los que nunca llegaría a sentir afecto. Entonces, haciendo una inclinación de cabeza, dijo:
—Sí, señor.
El almirante le dirigió una mirada de aprobación y luego preguntó:
—¿Cómo van las reparaciones de la
Surprise
?
—Muy bien, señor. Fui a verla esta mañana y, salvo imprevistos, estará lista para zarpar dentro de trece días. Sin embargo, señor, a menos que me proporcionen gran cantidad de marineros, no tendré un grupo de hombres lo bastante grande para tripularla. Han esquilmado a la tripulación.
—¿Tiene un grupo lo bastante grande para tripular un barco de mediano tamaño?
—¡Oh, sí, señor! Lo bastante grande para tripular y manejar los cañones de una corbeta.
—Apuesto a que la mayoría de ellos son marineros de primera y a que ha procurado que se queden con usted todos los que le han acompañado en anteriores misiones —dijo el almirante, cogiendo la lista que Jack se había sacado del bolsillo—. Sí, hay muy pocos que no están clasificados como marineros de primera —dijo, sosteniendo la lista con el brazo extendido—. Esto es exactamente lo que necesito.
Buscó entre las carpetas que tenía encima del escritorio, cogió una y la abrió, y entonces, con su extraña sonrisa, dijo:
—Creo que podré ayudarle a conseguir un buen botín. Se lo merece por haber expulsado a los franceses de Marga.
Estuvo hojeando los papeles unos minutos, mientras Jack miraba por la ventana de popa el gran puerto iluminado por el sol, por donde el
Thunderer
, un navío de setenta y cuatro cañones, se deslizaba en dirección al cabo San Telmo con las gavias desplegadas, con el viento del oestenoroeste en popa y con la bandera roja ondeando en el palo mesana. Era el navío que llevaría al contraalmirante Harte a reunirse con la escuadra que hacía el eterno bloqueo al puerto francés de Tolón. Jack pensó: «¿Un botín? Me encantaría conseguir un botín, pero quedan muy pocos en el Mediterráneo. ¿Será una ironía lo que ha dicho?».
—Sí, expulsar a los franceses de Marga fue una gran hazaña —dijo el almirante—. Bien, acerque la silla y mire esto —dijo, cogiendo una carta marina de la carpeta, y luego, en un tono diferente, un tono entusiasta y apremiante que usaba espontáneamente siempre que hablaba de una misión naval que había que realizar—. ¿Ha navegado por el mar Rojo?
—Hasta Barim, señor.
—Bien. Aquí está Mubara. El gobernante de la isla, que posee varias galeras y uno o dos bergantines armados, es odiado por el sultán de Turquía y por los propietarios de la Compañía de Indias, y todos piensan que puede ser depuesto fácilmente si un pequeño grupo de soldados ataca la isla inesperadamente. La Compañía participará en la operación aportando una corbeta de dieciocho cañones con aparejo de navío, y los turcos, enviando allí a un adecuado número de soldados y al nuevo gobernante. La corbeta se encuentra en el puerto de Suez y está tripulada por marineros de las Indias Orientales, que la hacen parecer un mercante, y los turcos ya han preparado a sus soldados. Al principio pensaron ordenar a lord Lowestoffe que fuera hasta allí con una brigada de marineros, avanzara por tierra hasta el lugar apropiado y llevara a cabo la operación el mes próximo, pero lord Lowestoffe está enfermo. Además, la situación ha cambiado, pues los franceses quieren tener una base naval donde puedan pertrecharse todas las fragatas que han enviado y piensan enviar al océano índico, y aunque Mubara está muy al norte, es mejor tener una base allí que no tener ninguna. El gobernante de la isla, que se llama Tallal, siempre ha sido amigo de los franceses, y ellos le han ofrecido cañones, la ayuda de varios ingenieros para fortificar el puerto y chucherías; sin embargo, él no quiere chucherías sino dinero, mucho dinero. Les pide más dinero cada vez que habla con ellos. Como le he dicho, les pide más dinero cada vez que habla con ellos.
—Por favor, señor, ¿puede decirme por qué?
—Porque Mehemet Alí se propone conquistar todos los estados de Arabia hasta el golfo Pérsico y dejar de rendir vasallaje y luego unirse a los franceses para expulsarnos de la India. Mubara es muy importante para él porque aún no tiene una escuadra en el mar Rojo, y para los franceses porque desde allí pueden vigilar a su aliado. Por otra parte, Tallal tiene buenas relaciones con todos los estados de la costa, y los franceses le ofrecieron dinero para que consiguiera que se pasaran a su bando también. Han llegado a un acuerdo por fin, y Tallal ha enviado una de sus galeras a Kassawa para recoger a los franceses y el tesoro prometido. No sé cuánto dinero le darán. Unos dicen que cinco mil bolsas, y otros, que la mitad de esa cantidad, pero todos coinciden en que contienen las monedas de plata que Decaen sacó de la isla Mauricio en un bergantín cargado hasta los topes justo antes que fuera conquistada… Pero usted sabe todo esto, naturalmente.
