La escalera era ancha y con pasillos en cada nivel que conducían a la oscuridad absoluta. El mundo subterráneo de Eridan parecía ser más extenso que la misma ciudad. Por lo que él sabía, y por lo que contaba el relato de Carausius de cuando estuvo allí en misión diplomática, los tuonetares vivían solamente en la superficie, donde podían ver las estrellas. Sus granjas se encontraban también en la superficie, aunque cómo habían podido desarrollar cultivos y cuándo dispusieron de tanques de agua para abastecer las bóvedas agrícolas era algo que escapaba a sus conocimientos. Sus industrias estaban debajo para aprovechar el calor que subía de la tierra, y así también el calor que desprendían las fábricas calentaba la ciudad que había encima.
Dos niveles. Sesenta escalones. Odeinath se detuvo brevemente para echar un vistazo por las aberturas. Las exploraría más tarde, por ahora le intrigaba más saber adonde conducía el hueco de la escalera. Las paredes del hueco del ascensor estaban intactas allí, de manera que no le era posible ver qué había más allá de ellas.
Cuatro niveles. Ciento cuarenta escalones. Los niveles eran más grandes ahora. Quizá se tratase de almacenes o fábricas más grandes. También había puertas, selladas por la herrumbre, que parecían dar a algo bastante distinto. ¿La caverna del navio quizá?
Ocho niveles, cerca ya del nivel del mar, según sus cálculos, y el hueco de la escalera presentó un cambio. Una de las puertas no estaba cerrada con óxido y por debajo de ésta, el hueco estaba obstruido con escombros.
Odeinath le pasó a Tilao la linterna y se adelantó para estudiar la forma de las palancas de la puerta, hasta que advirtió un trozo de tela blanca que se agitaba en una de ellas y tiró.
La puerta se abrió con un crujido propio de las puertas del infierno y una ráfaga de viento salió del pasillo que había detrás, del cual alcanzaron a ver tan sólo unos metros antes de perderse en las tinieblas.
—Hemos hallado una caverna intacta —dijo Odeinath, y escuchó el eco apenas perceptible de su voz a la vez que recuperaba su linterna y empezaba a avanzar lentamente por el pasillo hasta una plataforma en un espacio que se extendía en todas direcciones, un espacio en el que su linterna no era más que el destello de una luciérnaga, iluminando una mínima parte de la plataforma y los muros. Avanzó hasta los raíles que había en el extremo de la plataforma y pudo ver un leve reflejo de la tierra mucho más abajo.
—Tilao, tú ve a la derecha, yo iré hacia la izquierda —dijo Odeinath Tienes silbatos; utiliza las señales habituales. Presta atención a la maquinaria que pudiera haber sido usada durante las últimas décadas...adas...adas —le devolvió el eco.
Tilao asintió con un gesto y se dirigió por la plataforma hacia la derecha. Odeinath levantó la linterna e inició el camino hacia la izquierda, donde él tenía la seguridad de que se encontraría con las puertas. Tilao tendría que hacer el trayecto más largo; si tenía razón, y ésta era la caverna de la nave, habría casi dos kilómetros hasta el extremo, y si la intuición de Odeinath no le fallaba, la importante maquinaria se encontraría en el extremo que diera al mar.
Odeinath volvió la vista atrás una o dos veces y vio las linternas del grupo de Tilao como un pequeño enjambre de luciérnagas perdiéndose a lo lejos, y continuó andando. Por aquí y allá había enormes cadenas o cabestrantes que surgían de la oscuridad y pasarelas que conducían a la nada. Eso había sido un astillero para construir arcas, uno que los ejércitos imperiales se pasaron por alto cuando destruyeron la ciudad.
¡Qué tesoro! Quizá incluso quedaran algunos restos de construcción y, lo más importante, en algún sitio de aquel lugar se encontraría la maquinaria que los supervivientes habrían empleado para su uso hacía unas décadas... pero ¿con qué propósito?
La plataforma terminaba a poca distancia en una puerta, que se abrió con otro quejido de protesta y condujo a Odeinath a lo que sin lugar a dudas era una sala de control, llena de ventanas que daban a las tinieblas.
E indudablemente también, una sala de control que había sido usada después de la caída de los tuonetares. Había trozos de tela anudados en diversas palancas y controles, pequeñas inscripciones en thetiano que explicaban las distintas funciones, tapando las antiguas definiciones en tuonetar.
CONTROL SECUNDARIO DE TORNO... GRÚAS 1-19 DE LA TORRE DE ALTA TENSIÓN: ATENCIÓN, LA 12 NO FUNCIONA... SISTEMA HIDRAÚLICO DE PASARELA CENTRAL... CONTROL DE LA PUERTA DE SALIDA AL MAR.
—Cassini —dijo con fuerza Odeinath, viendo al joven botánico ir de una etiqueta a otra con eficiencia clínica—. ¿Has encontrado las luces?
—Las estoy buscando —dijo Cassini—, Creo que están ahí. Dice: «Comprobar actividad termal primero o ¡haré de ti grasa para la botadura!»
