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Authors: Elisabeth Kübler-Ross

Sobre la muerte y los moribundos (23 page)

Si toleramos su rabia, tanto si va dirigida contra nosotros, contra el muerto o contra Dios, les estamos ayudando a dar un gran paso hacia la aceptación sin culpabilidad. Si les reprochamos que se atrevan a airear esos pensamientos tan mal considerados socialmente, somos culpables de prolongar su dolor, su vergüenza y su culpabilidad, que a menudo provocan enfermedades tanto físicas como psíquicas.

10. Algunas entrevistas con pacientes moribundos

La muerte, tu sierva, está ante mi puerta. Ha atravesado el mar desconocido y ha traído tu llamada a mi casa.

La noche es oscura y mi corazón tiene miedo... no obstante cogeré la lámpara, abriré la puerta y me inclinaré para darle la bienvenida. Es tu mensajera la que está ante mi puerta.

La veneraré con las manos enlazadas, y con lágrimas en los ojos. La veneraré poniendo a sus pies el tesoro de mi corazón.

Ella volverá, cumplida su misión, dejando una sombra oscura en mi mañana; y en mi casa desolada sólo quedará mi yo desamparado: mi último ofrecimiento a ti.

Tagore,
de
Gitanjali,
LXXXVI

En los capítulos anteriores hemos tratado de señalar las razones de las dificultades cada vez mayores que tienen los pacientes para comunicar sus preocupaciones cuando son víctimas de una enfermedad grave o quizá mortal. Hemos resumido algunos de nuestros descubrimientos y hemos tratado de describir los métodos utilizados para averiguar el grado de conciencia, los problemas, las preocupaciones y los deseos del paciente. Parece útil incluir, un poco al azar, más ejemplos de estas entrevistas, pues dan una idea más amplia de la variedad de respuestas y reacciones demostradas tanto por el paciente como por el entrevistador. Hay que recordar que el paciente casi nunca conocía al entrevistador; sólo se habían visto unos minutos anteriormente para pedir la autorización y hacer los preparativos necesarios de la entrevista.

He seleccionado la entrevista de un paciente cuya madre estaba visitándole en aquel momento y se prestó a venir a vemos para compartir sus respuestas. Creo que demuestran bien cómo los diferentes miembros de una familia afrontan la enfermedad mortal y cómo, a veces, dos personas recuerdan el mismo hecho de una manera completamente diferente. Después de cada entrevista hay un breve resumen donde relaciono el material recogido con lo que se ha dicho en capítulos anteriores. Estas entrevistas originales hablarán por sí solas. Las he dejado a propósito sin revisar ni abreviar, y muestran que hubo momentos en los que percibimos las comunicaciones implícitas o explícitas de un paciente, y otros, en cambio, en los que no reaccionamos de la manera más adecuada. La parte que no puede ser compartida con el lector es la experiencia que uno tiene durante un diálogo así: los muchos mensajes no orales que hay constantemente entre el paciente y el médico, el médico y el capellán, o el paciente y el capellán; los suspiros, los ojos humedecidos, las sonrisas, los gestos con las manos, las miradas vacías, las miradas de asombro o las manos tendidas, todas comunicaciones importantes que van más allá de las palabras.

Aunque las siguientes entrevistas fueron, con pocas excepciones, los primeros encuentros que tuvimos con estos pacientes, en la mayoría de los casos no fueron los únicos. Vimos a todos los pacientes tantas veces como fue necesario hasta que murieron. Muchos de nuestros pacientes pudieron volver otra vez a su casa, para morir allí o para volver a ingresar más adelante en el hospital. Nos pedían que les llamáramos de vez en cuando a su casa, o llamaban a uno de los entrevistadores para “mantenerse en contacto”. Algún pariente vino a nuestro despacho para intentar comprender mejor el comportamiento de un paciente y pedir ayuda y comprensión, o para compartir algunos recuerdos con nosotros bastante después de la muerte del paciente. Nosotros tratamos de seguir tan disponibles para ellos como lo estuvimos para el paciente durante la hospitalización y después de ella.