Naturalmente que sí, pues había sido Jack, al frente de una pequeña escuadra, quien había conquistado la isla Mauricio, aunque no había participado en las últimas fases de la operación, cuando el almirante asumía el mando y se cumplían las formalidades.
—Sí, señor —dijo—. Oí hablar del maldito bergantín e incluso llegué a verlo al norte, pero no pude perseguirlo porque se encontraba a gran distancia de la escuadra, y lo lamenté mucho.
—No me cabe duda. Pues bien, eso ocurrió al principio del ramadán, y cuando termine, la galera regresará. ¿Quiere que le diga qué es el ramadán, Aubrey?
—Sí, por favor, señor.
—Es parecido a la cuaresma, pero más riguroso. Dura desde una luna nueva hasta la siguiente, y durante ese tiempo está prohibido comer, beber y tener relaciones con mujeres del amanecer al ocaso. Algunos dicen que a los viajeros se les dispensa de someterse a esa prohibición, pero esos hombres, los mubaritas, son beatos y dicen que eso es una tontería y que quien no ayune, se condenará. Es improbable que los remeros de una galera puedan remar a lo largo de cientos y cientos de millas por el mar Rojo bajo un sol abrasador sin beber una sola gota de agua ni comer nada, sobre todo en esta época del año, en que sopla el viento del norte, y tendrían que remar durante todo el trayecto porque las galeras no navegan bien de bolina. Por esa razón se quedarán en Kussawa hasta que termine el ramadán. A mí no me gustan las galeras porque son tan frágiles que no pueden soportar un temporal y tan inestables que no pueden llevar desplegadas muchas velas si no tienen el viento justamente en popa. Además, son peligrosas, pues si se acercan a un barco cuando hay calma chicha, sus tripulantes, generalmente varios cientos de hombres, pueden dispararle continuamente durante cierto tiempo y luego abordarlo por los dos costados. No me gustan las galeras, pero todos los oficiales que conocen esa zona y otras personas que nos proporcionan información dicen que cruzan esas aguas con la misma regularidad que el correo y que suelen navegar durante doce horas y permanecen inmóviles y con las velas recogidas toda la noche. Así que por lo menos sabemos dónde encontrarlas. Si un barco va a Mubara por el canal que está al sur de la isla, manteniéndose a considerable distancia de estos bancos de arena y estos islotes que hay aquí, ¿los ve?, sería raro que no pudiera interceptar la galera cargada con las monedas aproximadamente quince días después de la luna nueva. Luego el barco llevaría a los turcos a Mubara para que depusieran a su gobernante, lo cual no es asunto nuestro.
—En esta operación es necesario actuar coordinadamente y con rapidez, señor —dijo Jack tras la pausa expectante que había hecho el almirante.
—Sin duda, la rapidez es fundamental en un ataque —dijo el almirante—. Pero esta operación también requiere que esté al mando de ella un hombre decidido y acostumbrado a tratar con turcos y, además, con albaneses, pues Mehemet Alí es albanés, ¿sabe?, y muchos de sus hombres y sus aliados también lo son. Por eso pensé en usted. ¿Qué le parece?
—Acepto con mucho gusto, señor, y le agradezco que tenga tan buena opinión de mí.
—Eso esperaba. Sin duda, es usted la persona más adecuada, pues tiene una excelente relación con el Sultán, y, gracias al
chelengk
, tendrá una gran autoridad en esa región. Entonces embarcará con sus hombres en el transporte
Dromedary
y zarpará esta tarde con rumbo al extremo oriental del delta del Nilo, luego desembarcará en un pueblo apartado llamado Tina, en la boca del río donde está Pelusio, para no molestar a los egipcios, que no nos tienen simpatía desde que ocurrió aquel lamentable suceso en Alejandría en 1807, y después irá con algunos de sus hombres hasta Suez por tierra, escoltado por los turcos. Quisiera mandar con usted a mi consejero para asuntos orientales, el señor Pocock, pero no puedo. No obstante, le acompañará un intérprete, un excelente intérprete armenio recomendado por el señor Wray. Se llama Hairabedian y es un hombre docto. Después de la comida, el señor Pocock le informará sobre la situación política de la zona. ¿Le gustaría que el doctor Maturin asistiera también?
—Sí, señor.
El almirante miró a Jack unos momentos y luego dijo:
—Me sugirieron que insistiera en que llevara usted a otro cirujano para que Maturin se quedara aquí y fuera nuestro consejero en diversos asuntos, pero después de pensarlo bien, decidí no hacer caso de esa sugerencia. En una operación de esta clase, es conveniente disponer de toda la información posible sobre asuntos políticos, y aunque la buena opinión que tiene el señor Wray de Hairabedian es justificada, no hay que olvidar que, después de todo, el pobre hombre es un extranjero. No le voy a cansar con los detalles del plan que tiene que ejecutar. Los encontrará junto con una serie de recomendaciones y las órdenes que se pondrán por escrito mientras comemos. Como no recibimos la noticia hasta esta mañana, no se pudieron redactar antes. Desearía que ya fuera la hora de comer, pues no he desayunado. Si no fuera porque vendrán algunos invitados, mandaría poner la mesa ahora mismo. Pero al menos podemos beber algo. Por favor, toque la campanilla.
