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Authors: Elisabeth Kübler-Ross

Sobre la muerte y los moribundos (9 page)

Doctora:
¿Cómo respondían a esto las enfermeras?

Paciente:
Bueno, depende. La única que creo que estaba muy resentida conmigo era la enfermera de noche. La noche antes, una paciente había entrado en mi habitación y se había metido en mi cama. Yo conocía el caso, soy enfermera, y no tuve miedo. O sea que encendí la luz y esperé. Bueno, aquella noche, aquella señora salió de su cama, pasando por encima de la baranda. Tendría que haber llevado puesto un cinturón. Yo no dije nada de esto a nadie. Llamé a la enfermera y ella y yo la llevamos de nuevo a su cama. Y luego, aquella noche en que una señora se cayó de la cama, yo estaba en la habitación contigua a la suya o sea que llegué primero, mucho antes que la enfermera. Y luego, otra chica, de unos veinte años, se estaba muriendo y se quejaba muy fuerte. O sea que esas noches no pude dormir. El hospital tiene la norma de no dar un somnífero después de las tres. No sé por qué, pero así es. Y si tomo un hidrato doral suave, cuyos efectos habrán desaparecido al día siguiente, me servirá de ayuda para el momento. Para ellas, el reglamento es más importante que la posibilidad de que el paciente duerma una hora o dos más. Ésta es la política que siguen aquí. Y hacen lo mismo con las drogas que no crean hábito, ¿sabe? No puedes tomar... Si el doctor receta codeína, media dosis cada cuatro horas, no puedes tomar otra dosis hasta cinco. El caso es que no puedes repetir hasta dentro de cuatro horas,
¡sea lo que sea!
Tanto si crea hábito como si no. No hemos cambiado nuestro concepto. Si el paciente tiene dolor, lo necesita cuando tiene dolor. No necesariamente al cabo de cuatro horas, especialmente si no es una droga que cree hábito.

Doctora:
¿Está ofendida porque no prestan más atención a cada paciente? ¿Y más cuidados? ¿De ahí vienen sus sentimientos?

Paciente:
Bueno, no lo digo por mí. Sólo que no entienden el dolor. Si no han tenido ninguno...

Doctora:
¿Es el dolor lo que más le preocupa?

Paciente:
Bueno, me preocupa sobre todo por los pacientes cancerosos con los que he estado, ¿entiende? Y me molesta el hecho de que estén intentando evitar que se conviertan en drogadictos cuando saben que no van a vivir lo bastante para poder serlo. En este ala hay una enfermera que incluso esconde la hipodérmica detrás de la espalda y trata de disuadirles. Incluso hasta el último minuto, ¿sabe? Tiene miedo de convertir a alguien en drogadicto, aunque el paciente no vaya a vivir lo suficiente para hacerlo. En realidad, tienen derecho a ello, porque cuando sufres tanto, no puedes comer ni dormir: sólo existes. Por lo menos, con la hipodérmica te relajas, puedes vivir, puedes disfrutar de las cosas, puedes hablar: estás vivo. Pero si no, estás esperando, desesperado, a que alguien tenga compasión y te dé algún alivio.

Capellán:
¿Ha experimentado esto alguna vez desde que empezó a venir aquí?

Paciente:
Sí. Sí. Quiero decir que lo he observado. Creía que era típico de ciertos pisos, porque tienen el mismo equipo de enfermeras. Es algo que está en nosotros: parece que ya no se respeta el dolor.

Capellán:
¿Cómo se lo explica?

Paciente:
Creo que están muy ocupadas. Espero que sea esto.

Doctora:
¿Qué es esto?

Paciente:
Pues yo he ido y las he visto allí charlando, y luego descansando. Y esto me pone furiosa. Cuando la enfermera tiene un rato de descanso, viene la auxiliar y te dice que la enfermera está abajo con la llave, y que tienes que esperar, cuando necesitabas tu medicación incluso antes de que la enfermera bajara a comer. Creo que debería haber alguien encargado de cada piso, que pudiera venir y darte el calmante, para que no tuvieras que pasar otra media hora sudando antes de que suba alguien. Y a veces tardan cuarenta y cinco minutos en volver. Y desde luego, no van a ocuparse de ti en primer lugar. Primero contestan al teléfono y miran los nuevos horarios y las nuevas órdenes que han dejado los médicos. Lo primero no es averiguar si alguien ha pedido medicación contra el dolor.

