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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantasia

Con la Hierba de Almohada (4 page)

Kaede pensaba que, en días pasados, Arai sólo era uno más de ellos. ¿Cómo había logrado acumular un poder tan inmenso? ¿Qué cualidades tenía para que esos hombres adultos, dotados de gran fortaleza física, desearan seguirle y obedecerle? Kaede recordó de nuevo la sangre fría de Arai cuando, sin dudarlo, había cortado la garganta del guardia que la había asaltado en el castillo de los Noguchi. Él no dudaría en matar a cualquiera de esos hombres de la misma forma. No obstante, no era el miedo lo que les hacía obedecer a su señor. Tal vez fuera la confianza que les inspiraba la crueldad de éste, o quizá su voluntad de actuar de inmediato, sin pararse a pensar en la bondad o maldad de sus acciones. ¿Serían capaces aquellos hombres de confiar en una mujer de modo semejante? ¿Podría ella misma ponerse al mando de hombres como ellos? Los guerreros como Shoji, ¿la obedecerían?

La lluvia cesó y pudieron proseguir su camino. La tormenta había arrastrado las últimas nubes y los días eran despejados; el firmamento se mostraba como una inmensa capa azul que coronaba las cumbres de las montañas, donde los arces adquirían un tono rojizo cada vez más intenso. Por las noches refrescaba, y ya se anunciaban las heladas que no tardarían en llegar.

* * *

El viaje siguió su curso, y las jornadas resultaban largas y tediosas. Por fin, una mañana, Shizuka informó:

—Éste es el último puerto de montaña. Mañana llegaremos a Shirakawa.

Se encontraban descendiendo un sendero muy empinado. Las agujas de los pinos tapizaban la vereda de tal forma que no se oían los cascos de los caballos. Shizuka caminaba junto a
Raku
y Kaede cabalgaba a lomos de éste. Bajo los pinos y los cedros reinaba la oscuridad, pero un poco más adelante los rayos del sol atravesaban una plantación de bambú, arrojando una luz moteada y verdosa.

—¿Has viajado alguna vez por este camino? -preguntó Kaede.

—Muchas veces -respondió Shizuka-. La primera vez fue hace años. Me enviaron a Kumamoto a trabajar para la familia Arai cuando yo era más joven de lo que tú eres ahora. Por entonces todavía vivía el viejo señor, que era muy estricto con sus hijos. Sin embargo, el mayor de ellos, al que pusieron el nombre de Daiichi, se las ingeniaba para llevarse a la cama a las criadas. Yo logré resistirme durante un tiempo; pero, como sabes, esto no resulta fácil para las muchachas que habitan en los castillos de los nobles. Yo estaba decidida a que Arai Daiichi no se olvidara de mí tan rápidamente como borraba de su memoria a la mayoría de las sirvientas; además, yo había recibido instrucciones por parte de mi familia, los Muto.

—De modo que le estuviste espiando todo ese tiempo -murmuró Kaede.

—Ciertas personas estaban interesadas en saber dónde residía la lealtad de los Arai. Especialmente deseaban informarse sobre Daiichi, antes de que éste se uniese a los Noguchi.

—¿Cuando hablas de ciertas personas te refieres a I¡da?

—Desde luego. Todo formaba parte del acuerdo al que Iida llegó con el clan Seishuu tras la batalla de Yaegahara. Arai se resistía a servir a los Noguchi. Iida le desagradaba y consideraba que Noguchi era un traidor, pero se vio obligado a obedecer.

—¿Trabajabas tú para Iida?

—Ya sabes para quién trabajo -respondió Shizuka en voz baja-. Siempre, y en primer lugar, para la familia Muto y para la Tribu. En aquella época, Iida contrataba a muchos miembros de mi familia.

—Nunca lograré entenderlo -terció Kaede.

Las alianzas llevadas a cabo en el seno de la casta a la que pertenecía Kaede eran de por sí complejas: se sellaban nuevos acuerdos a través del matrimonio; las antiguas alianzas se mantenían con rehenes; las amistades se rompían por ofensas repentinas, a causa de desavenencias o en beneficio propio. No obstante, todo ello parecía de lo más simple en comparación con las intrigas propias de la Tribu. Kaede volvió a tener la desagradable impresión de que Shizuka sólo permanecía junto a ella por orden de los Muto.

—¿Me estás espiando?

Shizuka hizo un gesto con la mano para silenciar a Kaede. Algunos hombres cabalgaban delante de ellas; otros, a sus espaldas. Pensaba Kaede que todos se hallaban a la distancia suficiente como para no oír la conversación.

—Dime, ¿me espías?

Shizuka puso una mano sobre el lomo del caballo. Kaede fijó la mirada en la nuca de su acompañante; bajo el oscuro cabello de ésta se apreciaba la palidez de su cuello. Había girado la cabeza, por lo que la joven señora no podía ver su rostro. Shizuka mantenía el paso del caballo mientras éste bajaba la cuesta; el corcel balanceaba las patas para poder mantener el equilibrio. Kaede se inclinó hacia delante y susurró:

—Contéstame.

