—Es una solución —dijo Gaet, admirando a dos mujeres que amaba.
—¡Pero un Siete es ilegal! —exclamó Oelita, conmovida.
—Por costumbre, no por ley. Y con Hoemei como Primer Profeta, no creo que constituya un problema.
—¿Dónde pensabas llevarnos? ¡Te conozco! Debe de haber un montón de cojines aquí cerca, en alguna parte —dijo Kathein con sarcasmo.
—En el Templo de las Rocas Grises. Es pequeño, pero tiene una sala de juegos encantadora. ¿Qué mejor lugar para pasar la noche?
—¡Lo ves! —exclamó Kathein indignada—. ¿Ves con cuánta facilidad traiciona a sus hermanos?
Oelita todavía miraba a Gaet. Recordaba todas las noches solitarias, el sufrimiento, la sucesión de amantes que habían constituido su destino por su voto de no casarse jamás, el miedo que llevaba consigo y que ni la paz del desierto había logrado mitigar. Comenzó a hablar con firmeza.
—Joesai y Hoemei han reñido. Déjalos que sufran. En la guardería lo hubiesen llamado Prueba de Estupidez. Kathein y yo no hemos reñido. Sólo nos hemos comprometido a amar, y hemos desafiado nuestro miedo a hacerlo. Merecemos nuestro placeres, Gaet. Yo iré contigo. —Se volvió hacia Kathein con expresión combativa—. Yo amo a este hombre. Y podría vivir contigo... porque te amo.
Hasta que sus cabellos no se han vuelto canos No sabe la mujer lo que aquí cantamos Que las penas de amor que tanto lloramos Valen por cada goce que disfrutamos.
De una canción festiva Liethe
Al otro lado de las ventanas algunos globos añadían su resplandor verde al cielo de la noche. Entonces, como una nube negra sobre las estrellas, una sombra penetró en el jardín, examinando las escaleras, los balcones y los puntos de apoyo en la pared. La Reina de la Vida antes de la Muerte se envolvió en el chal negro que la tornaba invisible en la noche y esperó a que se apagasen los globos. Gaet la había dejado con las mujeres y eso no le agradaba. Ella quería estar con Hoemei. Su deber era estar con los hombres. Aquella iba a ser la noche más importante de toda su vida, y las rodillas le temblaban. Dentro de la mansión, alguien cubrió los globos.
Humildad escuchó los sonidos del mar y se sintió como una ola que se alzaba hacia la costa, rugiendo, para tenderse sobre la playa.
De forma tan silenciosa como Dios surcaba Su Cielo, comenzó a subir la escalera. Con la destreza de una asesina, entró por la ventana abierta a la brisa nocturna. Se arrodilló junto a la figura que había tendida sobre los cojines, teñida por el reflejo pálido de Luna Adusta sobre el mar. Ansiaba tocarlo, pero se contuvo. Hoemei. Éste era el hombre al que con sus acciones elevaba a la posición más alta de todo Geta.
Con una rápida e imprevisible acción, las manos de Hoemei la sujetaron impidiéndole todo movimiento.
—Soy sólo yo —dijo su suave voz de Liethe.
—¿Qué haces aquí?
—He venido a bailar en tu boda.
—Llegas temprano.
—No lo creo. Soy tu amada Miel.
—Casi me provocas un ataque cardíaco. Pensé que eras una asesina de los Expansionistas.
—Me han contratado para hechizarte y llevarte conmigo al Eje Norte, donde giraremos juntos el resto de nuestras vidas y no molestaremos a nadie.
Él desechó la idea.
—Gaet debe de haberte enviado —suspiró.
—Tengo un obsequio para ti. —Extrajo una pequeña tira de la carne de Aesoe, seca y salada—. Cómela. Te hará fuerte. Tengo el presentimiento de que necesitarás de todas tus fuerzas.
Hoemei la miró, intrigado ante el simbolismo y la sonrisa orgullosa de su rostro.
—¿Piensas que me nombrarán Primer Profeta? ¿Has oído rumores en los Archivos?
