Los hombres pronunciaban discursos y lloraban; los cocineros traían más comida; los coros cantaban; el whisky fluía; con sus túnicas, los Kaiel circulaban por el templo como las aguas atrapadas de un deshielo repentino.
La Reina de la Vida antes de la Muerte terminó por acomodarse bajo una mesa para evitar el gentío. Mientras saboreaba su pequeña porción de Aesoe, soñaba y sentía su fuerza. De pronto vio una túnica negra y púrpura que pasaba a su lado y le dio un tirón. El dueño de la túnica miró hacia abajo. Ella se asomó con una sonrisa.
—Soy Miel... por si no me reconoces.
—¿Quién sino Miel se ocultaría debajo de una mesa? —sonrió Gaet.
—¿Es un
sombrero
lo que llevas puesto? —exclamó —. ¿Qué haces aquí? —le preguntó sin aliento.
—Pensé que la cortesía requería mi presencia. He dejado el trasero pegado a mi skrei rodante para llegar a tiempo. ¡Por la Risa de Dios, andaré como un patizambo durante varias semanas! No me pareció seguro que Hoemei viniese conmigo. Joesai está perdido en alguna parte, persiguiéndose la cola, y Teenae ni siquiera quería que viniese
yo.
—¿Kathein llegó bien a Congoja? ¡Aesoe estaba tan preocupado!
—¡Si no fue eso lo que le provocó el ataque cardíaco! ¡La llegada de Kathein fue toda una sorpresa! Habrá una boda cuando Joesai y yo regresemos. Este desdichado Banquete lo hace todo más sencillo.
Miel acercó la cabeza de Gaet para hablarle al oído.
—Eres un hipócrita —susurró—. ¿Por qué dices «desdichado» cuando quieres decir «dichoso»?
—No soy hipócrita, soy diplomático —le corrigió él—. Salgamos de aquí. Ya se han comido toda la carne. Los funerales son lamentables cuando hay más de veinte personas. Nunca tienes lo bastante para comer.
—¿Puedo ir contigo? ¿Así de simple?
—Yo ofrezco refugio a los desempleados. ¿O prefieres que te acompañe a la colmena?
—¡Allí no!
—¿A mi humilde hogar?
—Por Dios, sí. ¿Todavía está en pie? —bromeó—. Pensé que los Expansionistas ya lo habrían incendiado.
Cuando habían recorrido la mitad del trayecto, ella no pudo evitar la pregunta que le rondaba la cabeza.
—¿Crees que Hoemei será el nuevo Primer Profeta? —Se aferraba al brazo de Gaet.
Él le sonrió y le dio una palmada en la cadera.
—Creo que te agrada mi hermano. —Estaba bromeando.
—¡Quiero saberlo!
—Sí. Es jaque mate. Aesoe había cerrado todos los caminos de Hoemei. Ahora la Reina Negra lo ha sacado del tablero y se ha iniciado un nuevo juego. Creo que en él Hoemei posee el control.
Gaet la condujo por la oscura ciudad hacia su mansión, directamente hacia su habitación. Sin dilación y como pago de los favores sexuales que evidentemente esperaba, extrajo una moneda de oro y se la entregó. Ella se quedó paralizada. De pronto su camaradería había desaparecido, y Humildad se sentía sola en el universo.
—No es así como funciona —dijo con frialdad—. Todas las cuestiones de dinero son manejadas por las ancianas. Si te agrado lo suficiente, puedes darme un obsequio.
Él se rió mientras se desvestía.
—Te ofrezco mis disculpas —dijo sin mostrarse nada contrito—. Estoy habituado a la forma en que nos manejan las esposas.
—Yo no soy tu esposa. —Estaba sorprendida ante su propia ira.
Él la miraba como si hubiese sido una niña en subasta.
—Pudiste haberlo sido. Hoemei te amaba de verdad. Quiso que Joesai y yo también te amáramos. Por aquel entonces andábamos escasos de mujeres. A dos les resulta difícil manejarse con tres hombres.
