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Authors: Angie Sage

Septimus (22 page)

Pronto llegaron a la ciénaga del Boggart.

—¿Es esto? —preguntó Marcia ligeramente impresionada por que una criatura pudiera vivir en un lugar tan frío y lleno de lodo.

El Muchacho 412 asintió, orgulloso de poder enseñarle a Marcia algo que ella no supiera.

—Bien, bien —comentó Marcia—. Todos los días se aprende algo. Y ayer... —dijo mirando al Muchacho 412 a los ojos, antes de que le diera tiempo a rehuir su mirada—, ayer aprendí algo también. Algo muy interesante.

El Muchacho 412 arrastraba los pies nervioso, y esquivaba la mirada. No le gustaba cómo sonaba.

—Aprendí —dijo Marcia en tono grave— que tienes un don mágico natural. Hiciste ese hechizo con tanta facilidad como si llevaras años estudiando Magia, pero nunca habías estado cerca de un hechizo en tu vida, ¿verdad?

El Muchacho 412 sacudió la cabeza y se miró los pies. Aún se sentía como si hubiera hecho algo malo.

Exactamente —dijo Marcia—, no lo creía. Supongo que has estado en el ejército joven desde que tenías... ¿qué?... ¿dos años y medio? A esa edad es cuando suelen llevárselos.

El Muchacho 412 no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba en el ejército joven. No recordaba nada más de su vida así que Marcia debía de tener razón. Volvió a asentir.

—Bueno, todos sabemos; que el ejército joven es el último sitio donde encontrar la Magia. Y sin embargo, de alguna manera tú tienes tu propia energía mágica. Casi me da un pasmo cuando anoche me diste el amuleto.

Marcia sacó algo pequeño y brillante de un bolsillo de su cinturón y lo colocó en la mano del Muchacho 412. El Muchacho 412 bajó la vista y vio unas minúsculas alitas de plata en su mano sucia. Las alas brillaban a la luz; parecía como si pudieran echar a volar en cualquier momento. Las observó de cerca y vio unas letras minúsculas incrustadas en oro en cada ala. El Muchacho 412 sabía lo que eso significaba; estaba sosteniendo un amuleto, pero esta vez no era solo un trozo de madera, era una hermosa joya.

—Algunos amuletos para la alta Magia pueden ser muy hermosos —le explicó Marcia—. No todo son trozos de tostada reblandecidos. Recuerdo cuando Alther me enseñó este por primera vez; pensé que era uno de los más simples y hermosos amuletos que había visto en mi vida. Y aún lo creo.

El Muchacho 412 contempló las alas. En una preciosa ala de plata estaban las palabras VUELA LIBRE, y en la otra ala la palabra: CONMIGO.

Vuela conmigo, se dijo para sus adentros el Muchacho 412, encantado con el sonido de las palabras en el interior de su cabeza. Y entonces...

No pudo evitarlo. Reálmente sabía que lo estaba haciendo. Simplemente dijo las palabras para sus adentros, el sueño de volar se le metió en la cabeza y...

— ¡Sabía que lo harías! —exclamó Marcia emocionada—. ¡Lo sabía!

El Muchacho 412 se preguntó a qué se refería. Hasta que se dio cuenta de que parecía ser de la misma estatura que Marcia o incluso algo más alto... En realidad, estaba flotando por encima de ella. El Muchacho 412 miró hacia abajo sorprendido, esperando a que Marcia lo echara, como había hecho la tarde anterior, o que le dijera que dejara de hacer el tonto y descendiera en aquel mismo instante, pero, para su sorpresa, tenía una gran sonrisa y sus ojos verdes centelleaban de emoción.

—¡Es sorprendente! —Marcia se protegió los ojos del sol de la mañana con la mano mientras los entornaba para mirar al Muchacho 412 flotando sobre la ciénaga del Boggart—. Esto es Magia avanzada. Esto es algo que tardas años en hacer. No me lo puedo creer.

Lo que probablemente era un error confesar, porque el Muchacho 412 tampoco lo creía. Realmente.

