Aquel era el mismo discurso que había dado el curso anterior, pero esta vez lo oí desde otra perspectiva. Oí las mentiras que escondía cada frase cuidadosamente construida, cómo se estaba dirigiendo veladamente a los vampiros que ya llevaban entre veinte y doscientos años en el internado.
Como si me hubiera leído el pensamiento, la señora Bethany me miró atravesando la multitud con su mirada de halcón. Yo me puse tensa, esperando que me acusara de haber allanado su casa mientras estaba fuera de viaje.
Pero ella hizo algo que fue incluso más sorprendente. Se salió del guión.
—La Academia Medianoche significa una cosa distinta para cada uno de los alumnos que vienen aquí —comenzó a decir—. No solo es un centro de aprendizaje, sino también un refugio para muchos.
«Solo si eres una criatura de la noche que se alimenta de sangre —pensé—. En todos los demás casos, de refugio, nada».
Con una mano, la señora Bethany señaló a algunos de los alumnos nuevos, las largas uñas rojas centelleándole la luz que se colaba por las vidrieras. Para mi sorpresa, estaba señalando a los alumnos humanos, aunque naturalmente ellos no podían comprender por qué.
—Para aprovechar al máximo su estancia en Medianoche, necesitan conocer qué significa esta escuela para sus compañeros. Por eso insto a los que tienen más experiencia a que se relacionen con nuestros nuevos alumnos. A tomarlos bajo su protección. A conocer su vida, sus intereses y su pasado. Solo así la Academia Medianoche puede alcanzar sus verdaderos objetivos.
Unos cuantos aplaudieron con inseguridad: humanos que aún andaban despistados.
—Eso sí que es extraño —murmuró Balthazar aprovechando el ruido de los aplausos—. Si no la conociera mejor, diría que la señora Bethany acaba de pedirnos que seamos amables con los recién llegados.
Asentí. Tenía la mente disparada. ¿Por qué quería la señora Bethany que los vampiros estrecharan lazos con los alumnos humanos? Si no quería que ningún humano sufriera ningún daño, y yo seguía pensando que eso era lo que quería, ¿qué era lo que pretendía realmente?
—Las clases empiezan mañana. —La señora Bethany había recobrado su habitual sonrisa de superioridad—. Tómense el día de hoy para conocer a sus compañeros, sobre todo a los que acaban de llegar. Nos alegramos de tenerles aquí a todos, y esperamos que aprovechen al máximo su estancia en Medianoche.
—¿Crees que se ha vuelto blanda? —Balthazar se volvió hacia mí cuando el gentío comenzó a dispersarse.
—¿La señora Bethany? Imposible.
Por un momento me planteé preguntarle qué opinaba del misterio que rodeaba a la selección de los alumnos. Era inteligente y, aunque respetaba a la señora Bethany, no se creía sus palabras a pie juntillas. Además, llevaba alrededor de tres siglos en el mundo; probablemente tendría suficiente perspectiva para considerar mi pregunta desde otro punto de vista, y a lo mejor se le ocurría una nueva repuesta. No obstante, también podía tener suficiente picardía para saber que yo se lo estaba preguntando por mi relación con Lucas, algo que no le gustaba que le recordaran.
Justo entonces, Balthazar sonrió y saludó a otra persona, imposible saber a quién entre tanta gente, sobre todo porque él se llevaba bien con casi todo el mundo.
—Nos vemos luego, ¿vale? —le grité mientras se alejaba.
—Por supuesto.
Por un momento me sentí sola sin él. Estaba rodeada de vampiras —de carne y hueso, poderosos, sensuales y fuertes, con siglos de experiencia tras sus hermosos rostros jóvenes—. No había completado aún mi transformación en vampiro, así que la distancia que nos separaba no se había reducido mucho durante mi primer año en Medianoche. A su lado, seguía siendo pequeña, ingenua y torpe.
Razón de más para subir a los dormitorios sin demora, decidí. Aquel curso tendría otra compañera de habitación y me moría de ganas de saludarla.
Cuando entré en mi habitación, Raquel suspiró.
—Bienvenida… al infierno.
Estaba estirada en el colchón de su cama cuan larga era con los brazos abiertos. Su bolsa de lona estaba arrugada en un rincón, como si la hubieran desinflado, y su ropa y material de arte estaban esparcidos por el suelo. Parecía que hubiera volcado la bolsa y se hubiera cansado de deshacer su equipaje.
—Yo también me alegro de verte. —Me senté en el borde de la cama—. Creía que al menos te alegrarías de que este curso fuéramos compañeras de habitación.
—Créeme, tú eres la única razón de que pueda soportar la idea de volver a estar aquí. ¿Han sobornado tus padres a la señora Bethany o algo así? En ese caso, les debo una.
—No, solo ha sido suerte. —Aquello era una mentira. Mis padres no habían pedido ningún favor a la señora Bethany, pero, al parecer, aquel curso habían admitido a un número impar de humanos y vampiros, tanto chicos como chicas. Como yo aún comía alimentos normales más de lo que bebía sangre, me habían considerado el vampiro con más probabilidades de ocultar la verdad a un humano cuando cenáramos en nuestras habitaciones, como hacíamos todos en Medianoche.
