Read Tiempos de Arroz y Sal Online
Authors: Kim Stanley Robinson
—Las viudas pueden volver a casarse —dijo Ibrahim—. Sé que Qing no lo aconseja, pero Confucio no dice nada en contra de ello. He investigado y lo he consultado con los mejores expertos. La gente lo hace.
—¡No la gente respetable! Él entrecerró los ojos, de repente parecía chino.
—¿Respetable para quién?
Ella miró para otro lado.
—No puedo casarme contigo. Tú eres hui, y yo soy alguien que todavía no ha muerto.
—Los emperadores Ming ordenaron a todos los hui que se casaran con buenas mujeres chinas, para que sus hijos fueran chinos. Mi madre era una mujer china.
Ella miró hacia arriba, sorprendida una vez más. Su rostro estaba encendido.
—Por favor —dijo él, con la mano extendida—. Sé que es una idea nueva. Una sorpresa. Lo siento. Por favor, piénsalo, antes de darme una respuesta definitiva. Piénsalo detenidamente.
Ella se enderezó para enfrentarlo formalmente.
—Lo pensaré.
Un ligero golpe de la mano de la viuda indicó su deseo de quedarse sola, y él, con un saludo truncado, acabado con una frase en otro idioma y dicha con mucha intensidad, salió del salón.
Después de aquello, la viuda Kang deambulaba por la casa de un lado a otro. Pao estaba afuera en la cocina, dando órdenes a las muchachas, y Kang le pidió que fuera a hablar con ella en el jardín. Pao la siguió hasta allí, y Kang le contó lo que había sucedido; Pao se rió.
—¡De qué te ríes! —le dijo Kang bruscamente—. ¿Crees que me importa tanto la recomendación de un emperador Qing? ¿Y que debería encerrarme en esta caja el resto de mi vida, para conseguir un papel escrito con tinta roja?
Pao se quedó helada, al principio se asustó, luego se llenó de temor.
—Pero, señora Kang; Gansu...
—No sabes nada de Gansu. Vete.
Después de eso nadie se atrevió a hablar con ella. Vagó por la casa como un fantasma hambriento, ignorando a todo el mundo. Apenas hablaba. Visitó el santuario del Templo del Bosque de Bambú Púrpura y recitó el sutra del diamante cinco veces, y regresó a casa con las rodillas doloridas. Se acordó del poema «Una súbita imagen de los años», de Li Anzi
9
:
A veces todos los hilos en el telar
insinúan la futura alfombra.
Entonces sabemos que nuestros futuros hijos
nos esperan en el Bardo.
Tejemos para ellos hasta que nuestros brazos se cansan.
Hizo que los sirvientes la llevaran al edificio del magistrado, allí les hizo dejar la silla de mano y no se movió del sitio durante una hora. Los hombres apenas podían ver el rostro de la viuda detrás de la cortina de gasa de la ventana. La llevaron de regreso a casa sin haber puesto un pie en tierra.
Al día siguiente hizo que la llevaran al cementerio, a pesar de que no era un día festivo, y bajo el cielo vacío caminó sin rumbo arrastrando los pies con su particular forma de andar, recorriendo las tumbas de los ancestros familiares, luego se sentó al pie de la tumba de su esposo, con la cabeza entre las manos.
Al día siguiente bajó sola al río, caminando todo el tiempo, de un lado para otro, mirando los árboles, los patos, las nubes en el cielo. Se sentó en la orilla, inmóvil como si estuviera en un templo.
Xinwu estaba allí abajo como casi siempre, arrastrando su palo de pesca y su canasta de bambú. Al verla se alegró, le enseñó los peces que había atrapado. Se sentó a su lado, y los dos se quedaron observando el gran río marrón que fluía a sus pies, brillante y compacto. Él pescaba, ella estaba sentada y observaba.
—Eres muy bueno con la pesca —le dijo ella, mientras lanzaba el sedal en la corriente.
—Me enseñó mi padre. —Después de un rato—: Lo echo de menos.
—Yo también. —Luego—: Crees..., me pregunto qué pensaría él.
Después de otra pausa:
—Si nos mudamos al oeste, debes venir con nosotros.
Invitó a Ibrahim a que regresara; cuando lo hizo, Pao lo acompañó hasta el vestíbulo, el cual Kang había ordenado llenar de flores.
Él se detuvo ante ella con la cabeza inclinada.
—Soy vieja —le dijo ella—. He pasado por todas las etapas de la vida.
10
»Soy alguien que no ha muerto todavía. No puedo ir hacia atrás. No puedo darte hijos.
—Entiendo —murmuró él—. Yo también soy viejo. Sin embargo pido tu mano para casarme contigo. No para tener hijos, sino para tenerte conmigo.
Ella lo miraba, los colores le iban subiendo a la cara.
—Entonces acepto tu oferta de matrimonio.
Él sonrió.