Entonces,
Raku
se asustó y bajó la cabeza bruscamente. Con el repentino movimiento, Kaede perdió el equilibrio.

"Voy a caerme", pensó, sorprendida, mientras se precipitaba hacia el suelo y acababa desplomándose junto a Shizuka.

El caballo saltó hacia un lado para intentar no pisotear a las mujeres. Kaede se dio cuenta de que algo inusual estaba ocurriendo; aquello no era tan sólo la caída desde un caballo.

—¡Shizuka! -gritó Kaede.

—No te levantes -replicó la muchacha, empujando a la joven señora contra el suelo, que forcejeaba para levantar la cabeza.

Delante de ellas, en el sendero, se encontraban dos hombres con aspecto de forajidos y con las espadas en alto. Kaede palpó su cuchillo. Le habría gustado disponer de una espada o de un palo, pero recordó su promesa. El incidente apenas duró unos segundos y, a continuación, pudo escuchar el golpe seco de la cuerda de un arco. Una flecha pasó junto a las orejas de
Raku,
lo que hizo que éste diera un respingo y se encabritara con renovada energía.

Se oyó un grito, y uno de los bandidos cayó fulminado a los pies de Kaede. La flecha le había alcanzado en el cuello y de la herida manaba un chorro de sangre.

El otro bandolero vaciló un instante, pero el caballo saltó hacia un lado y le derribó. Inútilmente, el hombre intentó blandir su espada ante Shizuka; pero, en ese momento, Brazo Largo se plantó de un salto sobre él y le sesgó el cuello con su sable.

Los hombres que habían cabalgado por delante de las mujeres giraron en redondo y regresaron junto a ellas; los que viajaban detrás, corrieron a su encuentro. Shizuka tomó al caballo por las riendas y trató de tranquilizarlo.

Brazo Largo ayudó a Kaede a levantarse.

—No os asustéis, señora Otori -dijo éste con su tosco acento. De su aliento se desprendía un fuerte olor a aceite picante-. Sólo eran bandidos.

"¿Sólo bandidos?", pensó Kaede. Habían muerto rápidamente y derramado mucha sangre. "Tal vez eran simples bandidos; pero ¿quién los contrató?".

Los hombres recogieron las armas de los forajidos y se las rifaron; después, arrojaron los cadáveres a la maleza. Resultaba imposible decir si alguno de ellos había esperado el asalto o si había quedado decepcionado con el resultado del mismo. Daba la impresión de que mostraban un mayor respeto por Brazo Largo, y Kaede se percató de que estaban impresionados por la rapidez de reacción de éste y por su habilidad para el combate. En todo caso, actuaban como si el suceso no tuviera nada de extraordinario; parecían dar por hecho que los viajes siempre entrañan peligros. Algunos de ellos bromearon con Shizuka, afirmando que los bandidos deseaban tomarla como esposa. Ella respondió en el mismo tono jocoso, y añadió que el bosque estaba atestado de hombres desesperados, aunque incluso un forajido tenía más posibilidades de ganar la estima de la muchacha que cualquiera de los hombres que componían la escolta.

—Nunca habría averiguado quién estaba encargado de defenderte -comentó Kaede más tarde-. De hecho, pensaba más bien lo contrario. Yo sospechaba que él te mataría con esas manos tan enormes.

Shizuka se echó a reír.

—Es un tipo muy inteligente y un luchador despiadado. Es fácil juzgarle erróneamente, o subestimarle. No has sido la única persona a la que ha engañado. ¿Te asustaste en ese momento?

Kaede hizo un esfuerzo por acordarse.

—No, sobre todo porque no tuve tiempo. Recuerdo que me habría gustado tener una espada.

Shizuka replicó:

—Tienes el don de la valentía.

—No es verdad; me asusto con frecuencia.

—Nadie lo sospecharía -murmuró Shizuka.

Habían llegado a la posada de un pequeño pueblo situado en la frontera del dominio Shirakawa. Kaede había tomado un baño en el manantial de agua caliente y, vestida con prendas de dormir, aguardaba la llegada de la cena. La acogida que le habían dispensado en la posada no había sido cálida, y el estado en el que se encontraba el pueblo la inquietaba. Daba la impresión de que escaseaban los alimentos, y los lugareños se mostraban taciturnos y desanimados.

A causa de la caída del caballo, la joven tenía cardenales en un costado y temía por la seguridad de la criatura que llevaba en el vientre. También se sentía nerviosa ante el encuentro con su padre. ¿Creería él realmente que su hija se había casado? Kaede no lograba imaginar la furia de su progenitor en caso de que descubriese la verdad.

—No me siento muy valiente en estos momentos -confesó Kaede.

Shizuka replicó:

—Te daré un masaje en la cabeza. Pareces agotada.

Pero incluso después de inclinarse hacia atrás y notar los dedos de Shizuka en el cráneo, la preocupación de Kaede ¡ba en aumento. Entonces, recordó la conversación que ambas estaban manteniendo justo antes del ataque.

—Mañana llegarás a tu casa -intervino Shizuka, notando la tensión que atenazaba a la joven señora-. El trayecto está a punto de concluir.

