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Authors: Elisabeth Kübler-Ross

Sobre la muerte y los moribundos (26 page)

A continuación viene la entrevista con la madre de esta chica. Hablamos con ella poco después de entrevistar a su hija.

Doctora:
Tenemos muy pocos padres que vengan a hablarnos de sus hijos cuando éstos están muy enfermos, y ya sé que esta invitación no es muy corriente.

Madre:
Bueno, yo se lo pedí.

Doctora:
Con su hija hemos hablado de cómo se encuentra y cómo ve la muerte. Nos ha impresionado su tranquilidad y su falta de angustia, siempre que no esté sola.

Madre:
¿Ha hablado mucho hoy?

Doctora:
Sí.

Madre:
Hoy le duele mucho, y se encuentra muy, muy mal.

Doctora:
Ha hablado mucho, mucho más que esta mañana.

Madre:
¡Oh! Y yo tenía miedo de que viniera aquí y no dijera nada.

Doctora:
No vamos a entretenerla mucho, pero le agradecería que permitiera que los jóvenes médicos le hicieran unas cuantas preguntas.

Estudiante:
Cuando se enteró del estado de su hija, de que no podía curar, ¿cómo reaccionó usted?

Madre:
Bien, muy bien.

Estudiante:
¿Usted y su marido?

Madre:
Mi marido no estaba conmigo entonces, y no me gustó mucho la forma como me lo dijeron. Nosotros sabíamos que ella estaba enferma, pero eso era todo, así que, cuando vine a visitarla aquel día, pregunté al doctor cómo estaba. Él dijo: “No está nada bien. Tengo que darle una mala noticia.” Me hizo pasar a uno de esos cuartitos y me dijo con toda franqueza: “Tiene una anemia aplástica y no va a curarse, eso es todo.” Dijo: “No se puede hacer nada, no conocemos la causa ni la forma de curarla.” Y yo dije: “¿Puedo hacerle una pregunta?” Y él me respondió: “Como quiera.” “¿Cuánto le queda de vida doctor? ¿Un año, quizás?” “¡Oh, no! ¡Santo Dios! ¡No!” Y yo dije: “Menos mal.” Eso es todo lo que hablamos, y luego se me ocurrieron muchas otras preguntas.

Doctora:
¿Esto fue el mes de mayo último?

Madre:
El 26 de mayo, sí. Él dijo: “Hay muchas personas que lo tienen, es incurable. Y eso es todo. Ella tendrá que aceptarlo.” Y salió. Me costó mucho encontrar el camino para volver a la sala donde estaba ella, y creo que me perdí en uno de los pasillos. Trataba de volver y me entró pánico. Todo el rato iba pensando: “¡Dios mío! Esto significa que no va a vivir”, y estaba tan confundida que no sabía cómo volver a su sala. Luego me recobré, volví y hablé con ella. Al principio me daba miedo entrar y decirle lo enferma que estaba porque no sabía cómo me encontraba y tal vez me pusiera a llorar. O sea que me enderecé antes de volver a verla. Pero me impresionó mucho la forma como me lo dijeron y el hecho de que yo estaba sola. Si por lo menos me hubiera hecho sentar para decírmelo, creo que podría haberlo aceptado un poco mejor.

Estudiante:
Exactamente, ¿cómo habría deseado que se lo dijeran?

Madre:
Si hubiera esperado... Mi marido estaba conmigo casi siempre, y aquélla era la primera vez que estaba sola, y si nos hubiera hecho entrar a los dos y nos hubiera dicho: “Tiene esta enfermedad incurable.” Podría habérnoslo dicho francamente, pero con un poco de compasión, y no mostrándose tan duro. Me refiero a cómo dijo: “Bueno, no es usted la única en el mundo.”

Doctora:
Mire, me he encontrado con esto muchas veces, y es muy doloroso. ¿Se le ha ocurrido que este hombre tal vez tenía dificultades con sus propios sentimientos respecto a estas situaciones?

