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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantasia

Con la Hierba de Almohada (12 page)

BOOK: Con la Hierba de Almohada
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—De todas formas, ésa es mi intención.

—Tendrás que luchar por ello -replicó él con desprecio.

—Entonces, lucharé.

En aquel momento, sentada en la sala casi a oscuras, con el jardín anegado de agua a sus espaldas, la muchacha tuvo la sensación de que todo era irreal.

—Nos quedan pocos hombres -reconoció él con amargura-. ¿Te ayudarán los Otori? Supongo que tendrás que casarte otra vez. ¿Te han hablado ellos de alguien?

—Es demasiado pronto para pensar en eso -sentenció la joven-. Todavía estoy en periodo de duelo -Kaede respiró tan profundamente que pensó que su padre tenía que haber oído su inhalación, y confesó-: Creo que estoy embarazada.

Los ojos de su padre se clavaron de nuevo en ella y la escrutaron en la penumbra.

—Entonces, ¿Shigeru te dejó encinta?

Kaede asintió con una reverencia, pues no se atrevía a hablar.

—¡Vaya, vaya! -exclamó él de repente, con inapropiada jovialidad-. ¡Esto hay que celebrarlo! Puede que haya muerto otro hombre, pero ha dejado su semilla. ¡Esto sí que es un éxito! -habían estado hablando en voz baja, pero entonces él gritó con sorprendente fuerza-: ¡Ayame!

Kaede dio un respingo sin querer, al darse cuenta de que la mente de su padre se deslizaba entre la lucidez y la oscuridad. Estaba asustada, pero hizo un esfuerzo por dejar a un lado el miedo. Mientras que él la creyese, sería capaz de enfrentarse a cualquier circunstancia que pudiera presentarse.

Ayame, la doncella, entró en la sala y se arrodilló frente a Kaede.

—Señora, bienvenida a casa. Perdónanos por este recibimiento tan triste.

La joven se puso en pie, tomó las manos de la criada y la hizo levantarse. Se abrazaron. La sólida e indomable figura que Kaede recordaba se había encogido hasta convertirse en la de una mujer casi anciana. Sin embargo, la muchacha creyó reconocer su aroma, que le trajo repentinos recuerdos de su niñez.

—Ve a buscar vino -ordenó su padre-. Quiero brindar por mi nieto.

Kaede sintió un escalofrío de miedo, y tuvo la sensación de que al dar una identidad falsa a la criatura que esperaba había provocado que la vida de ésta fuera también inexistente.

—Todavía es muy pronto -dijo entonces, con un hilo de voz-. Aún no debemos festejarlo.

—¡Kaede! -exclamó Ayame, dirigiéndose a ella como si todavía fuera una niña-. No digas esas cosas, no tientes a la suerte.

—¡Trae vino! -repitió su padre en voz alta-. Y cierra las contraventanas. ¿Qué hacemos sentados aquí, pasando frío?

Mientras Ayame se acercaba a la veranda pudieron oírse pisadas y, a continuación, la voz de Kondo:

—¡Señora Otori!

Shizuka se acercó al umbral de la puerta y empezó a hablar con él.

—Dile que venga -pidió Kaede.

Kondo subió hasta el suelo de madera de la veranda y se arrodilló a la entrada de la sala. Kaede percibió la rápida mirada con la que éste examinó la estancia. En un segundo, estaba asimilando la distribución de la casa y juzgando a sus moradores. A continuación, optó por dirigirse a Kaede, y no a su padre:

—He conseguido algo de comida en la aldea. También he escogido a los hombres que me pedisteis. Un joven llamado Amano Tenzo se ha hecho cargo de los caballos. Ahora me encargaré de que todos coman algo y dispondré los turnos de guardia para esta noche.

—Gracias. Hablaremos por la mañana.

Kondo hizo otra reverencia y abandonó la estancia en silencio.

—¿Quién es ese tipo? -preguntó el padre de Kaede-. ¿Por qué no se dirigió a mí para pedir mi opinión o mi permiso?

—Trabaja para m-espondió ella.

—Si es uno de los hombres de Arai, no consentiré que permanezca en esta casa.

—Como he dicho, trabaja para mí -la paciencia de la joven se iba agotando por momentos-. En la actualidad mantenemos una alianza con el señor Arai. Él controla la mayor parte de los Tres Países y es nuestro señor supremo. Tienes que aceptarlo, padre: Iida ha muerto, y ahora todo ha cambiado.

—¿Y eso significa que las hijas pueden hablar a sus padres de esa manera?

—Ayame -dijo Kaede-, lleva a mi padre a su habitación. Cenará allí esta noche.

Éste empezó a protestar. Por primera vez en su vida, su hija elevaba la voz por encima de la suya.

—Padre, estoy cansada. Mañana hablaremos.

Ayame miró a Kaede con asombro, pero ésta decidió no prestarle atención.

—Haz lo que te he dicho -ordenó con frialdad, y al instante la mujer obedeció.

—Señora, tienes que alimentarte -intervino Shizuka-. Siéntate, te traeré algo.

—Asegúrate de que todos coman -le pidió Kaede-, y cierra las contraventanas.

