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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

32 colmillos (43 page)

—¿Y tú quieres morir?

—Yo… no lo sé —dijo Laura—. A veces. A veces tengo la sensación de que estaría bien. Como quedarse dormida. —Sacudió la cabeza—. He sabido de aspirantes a vampiro que han atacado a policías armados sólo para que les dispararan. ¿Eso cuenta como suicidio? ¿Y qué me dices de enfrentarse con una vampira invulnerable? A mí me parece bastante suicida. No sé, Clara. No sé qué sucederá cuando muera. Pero calculé que debería estar sola, dentro de una tumba como ésta, cuando suceda.

—No —dijo Clara—. No. No, tú no has venido aquí sólo a morir. No. Me niego a creerlo. No vas a dejar que te mate sin más.

—Jameson Arkeley lo hizo. Y también funcionó bastante bien. Hasta que probó la sangre. Entonces se transformó en uno de ellos. Si yo acepto la maldición ahora y me convierto en vampira, atrapada aquí abajo con Malvern, podré acabar con ella. Tendré la fuerza para hacerlo. Y dado que aquí se suponía que no habría ninguna fuente de sangre, yo no caería en la misma trampa que Arkeley.

—Salvo que ahora… yo estoy aquí. Una, eh… fuente de sangre.

Laura asintió con la cabeza. Estaba demasiado cansada para negarlo.

—Joder. Te he jodido todo el plan.

—Puede ser —dijo Laura. Fue lo más amable que se le ocurrió decir. La máxima compasión que podía dedicarle a la mujer que ya estaba condenada a morir con ella en las profundidades de la tierra—. Puede ser. Hay una posibilidad. —Abrió la bolsa de nailon y sacó un arma. La que Urie Polder había preparado para ella.

—Es una escopeta —dijo Clara.

—Sí.

Clara frunció el ceño.

—Pero tú me enseñaste a no usar nunca una escopeta contra un vampiro. Nunca. Fue una de las primeras cosas que me enseñaste. Son demasiado imprecisas. Se necesita precisión si se quiere acertar en el corazón.

Caxton examinó el arma. Era una vieja y vapuleada escopeta del calibre 10, con un cañón más grueso que su dedo pulgar. Al abrirla encontró un cartucho ya cargado. Había otros tres pegados con cinta adhesiva a la culata. En otros tiempos, ella había matado a toda una camada de vampiros con no más de trece balas. Ahora tenía cuatro cartuchos.

—Depende de lo que cargues. Estos cartuchos son…

Clara se quedó mirándola. Laura sacudió la cabeza y le devolvió la mirada.

—¿Qué te pasa? —preguntó Caxton.

—Te has quedado a media frase —dijo Clara, que parecía preocupada—. Estabas hablándome de los cartuchos de tu escopeta, pero no has acabado la frase.

—¿Ah, no? Supongo… yo. Eh… supongo que…

Estaba tan cansada, de repente… ¿Por qué estaba tan cansada? Debería estar acelerada. Preparada para el combate que se avecinaba. En cambio, la verdad era que habría agradecido mucho, mucho, tener la posibilidad de echar una cabezadita antes. Tal vez Malvern estaría dispuesta a concederle una tregua. La idea la hizo reír.

—¿Ha sucedido algo gracioso ahora? —preguntó Clara.

—No, no… nada. Sólo…

«Laura. Descansa y nada más. Ahora mismo no hay ningún peligro. Puedes descansar, tal y como deseas», dijo Malvern, cuyos pensamientos atravesaban las paredes de piedra.

—¡Joder! —gritó Clara—. Ella…

Caxton no oyó lo que dijo a continuación. Todo se volvió suave, cálido y prometedor. No se oía el más leve sonido. Sus párpados se cerraron, y se quedó dormida.

56

A la mañana siguiente, Laura por fin lograba dormir un poco cuando el sol inundó la habitación y le quemó una mejilla. Intentó apartarse rodando, pero el calor y la luz la siguieron. Cerró los ojos con fuerza y se aferró a la almohada.