Ella le metió el trozo de carne en la boca.
—No me refería a esa clase de fuerza. Tonto. Necesitarás toda tu fuerza para hacerme el amor... ahora.
Él masticó y se rió.
—Sé una buena mujer y dime qué se propone Gaet. Ando escaso de espías.
—Pregúntaselo a Joesai.
—No hablo con él.
—Gaet ha escapado con Kathein y Oelita. Se lo veía bien duro entre las piernas. Creo que se han marchado al Eje Sur, a una acogedora caverna de hielo que les permita alejarse de nosotros, los mortales. No soportaba la idea de que te hubiesen dejado solo, así que he venido a consolarte.
—Hmmm. ¿Todavía tienes tu empleo en el Palacio?
—No, tonto. A menos que tú me contrates después de tu regreso triunfante a Kaiel-hontokae. Si me amas, lo harás. ¿Me amas?
—Sólo un estúpido se enamoraría de una Liethe. —Comenzó a abrir su túnica negra.
Él ya no era tímido. Había cambiado. A ella le agradaron sus manos.
—¿Y tú eres un estúpido?
—Esta semana lo he sido.
—¿Tienes remordimientos?
—Sí.
—Trataré de hacerte sentir mejor.
Ella prolongó el amor de sus cuerpos hasta que la luna hubo crecido a tres cuartos. Entonces ya no pudo contener su pena. Deslizó los dedos sobre la textura áspera de sus cicatrices y comenzó a sollozar.
—¡Te olvidaste de mí! ¡Me dejaste sola! ¡No te importó! ¡No piensas en mí porque sabes que siempre me tendrás! —El la meció, la acarició y la besó, y a ella le agradó. Mientras la mecía, Hoemei se fue quedando dormido. Ella lo observó con los ojos entornados, llenos de amor.
Sintiéndose feliz, Humildad se levantó de la cama y desenganchó un globo de la pared. Al llegar al corredor, lo descubrió y se acercó a un espejo para arreglarse el cabello. Luego limpió los filtros del globo para que la luz fuese más intensa.
Humildad se dirigió a la habitación de Joesai, donde se golpeó un pie con uno de los juguetes de Jokain. Mordiéndose la lengua, colgó el globo sobre un escritorio cubierto de papeles y leyó algunos párrafos de lo que Joesai había escrito. Era la lista de atributos que debía poseer un clan guerrero. Ella se sentó a su lado sobre los cojines. Joesai tenía un sueño más profundo que Hoemei, y para despertarlo tuvo que tirarle de las orejas.
—¡Hey! —exclamó él, sobresaltado.
Humildad le frotó el pecho con suavidad.
—Veo que todavía llevas el amuleto que te regalé.
—Me ha traído suerte.
—No es suerte. Tiene el poder mágico de las Liethe.
—¿Cómo has llegado aquí?
—Soñabas conmigo y el amuleto me trajo. Es una forma superior de viajar.
—¿Y qué soñaba?
—¡Soñabas con hacerme el amor! —le dijo con un beso.
—No te creo. Debo de haber soñado con Consuelo.
Ella sonrió como una aparición y se posó el amuleto sobre el pecho.
—Yo
soy
Consuelo. Cuando te entregué el amuleto te dije que te protegería. Que siempre que me necesitaras yo estaría allí. ¡Puf! Como ahora. Cambio de nombres según mi estado de ánimo. —Montó sobre él.
—¡Vaya! Nunca he escuchado una historia más inverosímil. ¿Cómo viajas tan rápido?
—No viajo; vivo en el amuleto —respondió ella con picardía.
—Por eso eres tan pequeña.
Ella no había querido hablar con Hoemei mientras sus cuerpos se amaban, pero ahora deseaba hacerlo con cada movimiento.
—Eres hermoso —le dijo.
—Soy muy feo.
—¡Eres mi dueño!
—Por eso estoy debajo de ti.
—Me gustaría ser tu mujer en tu Suicidio Ritual.
