Las máquinas tenían conocimiento de la Tierra hacía largo tiempo, habían librado una titánica batalla allí, hacía millones de años, y habían perdido —el naufragio de
Marginis
era el único testamento mudo que quedaba de ello— y, al perder, habían llegado a temer el mero hecho de asolarla con asteroides o llevar a cabo cualquier otra cosa que pudiera ser contrarrestada por el naufragio de
Marginis
o por los mismos humanos. Si intentaban bombardear, como hicieran con Isis, y los humanos capturaban algunas de sus naves y descifraban dónde se hallaban algunos de sus centros de poder, entonces podía propagarse a través de las estrellas una estrategia bélica idéntica. Podían encontrarlas en sus cubiles, y desatarían los terribles esponsales entre la mente y el instinto —que las máquinas no poseían— y destruirían todo cuanto los pacientes e implacables seres cibernéticos habían construido.
No, resultaba mucho más fácil utilizar a las formas orgánicas unas contra otras, para distraer su atención, para golpear el punto débil que poseían todos los seres nacidos de la química, y que era a la vez de índole biológica y social: cáncer, sistemas inmunológicos sobrerreactivos, una respuesta inadecuada.
Ahí estaba la clave. Era mucho más fácil que los humanos se aniquilaran a sí mismos e intentaran eliminar a los Pululantes. Era más fácil estimular el antagonismo, profundo y primordial, que todas las formas orgánicas sentían por lo extraño, lo intruso, lo alienígena.
— ¡
Maldita sea! Yo digo que tenemos que averiguar algo sobre estos artefactos, no huir de ellos.
—Lo que averigüemos seráde ayuda para la Tierra, ellos tienen ahora encima objetos de esta clase.
—Hace años, síAcuérdate del tiempo en el viaje lumínico. Estamos hablando de una crisis ocurrida hace nueve años.
—No cambia el hecho de que somos los
únicos que sabemos bastante sobre estos artefactos y aquí, aquímismo, tenemos una oportunidad de ver lo que puede entrañar...
Luz.
Un tenue resplandor fosforescente. Creciendo.
—
Nigel, hemos desplegado el saco debajo, y con la boca abierta.
Viró a la izquierda, sintió las corrientes, oyó una leve cacofonía semejante a una melodía de tonos graves. Volvieron a taponársele los oídos. La presión del traje era demasiado alta, estaba sobrecargado. Viruelas poseía una gravedad liviana, por lo que la presión aumentaba sólo a una décima parte de la velocidad que en la Tierra, pero ya percibía los crujidos del traje. Los pilotos monitores de la barbilla emitían destellos de un rojo encendido.
—
Está
cayendo demasiado aprisa, estamos a una distancia excesiva.
—Reduce la velocidad
,
¡demonios! Si necesita una estacionaria...
—No, es preciso un mayor acercamiento.
— ¡
Mantened el rumbo!
Una bola amarilla, azul y ámbar. Pensó en sí mismo como en un ala, girando y surcando las corrientes. Intentó captar el giro en el momento adecuado, alterar su vector para procurar que el descenso fuera en un ángulo más pronunciado, utilizando entonces el embalaje del filtro médico a fin de escorarse a la derecha de nuevo. Hacia abajo, ahora lateralmente, la bola brillante crecía y los grandes reflectores abrían canales de luz a través de la oscuridad sedimentada. Gruñó por el esfuerzo de mantenerse rígido. Se le aceleró el pulso. Estaba aproximándose en un buen ángulo y vio delante la película abultada del saco, con la boca abierta y los flotadores hinchados haciendo contrapeso en su extremo.
—
Te he localizado con el telescopio
óptico.
¿Cómo te va?
—
Estoy hecho polvo.
—
Suelta el embalaje, Nigel, tendrás mayores probabilidades de conseguirlo sin esa cosa.
—
Creo... que lo voy a necesitar... —jadeó.
Caía en picado. Volaba. Era como una molécula en la profunda y densa oscuridad, un insecto que volaba hacia el fuerte resplandor de la bombilla. La boca le engulló.
Nigel despertó cuando atracaban.
Dormir había sido de ayuda. Ahora estaba casi bien de la vista; girar velozmente la cabeza sólo le acarreaba una confusión momentánea.
Nikka le había llevado a una litera y él se había negado a hablar. Aún quedaba mucho por delante, podía percibirlo en el parloteo aturullado de las líneas del comunicador. Así pues, durmió durante la larga travesía de ascenso por la abertura. Ahora yacía descansando y escuchaba la línea del
Lancer.
— ¡Maldita sea! Tenemos que movernos.
—Sí, sin contar lo que nos va a hacer ese artefacto si intentamos partir después de esto.
— ¡Demonios! Sí, ese Vigilante ha recibido noticias de la Tierra. Estátan claro como que hemos...
—Obsérvalo, hay cosas desplazándose por su superficie de nuevo.
—Me parece que sólo son luces.