Poco después, Kaede yacía escuchando el sonido de la lluvia. Su familia y sus hombres estaban bajo techo, más o menos alimentados, y fuera de peligro -si es que Kondo era de fiar-. Repasó mentalmente los sucesos del día y los problemas a los que habría de enfrentarse: su padre, Hana, el estado de abandono de las tierras de Shirakawa, el disputado dominio de Maruyama... ¿Cómo lograría reclamar y mantener lo que le pertenecía?

"¡Ojalá fuera un hombre!", se lamentó. "Qué fácil sería todo... Si fuera el varón heredero de mi padre, ¿qué no haría él por mí?".

Kaede era consciente de que poseía la bravura propia de los hombres. Cuando vivía como rehén en el castillo de los Noguchi, había acabado con el guardia sin pensarlo; pero en el caso de Iida, lo había hecho deliberadamente. Y volvería a matar otra vez antes que permitir que hombre alguno la aplastara. Su pensamiento volvió a la señora Maruyama. "¡Ojalá os hubiera conocido mejor!", pensó. "¡Ojalá hubiera podido aprender más de vos. Lamento el dolor que os causé. Si hubiéramos podido hablar libremente...". Por un momento, a la joven le pareció ver el hermoso rostro de la señora Maruyama y escuchar su voz otra vez: "Te confío mis tierras y mi gente. Cuídalos bien".

"Lo haré", prometió Kaede. "Aprenderé a hacerlo". La deficiente formación que había recibido la deprimía, pero eso podía remediarse. La muchacha tomó la determinación de que aprendería a administrar las tierras, a tratar con los granjeros, a entrenar a los hombres, a librar batallas... todo aquello para lo que un hijo varón habría sido adiestrado desde la infancia. "Mi padre tendrá que enseñarme. Le servirá para pensar en otra cosa que no sea él mismo".

Kaede sintió un estremecimiento, tal vez de miedo o de vergüenza. ¿En qué se estaba convirtiendo? ¿Era normal su actitud? ¿Había sufrido un encantamiento o una maldición? Estaba convencida de que jamás mujer alguna había tenido los pensamientos que ella misma tenía en ese momento. Con la excepción de la señora Maruyama. Con el consuelo de la promesa que le había hecho a ésta, por fin se quedó dormida.

* * *

A la mañana siguiente Kaede despidió a los hombres de Arai, apremiándolos para que partieran lo antes posible. Éstos aceptaron de buen grado la decisión, pues deseaban regresar a las campañas que se estaban desarrollando en el este antes de que llegase el invierno. Pero Kaede también deseaba librarse de ellos, pues temía que no podría darles de comer ni una sola noche más. A continuación, dio órdenes a las criadas para que empezasen a limpiar la casa y dispuso que se reparasen los daños del jardín. Con expresión de vergüenza, Ayame confesó a Kaede que no tenían con qué pagar a los trabajadores; la mayoría de los objetos de valor de Shirakawa y la totalidad del dinero habían desaparecido.

—Entonces, nosotros mismos tendremos que arreglárnoslas como podamos -replicó la joven.

Una vez iniciados los trabajos, Kaede se dirigió a los establos en compañía de Kondo.

Un hombre la saludó con gran deferencia y no menos satisfacción. Era Amano Tenzo, el joven que había acompañado a su padre hasta el castillo de los Noguchi, y a quien Kaede conocía desde que ambos eran niños. Ahora él rondaba los 20 años.

—Éste es un caballo admirable -comentó, mientras ensillaba a
Raku-.
He oído hablar de los caballos de los Otori; son famosos por su resistencia y su sensatez. Dicen que sueltan a las yeguas en las riberas y que los potros son engendrados por el espíritu del río. Con tu permiso, llevaremos a nuestras jacas hasta allí y, de ese modo, el próximo año tendremos potrillos fecundados por las aguas.

A Kaede le agradó que Amano se dirigiera a ella sin rodeos y le hiciera tales comentarios. La zona que ocupaban los establos se encontraba en mejores condiciones que la mayor parte de los terrenos; estaba limpia y bien conservada, aunque, aparte de
Raku
y del semental color castaño de Amano, sólo había otros tres caballos de combate, todos viejos y uno de ellos cojo. En los aleros se veían clavados varios cráneos de equinos, y el viento gemía entre las vacías cuencas de los ojos. Kaede sabía que se habían colocado allí para proteger y calmar a los caballos de los cobertizos; pero por el momento, el número de animales muertos superaba al de los vivos.

—Sí, tenemos que conseguir más caballos -admitió la joven-. ¿Con cuántas yeguas contamos?

—Por ahora, sólo hay dos o tres.

—¿Podemos conseguir más antes del invierno?

Amano mostró una expresión taciturna.

—La guerra, el hambre... Éste ha sido un año desastroso para Shirakawa.

—Quiero que me enseñes todos los daños -le pidió Kaede-. Sal a cabalgar conmigo.

Raku
mantenía la cabeza erguida y las orejas hacia delante, en posición de alerta. Parecía estar observando y escuchando. Relinchó suavemente cuando Kaede se acercó, pero sin apartar la mirada del horizonte.

