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Authors: Lewis Perdue

Tags: #Intriga, #Terror, #Ciencia Ficción

El ojo de fuego (24 page)

—¡Ya vienen! —gritó Durant—. Lee mientras puedas —permanecía de pie, con la mano en la puerta y esperaba a que Lara le siguiese y entrase.

Mientras ella caminaba hacia la minivan, Durant abrió la puerta del acompañante y movió la mano, impaciente.

—¡Vamos, date prisa!

Subió al vehículo entre un revoltijo de asientos de niños, juguetes, migas de galletas y barritas a medio comer, los inevitables restos que dejaba la infancia. Lara se quedó helada cuando vio las carpetas de fuelle oficiales forradas de piel con las brillantes letras naranja fluorescentes que ordenaban: «seguridad 4-0, no sacar del depósito de documentos». Lara sabía que existía un depósito en los sótanos de la Casa Blanca. Había estado allí, acompañada, según las normas, por un guardia armado que se aseguró que no sacaba de allí ningún documento, lo alteraba o copiaba.

Los expedientes de la minivan de Durant estaban salpicados de sangre fresca.

—Qué diablos has…

—¡No! —la interrumpió—. ¡No hables! ¡No hay tiempo, no hay tiempo!

Agarró una de las carpetas de los expedientes salpicados de sangre que estaba sobre el asiento, sacó de ella un fajo de documentos y se los entregó a Lara.

Por el rabillo del ojo, Lara vio que Durant se cubría el rostro con ambas manos y se lo frotaba mientras trataba con todas sus fuerzas de recomponerse.

—Adelante. Léelo. Estoy histérico, pero no estoy jodidamente loco —pidió.

Entonces, Lara leyó los documentos bajo el débil resplandor amarillento de la luz del techo de la minivan, sus entrañas se enredaron en la más profunda oscuridad que nunca hubiera experimentado.

—¡Santo Cristo! —dijo Lara en voz baja mientras miraba a su ex compañero—. Dime que no es verdad.

La boca de Durant se movió en silencio, trataba de buscar las palabras y no las encontraba. En silencio le alargó otro expediente.

Capítulo 22

La lluvia golpeaba con más fuerza el techo de la minivan mientras Lara leía el segundo expediente. Nunca hubiese imaginado que pudiera sentir un vacío tan profundo, tan oscuro, tan desesperado.

Sin pronunciar palabra, Durant le alargó dos expedientes más.

—Es demasiado. No puede ser. Simplemente no puede ser. Este tipo de conspiraciones extrañas sólo ocurren en novelas baratas de intriga —dijo Lara.

—¿Cómo pudo hacer esto el presidente? ¿Cómo ha podido Kurata?

—Créelo. He dejado a un guardia en cuidados intensivos para conseguir esto —dijo Durant.

Su voz sonaba ahora más calmada, más serena.

—¿Cómo? —Lara buscó las palabras mientras intentaba comprender el horror que reflejaban las páginas.

—¿Por qué?

—Tu nombre empezó a sonar muchísimo estas pasadas veinticuatro horas. Además, no podía dejar de pensar que tal vez tuvieses razón y que todas esas muertes no fuesen coincidencias. Cuanto más preguntaba, más duro era el bloqueo al que me sometían. Teóricamente soy tu jefe, o al menos lo era, y tenía derecho a saberlo todo. Entonces escuché conversaciones en teoría secretas y presté mucha más atención a lo que se decía. Y cuando oí que esos expedientes iban a ser sacados del depósito para ser destruidos, me las arreglé para echarles un vistazo antes de que se los llevasen —dijo.

—¿Y tú…?

—Los he requisado.

—¿No hay ninguna duda de que son auténticos? —preguntó Lara.

—Ninguna duda.

Apoyó el rostro entre sus manos durante un rato, luego alzó la vista de nuevo y miró a Durant.