—¿Grasa para la botadura? —Todo aquello era cada vez más extraño—. Busquemos los generadores, pues. Las luces no funcionarán a menos que éstos se encuentren en condiciones.
—Los he visto, aquí —dijo Cassini, dirigiendo la linterna hacia un gran tubo transparente que subía hacia arriba, con pequeñas ampollas de vidrio de varios colores flotando en un líquido de alguna clase. Bajo uno de los lados había dos trapos largos que habían sido cosidos juntos, y alguien había escrito concienzudamente sobre ellos (¡sobre tela!) cómo interpretar aquello.
—¿Es posible que funcione aún el sistema energético? —preguntó Cassini.
—Si procede de la tierra, nunca se agotará —dijo Odeinath, distraídamente. Lo que de verdad le intrigaba era saber cómo el mecanismo tuonetar para explotar aquella energía había sobrevivido y qué fue exactamente lo que los supervivientes habían estado haciendo allí. Debió de llevarles meses entender y traducir todo el tuonetar, averiguar qué controlaba qué... y ¿por qué molestarse? ¿Por qué a alguien le iba a importar cuál fuera el control de la puerta de salida al mar, a menos que...?
Por segunda vez en tres días Odeinath experimentó aquel particular estremecimiento, la abrumadora toma de conciencia de algo que había considerado siempre imposible. Seguramente no. Sencillamente era demasiado increíble, pero si no, ¿por qué iban a llegar tan lejos?
A menos que hubieran encontrado un arca intacta en la caverna.
—Creo que hay suficiente energía —dijo despacio Cassini—. Mira, esa ampolla blanca marca más de tres cuartos de capacidad y la azul no marca mucho menos.
¿Adonde iba el excedente de energía? Debía de ser canalizado a algún sitio cuando no había consumo. ¿O era aquello lo que mantenía caliente el agua de la sima?
Odeinath insistió en asegurarse antes, pero finalmente tuvo que dar la razón a Cassini y los dos se dirigieron a las luces. Odeinath masculló una rápida oración a algún dios que pudiera estar escuchándoles y tiró de la palanca.
Durante un prolongado momento no ocurrió nada y luego algo chisporroteó en la vasta caverna exterior, una fila de puntitos blanco amarillentos que se iluminaban a intervalos sobre el muro superior. Después se hicieron más y más grandes, hasta que un gran cinturón luminoso rodeó la caverna.
Una hora le costó a la luz alcanzar su máxima intensidad, pero mucho antes Odeinath había visto la extensión de aquel espacio artificial o, al menos artificialmente agrandado, que tenía más de dos kilómetros de longitud y casi medio kilómetro de anchura y de altura, con el techo sostenido por un sistema de vigas atravesadas y superpuestas, cuya función Odeinath no podía siquiera empezar a comprender.
Sobre el suelo inclinado, los raíles discurrían hasta las puertas en el extremo, soportando un calzo móvil sobre el que las arcas debieron estar estribadas durante su construcción, que estaba manchado de color naranja por los minerales del agua marina, pero todavía en perfecto estado, según parecía. Y según informó Tilao cuando él y su grupo regresaron por fin, los enormes cabestrantes habían sido engrasados en un pasado reciente.
Los demás ya se habían unido a ellos, todos los grupos excepto algunos vigilantes que se habían quedado arriba manteniendo el contacto con la tripulación destacada en el
Navigator
, la cual se había tomado un día de descanso de la exploración y tenía así una oportunidad de escapar del frío. Odeinath había organizado en partidas de reconocimiento a los que se habían quedado en la superficie para que cubrieran todo aquel vasto espacio tanto como fuera posible y regresaran para informar periódicamente a los de la plataforma, de donde habían partido.
—¿Por qué estaban aquí? —dijo Odeinath, mirando a la caverna, cuando Daena y Granius volvieron con información acerca de las fundiciones, puestas en marcha recientemente, y el equipamiento metalúrgico encontrado en una pequeña caverna a un lado—. ¿Por qué venir hasta aquí? Descubrir cómo funcionaba todo esto y preparar la nave para la botadura debió de costarles años.
—¿Huyeron? —apuntó Daena.
—¿Hasta aquí? —dijo Cassini con un gesto de incredulidad—. ¿Por qué?
—Aquí hay metal —dijo Granius—. Más metal que en todos los demás continentes juntos, según tengo entendido. Explota los yacimientos y podrás financiar cualquier cosa.
—Pero si acabas de perder una guerra civil, ¿tendrás otras prioridades, no? —apuntó Lucchera, que era qualatari y lo que sabía de Thetia se limitaba a lo que había oído a la tripulación del
Navigator
.
—Pensábamos que habían muerto todos —dijo Odeinath. Sus simpatías nunca fueron un secreto, lo que fue una razón para que abandonara Thetia. Y para descubrir un indicio de que algunos miembros del pueblo de Ruthelo habían sobrevivido, así como algún vestigio de lo que había sido el sueño de su República. Sobrevivido y posiblemente perdurado, ¿quizá en algunos de aquellos mares helados del norte?
