Read Sobre la muerte y los moribundos Online

Authors: Elisabeth Kübler-Ross

Sobre la muerte y los moribundos (35 page)

Para los pacientes que no tienen sólo un simple problema que solucionar, la terapia a corto plazo es útil y no requiere necesariamente la ayuda de un psiquiatra, sino la de una persona comprensiva, que tenga tiempo para sentarse a escuchar. Estoy pensando en pacientes como la hermana I., que recibió visitas en muchas ocasiones, y en cuya terapia colaboraron tanto los demás pacientes como nosotros. Son los pacientes que tienen la suerte de tener tiempo para superar algunos de sus conflictos mientras están enfermos y que pueden llegar a una comprensión más profunda y quizás a un aprecio mayor de las cosas que todavía pueden disfrutar. Estas sesiones, como otras más breves, de psicoterapia con pacientes más graves, tienen lugar de modo irregular. Se programan individualmente, según el estado físico del paciente y su capacidad y voluntad de hablar en un momento dado; a menudo se trata de visitas de sólo unos minutos para garantizarles nuestra presencia incluso en los momentos en que no desean hablar. Se hacen más frecuentes cuando el paciente está más molesto y sufre más, y entonces toman la forma de una compañía silenciosa más que de una comunicación verbal.

A menudo nos hemos preguntado si no sería indicada una terapia de grupo con un grupo escogido de pacientes desahuciados, ya que a menudo todos sufren la misma soledad y el mismo aislamiento. Los que trabajan en salas donde hay pacientes de este tipo, son plenamente conscientes de las interacciones que se producen entre los pacientes y lo mucho que puede ayudar un paciente a otro. Siempre nos sorprende enterarnos de cuántas de nuestras experiencias del seminario se traspasan de un paciente moribundo a otro; incluso algunos nos envían a otros. Hemos visto sentados juntos en los pasillos del hospital a pacientes que han sido entrevistados en el seminario y que han continuado con unas sesiones informales como miembros de una fraternidad. Hasta ahora, hemos dejado que los pacientes escogieran lo que querían compartir con otros, pero actualmente estamos estudiando sus motivaciones para tratar de organizar una reunión más en serio, ya que parece desearlo por lo menos un pequeño grupo de nuestros pacientes. Forman parte de él esos pacientes que tienen enfermedades crónicas y necesitan volver a ingresar en el hospital muchas veces. Se conocen desde hace tiempo y no sólo comparten la misma enfermedad sino que además tienen los mismos recuerdos de hospitalizaciones anteriores. Nos ha impresionado mucho su reacción casi alegre cuando muere uno de sus “compañeros”, que es sólo una confirmación de la convicción inconsciente de que “te pasará a ti pero no a mí”. Puede que esto también sea un factor que contribuya a que muchos pacientes y familiares suyos, como la señora G. (capítulo VII), se sientan compensados al visitar a otros pacientes, quizás más graves. La hermana I. utilizaba estas visitas como expresión de hostilidad, es decir, para averiguar las necesidades de los pacientes y demostrar a las enfermeras que no eran eficientes (capítulo IV). Ayudándolas como enfermera, no sólo podía negar temporalmente su propia incapacidad para actuar, sino también manifestar su ira contra los que estaban bien y no servían a los enfermos más eficazmente. La terapia del grupo ayudaría a estos pacientes a comprender su comportamiento y al mismo tiempo ayudaría a las enfermeras a aceptar más sus necesidades.

La señora F. es otra mujer a recordar, pues inició su terapia de grupo improvisada entre ella y algunas jóvenes pacientes muy enfermas, todas ellas hospitalizadas con leucemia o con la enfermedad de Hodgkin, de la que ella padecía desde hacía más de veinte años. Durante los últimos años había tenido un promedio de seis hospitalizaciones al año, y había acabado por aceptar completamente su enfermedad. Un día ingresó una chica de diecinueve años, Ann, asustada por su enfermedad y por el desenlace de ésta, e incapaz de hablar de este miedo con nadie. Sus padres se habían negado a hablar de ello, y entonces la señora F. se convirtió en su consejera improvisada. Le habló de sus hijos, de su marido y de la casa que había llevado durante tantos años a pesar de todas sus estancias en el hospital, y finalmente facilitó que Ann expusiera sus preocupaciones e hiciera preguntas sobre lo que verdaderamente importaba. Cuando Ann fue dada de alta, envió otra joven paciente a la señora F., y así empezó a producirse una reacción en cadena, bastante comparable a la terapia de grupo en la que un paciente sustituye a otro. El grupo casi nunca se componía de más de dos o tres personas, y se mantenía mientras sus miembros permanecían en el hospital.

