Read Sobre la muerte y los moribundos Online

Authors: Elisabeth Kübler-Ross

Sobre la muerte y los moribundos (28 page)

Doctora:
O sea que aceptó los hechos paso a paso, igual que hizo con el diagnóstico de leucemia. En el hospital, ¿qué clase de personas la han ayudado más en sus problemas cotidianos?

Paciente:
Cada vez que te tropiezas con una enfermera que manifiesta fe, es una gran ayuda. Como he dicho, cuando ayer bajé a los rayos X me sentí como un número, ¿sabe?, y no había nadie que se ocupara mucho de mí, especialmente cuando bajé la segunda vez. Era tarde y les molestaba que hubieran mandado un paciente tan tarde. O sea que todo el rato parecían molestos. Cuando ella me llevó, yo sabía que iba a dejar allí la silla de ruedas y desaparecer, y que yo me quedaría allí sentada hasta que saliera alguien. Pero una de las chicas de allí le dijo que no debía hacer eso, que debía entrar y decirles que yo estaba allí, y hacerles salir. Creo que ella estaba contrariada por tener que ir tan tarde con un paciente. Estaban cerrando, los técnicos se disponían a marcharse a casa y era tarde. En pequeñas cosas como ésta, ¿ve?, la generosidad de las enfermeras ayudaría mucho.

Doctora:
¿Qué piensa usted de la gente que no tiene fe?

Paciente:
Bueno, también se encuentran. También he encontrado pacientes de ese tipo aquí. La última vez había aquí un señor que, cuando descubrió lo que yo tenía, dijo: “No puedo entenderlo, en este mundo no hay nada justo. ¿Por qué tiene que tener leucemia? Nunca ha fumado, nunca ha bebido, nunca ha hecho nada así. Yo soy un viejo, y he hecho muchas cosas que no debía haber hecho.” ¿Qué diferencia hay? No se nos dice que no vayamos a tener nunca problemas. El mismo Nuestro Señor tuvo que afrontar problemas terribles, o sea que Él es quien nos enseña y yo estoy dispuesta a seguirle.

Doctora:
¿Piensa alguna vez en la muerte?

Paciente:
¿Si pienso en ella?

Doctora:
Sí.

Paciente:
Sí. Pienso a menudo en la muerte. No me gusta la idea de que todo el mundo venga a verme porque tengo un aspecto atroz. ¿Por qué tiene que pasar eso? ¿Por qué no pueden hacer sólo un pequeño servicio en memoria del difunto? No me gusta la idea de los funerales, ¿sabe?; tal vez le parezca extraño. Me repele imaginar mi cuerpo en ese ataúd.

Doctora:
No estoy segura de entenderla.

Paciente:
No me gusta hacer desgraciada a la gente, a mis hijos, con dos o tres días de todo eso, ¿sabe? He pensado en ello y no he hecho nada al respecto. Mi marido me lo preguntó un día cuando vino; dijo: “Tendríamos que pensar en esto, en donar nuestros ojos o nuestros cuerpos.” No lo hicimos aquel día y todavía no lo hemos hecho porque es una de esas cosas que uno va aplazando, ¿sabe?

Doctora:
¿Habla alguna vez de esto con alguien? ¿Se prepara de alguna manera para ese momento, cuandoquiera que venga?

Paciente:
Bueno, como dije al padre C., creo que mucha gente tiene la necesidad de apoyarse en alguien, de hablar con el sacerdote, y quieren que él les dé todas las respuestas.

Doctora:
¿Y él se las da?

Paciente:
Creo que, si uno comprende el cristianismo, cuando llega a mi edad debería ser lo bastante maduro como para saber que puede esforzarse y conseguirlo uno mismo, porque va a estar solo muchísimas horas. Cuando estás enfermo, estás solo, porque la gente no puede estar siempre contigo. No puedes tener al capellán a tu lado, no puedes tener a tu marido a tu lado, no puedes tener a las personas a tu lado. Mi marido es de esas personas que estarían conmigo el máximo tiempo posible.