Entonces, Odeinath se acordó de Massilio y de su mirada angustiada. Si algo había sobrevivido de la República, se había transformado en algo mucho más siniestro.
—Supervivencia —dijo Odeinath, aunque la misma pregunta le volvía una y otra vez, por mucho que hablaran sobre ello: ¿Por qué aquí?
Dos días más tarde encontraron la segunda placa, colgada sobre la juntura de las puertas de salida al mar, en la parte interior y con el mismo estilo de la primera, pero con una inscripción de una sencillez absoluta.
76-42-2 NORTE 4-12-56 ESTE
Una localización cartográfica, de acuerdo con el antiguo sistema thetiano de coordenadas que, según suponía Odeinath, señalaba la costa oriental de la península, quizá a unos setecientos kilómetros de Eridan.
Consultó nuevamente a la tripulación y de nuevo ellos le respaldaron, aunque Daena y Granius insistieron en quedarse un poco más. Odeinath no discutió. Él quería tener la oportunidad de explorar cualquier cosa que hubiera ocurrido allí, conocer las ruinas del reino tuonetar tanto como fuera posible, la oportunidad de caminar en soledad por lo que fue en su día el Senado, deambular por las galerías subterráneas e investigar la maquinaria y las maravillas de la caverna.
Podía haberse pasado allí la vida entera y quizá, si no hubieran encontrado la segunda placa, la tripulación habría tenido prácticamente que amotinarse para arrancarlo de allí. Pero Odeinath, por mucho que tratara de esconderlo, era un thetiano, fue una vez partidario de la República de Ruthelo y no podía resistirse a un enigma.
Once días después de su llegada, desde la proa del
Navigator
Odeinath observaba cómo se izaban las velas y el buque invertía el curso por la sima, abandonando Eridan y sus secretos al invierno eterno de Thure.
POR UN PASADO DERRAMAMIENTO DE SANGRE
Casi estaba amaneciendo cuando Silvanos regresó y el chirrido de la puerta cuidadosamente afinada interrumpió bruscamente el sonido del chelo de Rafael. Rafael continuó tocando e ignoró las pisadas de su tío, mientras que éste se acercaba al centro de la Sala y se quedaba aguardando.
Rafael cerró los ojos deliberadamente, perdiéndose en la música y en su leve eco en los muros de piedra con tapices. Había estado allí casi dos horas, interpretando las
Suites sin acompañamiento
, y empezaba a sentir los brazos cansados. Por no hablar de lo poco que había dormido. Pero el descanso que la música le proporcionaba era mejor que el de cualquier sueño. Sus sueños se habían convertido en pesadillas desde que había regresado a Vespera, pero aquella noche habían sido las vagas premoniciones las que se habían transformado en una pesadilla, provocándole el insomnio y haciéndole buscar el solaz del chelo.
Tan sólo volvió a abrir los ojos cuando el último acorde de la quinta suite se extinguió completamente. Silvanos no se había movido, aunque era difícil saberlo casi en plena oscuridad. Tan sólo una lamparilla de noche ardía en lo alto de la pared, arrojando un débil destello dorado sobre la Sala y reflejándose en tres pares de ojos felinos.
—¿Debería haberme quedado más tiempo? —le preguntó Rafael, dejando el arco sobre el regazo por detrás del chelo. Había ayudado a los criados y guardas de Gian a registrar el salón, pero quien fuera que había matado a Rainardo lo había hecho tan sigilosamente que, tras cuatro horas de interrogatorios estériles, Valentino había ordenado a todo el mundo que se retirara.
—Sólo si querías volver sobre lo mismo de nuevo —le respondió Silvanos, aumentando la intensidad de la luz para que ambos pudieran verse.
—Sea lo que sea lo que el imperio está ocultando, no podrá ocultarlo para siempre.
—¿Y tú crees que es algo bueno? —dijo Silvanos. Se acercó para deslizar su mano por la madera bruñida del piano de cola, un gesto extrañamente tierno.
—¿No sería mejor saber por qué un ejército de Furias del norte está tratando de destruirlo? Y no me vengas con que es una venganza por la guerra tuonetar. Sé que no se trata de eso.
—Has vivido demasiado tiempo fuera —dijo abruptamente Silvanos. No tenía una actitud combativa esa mañana, lo que significaba probablemente que se encontraba exhausto.
—¿Y qué tiene eso que ver? ¿Estás evitando de nuevo la pregunta?
—No, no la estoy evitando —dijo Silvanos, y la ira centelleó un segundo en su mirada—. Porque tú no tienes el sentido común de dejar reposar a los fantasmas en sus tumbas.
—Los fantasmas hace ya mucho que no están en sus tumbas —dijo Rafael.
—¿Es que no crees que la idea de que el clan jharissa reclama venganza resulta plausible? ¿Por una causa noble, aunque terrible?