Las entrevistas que vienen a continuación pueden estudiarse para ver el papel que tenían los parientes durante estos momentos difíciles.

La señora S. había sido abandonada por su marido, que sólo estaba informado de su enfermedad fatal indirectamente, a través de sus dos hijos pequeños. Eran una vecina y un amigo quienes desempeñaban el papel más importante durante su enfermedad mortal, aunque ella esperaba que su marido y la segunda mujer de éste se encargaran de los niños después de morir ella.

A continuación, una chica de diecisiete años muestra el valor de una persona joven al afrontar la crisis. Después de su entrevista viene otra con su madre; las dos hablan por sí solas.

La señora C. se sentía incapaz de afrontar su propia muerte debido a las muchas obligaciones que tenía que cumplir. Éste es otro buen ejemplo de la importancia que tiene apoyar a la familia cuando el paciente es responsable del cuidado de personas enfermas, muy dependientes o ancianas.

La señora L., que había sido el lazarillo de su marido, utiliza este papel para probar que todavía puede funcionar, y tanto el marido como la mujer usan la negación parcial en el momento de su crisis.

La señora S. era una mujer de cuarenta y ocho años, protestante, madre de dos chicos a los que educaba sola. Había manifestado deseos de hablar con alguien y la invitamos a venir a nuestro seminario. Parecía reacia y algo inquieta, pero después del seminario se sintió muy aliviada. Mientras nos dirigíamos a la sala de la entrevista, ella iba hablando de sus hijos y parecía evidente que ellos eran su mayor preocupación durante aquella hospitalización.

Doctora:
Señora S., en realidad no sabemos nada de usted, salvo lo que nos ha dicho al hablar ahora con nosotros un minuto. ¿Qué edad tiene?

Paciente:
El domingo cumpliré cuarenta y ocho.
Doctora:
¿Éste que viene? Procuraré recordarlo. Ésta es la segunda vez que está en el hospital. ¿Cuándo vino la primera vez?

Paciente:
En abril.

Doctora:
¿Para qué vino?

Paciente:
Por este tumor, en el pecho.

Doctora:
¿Qué clase de tumor?

Paciente:
Bueno, en realidad no puedo decírselo. No sé bastante de esta enfermedad como para diferenciar una clase de otra.

Doctora:
¿Qué cree usted que es? ¿Cómo le dijeron lo que tenía?

Paciente:
Bueno, cuando vine al hospital me hicieron una biopsia, y luego, dos días más tarde, vino el médico de mi familia y dijo que había resultado ser maligno. Pero en realidad, el nombre de lo que era no...

Doctora:
Pero le dijeron que era maligno.

Paciente:
Sí.

Doctora:
¿Cuándo fue eso?

Paciente:
Eso fue en... ¡oh!, debía de ser la segunda mitad de marzo.

Doctora:
¿De este año? ¿Y hasta este año estuvo bien de salud?

Paciente:
No, no. Tengo una tuberculosis latente, o sea que he pasado meses en un sanatorio varias veces.

Doctora:
Ya. ¿Dónde? ¿En Colorado? ¿Dónde estaba el sanatorio?

Paciente:
En Illinois.

Doctora:
O sea que ha tenido muchas enfermedades en su vida.

Paciente:
Sí.

Doctora:
¿Está ya casi acostumbrada a los hospitales?

Paciente:
No. Creo que vino nunca llega a acostumbrarse a ellos.

Doctora:
Y, ¿cómo empezó esta enfermedad? ¿Qué la trajo al hospital? ¿Puede hablarnos del comienzo de esta enfermedad?