Madre:
Sí, lo he pensado, pero de todas maneras, hiere.

Doctora:
A veces sólo son capaces de comunicar noticias así de esa forma fría y despegada.

Madre:
Tiene razón, también. Un médico no puede emocionarse con estas cosas, y probablemente no debería hacerlo. Pero no sé, tiene que haber formas mejores.

Estudiante:
¿Han cambiado sus sentimientos respecto a su hija?

Madre:
No, estoy verdaderamente agradecida por cada día que paso con ella, pero espero que vengan muchos más, y lo pido en mis oraciones, cosa que no está bien, ya lo sé. Ella fue educada en la idea de que la muerte puede ser hermosa y no es para preocuparse. Sé que será valiente cuando ocurra. Sólo una vez la he visto abatida y llorando, cuando me dijo: “Madre, pareces preocupada. No te preocupes, no tengo miedo.” Y dijo: “Dios está esperándome. Él se ocupará de mí, o sea que no tengas miedo.” Y añadió: “Yo tengo un poco de miedo, ¿te preocupa esto?” Yo dije: “No. creo que todo el mundo lo tiene. Pero tú sigue como hasta ahora. ¿Tienes ganas de llorar? Pues ¡adelante!, ¡llora! Todo el mundo lo hace.” Ella dijo: “No, no hay por qué llorar.” O sea que ella lo había aceptado, y nosotros también.

Doctora:
Eso fue hace diez meses, ¿verdad?

Madre:
Sí.

Doctora:
Además, hace muy poco tiempo le dieron sólo “veinticuatro horas”.

Madre:
El jueves pasado el doctor dijo que tendríamos suerte si duraba doce o veinticuatro horas. Quería darle morfina para acortarlo y hacerlo menos doloroso. Le preguntamos si podíamos pensárnoslo un minuto y él dijo: “No veo por qué no lo hacen de una vez y acaban con el dolor.” Se marchó. Por lo tanto, decidimos que sería mejor para ella que se hiciera. Así que dijimos al médico del piso que podía decirle que estábamos de acuerdo. No le hemos visto desde entonces y no le pusieron la inyección. Luego ella ha tenido días buenos y otros realmente malos, pero está cada vez peor y está necesitando todas las cosas que me habían dicho que necesitaría. Lo sé por otros pacientes.

Doctora:
¿De dónde?

Madre:
Bueno, mi madre es de P., allí hay doscientos pacientes de éstos y mi madre ha aprendido mucho de ellos. Ella dice que, hacia el final, les duele incluso que les toquen, y les duele en todas partes. Luego, dice que sólo de levantarlos se les quiebran los huesos. Ahora lleva una semana o así sin querer comer, y todas las cosas previstas empiezan a ocurrir. Hasta el uno de marzo, ¿sabe?, solía correr detrás de las enfermeras por los pasillos ayudándolas, llevando agua a otros pacientes, animándolos.

Doctora:
O sea que el último mes ha sido el más duro.

Estudiante:
¿Esto ha cambiado algo su relación con sus otros hijos?

Madre:
¡Oh, no! Siempre se estaban peleando, y ella también, y ahora ella dice: “¡Oh! Espero que esto lo haga más fácil.” Todavía se pelean un poco, pero no creo que más que otros, y nunca se han querido mal, sino que (risita ahogada) han sido realmente buenos.

Estudiante:
¿Qué sienten ellos acerca de todo esto?

Madre:
No la miman de una manera especial. La tratan igual que antes. Eso es bueno porque no le hacen sentir lástima de sí misma. Charlan un poco con ella, y todo lo normal. Si tienen otras cosas que hacer, le dicen: “Este sábado no vendré a verte, y en vez de eso vendré durante la semana. Me comprendes, ¿verdad?” Y ella dice: “Claro, que te diviertas.” Y está de acuerdo con la idea. Cada vez que vienen, ellos saben que probablemente ella no volverá a casa. Se dan cuenta, y todos dejamos siempre dicho dónde estamos para podernos localizar unos a otros.