Algo suave y sedoso como una pluma le rozó la boca. Laura casi gritó al sentarse de golpe, al tiempo que abría los ojos con brusquedad.

—Es hora de levantarse, hermosa —dijo Clara. Tenía una rosa blanca en una de sus pequeñas manos, y había estado pasando los delicados pétalos por los labios de Laura.

Laura inhaló profundamente y se obligó a sonreír. Pasado un tenso momento, apareció el rostro de Clara, con una sonrisa. Clara ya se había duchado, y el pelo mojado le colgaba en mechones puntiagudos sobre la frente. Llevaba la camisa del uniforme y no mucho más, salvo un par de gafas de concha de tortuga con un cristal negro.

—¿Demasiado, para ser tan temprano? —preguntó Clara. Su ojo visible brillaba con expresión traviesa. Le tendió la rosa, y Laura la aceptó. Luego Clara cogió un vaso de zumo de naranja que había sobre la mesita de noche y también se lo tendió.

Laura se obligó a calmarse, a apartar de sí la oscuridad de la noche. Había tenido pesadillas, como siempre. Estaba aprendiendo recursos para olvidarlas cuando despertaba. Clara había aprendido también trucos para ayudarla.

—Tu ojo —dijo Laura, y bebió un trago del zumo.

—El médico dice que es sólo una conjuntivitis leve. Se curará en un par de días. Entre tanto, no quería que me vieras con esta facha. En cualquier caso, siempre he pensado que las gafas son sexys. —Se sentó en la cama al lado de Laura, y recostó la cabeza en el pecho de Laura—. ¿Qué te parece? ¿Te pongo?

Laura se guardó el comentario.

—¿Es el de hoy? —preguntó, señalando un ejemplar del
Harrisburg Patriot-News
que había en la mesita de noche.

—Mm-hmmm —ronroneó Clara—. ¿De verdad que vas a decirme que ahora mismo estás pensando en lo que pasa en el mundo?

—Sólo quería comprobar una cosa. —Laura cogió el periódico y miró la cabecera. 1 de octubre de 2004, leyó. Luego sus ojos se vieron atraídos por el titular. Nuevo ataque vampírico en Ohio, policía desconcertada.

Antes de que pudiera leer nada más, Clara le quitó el periódico y lo arrojó al otro lado de la habitación.

—¡Joder, no hay manera de que dejen de hablar de esos vampiros! —Rió—. En serio, me alegro enormemente de que no aceptaras ese caso. Me preocuparía muchísimo por ti si aún anduvieras por ahí con ese viejo pedorro de Arkeley.

—Claro —dijo Laura—. Habría sido una auténtica estupidez por mi parte intentar luchar contra los vampiros. No soy más que una agente de la patrulla de carreteras.

—Además, Arkeley reclamaba todo tu tiempo. Yo nunca habría podido salir contigo de verdad. —Clara se volvió de manera que sus pechos quedaran apretados contra el abdomen de Laura. Levantó una mano para quitarle el vaso de zumo de naranja, y lo dejó con cuidado sobre la mesa. Luego se lamió los labios y comenzó a acercarse para besarla.

Caxton le golpeó la cara con toda la fuerza que pudo. Fue como darle un puñetazo a una estatua, pero Clara reculó a causa del golpe. Caxton metió un pie entre ambas y sacó a Clara de una patada de la cama.

—¿De verdad esperabas que me creyera esto, Malvern?

Clara, o la cosa que tenía el aspecto de Clara, en cualquier caso, se levantó del suelo con toda la suavidad y gracia de una serpiente que sale de una cesta. Fulminó a Caxton con un único ojo encarnado, el otro aún oculto tras aquellas ridículas gafas.

—Sólo quería proporcionarte un momento de paz antes del fin, eso es todo —dijo.

