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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

Viaje alucinante (22 page)

BOOK: Viaje alucinante
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Konev miraba directamente hacia delante y Morrison sólo podía verle el cuello. Boranova se estaba sentando y arreglando la tenue vestimenta de algodón que llevaba.

–Amigos. Compañeros de viaje –les dijo Dezhnev–. Antes de que podamos irnos, debemos inspeccionar, cada uno, nuestro equipo. Una vez en marcha, informarme que algo no funciona no me parecerá una broma divertida. Como mi padre solía decir: «El trapecista prudente no inspecciona sus uñas en mitad del salto» Mi trabajo será asegurarme de que los controles de la nave estén en orden, como estoy seguro de que lo están, puesto que yo mismo los he diseñado y supervisado su construcción.

»En cuanto a ti, Yuri, amigo, tu cerebro-como-se-llame, o tu mapa del cerebro, como cualquier persona sensata diría, ha sido transferido punto por punto a la memoria de la computadora que tienes delante. Por favor, asegúrate de que sabes cómo manejar la placa y luego mira si el mapa del cerebro funciona en todos sus aspectos.

»Sofía, palomita mía. No sé exactamente lo que va a hacer, excepto fabricar electricidad, por lo tanto asegúrese de que lo hace en el estilo que considere más idóneo. Natalya. –Alzó ligeramente la voz–. ¿Está usted bien ahí detrás?

–Estoy perfectamente bien. Por favor, preocúpese por Albert. Es él quien más necesita su ayuda.

–Por eso lo he dejado para el final y dedicarle toda mi atención. Albert, ¿sabe cómo se opera el panel que tiene delante?

–En absoluto –saltó Morrison–. ¿Cómo iba a saberlo?

–Se enterará en dos segundos. Este botón es para abrir y éste para cerrar. Albert, ¡abra...! Bien, como ve se desliza silenciosamente. Ahora, ¡cierre! Perfecto. Ahora ya sabe. ¿Ha visto lo que hay dentro del hueco?

–Una computadora –contestó Morrison.

–Perfecto, pero hágame el favor de comprobar si esta computadora es equivalente a la
suya.
Su programa está a un lado del hueco. Por favor, compruébelo; vea si encaja en la computadora y asegúrese de que funciona como debe hacerlo. ¡Por favor! Si tiene la menor duda, si sospecha algo, si tiene la más mínima intuición de que la computadora no funciona, nos retrasaremos hasta que esté arreglado a su entera satisfacción.

–Por favor, Arkady, no dramatice. No hay tiempo –advirtió Boranova.

Dezhnev ignoró la interrupción.

–Pero si me dice que algo está mal sin estarlo, mi buen Albert, Yuri lo descubrirá y le aseguro que ni él, ni yo, ni nadie estará contento. Si se le ocurre que inventando un fallo puede retrasar el viaje, o incluso cancelarlo, olvídese de ello al instante.

Morrison notó que se ruborizaba y deseó que se interpretara como resultado de una justa indignación por la idea de que podía hacer trampa de este modo y no como culpabilidad por una estratagema descubierta.

En aquel momento, mientras revisaba su computadora, pensó de nuevo en los planteos y replanteos que había hecho de su programa. De vez en cuando, sus repasos más recientes le habían traído..., sensaciones. No era algo que pudiera identificar, pero le parecía como si sus propios centros de pensamientos estuvieran siendo directamente estimulados por las ondas cerebrales que estaban analizando. No habían informado de ello, pero lo había mencionado alguna vez y había corrido la voz. Shapirov había bautizado su programa «estación de relé» precisamente por eso..., si había que creer a Yuri. Pero, ¿cómo podía ahora comprobar si
eso
funcionaba, cuando cuanto mucho había experimentado esa sensación sólo en contadas ocasiones?

O podía
tratarse simplemente de la voluntad-de-creer, la
misma que había hecho que Percival Lowell viera canales en Marte.

Descubrió que no se le había ocurrido tratar de sabotear el viaje diciendo que su programa no funcionaba. Pero, ¿y si se había estropeado en el trayecto? ¿Cómo podría persuadirlos de que había realmente algo que no funcionaba, y que no se trataba de simulaciones?

Pero todo funcionaba magníficamente, por lo menos por lo que podía decir, sin estar realmente en contacto con el cráneo en el que existía un cerebro activo. Viendo trabajar las manos de Morrison, dijo Dezhnev:

–Hemos puesto baterías nuevas. Baterías
americanas.

–Todo marcha perfectamente –anunció Morrison–, por lo que veo.

–Bien..., ¿está cada uno satisfecho con su equipo? Entonces alcen sus lindos traseros del asiento y comprueben las tapaderas deslizantes. ¿Funcionan? Créanme, serán muy desgraciados si no es así.

Morrison observó cómo Kaliinin abría y cerraba el panel (recubierto de una fina capa de tapicería) sobre el que se sentaba. El suyo se deslizaba igualmente cuando la imitó.