Doctora:
¿Hablan ustedes con sus demás hijos de este posible desenlace?

Madre:
Oh, sí.

Doctora:
¿Hablan de él abierta y francamente?

Madre:
Sí. Somos una familia religiosa. Tenemos nuestras devociones cada mañana, rezamos antes de que se vayan a la escuela y creo que esto ha sido una gran ayuda para ellos porque en una familia, especialmente cuando hay hijos jóvenes, ellos siempre tienen algún sitio adonde ir o algo que hacer, y no podemos reunimos, sentamos a charlar sobre problemas y otras cosas, pero ellos aprovechan esos momentos cada mañana para presentar los problemas de la familia. Aclaramos las cosas en esos diez o quince minutos de cada mañana, y eso nos une a todos. Hemos hablado mucho de esto concretamente, y de hecho nuestra hija ya ha tomado disposiciones para su propio entierro.

Doctora:
¿Quiere hablarnos de eso?

Madre:
Sí, hemos hablado de ello. En nuestro barrio —de hecho, en nuestra parroquia— nació una niña ciega. Creo que tiene unos seis meses, y un día, en el antiguo hospital, mi hija dijo: “Mamá, me gustaría darle mis ojos cuando muera.” Y yo dije: “Bueno, veremos lo que se puede hacer, no sé si los querrán.” Y añadí: “Verdaderamente deberíamos hablar de cosas así, todos deberíamos hacerlo, porque nunca se sabe. Papá y yo podríamos estar en la carretera, y si nos pasa algo, vosotros os quedaríais solos.” Y ella dijo: “Sí, tendríamos que ponernos de acuerdo sobre todas estas cosas. Facilitemos las cosas a los demás. Escribiremos lo que nos gustaría que se hiciera y les preguntaremos a los demás qué les gustaría a ellos.” O sea que me lo hizo muy fácil, diciendo: “Yo empezaré y luego me lo dices tú.” De manera que anoté las cosas que ella me dijo, y eso lo hizo mucho más fácil. Pero es que ella siempre trata de facilitar las cosas a la gente.

Estudiante:
¿Sospechaba usted algo antes de que le dijeran que podía ser una enfermedad incurable? Usted ha dicho que su marido estaba siempre con usted, y que esa vez dio la casualidad de que estaba sola. ¿Había alguna razón particular para que él no estuviera allí?

Madre: Yo trato de venir al hospital siempre que puedo, y él estaba enfermo. Y generalmente él tiene más tiempo libre que yo. O sea que estaba conmigo la mayoría de las veces.

Estudiante:
Su hija nos dijo que él había sido misionero en S. y que trabajan ustedes mucho para la iglesia. Esto era, en parte, el motivo de que su ambiente fuera tan profundamente religioso. ¿En qué consistía su trabajo misionero? ¿Por qué no sigue con él?

Madre:
Era mormón. Y ellos siempre entregaban todo el dinero, sus beneficios y todo, y cuando nos casamos, yo le acompañé a su iglesia durante un año. Luego él empezó a venir conmigo, y durante diecisiete años ha venido cada domingo conmigo y los niños. Hace unos cuatro o cinco años ingresó en nuestra iglesia, y ha trabajado en ella todo ese tiempo.

Estudiante:
Me estaba preguntando... Como su hija tiene una enfermedad de la que no se conoce la causa ni la cura, ¿nunca han sentido una sensación irracional de culpa?