—Me han utilizado —dijo con amargura—. Esos jodidos ladrones, los muy cabrones, me mintieron y robaron mi compañía para poder matar gente.

—Ahora están destruyendo todos tus archivos —dijo Durant.

Lara Blackwood se dejó caer en el asiento de la minivan y se dejó aplastar por la enormidad de lo que ella había hecho. Era la más horrible de las pesadillas que hubiese podido imaginar en el rincón más oscuro y recóndito de su mente; demasiado difícil de soportar, y por más que lo intentaba no podía despertar de ella.

—Si miras atentamente, verás que cada uno de los expedientes lleva el código doble nueve para el control externo —continuó Durant.

Lara se inclinó hacia delante, abrió el expediente y acercó la cara al documento, intentando ver las palabras con la débil luz.

Al inclinarse hacia delante, Lara escuchó el inconfundible silbido de una bala que atravesaba el aire cerca de su oreja. Se giró con rapidez para prevenir a Durant, y vio cómo su rostro se convertía en una pulpa gris sangrienta. Dos balas más impactaron en el pecho de Durant, esparciendo carne, sangre y fluidos corporales por todo el interior de la furgoneta.

Balas explosivas. Lara saltó hacia atrás, para alejarse de la línea de fuego. Echada junto a la puerta trasera de la minivan, Lara limpió la sangre y los pedazos de cuerpo de Durant que le habían salpicado la cara. Intentó abrir el seguro, pero estaba cerrado. Apenas escuchó el sordo sonido del silenciador de un arma cuando tres balas más impactaron en el cuerpo ya sin vida de Durant, destrozando su carne como una trituradora. Los trozos se esparcieron y quedaron colgando de los lados y el techo de la minivan.

Lara se lanzó por la ventanilla trasera de la minivan y golpeó el suelo bajo una lluvia de partículas empañadas de cristal. La lluvia torrencial y el viento aporreaban los trozos de cristal, esparciéndolos de un modo salvaje.

¡Otro disparo! Más cristales cayeron sobre ella como una lluvia de granizo a su alrededor cuando el cristal trasero de la minivan voló por los aires. Laura rodó por el suelo hasta que pudo incorporarse entre dos coches. El cristal de la luz trasera de un coche estalló sólo a pocos centímetros de su cara. El calor de lo que reconoció como su propia sangre corría por su mejilla, y se mezcló con la fría lluvia.

Con la mano derecha sacó la.380 automática de debajo del impermeable. Olía a disolvente limpiador Hoppes número 9. ¡Otro disparo! Una lluvia de plomo recorrió el pavimento, arañándolo a pocos centímetros de sus pies. Intentaban disparar bajo los coches para herirla o forzarla a salir. Si se quedaba allí quieta, se enfrentaba a una muerte segura, en especial si continuaba vestida con el impermeable de color amarillo brillante.

Lara sacó las llaves de los bolsillos del impermeable y las metió como pudo en los de sus vaqueros. A continuación se quitó el impermeable, lo arrugó y reptó hacia la parte delantera del coche. Se detuvo cuando llegó a un ancho pasadizo entre las hileras que formaban los vehículos. Otro disparo resonó tras ella.

«¡Muévete!, ¡muévete!», se animaba Lara a sí misma.

Esperó a que una fuerte racha de viento la ayudase a pasar desapercibida y nublase la visibilidad del atacante, y entonces se lanzó a toda velocidad por el pasadizo entre los coches. Lejos, tras ella, una bala se incrustó con un ruido sordo en un guardabarros.

Sin detenerse, Lara zigzagueó hasta el próximo pasillo y se deslizó tras una camioneta de reparto; corrió veloz dentro de la relativa seguridad de la oscuridad que le proporcionaba una farola de la calle rota. Se detuvo allí un momento en las sombras, respirando profundamente. Lo que más deseaba era poder llegar a su gran Chevy Suburban blindado, pero estaba aparcado en el perímetro de la zona de aparcamiento, demasiado lejos y dentro de la línea de fuego del arma. Habían bloqueado inteligentemente todas las salidas.

