Read Tiempos de Arroz y Sal Online
Authors: Kim Stanley Robinson
—Sí.
—Y me han dicho que cuando él llegó aquí vos estabais convencida de que lo conocíais de alguna otra parte.
—Sí, así es. Pero él dijo que venía de Suzhou y que nunca había estado antes aquí. Y yo jamás he estado en Suzhou. Pero sentí que lo conocía.
—¿Y con este muchacho sentisteis lo mismo?
—No. Pero siento lo mismo con vos.
Ella se tapó la boca con la mano.
—¿De verdad?
Ibrahim la observó. Kang meneó la cabeza.
—¡No sé por qué he dicho eso! Pasó, sencillamente.
—Esas cosas pasan a veces. —No le dio mucha importancia—. Pero hablemos de este Bao, que no os reconoció. Poco después de que él llegara aquí, se denunciaron algunos incidentes. Cortes de coletas, nombres de personas escritos en trozos de papel y colocados debajo de pilotes que estaban a punto de ser clavados en el muelle; ese tipo de cosas. Actividades de robo de almas.
Kang negó con la cabeza.
—Él no tenía nada que ver con eso. Pasaba los días junto al río, pescando con su hijo. Era un simple monje, eso es todo. Lo torturaron en vano.
—Él confesó haber cortado una coleta.
—¡Lo hizo bajo tortura! ¡Hubiera dicho cualquier cosa, cualquiera hubiera hecho lo mismo! Ésa es una manera estúpida de investigar semejantes crímenes. Hace que surjan por todas partes, como un círculo de setas venenosas.
—Es cierto —dijo el hombre. Tomó un sorbo de té—. Yo mismo he dicho eso muchas veces. Y de hecho está cada vez más claro que eso es lo que ha ocurrido aquí.
Kang lo miró lúgubremente.
—Contadme.
—Bueno. —Ibrahim bajó la vista—. El monje Bao y su hijo fueron llevados en principio para ser interrogados en Anchi; seguramente él os lo debe haber dicho. Habían estado mendigando, cantando canciones frente a la casa del caudillo de la aldea. El caudillo les dio un solo trozo de pan caliente; aparentemente Bao y Xinwu tenían tanta hambre que aquél insultó al caudillo, quien decidió que ambos no eran personas de su agrado y los echó una vez más. Bao lo insultó otra vez antes de irse, y el caudillo se puso tan furioso que ordenó que los arrestaran y les revisaran la bolsa. Encontraron algunos escritos y medicinas y tijeras...
—Lo mismo que encontraron aquí.
—Sí. Y entonces el caudillo hizo que los ataran a un árbol y los golpearan con cadenas. Sin embargo no pudieron sacarles nada más, aunque ambos estaban bastante lastimados. Así que el caudillo cogió parte de una coleta falsa que llevaba un guardia calvo que trabajaba para él, y la puso en la bolsa de Bao y lo mandó a que lo examinara el prefecto con la prensa de tobillos.
—Pobre hombre —exclamó Kang, mordiéndose el labio—. Pobre alma.
—Sí. —Ibrahim bebió otro sorbo—. Así que, recientemente, el gobernador general comenzó a investigar estos incidentes por orden del emperador, quien está muy preocupado. Yo he ayudado de alguna manera en la investigación (no con interrogatorios) examinando pruebas físicas, como la coleta falsa, de la cual demostré que estaba hecha con cabellos de personas diferentes. Así que se interrogó al caudillo, y él contó toda la historia.
—Así que todo era una mentira.
—Exactamente. Y en realidad todos los incidentes pueden remontarse a un origen, para el caso, similar al de Bao, en Suzhou...
—Monstruoso.
—... excepto el que tiene que ver con vuestro hijo Shih.
Kang no dijo nada. Hizo un gesto, y Pao volvió a llenar las tazas de té.