Con una gran salpicadura, el Muchacho 412 aterrizó en mitad de la ciénaga del Boggart.

— ¡Ay! ¿Esss que no puede un pobre Boggart tener un poco de paz? —Un indignado par de ojos negros como botones miraban llenos de reproche al jadeante Muchacho 412.

— ¡Aaaj...! —exclamó el Muchacho 412, luchando por salir a la superficie y cogerse al Boggart.

—Ayer essstuve despierto todo el día... —se quejó el Boggart mientras empujaba al resoplante Muchacho 412 sobre la orilla del lodazal— y todo lo que esssperaba era dormir un poco hoy No quiero visssitasss. Sssolo quiero dormir. ¿Lo comprendesss? ¿Estásss bien, chaval?

El Muchacho 412 asintió, resoplando todavía.

Marcia se había arrodillado y limpiaba la cara del Muchacho 412 con un pañuelo de seda púrpura bastante exquisito. El cegato Boggart pareció sorprendido.

—¡Oh, buenosss díasss, majestad! —saludó el Boggart con mucho respeto—. No esssperaba verla por aquí.

—Buenos días, Boggart. Siento mucho molestarte. Muchas gracias por tu ayuda. Ahora nos iremos y te dejaremos en paz.

—No ha sssido nada, ha sssido un placer.

Y diciendo eso, el Boggart se hundió hasta el fondo de la ciénaga, dejando solo unas pocas burbujas en la superficie.

Marcia y el Muchacho 412 regresaron despacito a la casa. Marcia decidió no hacer caso al hecho de que el Muchacho 412 iba cubierto de barro de la cabeza a los pies. Había algo que quería preguntarle, se había preparado mentalmente y no quería esperar.

—Me pregunto —empezó— si considerarías la posibilidad de ser mi aprendiz...

El Muchacho 412 se detuvo en seco y miró fijamente a Marcia: el blanco de sus ojos brillaba desde el rostro cubierto de barro. ¿Qué había dicho?

—Serías el primero. Nunca he encontrado a nadie apropiado.

El Muchacho 412 se limitó a mirar a Marcia con incredulidad.

—Lo que quiero decir es —trató de explicar Marcia— que nunca he encontrado a nadie con tanta chispa Mágica como tú. No sé por qué la tienes ni cómo la conseguiste, pero la tienes. Y con tu poder y el mío juntos creo que podemos disipar la Oscuridad, el Otro lado. Tal vez para siempre. ¿Qué dices, serás mi aprendiz?

El Muchacho 412 estaba aturdido. ¿Cómo podía él ayudar él a Marcia, la maga extraordinaria? Lo tenía muy mal. Él era un fraude: era el anillo del dragón el que era mágico, no él. Por mucho que anhelara decir «Sí», no podía.

El Muchacho 412 sacudió la cabeza.

—¿No? —Marcia parecía conmocionada—. ¿Quieres decir que no?

El Muchacho 412 asintió lentamente.

—No...

Por una vez, Marcia no tenía palabras. Nunca se le había ocurrido que el Muchacho 412 no aceptara. Nadie rechazaba la oportunidad de ser aprendiz de un mago extraordinario, salvo ese idiota de Silas, claro.

—¿Eres consciente de lo que estás diciendo? —le preguntó.

El Muchacho 412 no respondió. Se sentía desdichado. Se las había arreglado para volver a hacer algo malo otra vez.

—Te estoy pidiendo que lo pienses —dijo Marcia con una voz más amable. Había notado lo asustado que parecía el Muchacho 412—. Es una decisión importante para ambos... y para el Castillo. Espero que cambies de idea.

El Muchacho 412 no veía cómo iba a cambiar de idea. Le tendió el amuleto a Marcia para devolvérselo. Resplandecía limpio y brillante en medio de la mano llena de barro del chico.

Esta vez fue Marcia quien sacudió la cabeza.