—Preferiría ser tu hombre en
tu
Suicidio Ritual.
—¿Te agradan las mujeres se-Tufi?
—Me comería a tres de ellas al romper el ayuno, cocidas a fuego lento.
—¿Cómo fue hacerle el amor a Consuelo?
—Lo hicimos con una piedra en su Ojo de Dios.
—Qué historia tan romántica.
—Y a modo de bis, ¡ella me envenenó!
—Te amo.
—No es verdad.
—¡Sí que lo es!
Joesai debió guardar silencio mientras la estrechaba en el último abrazo apasionado. Entonces suspiró. Ella lo cubrió con pequeños besos húmedos mientras la tensión abandonaba sus cuerpos.
—Ahora puedes volver a entrar en tu amuleto —le dijo.
—No —bromeó ella.
—Ya me lo temía.
—Debes venir conmigo. —Desenganchó el globo bioluminoso con una mano y lo arrastró consigo con la otra—. ¡Cada placer tiene su precio!
La Liethe de piel suave, piernas jóvenes, caderas redondeadas, senos firmes y rostro risueño arrastró al gigante Kaiel hasta las habitaciones de Hoemei. Desnudos, los dos hermanos se miraron el uno al otro sintiéndose culpables.
—¡Tenéis que daros un abrazo! —les ordenó ella. Cuando lo hicieron, los obligó a que la abrazaran también. Luego lloró mientras se vestía, la ola al fin se había estrellado en la playa, y desapareció con el amanecer.
Sólo un ermitaño puede evitar hablar de bodas y de política.
Un proverbio de los Kaiel
—¡Él es más Expansionista que tú!
La mujer Kaiel que discutía en la taberna de Congoja llevaba puestas sus galas y lucía incrustaciones de plata en las cicatrices del rostro. Sus dos amigos también eran Kaiel, y vestían sus habituales túnicas negras. Los tres habían llegado de Kaiel-hontokae para asistir a la boda. Los hombres se sentían desdichados. Se había anunciado que Hoemei se convertiría en el nuevo Primer Profeta.
—Él inclina la nariz hasta el ano y allí pide permiso para estornudar.
—¿Por qué lo consideras tan formal y cauteloso?
—Cuando Soebo estaba lista para ser capturada, él le prohibió a su hermano que lo hiciese. Tenía miedo a los terrores de los Mnankrei.
La mujer pareció exasperada.
—¡Pero Joesai llegó a la ciudad antes que Bendaein! En pocos días se apoderó de ella, con pocas muertes, y provocó muchos menos disturbios de los que había previsto Aesoe. Gracias a esa transición tranquila, los clanes inferiores nos brindaron su lealtad. Hoemei
es
un Expansionista. ¡Por supuesto que sí! ¡Fue adiestrado por Aesoe!
—Pero tiene miedo de
crecer,
por más que en su corazón...
La mujer de la guardería lo interrumpió con fastidio.
—Es justamente por eso que él es el Primer Profeta y no tú. Él no es ningún Lenin, como tú, con grandiosos planes para dominar el mundo y un cerebro de abeja para realizarlos. Es un conquistador complejo con una mente compleja.
—¿No comprendes la simpleza que había en el plan de Aesoe?
—¡A mí
me agradan
los planes simples! ¡Odio los que son
tan
simples que no sirven para nada! ¡No basta con ser capaz de conducir a los hombres! ¿Quién no es capaz de llevar a la muerte a los clanes inferiores? Sólo tienes que lucir tus palabras, ocultar tus planes con consignas que impresionen a las masas. Fíjate cómo ese tonto de Lenin se convirtió en carnicero tratando de evitar las consecuencias de sus soluciones simplistas.
—Aesoe no era tan simplista como dices. Tú lo menosprecias. ¿Cuándo falló? Sus predicciones fueron más precisas que las de Tae.
—Aesoe conocía muy bien los sistemas pequeños. Era como Napoleón en Europa. En un escenario más grande, como Rusia, hubiese sido un desastre. ¡Hoemei predijo sus futuros fracasos!