Doctora:
Entonces, ¿lo que más le ayuda es tener personas a su lado?

Paciente:
Oh, sí, especialmente ciertas personas.

Doctora:
¿Quiénes son esas personas? Usted ha mencionado al capellán y a su marido.

Paciente:
Sí. Me gusta mucho que venga a visitarme el pastor de mi iglesia. Y hay otra amiga mía, más o menos de mi misma edad, que es una cristiana estupenda. Ha perdido la vista. Pasó varios meses en cama, en el hospital. Lo aceptó muy bien. Es de esas personas que siempre están haciendo algo por los demás. Si están enfermos, van a visitarles, o recogen ropa para los pobres o cosas así. El otro día me escribió una carta encantadora, en la que citaba al Salmo 139, y me gustó mucho recibirla. Decía: “Quiero que sepas que eres una de mis amigas más íntimas.” Cuando encuentras a una persona así, te sientes feliz. En conjunto, creo que aquí son muy amables. Aunque también estoy un poco cansada de oír cómo la gente sufre en las habitaciones. Oigo eso y pienso: “¡Oh! ¿Por qué no podrán hacer algo por esa persona?” Pasan mucho tiempo así, y les oyes gritar y temes que quizá estén solos. No tienes derecho a entrar en su habitación y hablar con ellos, sólo les
oyes.
Esto me molesta mucho. La primera vez que estuve aquí no pude dormir demasiado bien pensando en eso. Yo pensaba: “Esto no puede continuar. Vas a tener que dormir.” Y luego dormí bastante bien. Pero aquella noche oí gritar a dos pacientes. Es una cosa que espero no hacer nunca. Yo tenía una prima que tenía cáncer no hace mucho, y era mejor que yo. Era una persona maravillosa. Era lisiada de nacimiento, pero lo llevaba muy bien. Pasó muchos meses en el hospital, pero nunca gritaba. La última vez que fui a verla era una semana antes de que muriera. Era una persona verdaderamente ejemplar. Estaba más preocupada por mí, porque había hecho un viaje para ir a verla, que por sí misma.

Doctora:
Ésa es la clase de mujer que le gustaría ser a usted, ¿verdad?

Paciente:
Bueno, ella me ayudó. Yo espero poder hacerlo.

Doctora:
Estoy segura de que puede. Hoy mismo lo ha estado haciendo aquí.

Paciente:
Hay otra cosa que me preocupa: uno nunca sabe, cuando está inconsciente, cómo va a reaccionar. A veces la gente reacciona de diferentes formas. Supongo que entonces es importante tener confianza en tu médico y que él pueda estar contigo. El doctor E. está muy ocupado, o sea que no hablo mucho con él. A no ser que él me lo pregunte, yo no le consultaría problemas familiares ni nada, aunque siempre he creído que estas cosas afectaban mucho a mi salud. Usted ya sabe que los problemas pueden tener una gran repercusión en la salud física.

Capellán:
A eso se refirió usted el otro día cuando se preguntaba si las presiones de su familia y todos esos problemas no afectarían también a su salud.

Paciente:
Sí, porque es verdad, nuestro hijo estuvo muy mal en Navidad, y de hecho su padre le llevó otra vez al hospital del Estado. Él se prestó a ir. Dijo: “Haré la maleta cuando volvamos de la iglesia.” Luego llegó allí, cambió de idea y se volvió a casa. Su padre explicó que le había dicho que quería volver a casa, o sea que se lo trajo. Generalmente, cuando está en casa, el chico va constantemente de un lado para otro dentro de ella. A veces está tan inquieto que ni siquiera puede sentarse.

Doctora:
¿Qué edad tiene?