Jack estaba un poco cansado por causa de la locuacidad del almirante, el entusiasmo con que hablaba y los paréntesis que hacía, que no siempre eran aclaratorios, y tenía muchas ganas de tomarse una copa de ginebra de Plymouth. Mientras se la tomaba y el almirante se bebía una jarra de cerveza, trataba de serenarse para valorar objetivamente el plan que le brindaba la oportunidad de obtener un botín. Su emoción, que hacía latir aceleradamente su corazón, y su vehemente deseo de que el plan tuviera éxito, no le impedían darse cuenta de que su resultado dependía del viento, pues no podría llevarse a cabo si el viento se encalmaba o era desfavorable algunos días cuando el barco se encontraba en algún punto de la ruta de cientos de millas que debía recorrer por el Mediterráneo y el mar Rojo. Además, debía tomar en consideración que tendría que tratar con turcos y navegar en un barco desconocido. El plan parecía quimérico, pero no era irrealizable, a pesar de que era preciso que todas las etapas salieran bien. Pero una cosa era indudable: no había que perder ni un minuto.
—Con su permiso, señor —dijo, dejando a un lado la copa—, escribiré una nota al primer oficial para que ordene a los hombres que se preparen para zarpar enseguida. Ahora están haciendo prácticas de tiro con las armas ligeras cerca de Sliema.
—¿Todos?
—Todos, incluso el cocinero y los dos únicos guardiamarinas que están bajo mi mando, señor. Estoy muy orgulloso de que mis hombres disparen los mosquetes con mayor precisión que todos los que se encuentran en esta base. Compitieron con éxito con los del 63 Regimiento, y creo que podrían competir satisfactoriamente con los de cualquier navío de línea. Todos están allí.
—Bueno —dijo el almirante—, al menos no tendrá que registrar las prisiones civiles y militares ni los burdeles ni las tabernas de esta condenada ciudad donde abunda la inmoralidad, como en Sodoma y Gomorra. Pero espero que no les haya cambiado tanto que sean como los soldados. No hay nada que me guste menos que ver a un tipo tieso como un huso con una chaqueta roja, polainas blancas como la cal y el pelo empolvado disparando un arma como si fuera una maldita máquina —dijo con malhumor por el hambre que tenía y luego miró el reloj y pidió a Jack que volviera a tocar la campanilla.
El almirante era más amable cuando tenía el estómago lleno que cuando estaba en ayunas. Había invitado a comer a varias personas más: su secretario, un monseñor, un par inglés que estaba de paso en la isla, tres militares y tres marinos, uno de los cuales era el guardiamarina que había ido a buscar a Jack, un guadiamarina voluntario que se llamaba George Harvey y era sobrino nieto del almirante. Sir Francis era un buen anfitrión, pues ofrecía a sus invitados excelente comida y mucho vino, y, tanto si había paz como si había guerra, nunca aburría ni desconcertaba a quienes no eran marinos contándoles lo que había ocurrido a tal o cual barco. En realidad, la comida no se parecía a las que se daban en los barcos más que por la austeridad del entorno, el movimiento de la cubierta, la especial forma de brindar por el Rey y un pequeño detalle en la manera de servirla.
Jack notó que el almirante sentía un gran afecto por su sobrino nieto y que deseaba que siguiera el mejor camino, sobre todo en la Armada. Le parecía bien que el almirante guiara al guardiamarina por el buen camino, y él mismo trataba de guiar a otros cuando tenía tiempo, pero pensaba que exageraba un poco, tal vez porque no tenía hijos, y se molestó cuando se dio cuenta de que le había puesto a él de ejemplo. No le molestó que el almirante dijera que los jóvenes tenían la mala costumbre de inclinar ligeramente la cabeza hacia abajo en vez de agacharla cuando bebían junto con otro hombre, y tampoco le molestó que poco después dirigiera a George una mirada llena de rabia, una mirada que habría traspasado un tablón de nueve pulgadas de grosor, cuando el joven levantó su copa y, rojo de vergüenza, le dijo: «Concédame el honor de beber una copa de vino con usted, señor», y agachó la cabeza hasta que su nariz rozó el mantel. Sin embargo, le disgustó mucho que le tomara como ejemplo de dinamismo, y mucho más que dijera que algunos oficiales ponían en sus tarjetas de visita las siglas de «Armada real» en vez del nombre completo de la institución, lo que le parecía una impertinencia, y que el capitán Aubrey, en cambio, no ponía las siglas sino el nombre completo en su tarjeta de visita y al final de las cartas oficiales. Sir Francis también dijo que el capitán Aubrey usaba el sombrero correctamente, de modo que le quedaba un pico a cada lado de la cabeza en vez de uno delante y otro detrás. Había hecho estos comentarios de pasada durante la conversación, en la que participaban el par inglés y el prelado sin sentirse cohibidos por la diferencia de rango, pues el primero era muy rico y el segundo gozaba del favor del rey de las Dos Sicilias, pero no habían pasado inadvertidos para los oficiales sentados a ambos lados de Jack, dos capitanes de navío de la misma antigüedad que él, a quienes les habían hecho mucha gracia.