Doctora:
Para abreviar, ¿le importa que cambie de tema? Me gustaría utilizar el tiempo que tenemos para examinar otros aspectos diferentes. ¿Le parece bien?

Paciente:
Muy bien.

Doctora:
Usted ha dicho que había visto u observado una habitación en la que se estaban muriendo unos niños de cinco y nueve años. ¿Cómo concibe esto? ¿Tiene una explicación, o una teoría para esto?

Paciente:
¿Quiere decir cómo lo acepto?

Doctora:
Sí. Usted ya ha contestado parcialmente a esta pregunta. Que no quiere estar sola, no le gusta. Que cuando atraviesa una crisis, sea de dolor, de diarrea o de cualquier otra cosa, le gusta que venga alguien. Eso significa que no le gusta que la dejen sola. El otro punto es el dolor. Si tiene que morir, le gustaría que fuera sin agonía, dolor ni soledad.

Paciente:
Muy cierto.

Doctora:
¿Qué otras cosas cree que son importantes? ¿Qué deberíamos considerar? No quiero decir sólo para usted, sino para otros pacientes.

Paciente:
Recuerdo a D. F., que se volvía loco al mirar las paredes desnudas de su habitación, que no resultaban muy atractivas. Y esta misma enfermera que no quiere darte la medicación, le trajo unas fotografías de Suiza muy bonitas. Se las pegamos en las paredes. Cuando murió, antes de morir, le pidió a ella que me las diera. Yo había ido a verle unas cuantas veces, y las puse en la pared porque comprendí lo mucho que habían significado para él. Y las llevé a otras habitaciones. La madre de aquella chica de diecinueve años, que estaba con ella un día tras otro, me trajo una cartulina, las recortamos y las pegamos. No pedimos permiso a la supervisora, pero usamos esa clase de cinta adhesiva que no estropea las paredes, ¿sabe? Y creo que aún así ella se molestó. Creo que aquí hay mucho formulismo. Yo sé que un paisaje bonito puede hacer pensar, debe hacer pensar a otros en la vida y los vivos, y quizás en Dios. En realidad, yo veo mucho a Dios en la naturaleza. Eso es lo que quiero decir, que uno no estaría tan solo si tuviese algo que le hiciera formar parte de la vida. ¡Eso significaba tanto para D. F.! Y en cuanto a S., que estaba rodeada de flores, de llamadas telefónicas, y todos los que venían a verla, sus amigos, creo que si los hubieran echado a todos porque ella estaba tan grave, le habrían hecho mucho daño. Parecía revivir cuando tenía una visita, aun cuando tenía un dolor intenso. Ni siquiera podía hablarles, ¿sabe? Pienso en ella. Mis hermanas vienen sólo una vez por semana, y a veces no vienen en absoluto. O sea que la mayor parte de la compañía me ha venido de los visitantes de los pacientes a los que yo he visitado, y esto me ha ayudado mucho. Cuando tengo ganas de llorar o estoy deprimida, sé que tengo que hacer algo para dejar de pensar en mí, y tanto si me duele como si no, tengo que arrastrarme hasta otra persona, concentrarme en ella. Y entonces puedo olvidar mis problemas...

Doctora:
¿Qué le pasa cuando no puede seguir haciendo esto?

Paciente:
Entonces estoy... entonces necesito gente y no vienen.

Doctora:
Bueno, en eso sí que podemos hacer algo por usted.

Paciente:
Sí. Pero nunca ha ocurrido. (Llorando.)

Doctora:
Pero va a pasar. Éste es uno de nuestros objetivos.

Capellán:
¿Quiere decir que nunca ha ocurrido que hayan venido a visitarla cuando usted las necesitaba?