Después de aquel día, la casa estuvo como en medio de un torbellino. Los sirvientes, aunque criticaban mucho la unión, debían trabajar todo el día, todos los días, para preparar el lugar para el día quince del sexto mes, que, según la tradición, era el momento del verano más favorable para comenzar un viaje. Los hijos mayores de Kang no aprobaban la unión, por supuesto, pero de todas formas hicieron planes para asistir a la boda. Los vecinos estaban escandalizados, horrorizados más allá de lo imaginable, pero como no fueron invitados, no tuvieron oportunidad de expresar su opinión en la casa de Kang. Las hermanas de la viuda la felicitaron en el templo y le desearon lo mejor.
—Puedes llevar la sabiduría de Buda a los hui —le decían—. Será muy provechoso para todos.
Así que se casaron en una pequeña ceremonia a la que asistieron todos los hijos de Kang; Shih fue el que menos felicitó a su madre, se pasó casi toda la mañana haciendo pucheros en su habitación, hecho del que Pao ni siquiera se molestó en informar a Kang. Después de la ceremonia, celebrada en el jardín, la fiesta se extendió hasta el río, y a pesar de haber sido pequeña, fue definitivamente alegre. Después de eso, la casa terminó los preparativos para el viaje, cargaron los muebles y los bienes en carretas que saldrían con diferentes destinos: o bien a la nueva casa en el oeste, o al orfanato que Kang había ayudado a establecer en la ciudad, o a las residencias de sus hijos mayores.
Cuando todo estuvo preparado, Kang dio un último paseo, deteniéndose para mirar fijamente cada una de las habitaciones desnudas, ahora extrañamente pequeñas.
Este espacio ha contenido mi vida.
Ahora el ganso se va volando, perseguido por una ave fénix del oeste.
Cómo podría una vida abarcar semejante cambio.
Realmente vivimos más de una vida.
En seguida salió y subió a la silla de manos.
—Ya se ha ido —le dijo a Ibrahim.
Él le entregó un obsequio, un huevo pintado de rojo: felicidad para el año nuevo. Ella inclinó la cabeza. Él asintió con la suya, y ordenó que el pequeño tren comenzara el viaje hacia el oeste.
El viaje duró más de un mes. Las pistas y los caminos por los que iban estaban secos, y fueron bien de tiempo. En parte esto fue porque Kang pidió ser llevada en una carreta y rechazó el palanquín o la silla de manos. Al principio los sirvientes estaban convencidos de que aquella decisión había provocado alguna que otra discordia en la nueva pareja, puesto que Ibrahim decidió conducir la carreta cubierta en la que viajaba Kang, y todos podían oír las discusiones que a veces duraban varios días seguidos. Pero Pao caminó una tarde lo suficientemente cerca como para entender qué estaban diciendo y regresó con los demás aliviada.
—Sólo están hablando de religión. Son todo un par de intelectuales, estos dos.
Así que los sirvientes siguieron viajando más tranquilos. Llegaron a Kaifeng, se hospedaron con algunos colegas musulmanes de Ibrahim que vivían allí, luego siguieron los caminos que bordeaban el río Wei, al oeste de Xi'an in Shaanxi, luego por unos peligrosos desfiladeros entre áridas colinas, hasta Lanzhou.
Cuando llegaron, Kang estaba absolutamente sorprendida.
—No puedo creer que haya tanto mundo —le decía a Ibrahim—. ¡Tanta China! Tantos campos de arroz y de cebada; tantas montañas, tan vacías y salvajes. Seguramente ya debemos haber atravesado todo el mundo.
—Apenas una centésima parte, según los marineros.
—Este país tan extraño es muy frío y seco, muy polvoriento y estéril. ¿Cómo mantendremos aquí una casa limpia, o cálida? Es como tratar de vivir en el infierno.
—Seguramente no será tan malo.
—¿Es esto realmente Lanzhou, la célebre ciudad del oeste? ¿Esta pequeña aldea marrón, de ladrillos de barro, donde el viento no deja de soplar?
—Sí. En realidad está creciendo con bastante rapidez.
—¿Y se supone que viviremos aquí?
—Bueno, aquí tengo conexiones, también en Xining, un poco más hacia el oeste. Podríamos instalarnos en cualquiera de los dos lugares.
—Déjame ver Xining antes de decidir. Tiene que ser mejor que esto.
Ibrahim no dijo nada, simplemente ordenó que la caravana siguiera adelante. Más días de viaje, ya era el séptimo mes, y las nubes de tormenta pasaban sobre sus cabezas casi cada día, siempre a punto de estallar sobre ellos. Debajo de aquellos techos bajos, las secas colinas discontinuas parecían aún más inhóspitas que antes, y excepto en las llanuras centrales cultivadas e irrigadas de los largos y estrechos valles, no había más agricultura para ver.
—¿Cómo hace la gente para vivir aquí? —preguntó Kang—. ¿Qué comen?
—Crían ovejas y cabras —dijo Ibrahim—. A veces ganado mayor. En todos lados es así, al oeste de aquí, en todo el corazón seco del mundo.
—Sorprendente. Es como viajar hacia atrás en el tiempo.