—Añora a alguien; supongo que a su dueño -intervino Amano-. No te preocupes, señora. Pronto se adaptará a nosotros y se repondrá de su nostalgia.

Kaede dio unas palmadas en el cuello gris perla del caballo. "Yo también le añoro", susurró ella en silencio. "¿Seremos capaces de reponernos algún día de la ausencia de Takeo?". Kaede tuvo entonces la impresión de que su vínculo con
Raku
se había fortalecido aún más.

* * *

Todas las mañanas Kaede salía a cabalgar junto a Kondo y Amano para explorar las tierras. Pasados unos días, un hombre entrado en años llegó a la puerta de la casa y las criadas le recibieron con lágrimas de júbilo. Era Shoji Kiyoshi, el lacayo principal del padre de Kaede; había sido herido en combate y se temía que hubiera muerto. Sus conocimientos sobre las tierras, las aldeas y los granjeros del dominio eran amplísimos. La joven enseguida se dio cuenta de que él podría informarle sobre numerosos asuntos que necesitaba conocer. En un primer momento, Shoji le siguió la corriente con humor, al encontrar extraño -e incluso algo grotesco- que una muchacha se interesara por tales cuestiones; pero la inteligencia y la memoria de Kaede le impresionaron, y empezó a discutir con ella acerca de los problemas cotidianos. A pesar de que Kaede era consciente de que Shoji desaprobaba su actitud, sabía que podía otorgarle toda su confianza.

El padre de Kaede apenas se tomaba interés por los asuntos referentes a la administración de las tierras, y ésta sospechaba que él se había comportado de forma descuidada, incluso injusta, aunque estas consideraciones le parecían un tanto desleales. Él pasaba los días en sus aposentos, dedicado a la lectura y la escritura. Kaede iba a verle todas las tardes y se sentaba a observarle pacientemente. Su padre dedicaba mucho tiempo a contemplar el jardín en silencio, mientras Ayame y las criadas trabajaban en él sin descanso. De cuando en cuando murmuraba para sí, lamentando su destino.

Kaede le pedía continuamente que la instruyera.

—Trátame como si fuera tu hijo varón -le suplicaba.

Pero él se negaba a tomar en serio sus ruegos.

—Toda esposa debe ser obediente y, a ser posible, bella. A los hombres les desagradan las mujeres que piensan como ellos.

—De ser así, los hombres tendrían a alguien con quien hablar -precisó Kaede.

—Los hombres no hablan con sus esposas; sólo conversan con otros hombres -rebatió su padre-. De todas formas, tú no tienes esposo. Más valdría que ocuparas tu tiempo en volver a casarte.

—No me casaré con nadie -sentenció ella-. Por eso debo instruirme, pues yo sola tendré que hacer todo aquello que habría hecho mi marido.

—Claro que te casarás -replicó él, tajante-. Ya concertaremos algo -agregó.

Para alivio de la joven, en este punto quedó zanjado el tema.

* * *

Kaede continuó con su costumbre de ir a sentarse junto a su padre cada día. Se arrodillaba a su lado mientras éste preparaba el bloque de tinta y los pinceles, y observaba cada trazo que realizaba. Ella sabía leer y escribir la fluida caligrafía que utilizaban las mujeres, pero su padre empleaba la escritura propia de los hombres, con caracteres tan robustos e impenetrables como las barras de una prisión.

Kaede le observaba con paciencia, hasta que un día su padre le entregó el pincel y le pidió que escribiera los caracteres de los hombres, de las mujeres y de los niños.

Debido a que la joven era zurda, tomó el pincel con la mano izquierda; pero, al ver que su padre fruncía el entrecejo, se lo pasó a la derecha, aunque ello implicaba un esfuerzo mayor. Entonces escribió sin miedo, imitando los movimientos del brazo de su padre, quien se quedó un buen rato contemplando el resultado.

—Escribes como un hombre -dijo por fin.

—Pues imagina que lo soy.

Kaede sintió los ojos de su padre clavados en ella y levantó la cabeza hasta encontrarse con su mirada. Él contemplaba a su hija como si no la conociera, como si ella le inquietara y le fascinara a la vez; como si se tratase de un animal exótico.

—Sería interesante -intervino él- comprobar si es posible instruir a una muchacha. Ya que no tengo un hijo varón ni nunca lo tendré...

El hombre interrumpió sus palabras y se quedó mirando fijamente al horizonte. Era la primera vez que aludía, aun de forma indirecta, a la muerte de su esposa.

Desde aquel momento, el padre de Kaede enseñó a su hija todo lo que ésta habría aprendido de haber nacido varón. Ayame mostraba su desaprobación, al igual que la mayoría de los hombres, sobre todo Shoji, pero Kaede no los prestaba atención alguna. Aprendía con suma rapidez, aunque muchos de los conocimientos que adquiría la sumían en la desesperación.

—Mi padre no deja de hablarme sobre las razones por las que los hombres gobiernan el mundo -se quejó a Sh¡zuka-. Todos los documentos y todas las leyes explican y justifican la superioridad masculina.

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