—Bob
,
¿quieres enviar a una escuadra servoasistida ahíabajo para echar un vistazo?
—No.
¿Es que no lo comprendes? No hay tiempo para medidas indirectas.
— ¡Ted! Mi opinión es que no deberíamos intentar nada tan peligroso. Me refiero a que el Vigilante de Isis nos dejóir...
—
Escuchadle, se estádevanando los sesos sobre cómo puede dejarnos ir, el condenado artefacto, si somos buenos chicos y no causamos problemas.
¡Jesús!
De nada servía intervenir en la algarabía a bordo del
Lancer.
Su credibilidad era resueltamente escasa, a pesar de haberse demostrado cierta la Regla de Walmsley.
Abandonaron el sumergible y cruzaron el yermo hielo purpúreo. Carlos siguió perorando sobre el consenso del
Lancer
, sobre la rabia, el horror, pero las palabras alcanzaban a Nigel sin conmoverle.
Se reclinaba en Nikka para sustentarse según se distanciaban del lago, haciendo crujir el hielo a cada paso. Le atenazaba una insidiosa fatiga, que, al mismo tiempo, le acarreaba una vertiginosa claridad.
Su traje tenía marcas chamuscadas donde la gran criatura había intentado, aparentemente, hacer presa en él. No se había dado ni cuenta.
Cerca de las fisuras algo de un curioso gris pálido cubría el hielo. Se extendía por la planicie en largos canales. En algunos sitios daba la impresión de buscar el pleno fulgor solar de Ross.
— ¿Qué es eso? —señaló Nigel.
—Una especie de planta que puede crecer en el vacío, supongo —contestó Nikka.
Nigel se detuvo para observarla. Tenía una costra en la parte superior. La golpeó con el puño. Se resquebrajó.
—Parece que aferra el hielo —dijo—. Es maravilloso.
Este leve vestigio le regocijó. La vida había emergido incluso hasta este lugar esquilmado, hostil. La vida, simplemente, proseguía. Ciegamente, sí, pero invicta.
—Se parece un poco a las algas —dijo, agachándose—. ¿Ves cómo se prende al hielo? —Trató de levantar el borde. Con considerable esfuerzo, logró levantar un trozo de un palmo de largo y del grosor de un puño. El hielo estaba agrietado por debajo. Rezumaba una pátina de líquido. Cuando soltó el alga parecida a una torta, cayó pesadamente sobre el hielo.
—Vamos —dijo Nikka, trabajadora siempre eficiente y cuidadosa—. Al refugio.
—Ya voy, amor —repuso Nigel en una parodia del acento inglés.
Se sentía extrañamente pictórico, lleno de encontradas emociones.
Contempló a las cuadrillas que se afanaban en la planicie, bajo un cielo negro. Por un instante, trató de verlas como las vería el Vigilante: sacos de nudosas vísceras, la piel brillante de grasa, con comida adherida entre los dientes, escamosos por el continuo declinar de las células que caían de ellos mientras caminaban, desplazando inmundicias, sacos de tejido adiposo amarillo atrapado entre blancos huesos quebradizos, masas de músculos fibrosos contrayéndose y alargándose para mover una jaula de varillas de calcio, rezumante y hediondos...
Se estremeció. Las culturas de la máquina habían existido en la galaxia desde hacía largo tiempo, desde que el primer mundo habitado cometió el suicido nuclear. Eran un hecho accidental del universo, que había surgido de la respuesta inadecuada de los seres orgánicos. Pero eso no significaba que fuesen a reinar con supremacía absoluta, que su visión fuese más cierta que la oblicua perspectiva de él.
—
La, Tierra, necesita, toda, la, información que pueda obtener.
— ¿Con nueve años de retraso?
—Ya has oído ese mensaje que recibieron del Pacífico. Allíhay gente a flote. Trabajan con los Espumeantes, hablan con ellos, esperan a que esos objetos anfibios grises asciendan a la superficie después de hundirse en el mar...
—Tiene razón, hemos de obtener información, descubrirlo que estáocurriendo, cómo funcionan estos Vigilantes, y enviarlo a la Tierra para ayudarles.
—Es cierto, Ted, tenemos que...
—Escuchad, yo estoy tan abrumado como cualquiera de vosotros por toda esta demora, pero creedme, deseo que alcancemos un consenso pleno.
— ¿Quédemonios estás diciendo?
—Si no actúas, Ted, podemos reemplazarte rápido, muy rápido...
—Mucha gente puede hacerse cargo de inmediato, tomar el mando.
—Claro, escuchad, podría ocurrir que el Vigilante todavía no haya recibido la historia completa desde la Tierra. Esas naves grises deben estar muy atareadas.
—El Vigilante es viejo, lento.
—Si lo atacamos ahora puede que lo cojamos por sorpresa.
—Deja de andarte con rodeos, Ted.
—Sí, ya tienes el criterio general de la reunión.
—O haces algo, y rápido, o votamos tu destitución.
—Es tan simple como eso.
—Entiendo vuestra inquietud y si solamente me dejarais pensar.