—Ahora mismo estoy dormida. Esto lo estoy soñando. —Caxton recordó que en 2004 siempre dejaba la pistola colgada dentro de un armario de la cocina. ¿Estaría allí si corría a buscarla ahora? ¿Tendría algún efecto en el sueño?—. Igual que cuando Reyes me hizo soñar que aún estaba en el molino. Intentaba hacer que tuviese ganas de suicidarme para que aceptara la maldición. ¿Todo esto va de lo mismo? ¿Todavía piensas que me convertiré en una de tu camada si me lo sabes pedir?

Malvern/Clara se encogió de hombros con coquetería.

—No. Esa esperanza ya la he abandonado.

—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí, maldición?

La vampira que había adoptado la forma de Clara se encaminó hacia la ventana y descorrió las cortinas. La amarilla luz del sol irrumpió en la habitación y bañó su pálida piel. Ella se desperezó como un gato que se bañara en el calor. Puede que fuera la primera vez en trescientos años que Malvern veía de verdad el sol, aunque fuera en sueños.

—Ésta —dijo— es una carta que nunca jugaste. En esta pequeña fantasía, le dijiste a Jameson que no lo ayudarías. Cuando intentó reclutarte, lo enviaste a tomar por el culo. Mira cómo ha salido. No tan mal, ¿verdad?

—Vampiros por todo Ohio. Al menos os expulsó del estado.

—Y de tu vida. Ay, tu chica, Deanna, sigue estando muerta, y me temo que yo debo cargar con esa culpa. Pero creo que te has llevado la mejor parte. —Suspirando con placer, la vampira pasó las manos arriba y abajo por su cuerpo prestado—. Es tan dulce, y esbelta, y llena de pequeñas gracias. Habrías podido ser feliz, Laura. Pero decidiste convertirme a mí en el propósito de tu vida.

Caxton miró hacia la puerta de la cocina.

—¿Cómo me despierto de esto? —quiso saber—. ¿Cómo salgo de aquí?

—Cuando yo te deje en libertad, y no antes —replicó Malvern sin volverse.

2008

A través de los ojos de Simon Arkeley, Justinia miró la cara de Laura una vez más. ¡Cómo la había echado de menos!


Oficialmente está muerta —estaba diciendo Laura—. Pero es casi inmortal. Y quiere continuar siéndolo. Lo inteligente, lo más inteligente que podría hacer sería esconderse. Quedarse en el ataúd y no alborotar ni molestar a nadie. No matar a nadie. Puede esperar dentro de ese ataúd durante todo el tiempo que quiera. Podría esperar hasta que yo fuera vieja, canosa e incapaz de luchar. Y venir a por mí entonces. O podría esperar hasta que yo muriera de vieja. Hasta que todos hubiesen olvidado lo que es un vampiro, y más aún cómo luchar contra uno de ellos. Entonces podría volver y empezar a matar gente otra vez
.

Justinia percibía cómo el alma de Simon se encogía ante la perspectiva. ¡En qué ser tan frágil lo había convertido! Era un instrumento imperfecto. Pero para este servicio resultaba invalorable
.


Es lo bastante inteligente como para pensar en eso. Como para dejar a un lado cualquier satisfacción que pueda obtener de matarme, a cambio de su propia seguridad. Ahora bien, si yo dispusiera de libertad y recursos ilimitados, podría dedicar el resto de mi vida a intentar descubrir dónde se esconde. Podría registrar cada rincón oscuro y mohoso de Pensilvania. Podría pasar años haciendo eso. Pero ya no puedo hacerlo. Si dejo ver mi cara fuera de esta cresta, los federales me detendrán de inmediato. Así que he construido esta elaborada trampa para vampiros… y trazado mis propios planes para el futuro
.


Ah —dijo Simon—. Creo que sé adónde quiere ir a parar con eso y…

Caxton se negó a permitir que desviara la conversación
.