Él la hacía enfadar cada vez más.
—Las Liethe nunca se casan.
—Lo sé. Y Hoemei también lo sabe. Él es un hombre de familia, y no un viejo depravado como yo.
Ella empujó su dinero sobre la mesa.
—Sólo trataba de evitar a las intermediarias. Las ancianas nunca lo sabrán. Consérvalo. Considéralo un adelanto. Vendrás a Congoja a bailar para nuestra boda. Yo te invito. Sé que quieres verlo.
La angustia volvió de nuevo, junto con la indecisión. Haría cualquier cosa para volver a ver a Hoemei, aunque sólo fuese pasar a su lado en los salones del Templo de Congoja, cualquier cosa. Sería capaz de recorrer el mundo a pie para pasar una velada con él.
Gaet alzó las manos.
—No puedo discutir contigo. Ahora no. Estoy muerto de cansancio. Creo que no celebraremos el Banquete. —Se desplomó sobre la cama y se quedó profundamente dormido, todavía a medio vestir.
Humildad lo miró. Ya no estaba enfadada.
Tal vez pensó que estaba sin empleo y que necesitaba ayuda,
se dijo ella. Él no comprendería la ética de la colmena. Ella no estaba habituada a tener amigos. Movió las monedas de oro con la punta de los dedos. De repente, comenzó a asear la habitación. Luego lo desvistió con suavidad, para no despertarlo, y guardó sus prendas. También guardó su propia túnica, y con ella el dinero. Para cuando reunió el valor suficiente para dormir a su lado, él ya había calentado la cama. Se estaba muy bien bajo las mantas. Era agradable volver a dormir junto a un cuerpo cálido.
Las múltiples apariciones de futuros combaten su juego espectral en el campo mortal del presente, destruyéndose unos a otros. Al fin, instante tras instante, el vencedor cobra vida, sustancia, masa, inercia, la gloria de una forma estival o del monstruo canceroso de la maldad. La misma calidez de su cuerpo disipa los fantasmas de los futuros perdidos... para reinar en efímera gloria por un día, cuando el crepúsculo lo convierte en el cadáver sobre el cual se inicia el combate de la siguiente batalla fantasmal.
Del ensayo «Futuros», por Hoemei maran-Kaiel
La niebla se filtraba por las grietas entre las colinas, así que el mar no estaba a la vista. Sólo se distinguía la hoz de Luna Adusta, colgando en la blancura. Noé los encontró junto al camino y detuvo su skrei rodante junto al de ellos, donde se habían detenido a descansar y a comer pan. Cruzó los brazos para abrigarse de la bruma.
—Lamento no haber estado en casa cuando llegó tu mensaje.
Ella miraba a Miel. Gaet pudo percibir su inquietud y se puso de pie.
—Has olvidado tu capa. Estás helada.
Noé se encogió de hombros con un escalofrío.
—Pensé que estabas solo.
—Traje a Miel para que baile en nuestra boda. Ha sido una buena amiga de Hoemei, más leal a nosotros que a Aesoe. Por algún motivo, con su muerte me pareció apropiado traerla.
—Tienes el don de complicar las cosas. —La voz de Noé era como la picadura de una abeja.
Mientras escuchaba, Miel se ocultó el rostro con el pañuelo negro, pero sus ojos imperturbables observaron a Noé. No se levantó. Con su sola conducta, la mujer Liethe castigaba a Noé por sus malos modales.
Después de dirigir una mirada impaciente a Gaet, Noé fue a sentarse junto a la mujer que había sido amante de sus esposos. Hurgó en su morral y extrajo algunos alimentos para los viajeros.
—No sé qué me ocurre. Doy la bienvenida a cualquier huésped de Gaet. —Su voz había recuperado la calidez—. Es posible que hayas venido en vano. Tal vez no haya ninguna boda.