Paciente:
Veintidós años. Todo va muy bien si puedes combatir el problema y hacer algo en este sentido, pero cuando no puedes darle una respuesta o ayudarle es una cosa terrorífica sólo el hablar con él. No hace mucho traté de explicarle lo que había pasado al nacer él, y pareció comprender. Le dije: “Tienes una enfermedad, igual que yo tengo una enfermedad, y a veces lo pasas muy mal. Sé que lo pasas terriblemente mal y sé lo duro que es para ti. De hecho, te valoro mucho porque sabes salir de esos malos momentos y volver a sentar la cabeza”. Creo que él hace más esfuerzos también, pero en realidad, dado su estado mental, nunca sabes muy bien qué hacer con él.

Capellán:
Esto ha sido una tensión para usted. Debe de cansarla, estoy seguro.

Paciente:
Sí. Él ha sido mi mayor problema.

Doctora:
La primera mujer de su padre tenía niños pequeños y los repartieron, y ahora a usted se le plantea el mismo problema. ¿Qué va a pasar con ellos?

Paciente:
Ahora, mi mayor conflicto es cómo puedo hacer que sigan juntos, cómo puedo impedir que se dispersen en toda clase de instituciones. Bueno, naturalmente yo creo que se solucionará. Si una persona tiene que estar postrada en cama, entonces el problema es completamente diferente. Tal vez yo vuelva a estar postrada en cama, y digo a mi marido que esto se solucionará por sí solo a medida que pasen los años, pero no ha sido así. Mi suegro tuvo un ataque de corazón muy serio, y en realidad no creíamos que se pondría tan bien como se ha puesto. Ha sido asombroso. Pero él es feliz, y sin embargo a veces me pregunto si no sería más feliz en otro sitio, con otros señores de su misma edad.

Doctora:
¿Entonces podría mandarle a una residencia?

Paciente:
Sí, no sería tan duro como él cree. Pero, ¡está tan satisfecho de estar con su hijo y la esposa de éste! Él creció en la ciudad y ha pasado toda su vida en ella.

Capellán:
¿Qué edad tiene?

Paciente:
Ochenta y un años.

Doctora:
¿Tiene ochenta y un años y su madre setenta y seis? Señora C., creo que tendremos que terminar, porque he prometido no alargarlo más de cuarenta y cinco minutos. Ayer dijo que nadie había hablado con usted del modo como sus problemas domésticos afectaban a sus pensamientos sobre la muerte. ¿Cree que esto es algo que deberían hacer los médicos o las enfermeras o alguien del hospital si el paciente así lo desea?

Paciente:
Ayuda, ayuda mucho.

Doctora:
¿Quién debería hacerlo?

Paciente:
Bueno, si tienes la suerte de tener esa clase de médico —y hay pocos, ¿sabe? — que se interesa por los aspectos de tu vida... A la mayoría sólo les interesa la parte médica del paciente. El doctor M. es muy comprensivo. Ha venido a verme dos veces desde que estoy aquí, y se lo agradezco mucho.

Doctora:
¿Por qué cree que los médicos son tan reacios a eso?

Paciente:
Bueno, hoy pasa lo mismo en el mundo exterior. ¿Cómo es que no hay más gente que haga más cosas que deberían hacerse?

Doctora:
Deberíamos terminar, ¿no cree? ¿Le gustaría hacernos alguna pregunta, señora C.? De todos modos, volveremos a verla.

Paciente:
No. Sólo espero poder hablar a mucha más gente de estas cosas porque se han de arreglar. Mi hijo no es el único. Hay mucha gente en el mundo, y uno sólo trata de que alguien se interese bastante por el caso para que puedan hacer algo por él.

La señora C. es parecida a la señora S., una mujer de mediana edad a la que se aproxima la muerte en medio de una vida de responsabilidades, cuando dependen de ella una serie de personas. Tiene un suegro de ochenta y un años que ha tenido un ataque de corazón recientemente, una madre con la enfermedad de Parkinson que tiene setenta y seis años, una hija de doce años que todavía necesita a su madre y que tal vez tenga que crecer “demasiado deprisa”, como teme la paciente, y un hijo retrasado de veintidós años que está entrando y saliendo de los hospitales del estado, por el que ella teme y se preocupa. Su propio padre dejó tres niños pequeños de un matrimonio anterior y la paciente está preocupada ante la perspectiva de tener que dejar también a todas esas personas que dependen de ella en el momento en que la necesitan más.