Sé cómo matar vampiros mejor que cualquier otra persona viva. Voy a dedicar el resto de mi vida a enseñar a la gente de La Hondonada cómo se hace. Voy a enseñarle a Patience Polder cada uno de mis trucos. Cuando yo haya muerto, ella se los enseñará a otros. Tal vez a sus propios hijos. Y ellos se los enseñarán a los suyos. El objetivo es que, con independencia del tiempo que Malvern pase bajo tierra, cuando despierte habrá alguien esperando con una pistola apuntada directamente a su corazón
.

Justinia abrió los ojos. En su cara había una sonrisa
.


Ah, muy bien jugado, niña —dijo
.

Los medio muertos reunidos en torno a su ataúd bajaron la mirada hacia ella con expresión de sorpresa. Tal vez pensaban que les hablaba a ellos
.

A Justinia no le importaba
.


Ha preparado la trampa perfecta, ¿no es cierto? Y sabe que no podré resistirme. Qué habilidad tiene para este juego. Creo que la quiero, a mi horrible manera. —No pudo resistir el impulso de reír entre dientes. Durante demasiado tiempo había llevado una existencia de sufrimiento y desesperación, puntuada sólo por el fluir de la sangre por su garganta. ¡Qué nueva pasión por la vida le había proporcionado Laura! Viscombe le había dicho que encontrara un propósito, una razón para ser inmortal
.

Laura se la había dado
.


Ahora tenemos que hacer preparativos —dijo. Los medio muertos se miraron entre sí, preguntándose qué les exigiría a continuación. Los había tratado con crueldad, según correspondía a su suerte, y no esperaban recompensa ninguna—. Hay muchísimo que hacer. Haré saltar esa trampa, ya lo creo que sí. Desde luego que lo haré. Sin embargo, si ella va a ser tan taimada, no puede objetar que yo haga trampas, ¿verdad? —A través de los ojos de Simon había visto todas las defensas de Laura. El cordón de fantasmas y el círculo de cráneos de pájaro que había colocado como alarmas. La gente de La Hondonada y el poder que poseían, su magia
.

Era un buen plan. Habría derrotado a cualquier otro vampiro. Pero Justinia sabía qué era lo único para lo que Laura no podía hacer planes. Lo único que podría acabar con todas sus esperanzas
.


Salid esta noche. Encontradme a Clara Hsu. Vigiladla, pero no la molestéis. Todavía no
.

57

—No podríamos hablar, tú y yo, de otra manera —dijo Malvern, mientras pasaba los nudillos de Clara por la mandíbula de Caxton—. Cuando te saqué del furgón policial, me atacaste sin más. No tengo ninguna duda de que harás lo mismo cuando acabe este sueño.

—Puedes contar con que sí —le dijo Caxton a la vampira.

—Así pues, me conviene muy poco dejarte en libertad ahora, ¿verdad? Cuando queda tanto por decir. ¿Sabes cuánto me has entretenido durante estos últimos años? En mi vida he conocido a bastantes cazavampiros. Yo misma maté a un par de ellos, y fui la causante de que otros fueran humillados. Ninguno me ha causado jamás tantos sufrimientos ni proporcionado tanta distracción como tú.

Caxton se deslizó hacia la puerta del dormitorio mientras Clara/Malvern miraba el sol por la ventana. El armario de la cocina estaba a sólo unos metros de distancia. Si podía entrar corriendo allí, sacar la pistola y empezar a disparar antes de que Malvern la viese siquiera, entonces…

La vampira se volvió y le sonrió.

—He llegado a respetarte. ¿Sabes lo raro que es que yo le diga eso a un mortal? Me gusta tu cerebro. Me gusta tu espíritu, Laura. Has tomado tantas decisiones, hecho tantos sacrificios sin inmutarte nunca… Ni siquiera has dado media vuelta cuando incluso un hombre valiente habría flaqueado. Pero, por supuesto, algo de eso hay, ¿verdad? No eres un hombre. Eres una mujer, como yo. Ah, puedes vestir como un hombre, y hablar de modo tan rudo como lo hacen ellos. Pero bajo la superficie tienes un corazón de muchacha. Las mujeres, según mi experiencia, piensan con el corazón. ¿No estás de acuerdo?

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