—Es un símbolo de la oferta que te he hecho y que aún sigue en pie. Alther me lo dio cuando me pidió que fuera su aprendiz. Claro que yo dije «Sí» de inmediato, pero veo que para ti es diferente. Necesitas tiempo para pensarlo. Me gustaría que te quedaras el amuleto mientras lo meditas.

Marcia decidió cambiar de tema.

—Bueno —dijo con brío—, ¿qué tal se te da cazar insectos?

Al Muchacho 412 se le daba muy bien cazar insectos. En el transcurso de los años había tenido numerosos insectos corno mascota. Ciervi, un ciervo volante, Milly, un milpiés, y Tije una gran tijereta, habían sido sus favoritos, pero también había tenido una gran araña viuda negra con patas peludas que recibió el nombre de Siete Patas Joe. Siete Patas Joe vivía en el agujero de la pared que había encima de su cama. Eso fue hasta que el Muchacho 412 sospechó que Joe se había comido a Tije y probablemente a toda la familia de Tije también. Después de eso, a Joe le tocó vivir debajo de la cama del cadete jefe, al que le daban pánico las arañas.

Marcia estuvo muy satisfecha de la redada de insectos. Cincuenta y siete insectos surtidos estaban muy bien y eran casi tantos como el Muchacho 412 podía acarrear.

—Sacaremos los tarros de conserva cuando regresemos y los meteremos enseguida —le explicó Marcia.

El Muchacho 412 tragó saliva. «Así que para eso son: mermelada de insecto.»

Mientras seguía a Marcia de regreso hacia la casa, el Muchacho 412 esperaba que el cosquilleo que le subía por el brazo no fuera algo con demasiadas patas.

24. INSECTOS ESCUDO.

Un horrible olor a rata cocida y pescado podrido salía de la casa cuando Jenna y Nicko remaban en el
Muriel 2
de regreso por el Mott, después de haber pasado un largo día en el pantano sin hallar ningún rastro de la rata mensaje.

—¿No crees que la rata ha llegado antes que nosotros y tía Zelda la está cociendo para cenar? —bromeó Nicko mientras amarraban la canoa y se preguntaban si sería prudente aventurarse dentro de la casa.

—¡Oh, no, Nicko! Me gustaba la rata mensaje. Espero que papá la mande de vuelta pronto.

Tapándose firmemente la nariz con la mano, Jenna y Nicko caminaron sendero arriba hasta la casa. Con cierta preocupación, Jenna abrió la puerta,

—¡Puaj!

El olor era aún peor dentro. A los poderosos aromas a rata cocida y pescado podrido se añadía un definitivo pestazo caca de gato viejo.

—Entrad, queridos, precisamente estábamos cocinando. —La voz de tía Zelda salía de la cocina, de donde, Jenna se acababa de dar cuenta, procedía el espantoso olor.

Si aquello era la cena, Nicko pensó que preferiría comerse los calcetines.

—Llegáis justo a tiempo —anunció tía Zelda alegremente.

—¡Oh, estupendo! —exclamó Nicko, preguntándose si tía Zelda tenía algún sentido del olfato o si tantos años hirviendo coles se lo habían embotado.

Jenna y Nicko se acercaron a regañadientes a la cocina, preguntándose qué tipo de cena podía oler tan mal.

Para su sorpresa y alivio, no era la cena. Y ni siquiera era tía Zelda quien cocinaba: era el Muchacho 412.

El Muchacho 412 tenía un extraño aspecto. Vestía un traje de punto multicolor que le quedaba fatal y consistía en un jersey ancho de patchwork y unos pantalones cortos y holgados de punto. Pero conservaba su sombrero rojo firmemente calado en la cabeza y el vapor se le evaporaba ligeramente en el calor de la cocina, mientras el resto de sus ropas se secaba junto al fuego.

Tía Zelda había ganado por fin la batalla del baño, debido solo al hecho de que el Muchacho 412 se sentía tan incómodo cuando regresó cubierto de pegajoso barro negro de la ciénaga del Boggart, que se alegraba de veras de desaparecer en la cabaña del baño y quitarse el barro de encima. Pero no soltaba su sombrero rojo. Tía Zelda había perdido esa batalla. Aun así, estaba satisfecha de haberle lavado la ropa por fin y pensaba que le quedaba muy gracioso el viejo traje de punto de Silas, que había llevado cuando era niño. El Muchacho 412 pensaba que tenía un aspecto muy estúpido y evitaba mirar a Jenna cuando entró.