Paciente:
Tenía este pequeño bulto. Era como, ¡oh!, digamos como una espinilla o algo así, ¿sabe? Justo aquí. Y se iba haciendo mayor, y me dolía. Bueno, no creo que sea diferente de los demás. Yo no quería ir al médico y lo iba aplazando, hasta que finalmente me di cuenta de que estaba poniéndose cada vez peor y tenía que ir a ver a alguien. Bueno, unos meses antes de eso, el médico de cabecera que tenía desde hacía años se murió. Y yo no sabía a quién acudir. Naturalmente, he de decir que yo no tengo marido. Llevaba casada veintidós años y mi marido decidió que quería a otra. O sea que yo sólo tenía a los chicos, y sentía que ellos me necesitaban. Creo que probablemente ésta es una razón por la que yo pensaba que, si era algo muy grave... bueno, en fin, me decía a mí misma que sencillamente no podía ser. Yo tenía que estar en casa con los chicos. Ésa fue la principal razón por la que lo aplacé. Y luego, cuando fui, se había puesto muy grande y me dolía tanto que no podía resistirlo, ya no podía seguir aguantando el dolor. Y cuando fui al médico de cabecera, él sólo me dijo que no podía hacer nada allí, en su consultorio. Tendría que ir al hospital. Por eso fui. Creo que cuatro o cinco días después ingresé en el hospital y... además tenía un tumor en un ovario.

Doctora:
¿Al mismo tiempo? ¿Se lo encontraron?

Paciente:
Sí. Y creo que él quería hacer algo para arreglar eso mientras yo estaba allí, pero luego, cuando hizo la biopsia de esto y resultó maligno, naturalmente no quiso hacer nada más. O sea que me dijo que allí no podía hacer nada más por mí, que tendría que decidir adónde quería ir.

Doctora:
¿Quería decir a qué hospital?

Paciente:
Sí.

Doctora:
¿Y entonces escogió usted este hospital?

Paciente:
Sí.

Doctora:
¿Cómo es que escogió este hospital?

Paciente:
Pues, porque tenemos un amigo que fue paciente aquí una vez. Le conozco a través del seguro. No podía hablar mejor de este hospital, de los médicos y las enfermeras. Decía que todos los médicos son especialistas, y que estás maravillosamente cuidado.

Doctora:
¿Y lo está?

Paciente:
Sí.

Doctora:
Tengo curiosidad por saber cómo se lo tomó, cuando le dijeron que tenía un tumor maligno. Cómo se lo tomó después de haber estado aplazando el momento de enterarse de la verdad. O de enterarse de los hechos, ¿entiende?, prescindiendo de su necesidad de estar en casa y ocuparse de sus hijos. ¿Cómo se lo tomó cuando finalmente tuvieron que decírselo?

Paciente:
Cuando me lo dijeron la primera vez me quedé hecha polvo.

Doctora:
¿Cómo?

Paciente:
Emocionalmente.

Doctora:
¿Se quedó muy deprimida? ¿Lloró?

Paciente:
Ajá. Siempre había pensado que no podía tener una cosa así. Luego, cuando me di cuenta de lo que era, pensé que era algo que tenía que aceptar, que estar hecha polvo no solucionaría nada, y supuse que cuanto antes acudiera a alguien que pudiera ayudarme sería mejor.

Doctora:
¿Compartió esto con sus hijos?

Paciente:
Sí. Se lo dije a los dos. En realidad no sé hasta qué punto son conscientes.

Capellán:
¿Y el resto de su familia? ¿Compartió esto con alguien más? ¿Tiene a alguien más?

Paciente:
Tengo a una persona, un amigo con el que llevo saliendo unos cinco años. Es una persona muy agradable y ha sido muy bueno conmigo. Y ha sido bueno con los chicos, quiero decir que, cuando yo he tenido que estar lejos de ellos, él los ha vigilado, procurando que siempre hubiera alguien para hacerles la cena, para acompañarles. Quiero decir que no están totalmente solos, ¿entiende? Desde luego, el mayor probablemente es bastante responsable, pero todavía es menor de edad, creo, hasta que tenga veintiún años.

Capellán:
Usted se siente mejor teniendo a alguien allí.