—¿Eh? —inquirió Gaet.
—Y tú —Noé se volvió bruscamente hacia su esposo—, ¡tal vez ni siquiera encuentres una familia que te reciba!
Gaet se sentó con diplomacia entre las dos mujeres.
—Por lo que veo me he perdido los rumores. ¿Kathein ha vuelto a cambiar de idea? —Se echó a reír.
—¡Algunas veces te desprecio!
Por primera vez, Gaet tomó conciencia de su amargura y sintió que la niebla le oprimía el corazón.
—¿Alguien ha muerto?
Ella le cogió la mano y lo besó en la mejilla. Entonces siguió un impulso y untó una rebanada de pan para la silenciosa Miel.
—Joesai está en casa.
Gaet emitió un gruñido.
—¿Desde cuándo eso es una mala noticia?
—Trajo a Oelita con él. La encontró en el desierto, cuidando a unos mellizos de Hoemei.
—Ah —dijo Gaet—. Será bienvenida en Congoja. —La historia no terminaba allí. Gaet esperó.
—Joesai quiere que nos casemos con su Hereje.
Gaet emitió la habitual y sonora risotada. No podía contenerse, ni siquiera ante la preocupación de Noé.
—¿La trajo atada a un poste y drogada?
La respuesta le produjo una gran sorpresa.
—Ella lo ama. Hay un lazo entre ambos. No lo comprendo.
—¡Dios de los Cielos! —dijo Gaet.
—Joesai y Hoemei han estado peleando. Nunca los había visto así. ¡Son hermanos! Me dio miedo. Teenae estaba aterrorizada. Ella y Oelita escaparon a la aldea, y nos dejaron a Kathein y a mí para manejar el asunto. Kathein quiere volver a Kaiel-hontokae, y he tenido que emplear toda mi persuasión para retenerla aquí hasta que tú llegaras. —Noé estaba llorando.
—¿Queréis que hable con Hoemei? —preguntó Miel con gran preocupación. Se estiró sobre Gaet para consolar a la mujer que sollozaba—. Poseo ciertos poderes catalíticos.
—¡Tú no te metas en esto! ¡Si pudieras nos lo quitarías!
Gaet rodeó a su esposa-uno con el brazo.
—Tu desesperación te lleva a decir tonterías. Nuestra amiga Liethe no nos quitará a nadie. Son un clan bondadoso, y Miel es la más bondadosa de todas. Su misión es servir. El hombre que cree poder abandonar a su familia y elevar a su Liethe siempre se equivoca. Se las conoce por su fama de incorruptibles en el objetivo que ellas mismas se han propuesto.
—Hablar con Hoemei no serviría de nada —dijo Noé, desconsolada—. Mis esposos han perdido la cordura.
Gaet volvió a reír.
—Éste es el precio que pagamos por incluir a las mujeres en nuestras vidas. Será mejor que termine mi descanso y que empiece con el proceso de pacificación.
—¡No habrá ninguna paz! ¿Crees que no lo hemos intentado?
Gaet observó los árboles de la hondonada junto al camino. Aquellos árboles eran más viejos que cualquier hombre. Algunos habían soportado mil veces la violencia del mar y todavía permanecían arraigados al suelo.
—Cuando estaba en la guardería, creo que fue Hoemei quien me enseñó que si un problema parece irresoluble, es esencial cambiar el problema. —Se puso de pie—. Noé, será mejor que vaya solo. Cuida de Miel por mí, y recuerda que ella les teme un poco a las mujeres Kaiel. Hazte su amiga.
Miel también se levantó.
—Podría ir contigo. No intervendría en nada.
—No.
—Podríamos ir todos juntos —le suplicó Miel.
—No.
—Está bien —dijo Noé—. Iremos a la aldea donde están Teenae y Oelita. Gaet sabe lo que hace. Si hubiese estado aquí, nada de esto hubiera ocurrido.