Después de un extenso silencio, Ibrahim dijo:
—No me cabe duda de que los gamberros de la ciudad se aprovecharon del miedo para asustar a vuestro hijo.
Kang asintió con la cabeza.
—Y también —siguió diciendo—, si habéis estado experimentando...
posesión de espíritus..., posiblemente él también...
Ella no dijo nada.
—¿Sabéis de alguna rareza...?
Durante un buen rato estuvieron allí sentados uno junto al otro en silencio, bebiendo té. Finalmente Kang dijo: —El miedo en sí es un tipo de posesión.
—Es cierto.
Bebieron té un rato más.
—Le diré al gobernador general que aquí no hay nada de qué preocuparse.
—Gracias.
Otro silencio.
—Pero yo estoy interesado en cualquier otra manifestación de...
cualquier cosa fuera de lo normal.
—Por supuesto.
—Espero que podamos hablarlo. Conozco modos de investigar este tipo de cosas.
—Posiblemente.
Poco después la visita del médico hui llegó a su fin.
Después de que se hubo retirado, Kang se paseó por el recinto de sala en sala, seguida por la preocupada Pao. Miró en la habitación de Shih, ahora vacia, sus libros en los estantes, cerrados. Shih había ido a jugar a la orilla del río, sin duda con su amigo Xinwu.
Kang miró la zona de las mujeres, el telar que era gran parte de su fortuna y el atril sobre el que escribía, el tintero, los pinceles, la pila de papel.
Los gansos vuelan hacia el norte contra la luna.
Los hijos crecen y se van.
En el jardín, mi viejo banco.
Algunos días preferiría tener arroz y sal.
Sentado como una planta y el pescuezo estirado:
¡Grazna, grazna! ¡Vuela!
Luego fue a la cocina y al jardín, debajo del viejo enebro. No dijo una sola palabra y se retiró a su habitación en silencio.
Aquella noche, sin embargo, otra vez unos gritos despertaron a todos los habitantes de la casa. Pao salió corriendo a la cabeza del grupo de sirvientes y encontró a la viuda Kang desplomada sobre el banco del jardín, debajo del árbol. Pao levantó la camisa de su señora para taparle los pechos y la sentó en el banco.
—¡Señora Kang! —le gritó; porque aunque ella tenía los ojos abiertos no veía nada de este mundo.
Tenía los ojos en blanco, y parecía que mirara a través de Pao y los sirvientes, viendo a otra gente y mascullando en otras lenguas, un parloteo de sonidos, gritos y chillidos dichos con una voz que no era la suya.
—¡Fantasmas! —gritó Shih, que se había despertado con el alboroto —. ¡Está poseída!
—Silencio, por favor —dijo Pao—. Debemos llevarla a su cama sin despertarla.
Ella le cogió un brazo, Zunli cogió el otro, y lo más delicadamente que pudieron, la alzaron. Era tan ligera como un gato, más ligera de lo que supuestamente debería haber sido.
—Con cuidado —decía Pao mientras la pasaban por el alféizar y la dejaban sobre la cama.
Incluso cuando estuvo allí acostada, la viuda intentó levantarse otra vez como un títere, y dijo, en algo parecido a su propia voz:
—A pesar de todo la pequeña diosa murió.
Pao envió un mensaje al médico hui contándole lo que había ocurrido, y recibió una nota de respuesta en la que pedía otra entrevista. Kang resopló y dejó caer la nota sobre la mesa sin decir una palabra. Pero una semana después pidió a los sirvientes que prepararan de comer para recibir a una visita, e Ibrahim ibn Hasam apareció en la puerta, parpadeando detrás de sus gafas.
Kang lo recibió con las más exageradas formalidades y lo condujo al salón, donde ya estaba dispuesta la mejor vajilla de porcelana.
Después de la comida, cuando estaban tomando el té, Ibrahim hizo un gesto con la cabeza y dijo:
—Tengo entendido que habéis tenido otro ataque de sonambulismo.