Paciente:
Sólo a veces Cuando uno está enfermo, la gente se aleja de él. Creen que no quiere hablar, pero aunque no pueda responder, aunque sólo se estén sentados allí, ya sabes que no estás solo. Eso lo podrían hacer los visitantes ordinarios. ¡Si la gente supiera esto! Y si es alguien a quien no le moleste rezar y pudiera decir suavemente contigo el Padrenuestro, que no has podido decir durante días enteros porque dices “Padre nuestro” y luego el resto es todo confuso. Te recuerda otra vez algo que tiene un sentido. Pero miren, si no tengo nada que dar a la gente, me dejan. Yo puedo dar a la gente, pero hay muchos que no se dan cuenta de todo lo que necesito.

Doctora:
Cierto. (Conversación confusa.)

Paciente:
Y yo recibo cosas de ellos cuando no estoy grave. Recibo mucho, pero entonces no lo necesito tanto.

Doctora:
Necesita mucho más cuando ya no es capaz de dar.

Paciente:
Sí, y cada vez que me pongo enferma, me preocupo mucho por el dinero, por lo mucho que cuesta todo esto, y otras veces, me preocupo por si tendré mi empleo cuando vuelva. Y otras veces, me preocupa la perspectiva de una enfermedad crónica, de tener que depender siempre de los demás. Cada vez surge algo diferente, ¿sabe?, o sea que siempre necesito algo.

Doctora:
¿Y qué me dice de su vida fuera de aquí? No sé nada de su ambiente o de cómo vive usted en realidad. ¿Qué pasa con ustedes cuando no pueden trabajar? ¿Las mantiene la Iglesia? ¿El sitio donde trabajan? ¿Su familia? ¿Quién lo hace?

Paciente:
Oh, claro que sí. He estado hospitalizada tres veces en nuestro propio hospital. Una vez, durante la noche, tenía tanto dolor que no podía respirar. Salí al pasillo, llamé a la puerta de una de las enfermeras, y ella me dio una hipodérmica. Luego decidieron dejarme en la enfermería. Es la enfermería de las hermanas. Sólo las hermanas pueden ir allí, y se está terriblemente sola. No hay televisión ni radio: eso no forma parte de nuestra vida. Salvo por motivos educativos a veces, y si no viene nadie a verme, yo necesito esas cosas. Y no te ofrecen ninguna de ellas. Hablé de ello con mi médico, y ahora, cuando no me duele tanto y puedo soportarlo, me da de alta, pues sabe que, psicológicamente, necesito gente. Y si puedo ir a mi propia habitación y echarme y vestirme completamente cuatro o cinco veces al día y bajar a comer, por lo menos me siento tomar parte en la vida. No me siento tan sola. Aunque, a menudo, tengo que sentarme en la iglesia, sin poder rezar porque no me encuentro bien, pero estoy con las demás. ¿Ve lo que quiero decir?

Doctora:
Sí. ¿Por qué cree que la soledad le resulta tan terrible?

Paciente:
Creo... no, no creo que tenga miedo de la soledad, porque hay veces que necesito estar sola. No quiero decir esto. Pero lo que no quiero es verme abandonada en esta situación, sin poder valerme por mí misma. Estaría muy bien si me sintiera lo bastante fuerte para no necesitar a la gente. Pero yo... no es el morir sola, es la tortura que puede darte el dolor, que querrías arrancarte los cabellos. Llegar a no importarte no bañarte durante varios días, sólo por el esfuerzo que supone. Es como si dejaras de ser un ser humano.

Capellán:
Es un sentido de la dignidad, que quiere mantener todo el tiempo posible.

Paciente:
Sí, y a veces no puedo hacerlo sola.

Doctora:
¿Sabe? Está hablando justo de lo que hemos estado haciendo aquí todo este año y lo que hemos intentado hacer en muchos aspectos. Creo que es justo lo que usted está diciendo.

Paciente:
Uno todavía quiere ser una persona.

Doctora:
Un ser humano.