–Aceptará detritus sólidos, moderadamente, si es necesario, pero esperemos que no tendremos ocasión de comprobarlo. En el caso de que ocurra lo peor, hay un pequeño rollo de papel debajo del borde de su asiento, donde lo alcanzarán fácilmente. Al miniaturizarnos, todo pierde masa, así que las excreciones flotarían. No obstante, habrá una corriente de aire, hacia abajo, para impedirlo. No dejen que la corriente los sobresalte. A un lado y por debajo de sus asientos hay un litro de agua en un pequeño frigorífico. Es sólo para beber. Si se ensucian, o sudan o huelen, métanse en la cabeza que deben seguir así. Nadie se lavará hasta que volvamos. Ni comeremos. Si perdemos unos cuantos gramos, tanto mejor.

–Si usted perdiera siete kilos, Arkady, mucho mejor aún –interrumpió Boranova–. Y consumiríamos menos energía en la miniaturización.

–Lo he pensado algunas veces, Natasha. Ahora voy a probar los controles de la nave y si todo responde como es debido, y estoy seguro de que así será, estaremos dispuestos a empezar.

Siguió lo que Morrison sintió como una espera tensa. Excepto por un suave silbido entre dientes por parte de Dezhnev, inclinado sobre sus controles, el silencio era absoluto.

Luego se incorporó, se secó la frente con la manga y anunció:

–Todo en orden. Camaradas señoras, camarada caballero y camarada americano, el viaje fantástico con que nos enfrentamos, va a empezar. –Fijó un audífono en el oído izquierdo, levantó un pequeño micrófono a la altura de su boca y dijo–: Todo funciona en el interior. ¿Funciona todo ahí afuera...? Está bien pues, deséennos buena suerte, camaradas todos.

No parecía que ocurriera nada y Morrison echó una mirada fugaz a Kaliinin. Seguía inmóvil, pero pareció notar que la cabeza de Morrison se volvía hacia ella, porque musitó:

–Sí, estamos miniaturizándonos.

La sangre se agolpó en los oídos de Morrison. Ésta era la primera vez que se miniaturizaba
conscientemente.

IX. ARTERIA

Si la corriente te arrastra a donde quieres ir, no protestes.

DEZHNEV, padre

Los ojos de Morrison permanecieron, la mayor parte del tiempo clavados en la pantalla de su ordenador... el único objeto material del pasado.

¿Del pasado? Hacía menos de cien horas se encontraba medio adormilado durante una aburrida comunicación en el último día de la conferencia, preguntándose si había algún medio para salvar su puesto en la Universidad. Y ahora, cien años subjetivos habían transcurrido en aquellas cien horas objetivas, y ya no veía claramente la Universidad, ni la vida de triste frustración que había llevado allá los últimos tiempos.

Hubiera dado mucho por romper el aburrido ciclo de lucha inútil, un centenar de horas atrás. Daría mucho más,
muchísimo
más para volver a él ahora, para despertar y encontrarse con que las últimas cien horas (o años) jamás habían tenido lugar.

Miró a través de la pared transparente de la nave, junto a su codo derecho, con los ojos entrecerrados como si realmente no quisiera ver nada. Es que
no
quería. No quería ver nada que fuera mayor de lo normal. Se interpondría en su loca esperanza de que el proceso de miniaturización había fracasado o de que todo, de algún modo, había sido una ilusión.

Pero a su vista apareció un hombre... alto, de más de dos metros de altura. Pero, claro, a lo mejor era su altura normal.

Aparecieron otros. No podía ser que
todos
fueran tan altos.

Se encogió en su asiento y no volvió a mirar. Era suficiente. Sabía que el proceso de miniaturización seguía su inexorable camino.

El silencio dentro de la nave era opresivo, insoportable. Morrison sintió que tenía que oír una voz, aunque sólo fuera la suya.

Kaliinin, a su izquierda, era con la única con quien podía hablar más fácilmente y tal vez fuera la mejor entre una selección difícil. Como Morrison no deseaba la jocosidad trivial de Dezhnev o la concentración abusiva de Boranova, ni la negra intensidad de Konev, se volvió a la desolación glacial de Kaliinin. Preguntó:

–¿Cómo entraremos en el cuerpo de Shapirov, Sofía?

Llevó un momento, al parecer, el que Kaliinin lo oyera. Cuando ocurrió, sus labios se movieron y dijo en un murmullo:

–Inyección.

Después, con un esfuerzo supremo, debió decidir que debía mostrarse amistosa, así que se volvió hacia él y explicó:

–Cuando seamos lo suficientemente pequeños, nos meterán en una aguja hipodérmica y nos inyectarán en la arteria carótida del académico Shapirov.

–Nos sacudirán como dados –se quejó Morrison, aterrado.

–En absoluto. Será complicado, pero los problemas se han estudiado a fondo.

–¿Cómo lo sabe? Esto no se ha hecho nunca hasta ahora. Nunca en una nave. Nunca en una aguja hipodérmica. Nunca en un cuerpo humano.

–Cierto, pero problemas como éste, mucho más sencillos, claro, se han ido planteando durante mucho tiempo y hemos celebrado seminarios sobre esta misión, en los últimos días. ¿No creerá que el anuncio de Arkady antes de que empezara la miniaturización, lo del papel higiénico y demás, fuera nuevo para nosotros, verdad? Todo lo hemos oído antes, una y muchas veces. Se ha hecho para usted, realmente, ya que no ha asistido a los seminarios y en beneficio del propio Arkady también, puesto que adora su momento de gloria.