Lara miró a su alrededor, entrecerrando los ojos para poder ver algo entre la cortina de lluvia y elaboró un plan, basado en parte por lo que podía ver, y en parte por lo que podía recordar. Apartó las dudas de su mente: Podía funcionar…; Tenía que funcionar, porque era ágil y rápida y sería la carrera de su vida.

¡De pronto se produjo un movimiento! Se echó al suelo boca abajo, sobre el pavimento, y una bala chocó contra la puerta del Suburban. Lara se arrastró y dio vueltas sobre sí misma, arrastrándose de nuevo mientras las balas le seguían el rastro. Siguió el destello de la boca del cañón y vio que se movía una sombra entre la oscuridad. Hizo una pausa sólo un momento y rápidamente disparó tres veces hacia la sombra. El grito de un hombre resonó en la oscuridad. Disparó a la fuente del sonido y el grito calló abruptamente. Escuchó que un arma golpeaba el pavimento. Lara se puso en cuclillas y vio que la sombra formaba un bulto sobre el asfalto, inmóvil. Había más asesinos sueltos en la oscuridad, esperándola. La lluvia repiqueteaba sobre la parte superior de los vehículos a su alrededor y azotaba su cabeza mientras corría, siguiendo los movimientos que había repasado de memoria una vez más, luego con un solo y fluido impulso hizo un sprint hacia el puerto deportivo.

Las balas la acorralaron, haciendo añicos todos los cristales que se encontraban a su alrededor, mientras corría en zigzag hacia la puerta del puerto deportivo con las llaves en la mano. Las balas alcanzaban todos y cada uno de sus pasos mientras corría.

Cuando llegó a la puerta, se refugió detrás de un recipiente de hormigón para la basura, mientras buscaba la llave de la puerta. Las balas arrancaban grandes trozos de hormigón del recipiente.

El miedo acrecentó el frío que tenía y se le encogió el estómago al empezar a pensar que su plan no funcionaría, que el tiempo se despejaría con rapidez, antes de que ella pudiese actuar.

—Sólo puedes hacer lo que sabes hacer. Entonces hazlo —murmuró para sí.

En aquel momento, una sirena resonó por encima del repiqueteo de la lluvia. Instintivamente buscó entre la oscuridad, mirando hacia la dirección de donde provenía el sonido, mientras su tono se elevaba y descendía.

Las pistolas de sus asaltantes estaban equipadas con silenciadores, pero la suya no. Sumter o alguien debía de haber escuchado sus disparos y llamado al 911.

Capítulo 23

Parpadeando para librarse de la hiriente lluvia, con la piel empapada y entumecida por la tormenta, Lara sujetó con fuerza la llave y miró hacia la puerta de entrada, la oficina del capitán del puerto y, tras ella, la serie de edificios y toldos que cubrían la orilla y dominaban los muelles. Estaban el restaurante Rusty Pelican, al lado de un local de compraventa de embarcaciones, una compañía de reparaciones, y dos almacenes de suministros que se hacían la competencia en vender caros accesorios de latón y acero.

Intentó vislumbrar algo a través de la cortina de lluvia que fluía y refluía, nublando por completo su visión un momento y ofreciéndole una clara perspectiva al momento siguiente. Esperó la próxima arremetida, luego se movió, rezando para que la llave encajase en la puerta. La deslizó dentro de la cerradura sin problemas, en el primer intento. Dio la vuelta a la llave y abrió la puerta.