Kang se ruborizó.
—Mis sirvientas son muy poco discretas.
—Lo siento. Se trata de que podría estar relacionado con mi investigación.
—Lo lamento, pero no recuerdo nada del incidente. Me desperté y encontré a toda la gente muy perturbada.
—Sí. A lo mejor podría preguntar a vuestros sirvientes lo que habéis dicho mientras estabais... ¿hechizada, tal vez?
—Desde luego.
—Gracias. —Otra reverencia, otro sorbo de té—. También..., me preguntaba si estaríais de acuerdo en ayudarme a encontrar esa..., esa otra voz que tenéis dentro.
—¿Cómo pensáis hacerlo?
—Con un método desarrollado por los médicos de al-Andalus. Supone una especie de meditación centrada en un objeto, como en un templo budista. Un examinador ayuda a que la persona que está meditando haga una descripción, como ellos la llaman; entonces, a veces las voces interiores hablan con el examinador.
—¿Entonces se parece al robo de almas?
Él sonrió.
—No hay ningún robo. Es, sobre todo, una conversación, ya sabéis. Como llamar al espíritu de alguien que está ausente, incluso para que acuda a sí mismo. Como las invocaciones de almas que se hacen en vuestras ciudades del sur. Luego, cuando termina la meditación, todo regresa a la normalidad.
—¿Creéis en el alma, doctor?
—Por supuesto.
—¿Y en el robo de almas?
—Bueno. —Larga pausa—. Creo que esta idea tiene que ver con un concepto chino del alma. Tal vez vos podáis aclarármelo. ¿Acaso hacéis una distinción entre el hun, el alma espiritual, y el po, el alma corporal?
—Sí, por supuesto —contestó Kang—. Ése es un aspecto del yinyang.
El alma hun pertenece al yang, el alma po pertenece al yin.
Ibrahim asintió con la cabeza.
—Y el alma hun, puesto que es ligera y activa, volátil, es la que puede separarse de la persona viva. De hecho, lo hace cada noche durante el sueño, y regresa cuando nos despertamos. Por lo general, regresa.
—Sí.
—Y si por casualidad, o deliberadamente, el alma no regresa, puede ser una causa de enfermedad, especialmente en los niños, como los cólicos, y de muchas formas de sonambulismo, locura y cosas por el estilo.
—Sí.
Ahora la viuda Kang ya no lo miraba.
—Y el hun es el alma que buscan los ladrones de almas que supuestamente merodean por el campo. Chiao-hun.
—Sí. Evidentemente, vos no creéis que sea así.
—No, no, en absoluto. Reservo el juicio para lo que se puede ver.
Puedo ver la distinción que se hace, de eso no cabe duda. Yo mismo viajo en sueños; creedme, viajo. Y he tratado a pacientes inconscientes, cuyo cuerpo sigue funcionando bien, se podría decir que rebosan salud, mientras están allí recostados en la cama y nunca se mueven; no, no se mueven durante años. A uno de ellos le lavé la cara, y le estaba lavando las pestañas cuando de repente me dijo que no hiciera eso. Después de dieciséis años. No; creo que he visto al alma hun tanto cuando se va como cuando regresa. Creo que sucede como con muchas otras cosas. Los chinos tienen determinadas palabras, determinados conceptos y determinadas categorías, mientras que el islam tiene otras palabras, naturalmente, y categorías ligeramente diferentes, pero cuando se observa más de cerca todas ellas pueden ser correlacionadas y se puede demostrar que son una sola. Porque la realidad es única.
Kang frunció el entrecejo, como si tal vez no estuviera de acuerdo.
—¿Conocéis el poema de Rumi Balki: «Morí como mineral»? ¿No?
Es del fundador de la secta de los derviches, los musulmanes más espirituales.
Y empezó a recitar:
Morí como mineral y regresé como planta,
morí como planta y regresé como animal,
morí como animal y regresé como hombre.