—Lo pongo en duda, señor Presidente.
—No. Esperad, dejadme preguntar...
¿Bob?
— ¡Ah! Sí, Ted?
— ¿Tenemos vía libre?
—Todo estárevisado.
De acuerdo, pues. Voy a ordenar a Propulsión que ponga en ignición la antorcha de fusión.
— ¡Eso es magnífico!
— ¿
Doy por sentado que tengo la aprobación de todos vosotros?¿Tiene alguien algo más que añadir?
—Todo estáen regla, Ted.
—El equipo estápreparado.
Nigel se estremeció. Ted había utilizado el consenso durante mucho tiempo, y ahora éste lo estaba utilizando a él.
— ¿No creéis que deberíamos entrar? —inquirió Nikka.
—Esa burbuja de aire no nos suministrará protección alguna. Todo lo contrarío, si te despojases del casco.
Carlos exclamó.
— ¡Mirad! Están poniendo en marcha el
Lancer.
—
Luego, quejumbrosamente añadió—: No nos van a evacuar primero.
—El Vigilante está en activo. Puede destrozar nuestra lanzadera —repuso Nigel, mirando a Carlos.
El hombre estaba haciendo un esfuerzo por resultar más autoritario ahora, hablaba con mayor intensidad y usaba frases más abruptas. Sin embargo, no era convincente.
Respuesta inadecuada.
Sí, ése era el quid de la cuestión, la respuesta errónea a uno de los problemas inherentes a la vida orgánica. Las máquinas carecían de necesidades sexuales; podían reproducirse mediante un molde.
Y podían alterarse a sí mismas a voluntad, una forma de evolución voluntaria.
Los seres orgánicos estaban divididos para siempre por los vínculos, eficientes pero también aislantes que se creaban entre los dos sexos. Dos visiones del mundo dos dinámicas que coincidían sólo parcialmente. Dos seres que deseaban al otro, aunque nunca podían ser totalmente el otro, sin importar que la cirugía o las simulaciones prometieran una liberación fugaz, falsa. Nunca se deja de ser quien eres en realidad, separado, diverso y anhelante, en la oscuridad que forjas para ti mismo.
Por encima, en la noche cerrada,, el
Lancer
entró en movimiento. Giró sobre su eje y dirigió la emanación de la antorcha en dirección al Vigilante. Hombres y mujeres permanecían en la planicie baldía y contemplaban el punto plateado que era su hogar. El
Lancer
trepidó con renovada energía. Los campos magnéticos se aglutinaron, impelidos por el flujo vital activado.
—Espero que reduzcan a cenizas al maldito artefacto —dijo Carlos furiosamente.
—Nigel, no me gusta esto —susurró Nikka. Nigel repuso lacónicamente.
—Escucha. Lo están llamando un ataque exploratorio.
—Es venganza —dijo Nikka.
—No seas tan cobarde —imprecó Carlos con rudeza—. Ya era hora de que alguien hiciera algo.
Nigel enarcó las cejas como orugas de un gris acerado.
—En efecto. Aunque no esto.
Ásperas luces anaranjadas recorrían al Vigilante. Lo entrecruzaban franjas azules. Un halo de rutilantes motas de un amarillo encendido apareció en torno al
Lancer
al cobrar vida la impulsión. La antorcha de fusión requería una mezcla de deuterio y otros isótopos para iniciar la combustión.
Carlos empezó a decir:
—Apuesto a que nunca antes ha visto un propulsor de fusión, o habría sido más... —Y el cielo explotó.
Una gota flamígera brotó de la emanación del
Lancer.
El activado de la fusión exhaló plasma ionizado en una línea rugiente que golpeó al Vigilante.
— ¡Jesús! —gritó Carlos—. Eso va a calcinarlo, sin duda.
Inaudible, el torrente manaba hacia el frente, salpicando de gallardetes azules, dorados y carmesíes, la piedra gris y el metal deslucido del Vigilante.
—Esto es un mero espectáculo —comentó Nigel. El plasma arqueado iluminó la llanura que les rodeaba, arrojando sombras grotescas—. En realidad son los rayos gamma de alta energía los que están haciendo el auténtico daño.
— ¿Cuánto tiempo puede...? —preguntó Nikka.
—El
Lancer
puede prolongar esto durante horas, pero... ¡Ah! ¿Ves?, ya está alterando la órbita debido a la reacción.
—Esa condenada cosa ya estará frita. Adiós...
Hubo una agitación procedente del Vigilante.
Un fino chorro de crepitantes llamas naranjas salió disparado hacia delante, cubriendo la distancia hasta el
Lancer
tan raudo que al instante pareció una barra de luz entre los dos. Envolvió las líneas de flujo de la tobera magnética y la emanación. Lamía y devoraba la nave, ovillándose por los largos túneles magnéticos, difundiéndose hasta los conductos impulsores, quemándolo todo, corroyendo los elementos electrónicos, el flujo vital y a los humanos del interior.