—Shizuka, respóndeme con sinceridad. ¿Cuál es la verdadera razón por la que permaneces a mi lado? ¿Para espiarme? ¿Quién emplea a los Muto hoy en día?

—En este momento no trabajamos para nadie. La caída de Iida ha sumido a los Tres Países en el caos. Arai afirma que hará desaparecer a la Tribu, aunque todavía desconocemos si ésa es su verdadera intención, o si recobrará el juicio y se convertirá en nuestro aliado. Mientras tanto, mi tío Kenji, que te admira profundamente, señora Shirakawa, desea estar informado sobre tu bienestar y tus intenciones.

"Y también sobre mi hijo", pensó Kaede, aunque no lo mencionó.

—¿Mis intenciones?

—Eres la heredera de Maruyama, uno de los más ricos y poderosos dominios de todo el oeste, y también heredarás las tierras de Shirakawa. Quienquiera que contraiga matrimonio contigo se convertirá en una pieza clave para el futuro de los Tres Países. Por el momento todos creen que mantendrás la alianza con Arai, y así él reforzaría su posición en el oeste mientras soluciona el asunto pendiente con los Otori. Tu destino está íntimamente ligado al clan Otori y al País Medio.

—Es posible que no me case con nadie -sentenció Kaede como para sí.

"Y, en ese caso", pensaba, "¿por qué no habría yo de convertirme en esa pieza clave para los Tres Países?".

3

Los sonidos del templo de Terayama -la campana de medianoche, los cánticos de los monjes...- se fueron alejando de mis oídos a medida que caminaba tras los dos maestros -Kikuta Kotaro y Muto Kenji- mientras bajábamos por el solitario sendero de pronunciada pendiente y espesa vegetación que discurría a lo largo del río. Avanzábamos con rapidez, y el estrépito de las aguas ahogaba el sonido de nuestras pisadas. Apenas hablábamos, y no nos cruzamos con nadie durante el trayecto.

Para cuando llegamos a Yamagata ya casi había amanecido y los primeros gallos empezaban a cantar. La ciudad estaba desierta, a pesar de que se había levantado el toque de queda y los Tohan ya no patrullaban las calles. Llegamos a la casa de un comerciante, situada en el centro de la urbe, a corta distancia de la posada donde nos habíamos alojado durante el Festival de los Muertos. Yo conocía bien esa calle, pues por las noches me había dedicado a recorrer la ciudad. Tenía la impresión de que desde entonces había transcurrido una eternidad.

Yuki, la hija de Kenji, abrió la cancela como si nos hubiera estado esperando durante toda la noche, aunque llegamos tan silenciosamente que ninguno de los perros ladró. Yuki no pronunció palabra; pero yo percibí la intensidad con la que me estudiaba. Su rostro, sus ojos vivaces y su cuerpo elegante y bien formado trajeron a mi memoria, con absoluta nitidez, los terribles acontecimientos que tuvieron lugar en Inuyama la noche en la que murió Shigeru. Yo había esperado encontrarme con Yuki en Terayama, pues ella había viajado día y noche hasta llegar al templo; llevaba consigo la cabeza de Shigeru y tenía la misión de dar a conocer la noticia de la muerte de éste. Me habría gustado preguntarle sobre muchos asuntos: su viaje, la sublevación en Yamagata, el derrocamiento de losTohan... Cuando su padre y el maestro Kikuta se dirigieron hacia la puerta de la casa, me quedé un poco rezagado y caminé junto a ella hasta la veranda. En el umbral ardía la tenue llama de una linterna.

—No esperaba verte de nuevo con vida -dijo Yuki.

—Yo tampoco esperaba seguir viviendo -y recordando su destreza y su valentía, añadí-: Me siento en deuda contigo. Nunca podré pagarte lo que hiciste.

Yuki sonrió.

—Lo que hice fue saldar mis propias deudas. No me debes nada, pero confío en que seamos amigos.

Tal palabra parecía insuficiente para expresar la estrecha relación que nos unía. Yuki me había traído a
Jato,
el sable de Shigeru; me había ayudado a rescatarle y a ejecutar la venganza por su muerte: los actos más importantes y desesperados que yo había llevado a cabo en toda mi vida. Sentía hacia la muchacha una infinita gratitud y una no menor admiración.

Yuki desapareció durante unos instantes y enseguida regresó con una vasija llena de agua. Me lavé los pies mientras escuchaba la conversación que los dos maestros mantenían dentro de la casa. Según sus planes, íbamos a descansar en la vivienda durante unas horas; después, yo seguiría el viaje junto a Kotaro. Fatigado, hice un gesto de negación con la cabeza. Ya estaba harto de escuchar.

—Ven -dijo Yuki, antes de llevarme hasta el centro de la casa donde, al igual que en Inuyama, había una habitación oculta, tan estrecha como el lecho de una anguila.

-¿Es que estoy prisionero otra vez? -pregunté, mientras volvía la mirada hacia las paredes carentes de ventana.

—No, es sólo por tu propia seguridad. Ahora debes descansar unas horas; pronto continuarás el viaje.

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