Que me tocara a Raquel, no obstante, eso sí había sido un golpe de suerte. Eso y el hecho de que casi todas las otras chicas humanas que habían estudiado en Medianoche el año anterior se hubieran asegurado de hacer el curso siguiente en otro sitio.
—Y dime —dije intentando mantener un tono de voz alegre—, a parte de para disfrutar de mi fascinante compañía, ¿por qué has vuelto? Sé que no era lo que tenías pensado.
—No te ofendas, pero ni tu fascinante compañía bastó para hacerme cambiar de opinión. —Raquel se puso boca abajo, quedando así las dos cara a cara. Llevaba el pelo oscuro incluso más corto que el año anterior; al menos, había ido al barbero para hacerse un corte decente, aunque un poco punk—. Dije a mis padres que quería probar en algún otro sitio. Vivir tal vez con mis abuelos en Houston, estudiar allí. Ellos no quisieron saber nada. Medianoche es «privado» y «exclusivo», y eso debería bastarme, dijeron.
—Incluso después de saber… lo de Erich…
Raquel puso cara de asco.
—Dijeron que probablemente solo estaba intentando coquetear conmigo. Dijeron que yo era demasiado distante con los chicos y que tenía que aprender a «dejarme querer».
Me quedé mirándola horrorizada. Erich no había sido un mero pretendiente demasiado entusiasta. Había sido un vampiro resuelto a acecharla y matarla. Raquel no sabía eso, claro está, pero había comprendido que era peligroso. Si yo hubiera explicado a mis padres que alguien me había asustado la mitad de lo que Erich la había asustado a ella, mi padre me habría abrazado hasta que yo hubiera vuelto a sentirme segura y mi madre probablemente se habría enfrentado con cualquiera que hubiera osado asustar a su niñita armada con un bate de béisbol. Los padres de Raquel se habían reído de ella y habían vuelto a mandarla a un lugar que ella detestaba profundamente.
—Lo siento —dije.
Raquel se encogió de hombros.
—Debería haber sabido que no me harían caso. Nunca me lo hacen. Incluso cuando…
—¿Cuando qué?
En lugar de responder, se sentó en la cama y señaló acusadoramente la pared que había detrás de mí.
—Ya veo que te has traído el Klimt.
Había colgado el póster sobre mi cama.
El beso
era tan importante para mí que había olvidado que Raquel no lo había visto nunca.
—¿Qué? ¿No te gusta?
—Bianca, ese cuadro está por todas partes. Lo puedes encontrar hasta en imanes para la nevera, en tazas de café y ese tipo de cosas.
—Me da igual. —Quizá sea absurdo que algo te guste solo porque le gusta a todo el mundo, pero, en mi opinión, es incluso más absurdo que algo no te guste solo porque le gusta a todo el mundo—. Es bonito y es una de mis cosas favoritas, y está en mi mitad de la habitación. Para que te enteres.
—A lo mejor pinto de negro mi parte de habitación —me amenazó Raquel.
—No estaría nada mal. —De pronto me imaginé pegando estrellas fosforescentes en las paredes y el techo, como las que había tenido en mi habitación cuando era pequeña—. De hecho, me parece una idea genial. Es una lástima que la señora Bethany no nos vaya a dejar.
—¿Quién dice que pondrá pegas? Han hecho cuanto estaba en sus manos para conseguir que este sitio sea lo más terrorífico posible. ¿Por qué no pintarlo todo de negro?
Me imaginé las torres de piedra pintadas de negro, prácticamente lo único que le faltaba al internado para ser clavadito al castillo de Drácula.
—Hasta los baños. Hasta las gárgolas. No pensaba que pudiéramos convertir Medianoche en un sitio aún más tétrico, pero podríamos, ¿no?
—Seguiría siendo mejor que estar en casa. —Los ojos de Raquel adquirieron una expresión extraña mientras decía aquello, tan hastiada que, por un momento, pareció más vieja de espíritu que los vampiros que nos habían rodeado en la reunión de bienvenida.
Quise preguntarle más cosas sobre lo que le había sucedido con sus padres, pero no supe cómo. Mientras intentaba encontrar las palabras, ella dijo enérgicamente:
—Anda, ayúdame a guardar toda esta mierda.
—¿Qué mierda?
—Mis cosas.
—Oh —dije mientras nos levantábamos y nos dirigíamos hacia las cajas y la bolsa de lona dejadas en un rincón—. Esa mierda.
Después de hacer su cama y guardar sus pocas pertenencias, Raquel quiso echarse una siesta. Sus padres no eran ricos, a diferencia de la mayoría de las familias de los alumnos humanos de Medianoche; en vez de venir hasta la misma puerta en un sedán de lujo, había tenido que coger un autobús en Boston antes de que amaneciera, hacer dos trasbordos y esperar un taxi para que la trajera a Medianoche. Estaba tan agotada que antes de que tuviera tiempo siquiera de ponerme los zapatos para salir afuera ya se había dormido.