El silencio que va más allá de las palabras

Hay un momento en la vida de un paciente en que deja de haber dolor, la mente deja de imaginar cosas, la necesidad de alimento se vuelve mínima y la conciencia de lo que le rodea desaparece en la oscuridad. Es entonces cuando los parientes recorren los pasillos del hospital, atormentados por la espera, sin saber si deberían marcharse para atender a los vivos o quedarse para estar allí en el momento de la muerte. En esos momentos es demasiado tarde para las palabras, y, no obstante, es cuando los parientes piden más ayuda, con o sin palabras. Es demasiado tarde para intervenciones médicas (demasiado crueles, aunque bienintencionadas, cuando tienen lugar), pero aún es demasiado pronto para una separación final del moribundo. Es el momento más duro para el pariente próximo, pues desea marcharse, acabar de una vez, o se aferra desesperadamente a algo que está a punto de perder para siempre. Son los momentos de la terapia del silencio con el paciente y de la disponibilidad de cara a los parientes.

El médico, la enfermera, la asistenta social o el capellán pueden ser una gran ayuda durante estos momentos finales si logran comprender los conflictos de la familia en ese momento y ayudar a seleccionar la persona que se sienta más capaz de estar junto al paciente moribundo. Entonces esta persona se convierte en su terapista. A los que se sienten demasiado incómodos, se les puede ayudar mitigando sus sentimientos de culpabilidad y asegurándoles que alguien estará con el paciente hasta que se produzca la muerte. Así pueden volver a su casa sabiendo que el paciente no ha muerto solo, sin sentirse avergonzados o culpables por haber esquivado ese momento que para muchas personas, es tan difícil de afrontar.

Los que tienen la fortaleza y el amor suficientes para sentarse junto a un paciente moribundo en el
silencio que va más allá de las palabras
sabrán que ese momento no es espantoso ni doloroso, sino el pacífico cese del funcionamiento del cuerpo. Observar la muerte pacífica de un ser humano nos recuerda la caída de una estrella; en un cielo inmenso, una de entre un millón de luces brilla sólo unos momentos y desaparece para siempre en la noche perpetua. Ser terapista de un paciente moribundo nos hace conscientes de la calidad de único que posee cada individuo en este vasto mar de la humanidad. Nos hace conscientes de nuestra finitud, de la limitación de nuestra vida. Pocos de nosotros viven más de setenta años, y no obstante, en ese breve tiempo, la mayoría creamos y vivimos una biografía única, y nos urdimos en la trama de la historia humana.

El agua en un vaso está llena de destellos; el agua del mar es oscura.

La pequeña verdad tiene palabras claras; la gran verdad tiene un gran silencio.

Tagore
, de
Pájaros errantes
, CLXXVI

ELISABETH KÜBLER-ROSS, Médica psiquiatra suiza, autora de
On Death and Dying
(1969), donde expone su conocido modelo de Kübler-Ross por primera vez. En esa y otras doce obras, sentó las bases de los modernos cuidados paliativos, cuyo objetivo es que el enfermo afronte la muerte con serenidad y hasta con alegría.

Se licenció en medicina en la Universidad de Zúrich en 1957 y en 1958, se mudó a Nueva York, donde continuó sus investigaciones.

Empezó como residente con pacientes a punto de morir y más tarde fue dando conferencias sobre el tratamiento de moribundos. Toda su obra versa sobre la muerte y el acto de morir y va describiendo diferentes fases del enfermo según va llegando su muerte (modelo Kübler Ross: negación, ira, negociación, depresión y aceptación).

No participó en el movimiento de cuidados paliativos, aunque sus compañeros la animaran. Se graduó en psiquiatría en la Universidad de Colorado en 1963 y recibió 23 doctorados honoríficos.

Elisabeth ayudó a muchos familiares a manejar su pérdida, a saber cómo enfrentarse a la muerte de un ser querido, les explicó cómo apoyar a la persona en agonía, lo que debía hacerse en esos difíciles momentos y lo que debía evitarse. Bajo su tutela se crearon fundaciones y movimientos ciudadanos que reclamaban el derecho a una muerte digna. Y comenzaron a publicarse libros, gracias a los cuales miles de familias recibieron consuelo.

Sufrió varios ataques de apoplejía en 1995 que le paralizaron el lado izquierdo. En una entrevista de 2002 con
The Arizona Republic
, decía que estaba preparada para morir.

Finalmente, la doctora Kübler-Ross falleció el día 24 de agosto de 2004.

Notas

[1]
Christian Science: religión y sistema de curación fundada por Mary Baker Eddy en 1866.
(Nota de la trad.)
<<

[2]
Acusaban a la paciente de fingirse enferma cuando ella estaba segura de que los diferentes síntomas que tenía eran provocados por una enfermedad física. Para asegurarse de que tenía razón, fue a ver a un psiquiatra, que confirmó su convicción.
<<

[3]
Ver Bibliografía.
<<

[4]
Aquí expresa su ambivalencia de opinión respecto al hecho de que se lo dijeran sus padres en vez del médico.
<<

[5]
Yo daba este seminario como introducción a la psiquiatría antes de empezar mi trabajo actual, que está descrito en este libro.
<<

Other books

Double Play by Duvall, Nikki
American Uprising by Daniel Rasmussen
A Most Wanted Man by John Le Carre
Cows by Matthew Stokoe
One Way or Another by Nikki McWatters
El señor de los demonios by David Eddings
Shop Talk by Philip Roth


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024