Finalmente llegaron a Xining, otra pequeña ciudad con paredes de adobe, apiñadas debajo de destrozadas laderas de montañas, en un alto valle. Una guarnición de soldados imperiales controlaba las puertas y algunos nuevos cuarteles de madera habían sido levantados debajo de los muros de la ciudad. Había un gran caravasar que estaba vacío, puesto que el año ya estaba muy avanzado para comenzar a viajar. Detrás de él varias obras de hierro rodeadas por muros utilizaban hasta la menor energía que el río les ofrecía para hacer funcionar sus forjas y estampas.
—¡Uf! —dijo Kang—. No creía que ningún sitio pudiera tener más polvo que Lanzhou, pero parece que me equivoqué.
—Espera antes de tomar ninguna decisión —le pidió Ibrahim—.
Quiero que veas el Lago Qinghai. Está muy cerca de aquí.
—Seguramente nos caeremos del borde del mundo.
—Ven a ver.
Kang accedió sin discutir; de hecho, a Pao le parecía que en realidad estaba disfrutando en aquellas regiones insanamente secas y bárbaras, o al menos disfrutaba quejándose. Cuanto más polvorientas, tanto mejor, parecía decir su cara, no importaba lo que dijeran sus palabras.
Unos días más rumbo al oeste por un camino malo y llegaron hasta las costas del lago Qinghai, ante cuya vista todos se quedaron mudos. Por casualidad, habían llegado en un día de clima borrascoso y de mucho viento, con inmensas nubes blancas que rodeadas de bordados azules y grises rodaban sobre sus cabezas; estas nubes se reflejaban en el lago, que bajo la luz del sol tenía el color de la turquesa, como el nombre del lago sugería. Hacia el oeste el lago se extendía hasta el horizonte; la curva de la costa era una ribera de verdes colinas. En medio de tanta desolación marrón, aquello era como un milagro.
Kang bajó de la carreta y caminó lentamente hasta la costa llena de guijarros, recitando el sutra del loto y alzando las manos para sentir la fuerza del viento. Ibrahim le dio un poco de tiempo para que estuviera sola, luego se unió a ella.
—¿Por qué lloras? —le preguntó.
—«Así que éste es el gran lago» —recitó ella.
Ahora puedo al fin comprender
la inmensidad del universo;
¡mi vida tiene un nuevo significado!
Pero piensa en todas las mujeres
que nunca salen de su patio,
que deben pasar toda la vida
sin disfrutar una sola vez de una vista como ésta.
Ibrahim se inclinó.
—Ciertamente. ¿De quién es este poema?
Ella meneó la cabeza, secándose las lágrimas.
—De Yuen, la esposa de Shen Fu; lo escribió al ver el T'ai Hu. ¡El Gran Lago! ¡Qué habría pensado si hubiese visto éste! Forma parte de
Seis capítulos de una vida flotante
. ¿Lo conoces? No. Bueno. ¿Qué se puede decir?
—Nada.
—Exactamente. —Ella se dio la vuelta y lo enfrentó con las manos juntas—. Gracias, esposo, por mostrarme este gran lago. Es verdaderamente magnífico. Ahora puedo instalarme, vivamos donde a ti te plazca. Xining, Lanzhou, el otro lado del mundo, allí donde una vez nos conocimos en una vida anterior: donde quieras. A mí me da lo mismo. —Y se apoyó en él sin dejar de llorar.
De momento, Ibrahim decidió instalar la casa en Lanzhou. Esto le daba mejor acceso al corredor Gansu, y por lo tanto a los caminos que llevaban hacia el oeste, así como a los caminos de retorno hacia el interior chino. Y aparte, la madraza con la que había tenido el más cercano de los contactos en su juventud se había trasladado a Lanzhou, empujada hacia allí a la fuerza desde Xining, debido a la presión de los musulmanes recién llegados de occidente.
Establecieron allí su hogar en una nueva casa de ladrillos de adobe junto a la orilla del río Tao, cerca de donde se unía con el río Amarillo. El agua del río Amarillo era verdaderamente amarilla, un amarillo turbio completamente opaco y arenoso, precisamente del color de las colinas del oeste donde el río nacía. El río Tao era un poco más transparente y más marrón.
La casa era más grande que la que Kang había dejado en Hangzhou; pronto organizó la zona de las mujeres en un edificio del fondo y rodeó de estacas un jardín en la tierra aneja, y pidió árboles en tiestos para comenzar a construir un paisaje. También quería un telar, pero Ibrahim le dijo que allí no se podría conseguir hilo de seda, puesto que no había moreras ni devanadoras. Si quería seguir tejiendo, tendría que aprender a trabajar con lana. Ella accedió con un suspiro, y comenzó el proceso con un telar de mano. También ocupaba su tiempo bordando telas de seda compradas.
Mientras tanto, Ibrahim iba a trabajar con sus antiguos socios en las escuelas y asociaciones musulmanas y con los nuevos oficiales Qing de la ciudad, comenzando de ese modo el proceso de solucionar y ayudar en las nuevas situaciones políticas y religiosas del lugar, que aparentemente habían cambiado desde la última vez que había estado en casa. Por las tardes solía sentarse con Kang en la terraza que daba al río amarillo y cenagoso y le contaba lo que hacía y respondía a las interminables preguntas de su mujer.