Es comprensible que estas cargas familiares hagan sumamente difícil una muerte tranquila hasta que se haya hablado de estas cuestiones y se haya encontrado alguna solución. Si una paciente así no tiene oportunidad de compartir sus preocupaciones, se siente al mismo tiempo disgustada y deprimida. Quizás la mejor demostración de su enojo sea su indignación contra la enfermera que cree que puede ir andando hasta los rayos X, que no tiene en cuenta sus necesidades, y a la que interesa más el final de su día de trabajo que el tratar bien a una paciente débil y cansada, que quiere funcionar sola todo lo posible —pero no más allá— y conservar su dignidad a pesar de las desagradables circunstancias por las que pasa.

Demuestra quizás aún mejor la necesidad de encontrar personas sensibles y comprensivas y su influencia sobre los que sufren; ella da el ejemplo al permitir que los viejos vivan en su casa y se defiendan lo mejor posible, en vez de enviarlos a una residencia de ancianos. También deja estar en casa a su hijo, cuya presencia es casi intolerable pero que prefiere quedarse en casa a volver al hospital del estado, y le permite compartir todo lo que él es capaz de compartir. En toda esta lucha para cuidar a todo el mundo lo mejor posible, ella también comunica su deseo de que se le permita estar en casa y funcionar todo el tiempo que pueda. Aún cuando esto signifique estar en cama, su presencia allí debería ser tolerada. Su declaración final, su deseo de poder hablar a mucha más gente de las necesidades del enfermo, quizá fue parcialmente satisfecho con este seminario.

La señora C. era una paciente que quería compartir y aceptaba agradecida la ayuda, a diferencia de la señora L., que aceptó la invitación pero fue incapaz de compartir sus preocupaciones hasta mucho más tarde, poco antes de su muerte, cuando nos pidió que fuéramos a visitarla.

La señora C. continuó haciendo todas las cosas que podía hasta que se solucionó el problema de su hijo mentalmente trastornado. Un marido comprensivo y su religión la ayudaron y le dieron la fuerza necesaria para soportar tantas semanas de sufrimiento. Comunicó su último deseo, a saber, que no la vieran “fea” en el ataúd, a su marido, que comprendió que la señora C. siempre había tenido una gran preocupación por los demás. Creo que este miedo de aparecer fea se manifestaba también en su preocupación por los pacientes a los que oía gritar, “quizá perdiendo su dignidad”, y cuando tiene miedo de perder el conocimiento y dice: “Cuando estás inconsciente nunca se sabe... cómo vas a reaccionar.... Entonces es importante tener confianza en tu médico, que pueda estar contigo.... El doctor E. está muy ocupado, por eso no hablo mucho con él...”

Esto no es tanto una preocupación por los demás como el miedo a perder el control, de indignarse cuando los problemas familiares se hacen demasiado abrumadores y su fuerza demasiado pequeña.

En una visita subsiguiente, reconoció que “a veces deseaba chillar”: “Por favor, encargaos vosotros, yo no puedo seguir preocupándome por todos.” Se sintió muy aliviada cuando intervinieron el capellán y la asistenta social, y cuando el psiquiatra buscó un sitio adonde mandar a su hijo. Sólo cuando otros se hubieron hecho cargo de estas cuestiones la señora C. se sintió en paz y dejó de preocuparse por si la veían fea en el ataúd o no. Pasó de figurarse que “tendría un aspecto tan horrible” a tener una imagen de paz, descanso y dignidad que coincidió con su aceptación final y con la decatexis.

Other books

Why Homer Matters by Adam Nicolson
Seeing Red by Graham Poll
Long After (Sometimes Never) by McIntyre, Cheryl
All Bets Are On by Cynthia Cooke
Promises, Promises by Baker, Janice
Reburn by Anne Marsh
Spirit by J. P. Hightman
Cedar Woman by Debra Shiveley Welch


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024