Gaet se dirigió a la residencia de la costa, maldiciendo el golpe que había hecho bambolear una de las ruedas. ¡Otro trabajo más, volver a tensar los radios! Por unos momentos se detuvo para examinar los daños, pero también para considerar un plan de ataque sobre sus hermanos. Le dio la vuelta al skrei rodante.
Los maran eran un grupo extraño, viable por la diferente naturaleza de sus capacidades individuales. Gaet sabía que la gente lo veía como el lacayo indolente de la familia. Si Noé quería ir al teatro, él la acompañaba. Si Hoemei debía realizar un trato político, Gaet negociaba la resolución de los conflictos. Se lo conocía por sus placeres. Era demasiado dócil para ser considerado un hombre fuerte. Sin embargo, la familia era creación suya, y él la valoraba por encima de cualquier otra cosa en la vida.
Gaet hizo girar la rueda y la observó bambolearse. Ésa era su especialidad: volver a tensar los radios.
Algunas de sus flaquezas eran un reflejo de su magia. De niño había aprendido a fingir que cedía, cuando en realidad hacía su voluntad. Se refugiaba en trampas cuidadosamente construidas. No había sido nada fácil afirmar los lazos entre Hoemei y Joesai. Había necesitado un poco de maña. Ellos todavía chocaban. Aún eran rivales. Joesai envidiaba la capacidad analítica de Hoemei, y éste envidiaba la forma en que Joesai jugaba con el peligro. De vez en cuando tenía que intervenir para deshacer el empate entre ambos.
Gaet ya podía presumir qué fuerzas se ocultaban detrás del enfrentamiento. Ninguno de los dos era particularmente hábil en su manejo con las mujeres. Joesai era torpe y Hoemei tímido. Sin embargo, había sido Hoemei quien había insistido en el cortejo de Kathein, el único juego peligroso en que se había embarcado por propia voluntad. Y Joesai se zambulló en su conflicto con Oelita, seguro de que no la quería y de que estaba respaldado por una firme tradición... sólo para encontrarse frente a una mujer capaz de manipular matices de la sabiduría que jamás encajarían con la tradición. Oelita lo había forzado a ser racional.
Hoemei no podía renunciar al primer peligro al que había sobrevivido sin la ayuda del puño defensor de Joesai. Él estaba firmemente ligado a Kathein. Joesai no podía renunciar al primer sentimiento filosófico que había descubierto sin pasar por la mente de Hoemei. Y estaba firmemente ligado a Oelita.
Cuando llegó a la mansión del Profeta de la Costa, Gaet guardó su skrei rodante y subió por la escalera. Joesai leía en la habitación de arriba, desde donde se veía el Njarae. De las tres islas rocosas que se alzaban del mar, sólo el espectro del Niño de la Muerte los espiaba entre la niebla. Joesai marcó la página que estaba leyendo y apagó la mecha de la lámpara. La habitación quedó iluminada por el resplandor pálido del globo bioluminoso.
—Me alegra que hayas localizado a Oelita —dijo Gaet.
Su hermano más alto dejó el libro y lo miró en silencio. Los dibujos de su rostro parecían las tallas de una urna mortuoria.
Gaet volvió a empezar.
—Tengo entendido que hay problemas.
—Hoemei me atacó con un cuchillo.
Como una pelea entre niños, donde se acusan el uno al otro,
se dijo Gaet.
—Y para vengarte, seguramente le habrás arrojado el último libro de filosofía por la cabeza.
Joesai esbozó una leve sonrisa y se volvió para mirar el horizonte invisible. Gaet se preguntó si su hermano estaría recordando cómo se manejaban las acusaciones en la guardería: un niño era castigado por cualquier crimen que adjudicara públicamente a algún otro.
—Así que el viejo bribón está muerto —dijo Joesai, cambiando de tema.
—Me alegro por ti. Tu exilio será revocado por el nuevo Primer Profeta.
Joesai se rió, en parte divertido y en parte amargado.