¿Por qué tener miedo? ¿Cuándo he perdido al morir?
Sin embargo debo morir una vez más como humano
para elevarme con ángeles benditos allí arriba.
Y cuando sacrifique mi alma de ángel,
me convertiré en lo que ninguna mente ha imaginado jamás.
—La última muerte creo que se refiere al alma hun, que abandona el alma po para trascender.
Kang estaba pensándolo.
—Entonces en el islam, ¿creéis que las almas regresan? ¿Que vivimos muchas vidas y que nos reencarnamos?
Ibrahim bebió un sorbo de té verde.
—El Corán dice: «Dios crea seres y los envía una y otra vez, hasta que regresan a Él».
—¿De verdad? —Ahora Kang miraba a Ibrahim con interés—. Eso mismo es lo que creemos los budistas.
Ibrahim asintió con la cabeza.
—Un maestro sufí al que he seguido, Sharif Din Maneri, nos dijo: «Tened la certeza de que este trabajo ha existido antes de vosotros y de mí en eras pasadas y de que cada persona ya ha alcanzado cierto nivel. Nadie es el primero en comenzar este trabajo».
Kang miró a Ibrahim fijamente; estaba inclinada hacia él en su asiento. Se aclaró la garganta delicadamente.
—Recuerdo pequeños fragmentos del hechizo del sonambulismo — admitió ella—. A menudo me parece que soy otra persona. Generalmente una mujer joven, una..., una reina de un país lejano, que está en problemas. Tengo la impresión de que ocurrió hace mucho tiempo, pero todo es muy confuso. A veces despierto con la sensación de que ha pasado un año o más. Luego me centro otra vez completamente en este mundo, y todo se desmorona, y apenas puedo recordar una o dos imágenes, como si hubiera sido un sueño, o como si recordara una ilustración en un libro, pero menos nítida, menos... Lo siento. No puedo verlo con claridad.
—Claro que podéis hacerlo —dijo Ibrahim—. Con mucha claridad.
—Creo que os he conocido antes —susurró—. A vos y a Bao, y a mi hijo Shih, y a Pao, y a algunos otros. Yo..., es como ese momento que a veces uno siente, que parece que lo que está pasando ya ha pasado antes, exactamente de la misma manera.
Ibrahim asintió con la cabeza.
—Yo he sentido eso. En otra parte del Corán dice: «Os digo una verdad, que los espíritus que ahora tienen afinidad serán afines, aunque todos se encuentren en nuevas personas y con nuevos nombres».
—¿De verdad? —exclamó Kang.
—Sí. Y en otra parte, dice: «Su cuerpo se cae como el caparazón de un cangrejo, y él forma uno nuevo. La persona es simplemente una máscara que el alma se pone durante una temporada, la utiliza el tiempo necesario, luego la abandona y utiliza otra».
Kang lo miraba fijamente, con la boca abierta.
—Apenas si puedo creer lo que estoy oyendo —susurró—. No he podido contar estas cosas a nadie. Creen que estoy loca. Ahora se dice que soy una...
Ibrahim asintió con la cabeza y bebió unos sorbos de té.
—Lo entiendo. Pero yo estoy interesado en estas cosas. Yo mismo he recibido ciertas... señales. ¿Entonces os parece que tal vez podamos intentar hacer el proceso de la descripción y ver lo que podemos averiguar?
Kang asintió con la cabeza decididamente.
—Sí.
Debido a que él quería oscuridad, fueron hasta el asiento interior al pie de la ventana del vestíbulo, con la ventana y las puertas cerradas. Sólo una vela ardía sobre una mesa baja. Los cristales de las gafas reflejaban la llama. Se dieron órdenes para que la casa permaneciera en completo silencio, era posible oír el débil ladrido de algún perro, las ruedas de alguna carreta, el murmullo de la ciudad distante, todo muy suave.