Paciente:
Sí. Puedo decirle otra cosa. El año pasado me dieron de alta aquí. Tuve que ir a nuestro propio hospital en una silla de ruedas, porque tenía la pierna rota. Era una fractura patológica. Y todas las personas amables que empujaban aquella silla de ruedas me hacían volver loca porque me llevaban adonde ellas querían que fuera, no adonde yo quería ir. Y yo no siempre podía decirles adónde quería ir. Prefería que me dolieran los brazos e ir yo misma al lavabo, a tener que decir a todo el mundo adónde quería ir, y luego tenerlas esperando fuera, controlando el tiempo que tenía para usar el lavabo. ¿Ve lo que quiero decir? Decían que yo era muy independiente y todo eso, y no lo era. Tenía que mantener mi dignidad porque ellas iban a destruirla. No creo que sea de las que rechazan la ayuda cuando verdaderamente la necesitan. Pero la clase de ayuda que presta mucha gente
me crea un problema
. ¿Entiende? Son muy amables, y yo sé que están llenas de buena voluntad, pero yo no puedo esperar a que aparezcan. Por ejemplo, tenemos una hermana que se ocupa de nosotras y nos ofrece todas esas cosas, y se siente rechazada si no las aceptas. Pero yo me sentiría culpable si aceptara su ayuda. Sé que lleva un corsé ortopédico para la espalda. Para la enfermería asignan a personas que no están bien, a estas hermanas que ya tienen setenta y siete años. Yo me levanto y le doy a la manivela de la cama antes que pedir a una de ellas que lo haga. Pero si ella se ofrece a darle a la manivela y yo le digo que no, cree que la estoy rechazando como enfermera. O sea que tengo que apretar los dientes y esperar que no venga al día siguiente a decirme que le ha dolido la espalda toda la noche y que no ha podido dormir, porque voy a tener la sensación de que yo he sido la causa.

Capellán:
Hm... le hace pagar por ello.

Paciente:
Sí.

Capellán:
¿Puedo encender...?

Doctora:
Cuando esté cansada nos lo dirá, ¿verdad?

Paciente:
Sí, siga. Tengo todo el día para descansar.

Capellán:
En lo referente a su fe, ¿qué efectos ha tenido la enfermedad sobre ella? ¿Ha reforzado o debilitado su creencia en Dios?

Paciente:
No creo que mi enfermedad me haya influido, porque nunca he pensado en ella en estos términos. Yo quería entregarme a Dios siendo monja. Quería ser médico e ir a las misiones. Pues bien, no he hecho ninguna de estas cosas. Nunca he salido del país. He estado enferma muchos años. Ahora sé que eso era... Yo había decidido lo que quería hacer por Dios. Me atraían esas cosas, y pensaba que eran su voluntad. Pero evidentemente no lo eran. O sea que me resigné, aunque si volviera a ponerme bien, todavía querría hacerlas. Todavía querría estudiar medicina. Creo que ser médico en las misiones es una cosa tremenda, más que ser enfermera, a pesar de las limitaciones que ponen los gobiernos a las enfermeras. Pero creo que mi fe recibió su máxima sacudida aquí. No por la enfermedad, sino por un hombre que era un paciente que estaba al otro lado del pasillo: un judío muy amable. Nos conocimos en los rayos X, en aquel pequeño cubículo. Los dos estábamos esperando a pasar por los rayos X. De repente, oí su voz que me decía: “¿Por qué es usted tan condenadamente feliz?” Y yo le miré y dije: “Bueno, no soy particularmente feliz, pero no tengo miedo de lo que va a pasar, si es eso lo que quiere decir.” Tenía una forma de mirar verdaderamente cínica. Bueno, así fue como nos conocimos y descubrimos que estábamos frente a frente, más o menos, en el mismo pasillo. Y él es judío, aunque no practica ninguna tradición, y desprecia a la mayoría de los rabinos que ha conocido. O sea que cuando vino, me dijo que en realidad Dios no existe. Que nosotros lo inventamos porque necesitábamos uno. A mí nunca se me habla ocurrido eso y él lo creía de veras. Creo que lo creía porque no cree en la existencia de otro mundo. Al mismo tiempo, teníamos una enfermera que era agnóstica y decía que sí, que tal vez había un Dios que había empezado el mundo. Hablaba de esto conmigo. Creo que de eso es de lo que usted quería hablar. Ellos empezaron y ella me decía: “Pero desde luego no ha vuelto a ocuparse del mundo desde entonces. “ En realidad, yo nunca había conocido a personas así hasta que vine aquí. ¿Sabe?, era la primera vez que tenía que poner a prueba mi fe. Quiero decir que hasta entonces yo me decía: “Bueno, claro que hay un Dios. Miren la naturaleza y todo lo que existe.” Esto es lo que se me había enseñado.

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