–Dígame, pues, ¿qué ocurrirá?

–Se lo iré explicando a medida que vaya transcurriendo. De momento no haremos nada hasta que lleguemos al tamaño de un centímetro. Tardaremos otros veinte minutos, pero ya no todo será tan lento. Cuanto más pequeños seamos, más de prisa podremos miniaturizarnos proporcionalmente... ¿ha sentido algo raro?

Morrison hizo un repaso mental del rápido latir de su corazón y del jadeo de sus pulmones y confesó:

–Nada... –pero comprendiendo que era una observación indebidamente optimista, añadió–: Por lo menos hasta ahora.

–Pues, muy bien –y Kaliinin cerró los ojos para indicar que estaba cansada de hablar.

Morrison pensó que no era mala idea y también cerró los suyos. A lo mejor se quedó dormido o pasó simplemente por un estado protector de semiinconsciencia, lejos de la realidad, porque cuando una ligera sacudida le despejó, tuvo la impresión de que el tiempo no había transcurrido.

Abrió del todo los ojos y se encontró a un centímetro o así de su asiento. Experimentaba la extraña sensación de flotar con cada soplo de aire.

Boranova se había acercado a su asiento por detrás y apoyó las manos sobre sus hombros. Lo empujó hacia abajo y advirtió:

–Albert, abróchese el cinturón. Sofía, enséñele cómo debe hacerlo. Lo siento, Albert, debimos haber repasado todo esto, todo, antes de empezar, pero disponíamos de poco tiempo y ya estaba usted demasiado nervioso. No quisimos reducirle a una total postración inundándolo de informes.

Con gran sorpresa por su parte, Morrison no se sentía postrado. Había encontrado divertido estar sentado en el aire.

Kaliinin oprimió un botón en el borde del asiento, entre las rodillas y el cinturón que rodeaba su cintura salió disparado. Cuando Morrison cerró los ojos no la había visto, estaba seguro, y ahora tampoco estaba allí porque había desaparecido, con un chasquido, en una ranura a la izquierda del asiento. Se volvió a Morrison y le dijo:

–Esto, a su izquierda, es el eyector de su cinturón.

Morrison no pudo evitar darse cuenta de que ahora, sin cinturón, estaba ligeramente separada de su asiento cuando se volvió hacia él.

Pulsó el eyector, un círculo algo más oscuro sobre un fondo claro, y una trenza flexible, de plástico, salió disparada con un ligero silbido, se enroscó en su cintura y hundió su triple punta al otro lado de su asiento. Se sintió sujeto, con elasticidad, por aquella especie de trenza.

–Si desea soltarse, el botón está aquí, entre sus rodillas.

Kaliinin se inclinó sobre él para indicarle el lugar y Morrison encontró deliciosa la presión del cuerpo de ella contra el suyo.

Ella pareció no darse cuenta y una vez completada su tarea, volvió a su asiento y se sujetó de nuevo.

Morrison miró vivamente a su alrededor, estirándose hacia arriba y hacia delante todo lo que le permitía el cinturón, y se fijó, con dificultad, en Konev, por encima de su hombro. Los cinco estaban con los cinturones abrochados. Comentó:

–Nos hemos miniaturizado hasta el extremo de pesar muy poco, ¿verdad?

–Ahora, solamente pesa unos veinticinco miligramos –explicó Boranova–, así que puede considerarse como carente de peso. Además, la nave está siendo levantada.

Morrison miró acusadoramente a Kaliinin y ésta se encogió de hombros, diciéndole:

–Le dije que le iría contando las cosas a medida que fueran ocurriendo, pero me pareció que dormía y creí más prudente dejarlo en paz. La sacudida de la abrazadera lo ha despertado y sacado de su asiento.

–¿La abrazadera? –miró a un lado. Había notado una sombra a ambos lados, pero se figuró que las paredes eran opacas y había desechado la impresión. De pronto recordó que eran transparentes y comprendió que la luz estaba bloqueada a uno y otro lado. Kaliinin movió afirmativamente la cabeza.

–Una abrazadera nos sujeta y nos ayuda a mantenernos firmes de forma que no nos sintamos sacudidos innecesariamente. Parece enorme, pero es muy pequeña y acolchada. Y nos mantiene firmes una corriente de aire que nos aspira hacia arriba contra la lanza de una manguera. Entre ésta y las abrazaderas, estamos sujetos por tres lados.

Morrison volvió a mirar. Los objetos del exterior de la nave podían haber sido visibles a través del sector de pared que no estaba bloqueada por la abrazadera o por la cabeza de la manguera, pero no lo eran. Morrison percibía cambios de luz y sombras y comprendió que lo que estaba fuera era demasiado grande para que sus diminutos ojos pudieran captarlo. Si los fotones que se acercaban a la nave no quedaban miniaturizados al entrar en el cuerpo, actuando como si fueran ondas largas de radio, él no vería nada.

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