«Raquel tiene una beca —pensé—, lo cual significa que la señora Bethany es quien está pagando para que estudie aquí. ¿Por qué iba a hacer una cosa así?
»Todos los alumnos humanos están aquí por un motivo y Raquel es la prueba de que no es por el dinero. Pero ¿qué es? ¿Es de algún modo Raquel incluso más importante que el resto?».
Más preguntas, y ninguna respuesta.
Me fui a dar un paseo por los jardines para ver cuánto había cambiado el internado, ahora que ya habían llegado todos los alumnos. Los humanos estaban conversando con entusiasmo, haciéndose amigos, mientras los vampiros los observaban, lánguidos y desdeñosos.
Me rugió el estómago, ya casi era la hora de comer. Esperé ser el único vampiro que estuviera pensando en comida mientras observábamos a los humanos, pero probablemente no lo era.
—¡Hola,
Binks
!
Nadie me había llamado «Binks» en mi vida, pero supe quién era incluso antes de reconocer la voz.
—¡Vic!
Vic venía hacia mí dando grandes zancadas y sonriendo de oreja a oreja. Como de costumbre, había hecho unos cuantos cambios al uniforme de Medianoche; en vez de los colores del internado, lucía un dibujo pintado a mano de una bailarina hawaiana en la corbata y llevaba puesta su querida gorra de los Phillies. Nos abrazamos riéndonos, y él me hizo girar por los aires.
Cuando volvió a dejarme en el suelo, yo estaba mareada pero seguía sonriendo.
—¿Qué tal tus vacaciones? Recibí tus fotos de Buenos Aires, pero después no he sabido nada más de ti.
—Me lo pasé en grande en la playa, pero después me pusieron a trabajar. Woodson Enterprises contrata aprendices durante el verano, y a mi padre le dio por que tenía que aprender cómo funcionaba el negocio familiar. Pero haciendo de aprendiz no aprendes nada del negocio. Aprendes cómo le gusta el café a la gente. Me he pasado todo el verano intentando acordarme de quién quería té con leche de soja. Patético. Y tú, ¿qué has hecho?
—El Cuatro de Julio fuimos a Washington D.C. Básicamente, mi madre nos arrastró a ver monumentos y todo eso. Pero el Museo de Historia Natural estuvo bastante bien: tenían unos meteoritos que se podían tocar…
Vic acercó disimuladamente la mano hacia el bolsillo de mi falda, y yo fingí no ver el sobre que llevaba. El corazón se me aceleró.
—Bueno, fue divertido. Al menos, he conseguido pasar una semana de verano fuera de aquí, porque, por muy aburrido que sea durante el curso, es mucho peor cuando no hay nadie. —Yo estaba parloteando sin prestar atención a lo que decía—. He pasado algunos fines de semana en Riverton, pero eso es todo… Hum, sí…
—Hablamos luego. —Obviamente, Vic comprendía que en aquel momento yo no pudiera pensar en nada que no fuera el sobre que acababa de meterme en el bolsillo—. ¿Quieres que nos veamos después de cenar? Puedes conocer a mi nuevo compañero de habitación. Parece bastante guay.
—Sí, claro. —Yo habría dicho que sí aunque Vic me hubiera sugerido raparnos la cabeza. La adrenalina me corría por las venas—. ¿Quedamos aquí mismo?
—Hecho.
Sin decir nada más, eché a correr, dirigiéndome al cenador de hierro colado situado al final de los jardines. Por suerte, allí no había ningún alumno todavía, lo cual significaba que lo tenía para mí sola.
Subí las escaleras y me arrellané en uno de los bancos. El tupido manto de hiedra que cubría el techo me protegió de la luz del sol mientras metía la mano en el bolsillo y sacaba lo que Vic había dejado allí: un sobrecito que solo llevaba escrito mi nombre.
Por un segundo, no pude abrirlo. Solo pude mirar la letra que tan bien recordaba. La carta me había sido enviada a través de Vic por su compañero de habitación del curso anterior…
Lucas.
Bianca:
Sé que ha pasado muchísimo tiempo. Espero que no hayas estado consultando tu correo electrónico confiando a todas horas en tener noticias mías; Medianoche canceló la cuenta que tenía con ellos, obviamente, y en la Cruz Negra nos controlan mucho en ese sentido. Además, supongo que Medianoche estará controlando tu cuenta.
Pero no me parece que haga tanto tiempo desde la última vez que hablamos. A veces tengo la sensación de estar hablando contigo a cada segundo, y tengo que recordarme que no estás ahí para escucharme, por mucho que desearía tenerte conmigo.
El verano no ha sido gran cosa, para serte sincero. Pasamos un par de meses en México, pero no jugamos ni un solo partido de voleibol en la playa ni probamos ninguna Coronita. De hecho, la mitad de las veces terminé durmiendo en la parte trasera de la camioneta. Juro por Dios que aún noto los rebordes metálicos clavándoseme en la columna. No fue nada divertido.