La fuerza de la lluvia disminuyó cuando atravesó la puerta corriendo a toda velocidad. Esperaba sentir un balazo en cualquier momento, pero continuó corriendo deprisa, dándose impulso al bajar por la rampa del muelle y adentrarse en las sombras hacia el
Tagcat Too
. Instantes después, las balas impactaron contra las cubiertas de fibra de vidrio de los botes amarrados a cada lado, rodeándola, y que la apuntaban directamente. Se agachó detrás de una caja porque una ráfaga acribilló el muelle por la parte que quería atravesar. Las sirenas se acercaban cada vez más. Pero el bombardeo de sus asaltantes continuaba. Estaría muerta antes de que llegasen. Pensó un momento en Durant, los expedientes y la horrible verdad que le aguardaba si lograba sobrevivir a aquella noche.

El viento y la lluvia, de nuevo, formaban una cortina sobre la noche y aprovechó para correr como alma que lleva el diablo a través de la impenetrable oscuridad, en línea recta hacia el
Tagcat Too
.

Sin dudarlo ni un instante, desató las amarras de las cornamusas de la embarcación. El viento empezó inmediatamente a alejar el barco del muelle. Saltó con agilidad a bordo mientras las balas la buscaban entre la noche. Desconectó la conexión eléctrica con la costa y el cable de la línea telefónica terrestre, luego saltó por la escalera de cámara. Las balas rebotaron en la escotilla de acero mientras la cerraba. Bajo cubierta puso en marcha el par de motores diesel, a toda máquina. Utilizó el radar y las imágenes de las cámaras web y las cámaras de visión nocturna para guiarse, y el timón de bajo cubierta para el mal tiempo para alejar al
Tagcat Too
del muelle y adentrarse en la noche.

—¡Dios mío! —exclamó en voz baja, mientras empezaba a temblar tanto por el terror que sentía, como por las ropas empapadas por la tormenta—. Gracias, Dios mío —murmuró.

El
Tagcat Too
giraba bruscamente y se balanceaba bajo las salvajes ráfagas de viento. Tuvo que concentrarse al máximo para mantener el gran queche por el estrecho canal que la llevaba al Potomac. Un movimiento en falso y la alada quilla en forma de torpedo, rellena de uranio empobrecido ultra denso, se engancharía en alguna marisma o, lo que sería aún peor, chocaría con los pilares de hormigón que se extendían por el canal. Entonces se encontraría a merced de la tormenta, que podría machacar el casco de acero de la embarcación y reducirlo a chatarra. Tanto ella como los arquitectos navales que diseñaron el
Tagcat Too
se habían asegurado que la embarcación sería capaz de soportar el peor tiempo del mundo, y el oleaje del sector austral del océano Atlántico. Pero eso era válido en mar abierto, donde sólo había agua y nada más que agua contra la que chocar. El canal era estrecho, y las poderosas ráfagas de viento podían inclinarlo o balancearlo justo en el momento equivocado y hacer que chocara directamente contra los pilares de hormigón que destrozarían incluso el fuerte casco de acero del
Tagcat Too
. La total concentración borró el frío, calmó los escalofríos, y dejó su mente en blanco, ausente de emociones o temor. Se convirtió en acción; ella era la acción. Había sólo acción, y eso la liberó.

En la pantalla de visión nocturna, colocada en gran angular, sintió, más que vio, que se aproximaban los pilares de hormigón, que se alzaron como unas columnas de Hércules particulares. Sus manos tenían vida propia, acariciaban el mando del timón, manipulaban el propulsor de proa. Después, de pronto, el último de los pilares quedó atrás, en la oscuridad. Viró a babor y trazó un rumbo directo hacia el centro del Potomac. Sólo entonces inspiró profundamente y conectó la radio para escuchar la previsión del tiempo. Lo que escuchó la aterró y la llenó de júbilo al mismo tiempo.

«El Servicio nacional de meteorología ha emitido una alerta de huracán para las zonas costeras de Carolina del Norte, Virginia, Maryland, Delaware y New Jersey, con ráfagas de viento de más de cien millas por hora y gran oleaje en las zonas inferiores a los seis metros. Las evacuaciones han empezado».

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