Paciente:
Sí. Y luego tengo a una vecina. Vivimos en algo así como un dúplex, y ella ocupa la otra mitad de la casa. Está entrando y saliendo todos los días. Me ha ayudado mucho a hacer el trabajo de la casa, esos dos meses que estuve allí. Se ocupaba de mí, ¿sabe?, me ayudaba a bañarme y procuraba que siempre tuviera algo para comer. Es una persona maravillosa. Es una persona muy religiosa, ¿sabe?, dentro de su confesión, y ha hecho una cantidad enorme de cosas por mí.

Doctora:
¿A qué confesión pertenece?

Paciente:
En realidad creo que no sé a qué iglesia va.

Capellán:
¿Protestante?

Paciente:
Sí.

Capellán:
¿Tiene usted más familia o ésta es...?

Paciente:
Tengo un hermano que vive aquí.

Capellán:
Pero no tienen tanta intimidad como...

Paciente:
No hemos tenido demasiada intimidad, no. Creo que, con el poco tiempo que llevo conociéndola, en realidad es la amiga más íntima que tengo. Quiero decir que puedo hablarle, y ella a mí, y eso me hace sentirme mejor.

Doctora:
Ya... Tiene usted suerte.

Paciente:
Es maravillosa. Nunca he conocido a nadie como ella. Casi cada día recibo una tarjeta o cuatro líneas suyas. A veces son tonterías, a veces son cosas serias, pero, quiero decir... Siempre estoy esperando tener noticias suyas.

Doctora:
Sabe que alguien se ocupa de usted.

Paciente:
Sí.

Doctora:
¿Cuánto tiempo hace que la abandonó su marido?

Paciente:
En septiembre del 59.

Doctora:
El 59. ¿Entonces tenía tuberculosis?

Paciente:
La primera vez fue en 1946. Perdí a mi hija. Tenía dos años y medio. Y en aquella época mi marido estaba en el servicio. Se puso muy enferma y la llevamos a un especialista, al hospital. Y, ¡ah!, lo más duro era que yo no podía verla mientras estaba allí. Entró en coma y ya no salió de él. Me preguntaron si estaba de acuerdo con que hicieran una autopsia, y yo dije que sí, que quizá podría ayudar a alguien algún día. O sea que le hicieron la autopsia, y tenía una cosa que llamaron tuberculosis militar. Es algo que se lleva en la sangre. Cuando mi marido se fue al servicio, mi padre vino a vivir conmigo. Por eso después nos hicimos examinar todos, y mi padre tenía una cavidad bastante grande en un pulmón, y yo también tenía un principio de enfermedad. De manera que él y yo entonces nos fuimos al sanatorio. Y yo estuve allí unos tres meses, y el único tratamiento que tenía que seguir era descansar en cama y ponerme inyecciones. No tuvieron que operarme. Y luego, años después, estuve allí antes y después de nacer uno de los chicos. Y ahora he estado allí como paciente después de que naciera el pequeño, en el 53.

Doctora:
¿La niña fue su primer hijo?

Paciente:
Sí.

Doctora:
Y la única niña que tuvo. Eso debió ser terrible. ¿Cómo se recuperó de eso?

Paciente:
Bueno, fue muy duro.

Doctora:
¿Qué le dio fuerza?

Paciente:
La oración, probablemente, más que otra cosa. Ella y yo éramos... quiero decir, ella era todo lo que yo tenía en aquellos momentos. Tenía tres meses cuando se fue mi marido. Era sencillamente... bueno, yo en realidad vivía para ella, ¿sabe? Y no creía que pudiera aceptar su pérdida, pero lo hice.

Doctora:
Y ahora, desde que se fue su marido, vive para sus hijos.

Paciente:
Sí.

Doctora:
Eso debe ser muy duro. Y ahora ¿es la religión, o la oración, o qué, lo que le ayuda a superar sus momentos de tristeza o las veces que se siente deprimida por su enfermedad?

Paciente:
La oración creo que ha sido lo más importante.

Doctora:
¿Piensa alguna vez en lo que pasaría si muriera de esta enfermedad, o habla de ello con alguien? ¿No piensa en estas cosas?