Madre:
Sí, la hemos tenido. Muchas veces hemos pensado que nunca les dimos vitaminas. Mi médico decía siempre que no las necesitaban, y yo pensé que quizá, si las hubieran tomado... Y entonces trataba de buscar explicaciones en todo. Ella tuvo un accidente en el Este. Dicen que eso pudo causarlo, por el hueso. Dicen que una lesión en el hueso puede causarlo. Pero los médicos de aquí dicen: “No, no puede ser. Tuvo que ser pocos meses antes.” Ella ha tenido mucho dolor, pero lo soporta muy bien. Nosotros siempre rezamos diciendo “que se haga Tu voluntad”, y creemos que si Él quiere llevársela, se la llevará, y si no, hará un milagro. Pero casi hemos abandonado la esperanza en un milagro, aunque te dicen que nunca abandones. Sabemos que se hará lo mejor. Y le hemos preguntado... Esto es otra cosa. Nos aconsejaron que no se lo dijéramos a ella. Este último año ha madurado mucho. Ha estado con toda clase de mujeres: una que trató de suicidarse, y otras que hablaban de sus problemas con sus maridos y sobre la cuestión de tener o no tener hijos. Lo sabe todo y ha estado en contacto con toda clase de gente. Y ha tenido que aguantar mucho. La única cosa que no le gusta es que la gente trate de ocultarle cosas. Quiere saberlo todo. Por eso se lo dijimos. Hablamos de ello, y luego, cuando la semana pasada estuvo tan mal y creíamos que aquello era el final, después de que el doctor nos hablara de ello en el pasillo, ella preguntó inmediatamente: “¿Qué ha dicho? ¿Voy a morirme ahora?” Yo le respondí: “Bueno, no estamos seguros. Ha dicho que estás muy mal.” Y ella dijo: “¿Y qué quiere darme?” Yo no le dije lo que era, sólo que se trataba de un calmante. Ella protestó: “Es una droga, no quiero ninguna droga.” Yo dije: “Te ayudará a calmar el dolor.” Y ella dijo: “No, prefiero sufrirlo. No quiero convertirme en una drogadicta.” Yo le aseguré: “No te convertirás.” Y ella: “Madre, me sorprendes.” Y no cedió, conservando siempre la esperanza de que se pondría bien.

Doctora:
¿Quiere que terminemos esta entrevista? Sólo nos quedan unos minutos. ¿Quiere decir al grupo qué piensa del trato que le han dado en el hospital como a madre de una hija moribunda? Naturalmente, usted quiere estar con ella el máximo tiempo posible. ¿Qué ayuda le han prestado en el hospital?

Madre:
Bueno, en el hospital antiguo era muy agradable. Eran muy simpáticos; en el nuevo están mucho más ocupados y el servicio no es tan bueno. Cuando estoy aquí, siempre me advierten que estorbo, sobre todo el doctor residente y el interno. Les estorbo. Llego incluso a esconderme en el pasillo y a tratar de escabullirme cuando vienen. Me siento como un ladrón que entra y sale, porque me miran como diciendo: “¿Otra vez por aquí?” Pasan rozándome, ¿sabe?, y sin hablarme. Siento que estoy invadiendo algo, como si no debiera estar aquí. Pero yo quiero estar aquí, y la única razón por la que estoy es porque mi hija me lo ha pedido, y nunca me lo había pedido antes. Trato de estorbar lo menos posible. De hecho, y no quiero ser engreída, creo que he ayudado mucho. Van muy escasos de personal, y las dos o tres primeras noches que ella estuvo tan mal, no sé qué habría hecho, porque las enfermeras la esquivaban a ella y a la señora anciana que había en la misma habitación. La señora anciana tuvo un ataque de corazón y no podía ni siquiera ponerse el orinal, y yo tuve que ayudarla varias noches. Mi hija vomitaba y necesitaba que la lavaran y se ocuparan de ella, y no lo hacían. Alguien tenía que hacerlo.

Estudiante:
¿Dónde duerme usted?

Madre:
En una silla, allí mismo. La primera noche no tenía una almohada ni una manta ni nada. Una de las pacientes, que no duerme con almohada, insistió en que cogiera la suya, y me tapé con mi abrigo, y al día siguiente empecé a traer la manta de mi casa. Supongo que no debería decirlo, pero uno de los conserjes (risita ahogada) me trae una taza de café de vez en cuando.

Doctora:
Bien hecho.

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