Estaba concentrado revolviendo la papilla hedionda, aunque no estaba del todo convencido de que tía Zelda no fuese a hacer mermelada de insecto, ya que estaba sentada a la mesa de la cocina con una pila de tarros vacíos delante. Estaba ocupada destapándolos y pasándole los tarros a Marcia, que se sentaba al otro lado de la mesa cogiendo amnuletos de un libro de hechizos muy gordo titulado: Conservas de insectos escudo. Quinientos amuletos, cada uno garantizado idéntico y cien peor cien eficaz.

Ideal para el mago actual consciente de: la seguridad

—Venid y sentaos —los invitó tía Zelda, hiaciendo espacio en la mesa para ellos—. Estamos preparando tarros de conserva. Marcia está haciendo los amuletos y vosotros podéis encargaros de los insectos si queréis.

Jenna y Nicko se sentaron a la mesa, cuidándose mucho de respirar sólo por la boca. Se percataron de que el olor emanaba de la sartén con la papilla de intenso color verde que el Muchacho 412 estaba removiendo lentamente, con gran concentración y cuidado.

—Aquí estáis vosotros. Aquí están los insectos. —Tía Zelda puso un gran cuenco delante de Jenna y Nicko. Jenna miró su interior. El cuenco estaba lleno de insectos de todos los tamaños y formas posibles.

— ¡Glups! —se estremeció Jenna, a quien no le gustaban en absoluto los bichos. Nicko tampoco estaba lo que se dice complacido; desde que Fred y Erik le habían metido un milpiés por el pescuezo cuando era pequeño, evitaba todo lo que reptara o correteara. Pero tía Zelda no les prestó atención.

—Qué tontería, solo son pequeñas criaturas con muchas patas. Y están más asustados de vosotros que vosotros de ellos. Vamos, primero Marcia os pasará el amuleto. Cada uno sostendremos el amuleto para que el insecto nos grabe y nos reconozca cuando sea liberado; luego ella meterá el amuleto en un frasco. Vosotros dos podéis añadir un insecto y pasárselo al... ejem... Muchacho 412. El llenará el tarro con la conserva y yo los taparé otra vez para que queden bonitos y apretados. De esta manera acabaremos en un santiamén.

Y así lo hicieron, salvo que Jenna acabó tapando los tarros después de que el primer insecto que cogió se le subiera por el brazo y solo se le pudiese espantar cuando ella se puso a saltar profiriendo alaridos.

Fue un alivio cuando llegaron al último frasco. Tía Zelda lo destapó y se lo pasó a Marcia, que volvió la página del libro de hechizos y sacó aún otro pequeño amuleto en forma de escudo. Pasó el amuleto a los demás para que cada uno pudiera sostenerlo durante un momento; luego lo dejó caer en el frasco de mermelada y se lo pasó a Nicko. Nicko no esperaba uno así. En el fondo del cuenco se removía el último insecto, un gran milpiés rojo, precisamente igual que el que le habían metido por el pescuezo hacía años. Corría frenéticamente recorriendo el cuenco en círculos en busca de algún lugar donde esconderse. De no darle tanto repelús a Nicko, hubiera sentido mucha pena, pero solo podía pensar en que tenía que cogerlo. Marcia estaba esperando con el amuleto casi en el frasco. El Muchacho 412 estaba plantado con el último asqueroso cucharón de conserva de papilla y todo el mundo estaba aguardando.

Nicko respiró hondo, cerró los ojos y metió la mano en el cuenco. El milpiés vio que se acercaba y corrió al lado contrario, Nicko palpó alrededor del cuenco, pero el milpiés era demasiado rápido para él, se escabullía por aquí y por allá, hasta que vio el refugio de la manga colgante de Nicko y corrió por ella.

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