El mayor de los dos hombres hizo una mueca y vació su jarra de aguamiel; el más joven sonrió ante el ardor de la mujer.
—Subestimas a Aesoe. Era un soberbio organizador.
—¿Y tú cómo lo sabes? ¡Nunca has organizado nada más allá de un caserío! ¡No se puede gobernar el mundo como se gobierna un caserío!
La joven con rizos rojizos rasurados en dos franjas paralelas pertenecía a las estructuras que se habían unido a la organización de Hoemei. No obstante, ella había permanecido tan alejada del núcleo que él no tenía ninguna conciencia de su lealtad. En cierta ocasión, Hoemei había tropezado con ella accidentalmente y se había disculpado con una sonrisa. Ella nunca había olvidado aquella sonrisa. Era una de las muchas personas a quienes él atraía. De este modo sus proyectos parecían avanzar rápidamente y Hoemei ni siquiera sabía de dónde le provenía la ayuda. De haberla conocido la hubiese estimado, ya que a Hoemei le agradaba la gente capaz de comprender su propósito y de crearse un papel dentro del mismo.
—No me gusta la oposición de Hoemei a nuestras negociaciones con los Itraiel —dijo el hombre mayor con expresión sombría mientras llenaba su jarra de aguamiel salpicando ligeramente la mesa de madera.
—¿Has leído
La Fragua de la Guerra
o sólo lo has hojeado? Un clan militar no puede crearse rápidamente para perseguir los objetivos inmediatos de un Expansionista que sólo quiere más papeles sobre su escritorio.
La camarera se acercó para limpiar la mesa, y cambiaron de tema.
—¿Qué ropa crees que llevarán? —preguntó el más joven.
La cantinera resplandeció ante la posibilidad de transmitir uno de sus chismes.
—He visto la túnica de Joesai en la sastrería. Fue confeccionada por mi amigo, y es espléndida, con su brocado azul y plateado y sus grandes insectos entretejidos.
—¿Vendrán pronto? —le preguntaron a la muchacha.
—¡Ya os enteraréis! ¡Cerraremos la taberna!
Cuando la alegre muchacha se marchó, los tres reanudaron su discusión.
—¡La Expansión es el objetivo de Dios!
—¡Pero Dios deplora el Suicidio Ritual! ¡Un clan militar es la idea más peligrosa con que los Kaiel han jugado jamás! La cautela de Hoemei es muy sensata. ¿Has visto sus planes militares? Yo he leído el informe. Todavía es demasiado indefinido para incluirlo en los Archivos. La mitad fue escrito por su hermano Joesai. No obstante, por más preliminar que sea, constituye un documento asombroso. Muestra cómo se podría crear un clan militar sin tantos riesgos. Ante estas ideas maran, ¡Aesoe parece un Napoleón avanzando penosamente por las nieves de Rusia! Hoemei dedicará más tiempo a la creación de su clan. Lo utilizará con más cautela, más precaución, y no lo hará tan pronto. ¡Pero no se detendrá en Moscú! Dios nos ha traído aquí para que curemos nuestras heridas y reflexionemos sobre las penurias de la vida humana. Cuando subamos al Cielo de Dios, las mismas estrellas titilarán por las sacudidas de los Riethe. Tendrán miedo de tocarnos porque nunca sabrán dónde está nuestra daga. ¡Y los getaneses del futuro agradecerán a Hoemei su precaución!
El hombre mayor emitió un gruñido.
—Es inútil creer que alguna vez nos enfrentaremos a los Riethe de
La Fragua de la Guerra.
Eso pasó hace mucho. ¿No ocurrió todo antes de la Transición? Deben de haber cambiado. El cambio es eterno. No serán los mismos necios que se lanzaron contra las ametralladoras en el Cerro Vimy. Esos campesinos franceses tenían tan poco kalothi que deben de haber hecho su Contribución hace mucho; los habrá reemplazado una casta más devastadora.