Paciente:
Bueno, no mucho, no. Salvo con esta señora amiga mía —ella hablaba conmigo de lo grave que era esto y cosas así—, salvo con ella no he hablado con nadie.

Capellán:
¿Viene su párroco a verla o va usted a la iglesia?

Paciente:
Bueno, antes sí que iba a la iglesia. Pero, llevaba meses encontrándome mal, incluso antes de venir aquí. Y no me encontraba bien como para ir a la iglesia. Pero...

Capellán:
¿Viene a verla el sacerdote?

Paciente:
El sacerdote venía a verme cuando yo estaba en el otro hospital, antes de venirme aquí. Y volvió a venir a verme antes de ingresar yo, pero decidí venir aquí de repente, o sea que no pudo verme antes de venirme. Y luego, cuando llevaba aquí unas dos o tres semanas, vino a verme el padre D.

Capellán:
Pero básicamente su fe se ha alimentado de sus propias fuentes privadas, en su casa. Usted no se ha desahogado hablando con nadie de la iglesia.

Paciente:
No.

Capellán:
Su amiga ha tenido este papel.

Doctora:
Me ha parecido que esta amiga era una amiga relativamente nueva. ¿Quién fue primero a ese dúplex, ella o usted?

Paciente:
La conozco desde hace quizás un año y medio.

Doctora:
¿Sólo? ¡Es maravilloso! ¿Cómo han congeniado tanto en tan poco tiempo?

Paciente:
Bueno, no lo sé. En realidad es bastante difícil de explicar. Ella dijo que toda su vida había querido tener una hermana y así, hablando, yo dije que yo también siempre había querido tener una hermana. Dije que éramos sólo dos, mi hermano y yo, y ella dijo: “Bueno, creo que nos hemos encontrado y ahora las dos tenemos hermana.” Sólo de verla andando por la habitación, te hace encontrarte... ¡Oh!, te encuentras bien, como en tu casa.

Doctora:
¿Tuvo alguna vez una hermana?

Paciente:
No. Sólo mi hermano y yo.

Doctora:
Sólo tenía un hermano. ¿Qué clase de padres tuvo?

Paciente:
Mi padre y mi madre se divorciaron cuando nosotros éramos muy pequeños.

Doctora:
¿Qué edad tenían?

Paciente:
Yo tenía dos años y medio, y mi hermano unos tres y medio. Y se encargaron de nosotros unos tíos.

Doctora:
¿Cómo eran?

Paciente:
Eran maravillosos con nosotros.

Doctora:
¿Quiénes son sus verdaderos padres?

Paciente:
Mi madre vive todavía. Vive aquí, y mi padre murió no mucho después de ponerse enfermo y estar en el sanatorio.

Doctora:
¿Su padre murió de tuberculosis?

Paciente:
Sí.

Doctora:
Ya. ¿A quién se sentía usted más próxima?

Paciente:
Bueno, mi tía y mi tío en realidad fueron mis padres. Quiero decir que estuvimos con ellos desde pequeños. Y ellos nunca... ellos nos decían que eran una tía y un tío, pero para nosotros eran como unos padres.

Doctora:
No les engañaban. Actuaban honradamente.

Paciente:
Sí, sí.

Capellán:
¿Viven?

Paciente:
Mi tío murió hace varios años. Mi tía vive todavía. Tiene ochenta y cinco años.

Capellán:
¿Está enterada de su enfermedad?

Paciente:
Si.

Capellán:
¿Tiene mucho contacto con ella?

Paciente:
Pues sí. Pero ella no sale mucho, no está demasiado bien. El año pasado tuvo artritis en la columna vertebral y estuvo bastante tiempo en el hospital. Yo no sabía si saldría de aquella enfermedad o no. Pero salió, y ahora está bastante bien. Tiene su casita propia, vive sola y se lo hace todo ella misma. Yo lo considero algo maravilloso.

Doctora:
¿Ochenta y cuatro años?

Paciente:
Ochenta y cinco.

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